sábado, 22 de mayo de 2010

ALEMANIA, CULTURA Y EL ORIGEN HISTORICO DE ADOLFO HITLER

Alemania, cultura y el origen historico de Hitler
By mediaIslaPublished:
Posted in: La senda




José Tobías Beato | El Tratado de Versalles explica en gran parte el surgimiento de Hitler. Un ejemplo muy concreto de que el severo aislamiento de un país, no produce los efectos deseados, sino usualmente los contrarios.


Estudiando el surgimiento del nazismo y extendiendo obligatoriamente el radio hacia la historia de Alemania, en un renovado afán de comprender, no puede uno sino quedar admirado del pueblo alemán, creador de una cultura poderosa al tiempo que refinada. Su aporte es uno de los pilares de la civilización moderna. Enumero sucintamente algunas de sus contribuciones en los últimos siglos, a sabiendas de que dejo fuera miles de hechos y hombres dignos de estudio. Lo que presento no es más que un vistazo, con el propósito de buscar luego razones que expliquen algunos fenómenos aparentemente inesperados de esa sociedad extraordinaria. De modo que la intención no es, en ningún caso, hacer erudición como el lector de noticias que presenta montones de hechos sin que le preocupe encontrar el hilo conductor que los enlaza y explica.

El pensamiento de los últimos tres siglos está dominado por Kant y sus teorías sobre los límites de la razón y sus consideraciones acerca de las condiciones de la paz mundial. Por el emperador del pensamiento, Hegel, el cual nos ha enseñado a todos, con su dialéctica implacablemente racional, a ver los hechos cotidianos en su perspectiva histórica. Así, por ejemplo, mientras su contemporáneo Fichte preparaba sus “Discursos a la Nación Alemana”, que contribuyeron en forma notable a la formación de la conciencia nacional germana, luego de la derrota prusiana de 1806 por las tropas napoleónicas en Jena; Hegel, por el contrario, desde su cuarto de estudio columbraba la historia, y oteando en la distancia veía en Napoleón un fenómeno más universal: el espíritu de la libertad a caballo, el fin del feudalismo. Y en la existencia o no del Estado como cúspide de una sociedad determinada, establecía la diferencia entre la civilización y la barbarie.

También hizo sus aportes Karl Marx con su exigencia de que la teoría fuera no simplemente instrumento de análisis, sino promotora del cambio social revolucionario. Y en base a un análisis pormenorizado de la sociedad que le tocó vivir, concluyó en la necesidad de la eliminación de la propiedad privada, fundamento del antagonismo de las clases sociales y del Estado como organismo exclusivamente coercitivo. Objeto: crear una sociedad nueva en la que cada uno aportaría conforme a su capacidad y recibiría de acuerdo a sus necesidades. Y apareció la utopía con millones en pro, y otros tantos en contra. No tenemos que estar de acuerdo necesariamente con su diagnóstico ni con su terapia social. Pero lo cierto es que, conjuntamente con estas ideas hay una serie de planteamientos sobre la filosofía de la historia y de orden metodológico, que hacen de sus ideas piedra con la que hay que tropezar necesariamente en el camino. Ahora bien; frente a Marx, el sociólogo Max Weber, tal vez el más importante del siglo XX, y uno de los adversarios más fuertes que a nivel teórico tuvo el marxismo, mostrando que si bien hay ciertamente una relación causa-efecto en la historia, ésta no se limita al aspecto económico.

A seguidas topamos con Nietzsche y su demanda de renovación de los valores, de la cultura puesta al servicio de la vida, aunque con su nihilismo daría pie al surgimiento del nazismo, con su crítica del supuesto envilecimiento cristiano, su desprecio olímpico de las masas y la definición del nuevo hombre como superhombre, en el cual lo esencial sería la ‘voluntad de poder’. Por eso Hitler diría más tarde: “No es el Estado quien nos ordena, somos nosotros quienes ordenamos al Estado.” Finalmente, nos encontramos con el filósofo existencialista Heidegger, al principio pronazi, quien desarrolló, paralelamente a Karl Jaspers —éste fue aislado por los nazis, por ser judía su mujer— un sistema de pensamiento que buscaba armonizar mitos, religión y ciencia. Jaspers se ocupó de reflexionar metódicamente sobre la teoría de la culpa alemana en el caso del surgimiento y apoyo del nazismo.

En Matemáticas bastaría citar a Gauss y Riemann, que terminaron con el imperio de más de dos mil años de Euclides en la Geometría, y cuyos aportes son la base de la Física teórica de hoy. Ésta, a su vez, sin los trabajos de Planck, creador de la esencial teoría cuántica, Einstein con su Teoría de la Relatividad y Heisenberg con su principio de incertidumbre que tanta influencia ha tenido no solamente en Física, sino en la filosofía del siglo XX, estaríamos aún entre Newton y Laplace. No puede dejarse de mencionar a Hertz, cuyas teorías y experimentos electromagnéticos condujeron a la invención del telégrafo, la radio y eventualmente al de la televisión y el teléfono. Sin los trabajos de todos ellos, no conoceríamos los horrores de la bomba atómica, pero tampoco de la alternativa futura de los viajes espaciales, ni el prodigio del horno de microondas, ni supiéramos de las bondades de la tecnología láser.

