OPINION
Leonel Fernández el gran perdedor
Por PEDRO CATRAIN*
La imagen épica, invasiva de Leonel Fernández, desbordando el escenario electoral sin ser candidato, nos ha develado súbitamente su imagen real.
La sociedad contempló como espectador pasivo el espectáculo del deterioro de la vida pública, sin asombros, sin molestarse por salir de su cómodo espacio privado.
De repente ha sido convulsionada por el escenario de las recién pasadas elecciones, lo público se convirtió en privado.
Montado en su jipeta negra blindada, impregnándole un aire triunfal, Leonel Fernández, se paseó por todos los rincones del país (real), insertado en la multitud, al mismo tiempo distante, protegido por la seguridad.
El rostro no se podía maquillar como en el espectáculo mediático, ni existía la magia del telepronter, no se podía leer el libreto de New Links o gozar la protección de su bunker preferido: FUNGLODE, con su audiencia cautiva como garantía de su espacio virtual.
Se expuso demasiado, cayó en la trampa, lanzándose a la incertidumbre de la calle, que como dice Roger Bartra, “es una red de mediaciones que capta las peculiaridades de los polos contradictorios de las paradojas sociales y de las incongruencias políticas.”
Con su pelo y bigote teñidos, como los militares cuando entran en edad, pretendiendo postergar la jubilación, de repente se convirtió en un señor del pasado, exhibiendo el germen de su decadencia.
La agenda legislativa para el progreso se enlodó con prácticas perversas, el propulsor de reformas constitucionales que nos conduciría hacia la sociedad del siglo XXI, quedo varado en el siglo XX, convirtiéndose en el gran mago del transfuguismo, del uso inescrupuloso de los recursos del Estado, pisoteando la institucionalidad democrática, subordinando la Junta Central Electoral como correa de trasmisión de su partido, en la cual había colocado uno de sus cuadros incondicionales.
La resonancia de estos hechos trascendió nuestra geografía, penetró el mundo de la globalización.
La cadena norteamericana CBS, ha presentado al Presidente como un “dictador moderno”.
Los trapos sucios del patio interior nunca habían traspasado el exterior, donde se movía como el gran actor de la democracia. Hoy , el mundo no es un espacio estanco, es un conjunto de hechos entrecruzados, con un destino común.
La coyuntura electoral nos coloca en un terreno movedizo, se ha desplomado la institucionalidad democrática, las elecciones vuelven aparecer como momento traumático.
La JCE, bajo el criterio de que la democracia es cara y hay que pagarla, facturó excesivamente, no sólo económicamente, sino con ineficiencia, falta de equidad y subordinación lacerante al Poder Ejecutivo.
Los resultados electorales han configurado una cartografía compleja en la que los mapas se superponen. El morado antes que anunciar la fiesta de la democracia, muestra su funeral.
El rojo de la provincia Altagracia, expresa un lado vergonzoso al colocar a uno de los mayores desfalcadores del erario público por octava vez en la Senaduría.
El blanco no refleja transparencia, sino confusión y decadencia.
El mapa significativo es el de la abstención, las nueve provincias con mayor concentración poblacional y económica, presentan una brecha de desconfianza de los ciudadanos entre un 43% y un 64%.
Esta realidad electoral evidencia que nos encontramos frente a dos sociedades.
Una, el binomio corrupto del PLD y PRD, enclavada en el siglo XX, dirigida por un caudillo que ha congelado la miseria de nuestra sociedad como base del clientelismo más grotesco de nuestra historia, y otra, con un rechazo pasivo que muestra su repudio, haciendo antesala a la sociedad del siglo XXI, con su diversidad económica, social, étnica, religiosa, generacional, sexual y de genero, que anhela la transparencia, la tolerancia y la ética pública como formas de convivencia social.
Nos encontramos ante una fuerte crisis de gobernabilidad, en la que el Presidente ha perdido su capacidad de mediación, y donde la esfera pública se ha privatizado en función del partido oficial.
El Congreso electo, ni la justicia, ni la próxima Junta Central Electoral pueden ser mecanismos que garanticen la transparencia, ni frenar la corrupción y la impunidad, ante un poder omnímodo que carece de límites y controles.
Las relaciones entre gobierno y PRD, marcadas por el pacto de la reforma constitucional, entran en una nueva fase. Dejan atrás el acuerdo de aposento entre los dos líderes principales, desatando una guerra frontal, en la cual todos los otros líderes del Partido Blanco reclaman la cabeza de Miguel Vargas, por no haber tenido la capacidad de ser una oposición crítica. La incapacidad de Leonel Fernández y el PLD de relacionarse con la sociedad civil, más allá de dos o tres empresarios, o de la cúpula de la iglesia católica, demanda, ante la gravedad de la crisis post-electoral, a no reproducir las soluciones anteriores de repartos de Senadurías y diputaciones de la JCE, el Poder Judicial o el Tribunal Constitucional entre el PLD y el PRD.
Ante una situación electoral en la cual la democracia toca fondo, donde por primera vez todos los partidos se acusan de fraude, denunciando la existencia de mafias internas, la solución no puede ser simple, tiene que partir del reconocimiento de nuestra precariedad institucional y de la incapacidad del PLD y el PRD de ser gestores idóneos de nuestra vida pública.
El momento requiere pensar en serio la democracia, reconociendo la cartografía política, donde un 55% desconfía de los partidos tradicionales. Se necesita una nueva institucionalidad que garantice transparencia, ética pública, liderazgos incluyentes y no totalizantes, para entrar en la sociedad post heroica del siglo XXI, dejando atrás caudillos y perversidades de la política criolla.
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