Fraude electoral, 1994
Frank Moya Pons
Diario Libre, Sábado 22 de Mayo de 2010
En estos momentos en que los políticos discuten si hubo o no fraude en ciertos distritos electorales durante las elecciones congresuales y municipales celebradas el pasado 16 de mayo, y mientras se dilucida la cuestión, pienso que conviene recordar, para que no se olvide, cómo y quienes ejecutaron el colosal fraude electoral en las elecciones generales de 1994.
Como los lectores deben recordar, en anticipación a los comicios los partidos políticos realizaron sus primarias y se dedicaron a formar alianzas para competir en las urnas el 16 de mayo de aquel año.
Tras haber perdido las elecciones en 1990, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) decidió reorganizarse y expulsó de sus filas a algunos disidentes. Los peledeístas decidieron participar en las elecciones llevando nuevamente a Juan Bosch como candidato presidencial. Su candidato a vicepresidente fue Leonel Fernández, un joven abogado que había pasado su niñez y juventud en los Estados Unidos y que había hecho una carrera ascendente dentro del partido, gracias a sus extraordinarias dotes de comunicador y político.
El Partido Revolucionario Dominicano (PRD) también se reorganizó y logró recuperarse de sus profundas divisiones. Volcó todos sus recursos y energías en la candidatura de su líder, José Francisco Peña Gómez. A fin de ampliar su base electoral, Peña Gómez se acercó tanto a los partidos de izquierda como de derecha. Con cinco de ellos formó una alianza que se llamó Acuerdo de Santo Domingo, y escogió al político reformista Fernando Álvarez Bogaert como su compañero de boleta.
Álvarez Bogaert había sido escogido por Balaguer como compañero de boleta en el año de 1978 pero tuvo que renunciar empujado por las presiones en su contra que ejerció la cúpula militar sobre Balaguer. Desde entonces Balaguer y Álvarez se distanciaron y, en ocasiones, llegaron a enfrentarse públicamente.
Balaguer, por su parte, escogió como compañero a Jacinto Peynado, un joven empresario neo-trujillista reconocido por su personalidad autoritaria y sus conexiones con los militares. Balaguer fue respaldado por ocho partidos políticos, dos de los cuales eran básicamente organizaciones paramilitares: el Partido Nacional de los Veteranos Civiles y el Partido Quisqueyano Demócrata.
A medida que se acercaban las elecciones comenzaron los rumores y las denuncias de que se iba a producir un fraude en la Junta Central Electoral (JCE). Esta información salió del mismo corazón de la JCE y fue ampliamente publicitada por los medios de comunicación, creando preocupación entre muchos observadores y en las embajadas extranjeras en Santo Domingo.
Peña Gómez prestó poca atención a las denuncias, aun cuando algunos dirigentes de su partido se referían a ellas continuamente. Convencido de que ganaría por un amplio margen las elecciones Peña Gómez solicitó la firma de un pacto entre los candidatos que los obligara a no declarar victoria antes de que la JCE señalara oficialmente al ganador. Este fue el primero de una serie de errores cometido por Peña Gómez.
El segundo fue no darse cuenta de lo que el gobierno y el PRSC estaban haciendo en la Junta Central Electoral. Mediante un meticuloso trabajo, los agentes gobiernistas recopilaron los números de identidad de la mayoría de los militantes registrados en el PRD y utilizaron estos datos para excluir a los votantes perredeístas de los padrones oficiales.
La JCE había entregado a cada partido político una copia del padrón electoral que debía utilizarse en las elecciones. Días antes del sufragio, los reformistas produjeron un registro nacional de votantes adulterado actuando de la siguiente manera: 1) suplantaron los nombres y apellidos reales de los votantes del PRD con otros ficticios; 2) reemplazaron los números reales de las cédulas con otros falsos, y 3) reubicaron a decenas de miles de votantes en mesas de votación distintas a las que les correspondían.
Luego, con el consentimiento y la complicidad de los jueces de la JCE, reemplazaron el padrón electoral legítimo con el adulterado y distribuyeron éste en las mesas electorales en los días anteriores a las elecciones.
La embajada de los Estados Unidos en Santo Domingo recibió información confiable sobre lo que se estaba tramando, y el 9 de mayo el embajador Robert Pastorino, instado por la Directora de la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID), expresó públicamente su preocupación e íntima convicción de que se estaba preparando un gran fraude electoral.
Sus comentarios fueron rechazados de inmediato por los políticos balagueristas y por algunos de los adversarios de Peña Gómez, como Jacobo Majluta, ahora candidato presidencial de un grupo minoritario llamado Partido Revolucionario Independiente (PRI) que se había separado del PRD.
A pesar de todas las denuncias sobre un eminente fraude electoral, la Junta prosiguió preparando las elecciones con el padrón alterado pues sus jueces eran cómplices del fraude. El 16 de mayo, cuando los dominicanos se dirigieron a las urnas, decenas de miles de votantes se encontraron con que sus nombres o centros de votación habían sido dislocados.
Al presentar sus carnés de identidad miles de votantes fueron rechazados cuando les dijeron que sus nombres no existían, mientras otros miles fueron redirigidos a centros de votación lejanos, sólo para descubrir que en esa nueva dirección tampoco aparecían registrados.
Muchos ciudadanos vieron que los números de sus cédulas no coincidían con los que aparecían en los listados con sus nombres y, por tanto, no eran aceptados como votantes. Muchos otros constataron que sus nombres o apellidos aparecían cambiados y tampoco pudieron votar. Hubo muchos cuyos nombres sencillamente no aparecieron en ningún listado. Aquello fue un caos total.
Peña Gómez no gozaba del apoyo del empresariado ni de la Iglesia Católica ni de los dueños de medios de comunicación. Cuando denunció el fraude al día siguiente, la mayoría de los líderes empresariales en el país rechazaron sus reclamos y le solicitaron que aceptara con buena cara su derrota.
Muchos periodistas, obispos, sacerdotes, políticos, empresarios, así como muchos académicos, tanto liberales como izquierdistas, además de la derecha política, rechazaron la posibilidad de un fraude y exigieron a Peña Gómez reconocer la victoria de Balaguer.
Solamente un pequeño grupo de asesores y amigos de Peña Gómez, y aquellos observadores internacionales y diplomáticos extranjeros que habían monitoreado de cerca el proceso, entre ellos la embajada de Estados Unidos en Santo Domingo, estaban convencidos de que se había cometido un fraude.
A Peña Gómez y sus asesores les tomó varias semanas convencer a la opinión pública de que había sido despojado de su victoria mediante trampas, tal y como le había sucedido a Juan Bosch en el 1990. A Peña Gómez y sus asesores le costo mucho trabajo convencer a la opinión pública porque los adversarios del PRD lanzaron una intensa campaña en sus periódicos, en la televisión y en las estaciones radiales encaminada a demostrar que Peña Gómez había inventado el fraude para ocultar su derrota.
Aun cuando inicialmente algunos observadores internacionales tuvieron serias dudas iniciales sobre la realidad del fraude, su excepticismo se desvaneció cuando analizaron las primeras evidencias. A partir de entonces reaccionaron públicamente y expresaron que, ciertamente, se había producido una masiva dislocación de votantes en el padrón electoral.
A seguidas se produjo una seria crisis política que duró tres meses y en la que se vieron envueltos el gobierno estadounidense, la Organización de Estados Americanos (OEA), la Iglesia Católica y las Naciones Unidas. La mayoría de los obispos y líderes empresariales favorecían abiertamente a Balaguer y a Peynado.
Esta posición era compartida por el enviado especial de la OEA quien apenas podía disimular su antipatía hacia Peña Gómez y obstaculizaba muchas de las iniciativas destinadas a exponer el fraude. Su renuencia a reconocer los reclamos de Peña Gómez sumó nuevos obstáculos a la solución de la crisis.