De frente nos encontramos con la contribución germana en el arte musical. Ellos tienen entre los suyos a quienes sin duda son la cúspide en la historia del supremo componer: Bach con sus Conciertos de Brandeburgo, el Clave bien temperado o sus fugas. Beethoven con sus insuperables sinfonías, sus conciertos para piano y violín, y sus cuartetos, que siempre dan lugar a interpretaciones de corte filosófico. Brahms, el custodio de la llama clásica, uno de los grandes sinfonistas de todos los tiempos. Wagner, con sus óperas centradas en los mitos arios y su antisemitismo como ensayista, con las que contribuyó en forma notoria a preparar el ambiente que le permitiría al nazismo prosperar.



Para los fines de este resumen debemos incluir a los siguientes austríacos, por ser germanos de pura cepa: el ‘padre’ del cuarteto y la sinfonía, Haydn, un hombre que desarrolló lo mejor de su talento cuando era ya un viejo. Mozart, acaso el más grande de los músicos llamados “clásicos” con sus óperas Don Juan y la Flauta Mágica, sinfonías y conciertos para piano y orquesta, y más que todo, el Requiem, obra de belleza estremecedora, acaso porque sabía que la muerte le rondaba y a fin de cuentas lloraba por sí mismo (murió componiendo precisamente el Lacrimosa). Schubert, aunque conocido por sus lieders o canciones, fue un sinfonista de talla; dejó inconclusa una sinfonía y muchísimas obras más, porque fue brevísima su vida truncada por el tifus. Cerrando el ciclo, Mahler, música de las profundidades del alma, donde se originan las neurosis.

Lo mismo puede decirse de sus pintores —Kirchner, Franz Marc por sólo citar dos— y literatos que dejando fuera a Goethe, Schiller o Herder, incluyen alturas como Bertold Brecht, con su teatro dirigido a combatir la pasividad y a promover la reflexión crítica. Heinrich Boll —un católico que se atrevió a criticar a su iglesia, el consumismo de la nueva sociedad y el vacío espiritual de la postguerra—. Coincidiendo en la crítica, Günter Grass y su célebre Tambor de hojalata. Antes, Lou Andreas-Salomé, belleza femenina en cuya obra sobresale una mezcla de psiquiatría, religión y sexo; Thomas Mann, literatura construida sobre la base de ironizar sobre el conflicto intelectual. Pero si la patria de un escritor es la lengua que habla, deberíamos incluir a Franz Kafka con su Proceso y Metamorfosis, a Rilke y a los psiquiatras Freud y Jung, creadores de una nueva rama de la ciencia: el Psicoanálisis, que pone en evidencia la existencia de fuerzas ocultas amorales en el reino subterráneo de la mente, cuya represión puede originar neurosis.

Por otro lado, ni hablar de la importancia que la industria alemana tiene en el mundo de hoy. Desde la creación del fármaco más popular, la llamada “píldora de la juventud”, la aspirina, sintetizada por Félix Hoffman, y la sulfamida, potente quimioterápico, eliminador de gérmenes nocivos, descubierto por Gehard Domagk y otras contribuciones que los ponen al frente de una creativa y poderosa industria farmacéutica; pasando por los V-2 y el misil teledirigido, creación de Von Braun, el hombre clave del programa espacial americano. Su excelente industria automovilística es símbolo de prestigio: Mercedes Benz, Karl Benz puede considerarse el primero que unió carrocería y el motor de gasolina, el de su socio Daimler, que había inventado en las postrimerías del siglo XIX, el mejor de los motores. Ferdinand Porsche, iniciador de los famosos carros deportivos, fue también el primero en diseñar el coche con el motor trasero, que luego originaría, bajo el nazismo, el célebre escarabajo de la Volkswagen (“auto del pueblo”).

Pero aparte de todo eso está el renacer alemán tras dos guerras mundiales, pese a cruelísimas condiciones impuestas por los ganadores. Miles de kilómetros de carreteras construídos en breves años; puentes, rieles y trenes. Hospitales, museos e institutos de investigación o creatividad artística. Tras la primera guerra mundial la industria y agricultura alemanas se hicieron autosuficientes usando para ello el poder de la ciencia y de la tecnología. Asombrados, pues, de este pueblo culto que ha podido crear a lo largo de los siglos todas estas maravillas, preguntamos: ¿Cómo pudo surgir un Hitler truculento, convirtiéndose en pocos años en el árbitro absoluto de esa gran nación? El Tratado de Versalles explica en gran parte el surgimiento de Hitler.