A medida que pasaban las semanas, se fue haciendo cada vez más evidente la complicidad de los jueces y algunos técnicos de la Junta Central Electoral, pero muy pronto quedó al descubierto la existencia de dos listas nacionales de votantes, una limpia y otra alterada en posesión de los jueces electorales, quienes se negaban tercamente a mostrar la lista utilizada el día de las votaciones.
A pesar de esa resistencia, muy pronto quedó establecido que el padrón electoral limpio, distribuido de manera oficial a todos los partidos políticos con gran antelación a las elecciones y según lo establecido por ley, era completamente diferente a la lista fraudulenta que fue plantada por la JCE en las mesas de votación el día de las elecciones.
La prensa extranjera y muchas organizaciones políticas internacionales y de derechos humanos elevaron sus protestas y criticaron ampliamente a Balaguer y sus maniobras para quedarse en el poder de una manera ilegal e indefinida. Los asesores de Peña Gómez que investigaron la forma en que se había efectuado el fraude, hicieron públicos sus hallazgos y pudieron comprobar que el número de votantes dislocados era aún mayor de lo previsto inicialmente.
La presión internacional forzó a la Junta Central Electoral a nombrar una "comisión de verificación" compuesta por técnicos en informática. El 12 de julio, este grupo, actuando bajo una presión extrema por parte de la comunidad internacional, reportó que de las 1,900 mesas electorales analizadas, por lo menos 1,468 habían sido afectadas por el fraude. Poco antes de completar su informe, surgió nueva evidencia de que por lo menos 100,663 votantes habían sido dislocados en más de 3,000 mesas electorales repartidas en 63 de los 105 municipios.
Gradualmente, los asesores de Peña Gómez lograron demostrar que los arquitectos del fraude habían tenido el cuidado de no dislocar demasiados votantes en cada mesa (solamente alrededor de un 20 por ciento) para no restarle validez a las elecciones generales. Sin embargo, el número total de los votantes dislocados le arrebató el primer lugar a Peña Gómez mientras que le otorgó a Balaguer el número necesario para superar a su adversario.
Los números oficiales fabricados por la JCE arrojaron que Balaguer obtuvo 1,275,460 votos, mientras que Peña Gómez recibió 1,253,179; Bosch reunió 395,653; Majluta, 68,910 y un pequeño partido de izquierda llamado MIUCA, 22,548. Según la JCE, 3,598,328 votantes habían asistido a las urnas y el nivel de abstención había alcanzado un porcentaje "históricamente bajo" de 14 por ciento.
Según la Junta, la diferencia entre Balaguer y Peña Gómez fue de apenas 22,281 votos. La JCE utilizó estas cifras para aplacar a Peña Gómez y tratar de convencerlo de que su participación había sido excelente, pero no lo suficiente para derrotar a un gran líder histórico de la estatura de Balaguer; por lo tanto, Peña Gómez debía aceptar la victoria de su adversario. De acuerdo a la JCE, Balaguer "ganó" la contienda electoral.
Durante todo este proceso la Junta recibió el apoyo constante de varios obispos y de los líderes empresariales, así como de muchos miembros de la prensa que se resistían a reconocer que se había cometido un fraude. Estas personas no se cansaban de afirmar que la crisis era de índole interna y que debía ser resuelta únicamente por la institución a la que competía, es decir, la Junta Central Electoral.
El Cardenal-Arzobispo, conocido antagonista de Peña Gómez, luchó abiertamente para convencer a la comunidad internacional de que dejaran el problema en manos de la Junta porque éste era "un asunto doméstico" que debía ser resuelto por las autoridades dominicanas.
El 2 de agosto, la Junta publicó los resultados oficiales. Para ese entonces muy pocos confiaban en ellos, pues para entonces la mayoría de los dominicanos estaban convencidos de que las elecciones habían sido una gran trampa.
El fraude fue planeado y ejecutado por tres células reformistas clandestinas. Una operaba en un hotel de Santo Domingo, la segunda en la oficina de un distribuidor de automóviles y la tercera dentro de la misma Junta Central Electoral.
Una vez comprobadas muchas de las irregularidades, Balaguer y Peña Gómez se reunieron la noche del 9 de agosto para discutir una salida a la crisis, y allí reconocieron que el margen entre los votos obtenidos por cada uno era tan estrecho que cualquiera de los dos podría haber resultado electo legítimamente. En consecuencia, Balaguer propuso, y Peña Gómez aceptó, que ambos compartieran el poder por un período de dos años cada uno.
Según este esquema, que sería refrendado por un acuerdo firmado por ambos, Balaguer continuaría en la presidencia por los dos años siguientes, mientras que Peña Gómez sería designado vicepresidente y reemplazaría a Balaguer veinticuatro meses más tarde. Peña Gómez estaba muy inclinado a negociar una enmienda constitucional para facilitar este acuerdo, pero sus asesores y la cúpula del PRD rechazaron el plan como una maniobra más de Balaguer que no debía aceptarse bajo ninguna circunstancia. Por ello, el pacto se vino abajo.
Sin embargo, las conversaciones continuaron al día siguiente y Peña Gómez le presentó a Balaguer una contrapropuesta que permitiría a Balaguer seguir gobernando por dos años más bajo las siguientes condiciones: Primero, había que aprobar una enmienda constitucional para permitir que los candidatos congresuales electos se juramentaran y ocuparan sus puestos como senadores y diputados, a pesar de todas las fallas encontradas en el proceso electoral.
Este nuevo Congreso ejercería sus funciones hasta 1998. Segundo, la administración de Balaguer debía concluir dos años más tarde, en agosto de 1996. Balaguer debía abandonar entonces la presidencia después de permitir nuevas elecciones libres que estarían organizadas bajo una nueva Junta, sujeta a una nueva ley electoral, con estrictos controles y bajo supervisión internacional. Tercero, la reelección presidencial para un segundo término consecutivo quedaría prohibida. Cuarto, a fin de ser electo presidente, un candidato debería obtener una votación de 45 por ciento más un voto. Si este no era el caso, tendría que realizarse una segunda vuelta. Quinto, como resultado de este pacto las elecciones congresuales y presidenciales se mantendrían separadas alternando cada dos años.
Balaguer aceptó esos términos y firmó con Peña Gómez un "Pacto por la Democracia", en el Palacio Nacional, frente a docenas de testigos de todos los sectores de la sociedad, el 10 de agosto de 1994, seis días antes de que Balaguer finalizara formalmente su mandato constitucional. Los dominicanos lograron así evitar una crisis constitucional y, posiblemente, una guerra civil, algo que atemorizaba tanto a Balaguer como a Peña Gómez.
Sin embargo, al último minuto y justo antes de la firma del pacto, se produjo una reunión secreta entre los ayudantes más cercanos de Balaguer y una delegación del Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Estos dos grupos modificaron secretamente el borrador del pacto para aumentar en un 50 por ciento más uno el número de votos requeridos para evitar una segunda vuelta.
Ambos partidos sabían que Peña Gómez gozaba de una gran popularidad y que no le sería muy difícil obtener el 45 por ciento de los votos y salir electo en una primera vuelta en las elecciones programadas para dos años más tarde, el 16 mayo de 1996.
Eso no era lo que Balaguer y Peña Gómez habían acordado, pero para los dirigentes del PLD esta era una maniobra necesaria para evitar que Peña Gómez llegara a la presidencia. Minutos antes de la firma del pacto, el consultor jurídico de Balaguer advirtió a Peña Gómez, por vía de un importante perredeísta allí presente, de lo que se estaba tramando, pero éste ya no deseaba seguir luchando.
Peña Gómez estaba exhausto y muy enfermo para comenzar a batallar de nuevo. Su único deseo era terminar con la crisis y retirarse a descansar. Exactamente un mes más tarde se hizo público que Peña Gómez padecía de un agresivo cáncer de páncreas. Al aceptar ese cambio, Peña Gómez cometió uno de los errores más grandes de su carrera, algo que reconoció algún tiempo después.
Efectivamente, en las siguientes elecciones presidenciales, celebradas el 16 de mayo de 1996 bajo la supervisión de una nueva Junta Central Electoral y en presencia de cientos de observadores internacionales y miles de observadores nacionales, los votos se dividieron de tal manera que ninguno de los candidatos logró obtener la mayoría requerida del 50 por ciento más uno.
Peña Gómez obtuvo 1,333,925 votos (49 por ciento); Fernández recibió 1,130,535 votos (39 por ciento); mientras que Peynado quedó en un lejano tercer lugar con 435,504 votos (15 por ciento). Ahora, por primera vez en la historia dominicana, el electorado tendría que concurrir a una segunda vuelta en un plazo de 45 días.
Al regresar a las urnas el 30 de junio, Leonel Fernández, con el apoyo de Joaquín Balaguer, derrotó a Peña Gómez por un escaso margen de 71,741 votos. Los principales líderes del PRD quisieron refutar los resultados mediante la denuncia de un nuevo fraude, pero esta vez Peña Gómez se encontraba muy fatigado y enfermo, y rechazó complacer sus deseos, diciéndoles que el país estaba hastiado de tanto debate político en los últimos dos años. Por tanto, aceptó los resultados y el 16 de agosto de 1996 Leonel Fernández asumió la presidencia de la República en una transición pacífica.
De Frank Moya Pons
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viernes, 28 de mayo de 2010
sábado, 22 de mayo de 2010
ALEMANIA, CULTURA Y EL ORIGEN HISTORICO DE ADOLFO HITLER
Alemania, cultura y el origen historico de Hitler
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José Tobías Beato | El Tratado de Versalles explica en gran parte el surgimiento de Hitler. Un ejemplo muy concreto de que el severo aislamiento de un país, no produce los efectos deseados, sino usualmente los contrarios.
Estudiando el surgimiento del nazismo y extendiendo obligatoriamente el radio hacia la historia de Alemania, en un renovado afán de comprender, no puede uno sino quedar admirado del pueblo alemán, creador de una cultura poderosa al tiempo que refinada. Su aporte es uno de los pilares de la civilización moderna. Enumero sucintamente algunas de sus contribuciones en los últimos siglos, a sabiendas de que dejo fuera miles de hechos y hombres dignos de estudio. Lo que presento no es más que un vistazo, con el propósito de buscar luego razones que expliquen algunos fenómenos aparentemente inesperados de esa sociedad extraordinaria. De modo que la intención no es, en ningún caso, hacer erudición como el lector de noticias que presenta montones de hechos sin que le preocupe encontrar el hilo conductor que los enlaza y explica.
El pensamiento de los últimos tres siglos está dominado por Kant y sus teorías sobre los límites de la razón y sus consideraciones acerca de las condiciones de la paz mundial. Por el emperador del pensamiento, Hegel, el cual nos ha enseñado a todos, con su dialéctica implacablemente racional, a ver los hechos cotidianos en su perspectiva histórica. Así, por ejemplo, mientras su contemporáneo Fichte preparaba sus “Discursos a la Nación Alemana”, que contribuyeron en forma notable a la formación de la conciencia nacional germana, luego de la derrota prusiana de 1806 por las tropas napoleónicas en Jena; Hegel, por el contrario, desde su cuarto de estudio columbraba la historia, y oteando en la distancia veía en Napoleón un fenómeno más universal: el espíritu de la libertad a caballo, el fin del feudalismo. Y en la existencia o no del Estado como cúspide de una sociedad determinada, establecía la diferencia entre la civilización y la barbarie.
También hizo sus aportes Karl Marx con su exigencia de que la teoría fuera no simplemente instrumento de análisis, sino promotora del cambio social revolucionario. Y en base a un análisis pormenorizado de la sociedad que le tocó vivir, concluyó en la necesidad de la eliminación de la propiedad privada, fundamento del antagonismo de las clases sociales y del Estado como organismo exclusivamente coercitivo. Objeto: crear una sociedad nueva en la que cada uno aportaría conforme a su capacidad y recibiría de acuerdo a sus necesidades. Y apareció la utopía con millones en pro, y otros tantos en contra. No tenemos que estar de acuerdo necesariamente con su diagnóstico ni con su terapia social. Pero lo cierto es que, conjuntamente con estas ideas hay una serie de planteamientos sobre la filosofía de la historia y de orden metodológico, que hacen de sus ideas piedra con la que hay que tropezar necesariamente en el camino. Ahora bien; frente a Marx, el sociólogo Max Weber, tal vez el más importante del siglo XX, y uno de los adversarios más fuertes que a nivel teórico tuvo el marxismo, mostrando que si bien hay ciertamente una relación causa-efecto en la historia, ésta no se limita al aspecto económico.
A seguidas topamos con Nietzsche y su demanda de renovación de los valores, de la cultura puesta al servicio de la vida, aunque con su nihilismo daría pie al surgimiento del nazismo, con su crítica del supuesto envilecimiento cristiano, su desprecio olímpico de las masas y la definición del nuevo hombre como superhombre, en el cual lo esencial sería la ‘voluntad de poder’. Por eso Hitler diría más tarde: “No es el Estado quien nos ordena, somos nosotros quienes ordenamos al Estado.” Finalmente, nos encontramos con el filósofo existencialista Heidegger, al principio pronazi, quien desarrolló, paralelamente a Karl Jaspers —éste fue aislado por los nazis, por ser judía su mujer— un sistema de pensamiento que buscaba armonizar mitos, religión y ciencia. Jaspers se ocupó de reflexionar metódicamente sobre la teoría de la culpa alemana en el caso del surgimiento y apoyo del nazismo.
En Matemáticas bastaría citar a Gauss y Riemann, que terminaron con el imperio de más de dos mil años de Euclides en la Geometría, y cuyos aportes son la base de la Física teórica de hoy. Ésta, a su vez, sin los trabajos de Planck, creador de la esencial teoría cuántica, Einstein con su Teoría de la Relatividad y Heisenberg con su principio de incertidumbre que tanta influencia ha tenido no solamente en Física, sino en la filosofía del siglo XX, estaríamos aún entre Newton y Laplace. No puede dejarse de mencionar a Hertz, cuyas teorías y experimentos electromagnéticos condujeron a la invención del telégrafo, la radio y eventualmente al de la televisión y el teléfono. Sin los trabajos de todos ellos, no conoceríamos los horrores de la bomba atómica, pero tampoco de la alternativa futura de los viajes espaciales, ni el prodigio del horno de microondas, ni supiéramos de las bondades de la tecnología láser.
De frente nos encontramos con la contribución germana en el arte musical. Ellos tienen entre los suyos a quienes sin duda son la cúspide en la historia del supremo componer: Bach con sus Conciertos de Brandeburgo, el Clave bien temperado o sus fugas. Beethoven con sus insuperables sinfonías, sus conciertos para piano y violín, y sus cuartetos, que siempre dan lugar a interpretaciones de corte filosófico. Brahms, el custodio de la llama clásica, uno de los grandes sinfonistas de todos los tiempos. Wagner, con sus óperas centradas en los mitos arios y su antisemitismo como ensayista, con las que contribuyó en forma notoria a preparar el ambiente que le permitiría al nazismo prosperar.
Para los fines de este resumen debemos incluir a los siguientes austríacos, por ser germanos de pura cepa: el ‘padre’ del cuarteto y la sinfonía, Haydn, un hombre que desarrolló lo mejor de su talento cuando era ya un viejo. Mozart, acaso el más grande de los músicos llamados “clásicos” con sus óperas Don Juan y la Flauta Mágica, sinfonías y conciertos para piano y orquesta, y más que todo, el Requiem, obra de belleza estremecedora, acaso porque sabía que la muerte le rondaba y a fin de cuentas lloraba por sí mismo (murió componiendo precisamente el Lacrimosa). Schubert, aunque conocido por sus lieders o canciones, fue un sinfonista de talla; dejó inconclusa una sinfonía y muchísimas obras más, porque fue brevísima su vida truncada por el tifus. Cerrando el ciclo, Mahler, música de las profundidades del alma, donde se originan las neurosis.