Un ejemplo muy concreto de que el severo aislamiento de un país, sometido al ahogamiento económico por indemnizaciones muy por encima de sus reales condiciones de pago, mutilado su territorio, no produce los efectos deseados, sino usualmente los contrarios. Ese tratado le prohibió a Alemania el rearme, le quitó territorios, y desató una hiperinflación que para hacer cambio de moneda había que andar con una carretilla o con un vagón detrás. Y no es una imagen jocosa: un dólar llegó a valer varios billones de marcos.

Por otra parte, tras la derrota en la primera guerra mundial, mientras la población alemana sufría grandes trabajos, el emperador Guillermo II, uno de los responsables directos del conflicto, huyó a los Países Bajos donde vivió tranquilamente en el Castillo de Doom; enviudó, volvió a casarse y cuando murió más de dos décadas después de los trágicos hechos que contribuó a desatar, Hitler le tributó honores militares. El vacío de poder lo ocupó el Partido Socialdemócrata Alemán, con Friedrich Ebert a la cabeza. Era noviembre de 1918.

Este partido, con un programa relativamente conservador —en el momento abogaba por una monarquía de régimen parlamentario, había pedido inúltimente tiempo atrás el cese de la guerra y propuesto un plan de paz, de ahí parte de su popularidad— debía enfrentarse a dificultades gigantescas, inauguró la República de Weimar que concluyó justo con el ascenso al poder del Führer. Mientras, se dieron una constitución democrático liberal, uno de cuyos redactores fue Max Weber, y tuvo que oponerse a varias rebeliones.

La primera fue la de los ‘espartaquistas’, tan pronto como en enero de 1919 encabezados por Karl Liebknecht y, sobre todo, por Rosa Luxemburgo, destacada intelectual marxista, aunque discrepaba del régimen centralizado de los bolcheviques, proponiendo a su vez uno con mayor participación de las organizaciones populares. Con independencia de ello, ambos fueron fusilados. La ultra derecha, por su parte, intentó dos golpes (putsch): uno dirigido por Wolfgang Kapp en marzo de 1920, que tras un aparente triunfo, tuvo que huir sacudido por masivas huelgas obreras. Inspirado en éste, lo intentó Hitler en Munich el 8 de noviembre de 1923, pero fue apresado y enviado a la cárcel, donde se dedicó a escribir Meinf Kampf, la obra que sintetiza su ideario.

Nótese bien la diferencia de trato: los espartaquistas fueron inmediatamente fusilados sin contemplaciones, Kapp y Hitler simplemente detenidos. La razón es que los industriales alemanes y los terratenientes prusianos (junkers), y los partidos como el del católico Von Papen, en lugar de apuntalar el tímido régimen socialdemócrata que tenían y abocarse a reformas por lentas que fuesen, veían en la izquierda un diablo de muy largos colmillos y cachos afilados que los llenaban de espanto. Por eso terminaron entregándole el poder a Hitler, para que la contuviese drásticamente. Una vez estuvo Hitler en el poder, Von Papen viajó a Roma, para tranquilizar a su nuevo monstruo, donde firmó un concordato que armonizaba las relaciones de la Iglesia con los nazis.

De este lado del mundo, creo haber leído que el Senado de Estados Unidos se negó a ratificar el Tratado de Versalles. Habría que confirmar el dato. Lo seguro si fue que, pasados unos años, en 1924, el gobierno norteamericano formuló el “Plan Dawes” —por ser Charles Dawes quien lo encabezara, el mismo que años más tarde visitaría República Dominicana, en tiempos de Horacio Vásquez, y que criticó los manejos financieros de Trujillo al frente del ejército, crítica a la que el presidente Horacio lamentablemente no hizo caso, para terminar luego derribado por Trujillo en uno de los golpes de Estado más astutamente planificados de la historia—.

En fin, que el Plan Dawes le quitaba presión al gobierno alemán, haciendo los pagos de las amortizaciones de la deuda más reales, y sobre todo, facilitándole adquirir créditos en el extranjero, principalmente claro, en los propios Estados Unidos. Así las cosas, la economía alemana comenzaba progresivamente a mejorar, cuando en eso se presentó la depresión económica de 1929, cuyo epicentro fue Estados Unidos, pero que como un gigantesco huracán barrió con sus vientos terribles la economía mundial. Fue el gran momento de Hitler: “ Queréis saber quiénes son los culpables de vuestro desempleo, los culpables de esta crisis sin igual? Son los judíos y los comunistas que encabezan una conspiración mundial”.

Definitivamente, no todo queda explicado por el humillante Tratado de Versalles. Al parecer, en cualquier pueblo, sin importar sus tradiciones y grado de cultura, cuando aparece un demagogo brillante, disfrazado de salvador, asistido por publicistas e intelectuales de la misma camada, que mezclando simpatía y determinación, manipule para sus fines siniestros los temores, mitos y creencias del conglomerado que le oye o sigue, puede entonces adueñarse del poder, contra toda razón o justicia. ¡Ah, lo irracional, el mito y el miedo, que bajo determinadas condiciones pueden llegar a prevalecer sobre toda cordura, ciencia o razonamiento! [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002

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