Lo mismo puede decirse de sus pintores —Kirchner, Franz Marc por sólo citar dos— y literatos que dejando fuera a Goethe, Schiller o Herder, incluyen alturas como Bertold Brecht, con su teatro dirigido a combatir la pasividad y a promover la reflexión crítica. Heinrich Boll —un católico que se atrevió a criticar a su iglesia, el consumismo de la nueva sociedad y el vacío espiritual de la postguerra—. Coincidiendo en la crítica, Günter Grass y su célebre Tambor de hojalata. Antes, Lou Andreas-Salomé, belleza femenina en cuya obra sobresale una mezcla de psiquiatría, religión y sexo; Thomas Mann, literatura construida sobre la base de ironizar sobre el conflicto intelectual. Pero si la patria de un escritor es la lengua que habla, deberíamos incluir a Franz Kafka con su Proceso y Metamorfosis, a Rilke y a los psiquiatras Freud y Jung, creadores de una nueva rama de la ciencia: el Psicoanálisis, que pone en evidencia la existencia de fuerzas ocultas amorales en el reino subterráneo de la mente, cuya represión puede originar neurosis.
Por otro lado, ni hablar de la importancia que la industria alemana tiene en el mundo de hoy. Desde la creación del fármaco más popular, la llamada “píldora de la juventud”, la aspirina, sintetizada por Félix Hoffman, y la sulfamida, potente quimioterápico, eliminador de gérmenes nocivos, descubierto por Gehard Domagk y otras contribuciones que los ponen al frente de una creativa y poderosa industria farmacéutica; pasando por los V-2 y el misil teledirigido, creación de Von Braun, el hombre clave del programa espacial americano. Su excelente industria automovilística es símbolo de prestigio: Mercedes Benz, Karl Benz puede considerarse el primero que unió carrocería y el motor de gasolina, el de su socio Daimler, que había inventado en las postrimerías del siglo XIX, el mejor de los motores. Ferdinand Porsche, iniciador de los famosos carros deportivos, fue también el primero en diseñar el coche con el motor trasero, que luego originaría, bajo el nazismo, el célebre escarabajo de la Volkswagen (“auto del pueblo”).
Pero aparte de todo eso está el renacer alemán tras dos guerras mundiales, pese a cruelísimas condiciones impuestas por los ganadores. Miles de kilómetros de carreteras construídos en breves años; puentes, rieles y trenes. Hospitales, museos e institutos de investigación o creatividad artística. Tras la primera guerra mundial la industria y agricultura alemanas se hicieron autosuficientes usando para ello el poder de la ciencia y de la tecnología. Asombrados, pues, de este pueblo culto que ha podido crear a lo largo de los siglos todas estas maravillas, preguntamos: ¿Cómo pudo surgir un Hitler truculento, convirtiéndose en pocos años en el árbitro absoluto de esa gran nación? El Tratado de Versalles explica en gran parte el surgimiento de Hitler.
Un ejemplo muy concreto de que el severo aislamiento de un país, sometido al ahogamiento económico por indemnizaciones muy por encima de sus reales condiciones de pago, mutilado su territorio, no produce los efectos deseados, sino usualmente los contrarios. Ese tratado le prohibió a Alemania el rearme, le quitó territorios, y desató una hiperinflación que para hacer cambio de moneda había que andar con una carretilla o con un vagón detrás. Y no es una imagen jocosa: un dólar llegó a valer varios billones de marcos.
Por otra parte, tras la derrota en la primera guerra mundial, mientras la población alemana sufría grandes trabajos, el emperador Guillermo II, uno de los responsables directos del conflicto, huyó a los Países Bajos donde vivió tranquilamente en el Castillo de Doom; enviudó, volvió a casarse y cuando murió más de dos décadas después de los trágicos hechos que contribuó a desatar, Hitler le tributó honores militares. El vacío de poder lo ocupó el Partido Socialdemócrata Alemán, con Friedrich Ebert a la cabeza. Era noviembre de 1918.
Este partido, con un programa relativamente conservador —en el momento abogaba por una monarquía de régimen parlamentario, había pedido inúltimente tiempo atrás el cese de la guerra y propuesto un plan de paz, de ahí parte de su popularidad— debía enfrentarse a dificultades gigantescas, inauguró la República de Weimar que concluyó justo con el ascenso al poder del Führer. Mientras, se dieron una constitución democrático liberal, uno de cuyos redactores fue Max Weber, y tuvo que oponerse a varias rebeliones.
La primera fue la de los ‘espartaquistas’, tan pronto como en enero de 1919 encabezados por Karl Liebknecht y, sobre todo, por Rosa Luxemburgo, destacada intelectual marxista, aunque discrepaba del régimen centralizado de los bolcheviques, proponiendo a su vez uno con mayor participación de las organizaciones populares. Con independencia de ello, ambos fueron fusilados. La ultra derecha, por su parte, intentó dos golpes (putsch): uno dirigido por Wolfgang Kapp en marzo de 1920, que tras un aparente triunfo, tuvo que huir sacudido por masivas huelgas obreras. Inspirado en éste, lo intentó Hitler en Munich el 8 de noviembre de 1923, pero fue apresado y enviado a la cárcel, donde se dedicó a escribir Meinf Kampf, la obra que sintetiza su ideario.
Nótese bien la diferencia de trato: los espartaquistas fueron inmediatamente fusilados sin contemplaciones, Kapp y Hitler simplemente detenidos. La razón es que los industriales alemanes y los terratenientes prusianos (junkers), y los partidos como el del católico Von Papen, en lugar de apuntalar el tímido régimen socialdemócrata que tenían y abocarse a reformas por lentas que fuesen, veían en la izquierda un diablo de muy largos colmillos y cachos afilados que los llenaban de espanto. Por eso terminaron entregándole el poder a Hitler, para que la contuviese drásticamente. Una vez estuvo Hitler en el poder, Von Papen viajó a Roma, para tranquilizar a su nuevo monstruo, donde firmó un concordato que armonizaba las relaciones de la Iglesia con los nazis.
De este lado del mundo, creo haber leído que el Senado de Estados Unidos se negó a ratificar el Tratado de Versalles. Habría que confirmar el dato. Lo seguro si fue que, pasados unos años, en 1924, el gobierno norteamericano formuló el “Plan Dawes” —por ser Charles Dawes quien lo encabezara, el mismo que años más tarde visitaría República Dominicana, en tiempos de Horacio Vásquez, y que criticó los manejos financieros de Trujillo al frente del ejército, crítica a la que el presidente Horacio lamentablemente no hizo caso, para terminar luego derribado por Trujillo en uno de los golpes de Estado más astutamente planificados de la historia—.
En fin, que el Plan Dawes le quitaba presión al gobierno alemán, haciendo los pagos de las amortizaciones de la deuda más reales, y sobre todo, facilitándole adquirir créditos en el extranjero, principalmente claro, en los propios Estados Unidos. Así las cosas, la economía alemana comenzaba progresivamente a mejorar, cuando en eso se presentó la depresión económica de 1929, cuyo epicentro fue Estados Unidos, pero que como un gigantesco huracán barrió con sus vientos terribles la economía mundial. Fue el gran momento de Hitler: “ Queréis saber quiénes son los culpables de vuestro desempleo, los culpables de esta crisis sin igual? Son los judíos y los comunistas que encabezan una conspiración mundial”.
Definitivamente, no todo queda explicado por el humillante Tratado de Versalles. Al parecer, en cualquier pueblo, sin importar sus tradiciones y grado de cultura, cuando aparece un demagogo brillante, disfrazado de salvador, asistido por publicistas e intelectuales de la misma camada, que mezclando simpatía y determinación, manipule para sus fines siniestros los temores, mitos y creencias del conglomerado que le oye o sigue, puede entonces adueñarse del poder, contra toda razón o justicia. ¡Ah, lo irracional, el mito y el miedo, que bajo determinadas condiciones pueden llegar a prevalecer sobre toda cordura, ciencia o razonamiento! [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002
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José Tobías Beato | El Tratado de Versalles explica en gran parte el surgimiento de Hitler. Un ejemplo muy concreto de que el severo aislamiento de un país, no produce los efectos deseados, sino usualmente los contrarios.
Estudiando el surgimiento del nazismo y extendiendo obligatoriamente el radio hacia la historia de Alemania, en un renovado afán de comprender, no puede uno sino quedar admirado del pueblo alemán, creador de una cultura poderosa al tiempo que refinada. Su aporte es uno de los pilares de la civilización moderna. Enumero sucintamente algunas de sus contribuciones en los últimos siglos, a sabiendas de que dejo fuera miles de hechos y hombres dignos de estudio. Lo que presento no es más que un vistazo, con el propósito de buscar luego razones que expliquen algunos fenómenos aparentemente inesperados de esa sociedad extraordinaria. De modo que la intención no es, en ningún caso, hacer erudición como el lector de noticias que presenta montones de hechos sin que le preocupe encontrar el hilo conductor que los enlaza y explica.
El pensamiento de los últimos tres siglos está dominado por Kant y sus teorías sobre los límites de la razón y sus consideraciones acerca de las condiciones de la paz mundial. Por el emperador del pensamiento, Hegel, el cual nos ha enseñado a todos, con su dialéctica implacablemente racional, a ver los hechos cotidianos en su perspectiva histórica. Así, por ejemplo, mientras su contemporáneo Fichte preparaba sus “Discursos a la Nación Alemana”, que contribuyeron en forma notable a la formación de la conciencia nacional germana, luego de la derrota prusiana de 1806 por las tropas napoleónicas en Jena; Hegel, por el contrario, desde su cuarto de estudio columbraba la historia, y oteando en la distancia veía en Napoleón un fenómeno más universal: el espíritu de la libertad a caballo, el fin del feudalismo. Y en la existencia o no del Estado como cúspide de una sociedad determinada, establecía la diferencia entre la civilización y la barbarie.
También hizo sus aportes Karl Marx con su exigencia de que la teoría fuera no simplemente instrumento de análisis, sino promotora del cambio social revolucionario. Y en base a un análisis pormenorizado de la sociedad que le tocó vivir, concluyó en la necesidad de la eliminación de la propiedad privada, fundamento del antagonismo de las clases sociales y del Estado como organismo exclusivamente coercitivo. Objeto: crear una sociedad nueva en la que cada uno aportaría conforme a su capacidad y recibiría de acuerdo a sus necesidades. Y apareció la utopía con millones en pro, y otros tantos en contra. No tenemos que estar de acuerdo necesariamente con su diagnóstico ni con su terapia social. Pero lo cierto es que, conjuntamente con estas ideas hay una serie de planteamientos sobre la filosofía de la historia y de orden metodológico, que hacen de sus ideas piedra con la que hay que tropezar necesariamente en el camino. Ahora bien; frente a Marx, el sociólogo Max Weber, tal vez el más importante del siglo XX, y uno de los adversarios más fuertes que a nivel teórico tuvo el marxismo, mostrando que si bien hay ciertamente una relación causa-efecto en la historia, ésta no se limita al aspecto económico.
A seguidas topamos con Nietzsche y su demanda de renovación de los valores, de la cultura puesta al servicio de la vida, aunque con su nihilismo daría pie al surgimiento del nazismo, con su crítica del supuesto envilecimiento cristiano, su desprecio olímpico de las masas y la definición del nuevo hombre como superhombre, en el cual lo esencial sería la ‘voluntad de poder’. Por eso Hitler diría más tarde: “No es el Estado quien nos ordena, somos nosotros quienes ordenamos al Estado.” Finalmente, nos encontramos con el filósofo existencialista Heidegger, al principio pronazi, quien desarrolló, paralelamente a Karl Jaspers —éste fue aislado por los nazis, por ser judía su mujer— un sistema de pensamiento que buscaba armonizar mitos, religión y ciencia. Jaspers se ocupó de reflexionar metódicamente sobre la teoría de la culpa alemana en el caso del surgimiento y apoyo del nazismo.
En Matemáticas bastaría citar a Gauss y Riemann, que terminaron con el imperio de más de dos mil años de Euclides en la Geometría, y cuyos aportes son la base de la Física teórica de hoy. Ésta, a su vez, sin los trabajos de Planck, creador de la esencial teoría cuántica, Einstein con su Teoría de la Relatividad y Heisenberg con su principio de incertidumbre que tanta influencia ha tenido no solamente en Física, sino en la filosofía del siglo XX, estaríamos aún entre Newton y Laplace. No puede dejarse de mencionar a Hertz, cuyas teorías y experimentos electromagnéticos condujeron a la invención del telégrafo, la radio y eventualmente al de la televisión y el teléfono. Sin los trabajos de todos ellos, no conoceríamos los horrores de la bomba atómica, pero tampoco de la alternativa futura de los viajes espaciales, ni el prodigio del horno de microondas, ni supiéramos de las bondades de la tecnología láser.
De frente nos encontramos con la contribución germana en el arte musical. Ellos tienen entre los suyos a quienes sin duda son la cúspide en la historia del supremo componer: Bach con sus Conciertos de Brandeburgo, el Clave bien temperado o sus fugas. Beethoven con sus insuperables sinfonías, sus conciertos para piano y violín, y sus cuartetos, que siempre dan lugar a interpretaciones de corte filosófico. Brahms, el custodio de la llama clásica, uno de los grandes sinfonistas de todos los tiempos. Wagner, con sus óperas centradas en los mitos arios y su antisemitismo como ensayista, con las que contribuyó en forma notoria a preparar el ambiente que le permitiría al nazismo prosperar.
Para los fines de este resumen debemos incluir a los siguientes austríacos, por ser germanos de pura cepa: el ‘padre’ del cuarteto y la sinfonía, Haydn, un hombre que desarrolló lo mejor de su talento cuando era ya un viejo. Mozart, acaso el más grande de los músicos llamados “clásicos” con sus óperas Don Juan y la Flauta Mágica, sinfonías y conciertos para piano y orquesta, y más que todo, el Requiem, obra de belleza estremecedora, acaso porque sabía que la muerte le rondaba y a fin de cuentas lloraba por sí mismo (murió componiendo precisamente el Lacrimosa). Schubert, aunque conocido por sus lieders o canciones, fue un sinfonista de talla; dejó inconclusa una sinfonía y muchísimas obras más, porque fue brevísima su vida truncada por el tifus. Cerrando el ciclo, Mahler, música de las profundidades del alma, donde se originan las neurosis.
Lo mismo puede decirse de sus pintores —Kirchner, Franz Marc por sólo citar dos— y literatos que dejando fuera a Goethe, Schiller o Herder, incluyen alturas como Bertold Brecht, con su teatro dirigido a combatir la pasividad y a promover la reflexión crítica. Heinrich Boll —un católico que se atrevió a criticar a su iglesia, el consumismo de la nueva sociedad y el vacío espiritual de la postguerra—. Coincidiendo en la crítica, Günter Grass y su célebre Tambor de hojalata. Antes, Lou Andreas-Salomé, belleza femenina en cuya obra sobresale una mezcla de psiquiatría, religión y sexo; Thomas Mann, literatura construida sobre la base de ironizar sobre el conflicto intelectual. Pero si la patria de un escritor es la lengua que habla, deberíamos incluir a Franz Kafka con su Proceso y Metamorfosis, a Rilke y a los psiquiatras Freud y Jung, creadores de una nueva rama de la ciencia: el Psicoanálisis, que pone en evidencia la existencia de fuerzas ocultas amorales en el reino subterráneo de la mente, cuya represión puede originar neurosis.
Por otro lado, ni hablar de la importancia que la industria alemana tiene en el mundo de hoy. Desde la creación del fármaco más popular, la llamada “píldora de la juventud”, la aspirina, sintetizada por Félix Hoffman, y la sulfamida, potente quimioterápico, eliminador de gérmenes nocivos, descubierto por Gehard Domagk y otras contribuciones que los ponen al frente de una creativa y poderosa industria farmacéutica; pasando por los V-2 y el misil teledirigido, creación de Von Braun, el hombre clave del programa espacial americano. Su excelente industria automovilística es símbolo de prestigio: Mercedes Benz, Karl Benz puede considerarse el primero que unió carrocería y el motor de gasolina, el de su socio Daimler, que había inventado en las postrimerías del siglo XIX, el mejor de los motores. Ferdinand Porsche, iniciador de los famosos carros deportivos, fue también el primero en diseñar el coche con el motor trasero, que luego originaría, bajo el nazismo, el célebre escarabajo de la Volkswagen (“auto del pueblo”).
Pero aparte de todo eso está el renacer alemán tras dos guerras mundiales, pese a cruelísimas condiciones impuestas por los ganadores. Miles de kilómetros de carreteras construídos en breves años; puentes, rieles y trenes. Hospitales, museos e institutos de investigación o creatividad artística. Tras la primera guerra mundial la industria y agricultura alemanas se hicieron autosuficientes usando para ello el poder de la ciencia y de la tecnología. Asombrados, pues, de este pueblo culto que ha podido crear a lo largo de los siglos todas estas maravillas, preguntamos: ¿Cómo pudo surgir un Hitler truculento, convirtiéndose en pocos años en el árbitro absoluto de esa gran nación? El Tratado de Versalles explica en gran parte el surgimiento de Hitler.
Un ejemplo muy concreto de que el severo aislamiento de un país, sometido al ahogamiento económico por indemnizaciones muy por encima de sus reales condiciones de pago, mutilado su territorio, no produce los efectos deseados, sino usualmente los contrarios. Ese tratado le prohibió a Alemania el rearme, le quitó territorios, y desató una hiperinflación que para hacer cambio de moneda había que andar con una carretilla o con un vagón detrás. Y no es una imagen jocosa: un dólar llegó a valer varios billones de marcos.
Por otra parte, tras la derrota en la primera guerra mundial, mientras la población alemana sufría grandes trabajos, el emperador Guillermo II, uno de los responsables directos del conflicto, huyó a los Países Bajos donde vivió tranquilamente en el Castillo de Doom; enviudó, volvió a casarse y cuando murió más de dos décadas después de los trágicos hechos que contribuó a desatar, Hitler le tributó honores militares. El vacío de poder lo ocupó el Partido Socialdemócrata Alemán, con Friedrich Ebert a la cabeza. Era noviembre de 1918.
Este partido, con un programa relativamente conservador —en el momento abogaba por una monarquía de régimen parlamentario, había pedido inúltimente tiempo atrás el cese de la guerra y propuesto un plan de paz, de ahí parte de su popularidad— debía enfrentarse a dificultades gigantescas, inauguró la República de Weimar que concluyó justo con el ascenso al poder del Führer. Mientras, se dieron una constitución democrático liberal, uno de cuyos redactores fue Max Weber, y tuvo que oponerse a varias rebeliones.
La primera fue la de los ‘espartaquistas’, tan pronto como en enero de 1919 encabezados por Karl Liebknecht y, sobre todo, por Rosa Luxemburgo, destacada intelectual marxista, aunque discrepaba del régimen centralizado de los bolcheviques, proponiendo a su vez uno con mayor participación de las organizaciones populares. Con independencia de ello, ambos fueron fusilados. La ultra derecha, por su parte, intentó dos golpes (putsch): uno dirigido por Wolfgang Kapp en marzo de 1920, que tras un aparente triunfo, tuvo que huir sacudido por masivas huelgas obreras. Inspirado en éste, lo intentó Hitler en Munich el 8 de noviembre de 1923, pero fue apresado y enviado a la cárcel, donde se dedicó a escribir Meinf Kampf, la obra que sintetiza su ideario.
Nótese bien la diferencia de trato: los espartaquistas fueron inmediatamente fusilados sin contemplaciones, Kapp y Hitler simplemente detenidos. La razón es que los industriales alemanes y los terratenientes prusianos (junkers), y los partidos como el del católico Von Papen, en lugar de apuntalar el tímido régimen socialdemócrata que tenían y abocarse a reformas por lentas que fuesen, veían en la izquierda un diablo de muy largos colmillos y cachos afilados que los llenaban de espanto. Por eso terminaron entregándole el poder a Hitler, para que la contuviese drásticamente. Una vez estuvo Hitler en el poder, Von Papen viajó a Roma, para tranquilizar a su nuevo monstruo, donde firmó un concordato que armonizaba las relaciones de la Iglesia con los nazis.
De este lado del mundo, creo haber leído que el Senado de Estados Unidos se negó a ratificar el Tratado de Versalles. Habría que confirmar el dato. Lo seguro si fue que, pasados unos años, en 1924, el gobierno norteamericano formuló el “Plan Dawes” —por ser Charles Dawes quien lo encabezara, el mismo que años más tarde visitaría República Dominicana, en tiempos de Horacio Vásquez, y que criticó los manejos financieros de Trujillo al frente del ejército, crítica a la que el presidente Horacio lamentablemente no hizo caso, para terminar luego derribado por Trujillo en uno de los golpes de Estado más astutamente planificados de la historia—.
En fin, que el Plan Dawes le quitaba presión al gobierno alemán, haciendo los pagos de las amortizaciones de la deuda más reales, y sobre todo, facilitándole adquirir créditos en el extranjero, principalmente claro, en los propios Estados Unidos. Así las cosas, la economía alemana comenzaba progresivamente a mejorar, cuando en eso se presentó la depresión económica de 1929, cuyo epicentro fue Estados Unidos, pero que como un gigantesco huracán barrió con sus vientos terribles la economía mundial. Fue el gran momento de Hitler: “ Queréis saber quiénes son los culpables de vuestro desempleo, los culpables de esta crisis sin igual? Son los judíos y los comunistas que encabezan una conspiración mundial”.
Definitivamente, no todo queda explicado por el humillante Tratado de Versalles. Al parecer, en cualquier pueblo, sin importar sus tradiciones y grado de cultura, cuando aparece un demagogo brillante, disfrazado de salvador, asistido por publicistas e intelectuales de la misma camada, que mezclando simpatía y determinación, manipule para sus fines siniestros los temores, mitos y creencias del conglomerado que le oye o sigue, puede entonces adueñarse del poder, contra toda razón o justicia. ¡Ah, lo irracional, el mito y el miedo, que bajo determinadas condiciones pueden llegar a prevalecer sobre toda cordura, ciencia o razonamiento! [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002
NAPOLEON, TOUSSAINT Y LA REVOLUCION FRANCESA
Napoleón, Toussaint y la revolución francesa
Posted in: La senda
Toussaint nació esclavo en una plantación en Bréda, cerca de lo que hoy es Cabo Haitiano, probablemente en 1743. Su amo, admirado de su inteligencia, lo instruyó en francés y le permitió una autoeducación que le hizo admirar a Julio César y a Alejandro el Grande.
Por José Tobías Beato
“Toda persona, cualquiera que sea su color, será admitida a todos los empleos…..“No existe otra distinción que la de las virtudes y los talentos.” Tales declaraciones son parte del artículo cuarto de la primera constitución latinoamericana, la cual en su ordinal tres ya había proclamado que “la servidumbre queda abolida para siempre; todos sus habitantes nacen, viven y mueren libres y franceses”. Franceses porque tal constitución había sido redactada el 9 de mayo de 1801 en Puerto Príncipe, capital de la república que luego sería llamada Haití.
Redactada bajo la dirección del primero de los negros, Francois-Dominique Toussaint. Estuvo vigente por escaso tiempo, porque el primero de los blancos de esa época, Napoleón Bonaparte, se cruzó en el camino para impedir su aplicación.
Esa primera constitución latinoamericana nació bajo la influencia directa de la Revolución Francesa. Una revolución que intentó por vez primera cambiar las instituciones económicas y sociales y hasta la naturaleza humana, mediante la acción política. Una revolución largamente gestada en el tiempo por los abusos de las clases dirigentes que cargaban de impuestos al pueblo trabajador, mientras que ellas mismas se eximían de todo recargo y llevaban una vida de lujo y ostentación.
En su rivalidad con los ingleses, Francia había apoyado con armas, dinero y hombres a la naciente república estadounidense, lo que llevó el tesoro francés a la bancarrota, en un momento en el que éste no se había recuperado de la llamada guerra de los “siete años” con la misma Inglaterra, en la que había perdido enormes territorios como Canadá y casi todo su imperio en América del Norte; y aunque Francia había logrado quedarse con sus posesiones en la India, estaba militarmente restringida.
No debe olvidarse que gran parte del bienestar de que disfrutaban las clases dirigentes francesas, reposaba en el trabajo esclavo de sus colonias, particularmente del llamado ‘Santo Domingo’ francés de la Hispaniola.
La Revolución Francesa, iniciada en 1789 se mantuvo hasta 1799 cuando Napoleón dio el golpe del 18 de Brumario según el nuevo calendario creado por la revolución para oponerse al cristianismo que hacía del nacimiento de Jesús el centro del tiempo; para los revolucionarios franceses, el tiempo comenzaba a contarse a partir de 1792 con el derrocamiento de la monarquía; ese era el año uno. Así, Brumario correspondía a noviembre, ya que los meses eran nombrados por las estaciones y las condiciones de la naturaleza. Julio era Termidor, abril, Floreal. Estos meses eran de tres semanas, y éstas tenían diez días, de modo que no hubiera domingos.
La sociedad francesa, de unos veintiséis millones de personas —Francia era al momento el país más extenso y poblado de Europa— estaba constituida por los llamados tres estados. El primero era el clero católico, el segundo la nobleza y el tercer estado todos los demás: campesinos, obreros, tenderos, intelectuales; una larga fila, en fin de estamentos, pero que eran efectivamente el noventa y siete por ciento de la población. Una población sin movilidad social, pues el nacimiento, la cuna, determinaba todo lo demás.
El que nació hijo de duque, sería duque por siempre y para él los privilegios y los derechos y todos sus actos serían moralmente nobles, sinónimo de buenos. El que nació hijo de zapatero, de hacer zapatos no pasaría y sobre él los deberes y las cargas impositivas y sus actos moralmente infames o cosa de villanos (pues de un habitante de villa no podía salir nada bueno).
Mientras tanto, un movimiento filosófico que promovía la ciencia, el conocimiento como senda de luz con infinitas posibilidades; que hacía énfasis en pensar por uno mismo, poniendo en tela de juicio las creencias recibidas, entre ellas el supuesto derecho divino de los reyes, las antiguas teorías provenientes de Aristóteles y hasta la Biblia misma. Un movimiento que sometía a crítica el estilo de vida de los nobles y de la Iglesia, entre otros espinosos asuntos: es la “Ilustración” de Voltaire y Rousseau, de Thomas Paine y David Hume, de Diderot y Kant; de Godwin, Benjamín Franklin, Thomas Jefferson; de los españoles, Jovellanos, Pedro Pablo Abarca —conde de Aranda—, Feijoo, y del argentino Mariano Moreno, entre otros.
No es un movimiento de ideas homogéneas; algunos ni siquiera son filósofos originales, sino divulgadores de ideas.
Posted in: La senda
Toussaint nació esclavo en una plantación en Bréda, cerca de lo que hoy es Cabo Haitiano, probablemente en 1743. Su amo, admirado de su inteligencia, lo instruyó en francés y le permitió una autoeducación que le hizo admirar a Julio César y a Alejandro el Grande.
Por José Tobías Beato
“Toda persona, cualquiera que sea su color, será admitida a todos los empleos…..“No existe otra distinción que la de las virtudes y los talentos.” Tales declaraciones son parte del artículo cuarto de la primera constitución latinoamericana, la cual en su ordinal tres ya había proclamado que “la servidumbre queda abolida para siempre; todos sus habitantes nacen, viven y mueren libres y franceses”. Franceses porque tal constitución había sido redactada el 9 de mayo de 1801 en Puerto Príncipe, capital de la república que luego sería llamada Haití.
Redactada bajo la dirección del primero de los negros, Francois-Dominique Toussaint. Estuvo vigente por escaso tiempo, porque el primero de los blancos de esa época, Napoleón Bonaparte, se cruzó en el camino para impedir su aplicación.
Esa primera constitución latinoamericana nació bajo la influencia directa de la Revolución Francesa. Una revolución que intentó por vez primera cambiar las instituciones económicas y sociales y hasta la naturaleza humana, mediante la acción política. Una revolución largamente gestada en el tiempo por los abusos de las clases dirigentes que cargaban de impuestos al pueblo trabajador, mientras que ellas mismas se eximían de todo recargo y llevaban una vida de lujo y ostentación.
En su rivalidad con los ingleses, Francia había apoyado con armas, dinero y hombres a la naciente república estadounidense, lo que llevó el tesoro francés a la bancarrota, en un momento en el que éste no se había recuperado de la llamada guerra de los “siete años” con la misma Inglaterra, en la que había perdido enormes territorios como Canadá y casi todo su imperio en América del Norte; y aunque Francia había logrado quedarse con sus posesiones en la India, estaba militarmente restringida.
No debe olvidarse que gran parte del bienestar de que disfrutaban las clases dirigentes francesas, reposaba en el trabajo esclavo de sus colonias, particularmente del llamado ‘Santo Domingo’ francés de la Hispaniola.
La Revolución Francesa, iniciada en 1789 se mantuvo hasta 1799 cuando Napoleón dio el golpe del 18 de Brumario según el nuevo calendario creado por la revolución para oponerse al cristianismo que hacía del nacimiento de Jesús el centro del tiempo; para los revolucionarios franceses, el tiempo comenzaba a contarse a partir de 1792 con el derrocamiento de la monarquía; ese era el año uno. Así, Brumario correspondía a noviembre, ya que los meses eran nombrados por las estaciones y las condiciones de la naturaleza. Julio era Termidor, abril, Floreal. Estos meses eran de tres semanas, y éstas tenían diez días, de modo que no hubiera domingos.
La sociedad francesa, de unos veintiséis millones de personas —Francia era al momento el país más extenso y poblado de Europa— estaba constituida por los llamados tres estados. El primero era el clero católico, el segundo la nobleza y el tercer estado todos los demás: campesinos, obreros, tenderos, intelectuales; una larga fila, en fin de estamentos, pero que eran efectivamente el noventa y siete por ciento de la población. Una población sin movilidad social, pues el nacimiento, la cuna, determinaba todo lo demás.
El que nació hijo de duque, sería duque por siempre y para él los privilegios y los derechos y todos sus actos serían moralmente nobles, sinónimo de buenos. El que nació hijo de zapatero, de hacer zapatos no pasaría y sobre él los deberes y las cargas impositivas y sus actos moralmente infames o cosa de villanos (pues de un habitante de villa no podía salir nada bueno).
Mientras tanto, un movimiento filosófico que promovía la ciencia, el conocimiento como senda de luz con infinitas posibilidades; que hacía énfasis en pensar por uno mismo, poniendo en tela de juicio las creencias recibidas, entre ellas el supuesto derecho divino de los reyes, las antiguas teorías provenientes de Aristóteles y hasta la Biblia misma. Un movimiento que sometía a crítica el estilo de vida de los nobles y de la Iglesia, entre otros espinosos asuntos: es la “Ilustración” de Voltaire y Rousseau, de Thomas Paine y David Hume, de Diderot y Kant; de Godwin, Benjamín Franklin, Thomas Jefferson; de los españoles, Jovellanos, Pedro Pablo Abarca —conde de Aranda—, Feijoo, y del argentino Mariano Moreno, entre otros.
No es un movimiento de ideas homogéneas; algunos ni siquiera son filósofos originales, sino divulgadores de ideas.
PADRES DE LA PATRIA., REPUBLICA O DICTADURA
Padres de la patria: República o dictadura
Muchos cubanos prefirieron el exilio, cientos de éstos fueron a parar a República Dominicana, donde fundaron las primeras industrias capitalistas, los modernos ingenios de azúcar.
Por José Tobías Beato
En 1878 había terminado en Cuba la llamada “guerra de los diez años”. Los españoles – que recién inauguraban el régimen canovista de la Restauración: propiedad, monarquía, alternabilidad en el poder de conservadores y liberales, caciquismo como forma de evitar el sufragio universal – ofrecieron la paz, la “Paz de Zanjón” (Camagüey). Y aunque dicha paz, gestionada por el general Arsenio Martínez Campos, garantizaba la amnistía de los presos políticos y un limitado régimen de derechos, muchos cubanos prefirieron el exilio. Cientos de éstos fueron a parar a República Dominicana, donde fundaron las primeras industrias capitalistas, los modernos ingenios de azúcar; contribuyeron en forma notable al desarrollo de la ganadería y la agricultura dominicanas, favoreciendo con frecuencia la causa de los liberales (el partido azul, de Luperón y Meriño; aunque también de Lilís, el astuto dictador).
Otros retornaron a su patria, entre ellos Martí. Lo cierto y verdadero fue que al año de aquella paz, Maceo, Guillermo Moncal y Quintín Banderas se alzaron nuevamente en la que fue denominada “guerra chiquita”. Martí, casi al mes de estos acontecimientos, el 17 de septiembre de 1879, fue detenido y desterrado a España: “Todavía ando por Madrid, viendo de paso cómo se matan los albañiles…….” diría luego. También fue cierto y verdadero que de esa guerra, – Maceo, Quintín Banderas y Máximo Gómez – surgieron como militares salidos del mero pueblo, no de la élite. Pese a ello tenían reservas sobre el porvenir de lo que había sido la república en armas, en la que hubo presidente y asamblea que deliberó sobre todas las cosas. A juicio de Maceo y de Gómez, eso había sido un error, pues atentaba contra la unidad. En los hechos, eran partidarios de un gobierno militar. Son muchos los que hoy los justifican, por eso deberían quedarse callados sobre la hora presente de su patria.
Como en casi toda Hispanoamérica, bajo la excusa de la lucha por la independencia, un gobierno autoritario, una satrapía: un poder de hecho ilimitado, acaso una tiranía igual de injusta y cruel, en ambos casos con excesivo uso de la fuerza. No concebían una unidad popular voluntarizada tras el bienestar y la distribución justa de la riqueza, cristalizando en una república, que frenando la arbitrariedad latente que conlleva todo poder, mediante su división y alternativas organizativas múltiples y a todo nivel, fomentara el florecimiento de ciudadanos sujetos de derechos, pero también con deberes. Y eso es importante tomarlo en cuenta para explicarse el rompimiento que vendría más tarde.
En 1880, Martí llegó a Nueva York. Vivió en Estados Unidos casi hasta la hora de su muerte. Entre otras cosas, hizo traducciones para sobrevivir. Asimiló la cultura norteamericana: el concepto de una nueva literatura para un continente nuevo. Valoró grandemente a sus escritores. Gustó y difundió en sus artículos las ideas de Emerson y su grupo de trascendentalistas que incluía a Thoreau (“Walden”, “Desobediencia Civil”), y a Louise May Alcott (“Mujercitas”) por tan sólo citar dos nombres gloriosos: lucha contra la esclavitud, espíritu abierto opuesto a toda teología dogmática o ritualismo estrecho, promoción del examen de conciencia, creencia de que lo divino impregna todo cuanto existe; por consiguiente un sentimiento casi religioso hacia la naturaleza y la belleza. Confianza en un individuo nuevo tal que “nadie sino él sabe lo que puede hacer, ni lo sabe siquiera hasta que lo intenta”, como bien dijera el buen filósofo de Boston en su ensayo sobre la “Autoconfianza”.
Vivió el problema de la reconstrucción tras la guerra civil, el problema de los negros, el abuso contra los indios, los prejuicios contra los inmigrantes. Apreció la importancia de la reforestación, de la electricidad y otros inventos. Y, sobre todo, estimó en mucho la democracia. También se dio cuenta, naturalmente, del espasmo imperial americano. Le escribió a Gonzalo de Quesada el 14 de diciembre de 1889: “Sobre nuestras tierras, Gonzalo, hay otro plan más tenebroso que lo que hasta ahora conocemos, y es el inicuo de forzar a la isla, de precipitarla a la guerra, para tener pretexto de intervenir en ella y con el crédito de mediador y garantizador, quedarse con ella. Cosa más cobarde no hay en los anales de los pueblos libres, ni maldad más fría. ¿Morir para dar pie en que levantarse a estas gentes que nos empujan a la muerte para su beneficio?”
Así sucedió. España perdió a Cuba, también a Puerto Rico quedando bajo intervención y dominio americano. Muerto el apóstol, ocupó su puesto de delegado del Partido Revolucionario Cubano, Estrada Palma, que había sido reclutado por Martí en Estados Unidos. Su elección fue a todas luces un error. En eso coinciden los mejores historiadores de ambos bandos. Pero, este es otro tema, apasionante y esencial, digno de que se trate en otra ocasión aparte…..mientras, volvamos al Martí de 1884. En ese año, Flor Crombet, antiguo mambí, hizo contacto con Martí en Nueva York. Se ofreció como mensajero para contactar a Maceo y a Máximo Gómez que al momento vivían en Centroamérica. El apóstol, que estimaba a estos hombres como imprescindibles para coronar con éxito toda acción contra la España colonial, saltó de alegría. De inmediato le escribió una carta al generalísimo Gómez. En ella establecía que aunque el clima no era el más apropiado para una insurrección, era del todo necesario trazar planes para tal fin.
Y se reunieron en Nueva York; discutieron. Martí creía que no bastaba que dos generales llegaran a Cuba para que el pueblo se les uniera. Sostenía que había que trazar un plan y sobre todo, suministrar una visión que hiciera que los hombres fueran capaces de ofrendar sus vidas: algo por lo que morir valdría la pena. Y ese algo no podía ser otra cosa que la creación de una nación que permitiera la movilidad y la justicia social, el progreso, la distribución de la riqueza, la libertad; que garantizara derechos y deberes, con independencia de si se era rico o pobre, negro o blanco.
Pero tales cosas solamente pueden alcanzarse en una república basada en instituciones que garanticen la democracia participativa, en el terreno político, pero también en el económico y social. A fin de cuentas, la lucha por ser independientes debe ser ligada a la lucha por la mejoría general de la vida, pues de lo contrario la primera pierde su sentido. Pero los generales no hablaban en esos términos…
Gómez comenzó a asignar funciones y tareas. A Martí le ordenó pequeñeces. El apóstol le reclamó, pero el general se limitó a decirle que simplemente obedeciera. Martí se tomó dos días para pensar, pasados los cuales tomó la pluma y le dirigió una misiva al generalísimo Gómez. La carta lleva fecha de 20 de octubre de 1884. En ella establecía con claridad meridiana que la lucha contra una tiranía no valía la pena si se intuía que tras ella vendría tiranía nueva, con otros nombres y otros hombres. Es claro que Martí conocía muy bien el caso de Napoleón. De cómo este general tomó la lucha del pueblo francés por sus derechos sociales, políticos y económicos, para instaurar su dictadura personal y finalmente declararse emperador: mataron reyes y nobles para terminar instaurando nueva nobleza tirana. Conocía el caso dominicano; el destino de Duarte, y cómo la mayoría de sus seguidores trinitarios pactaron con caudillos que instauraron dictadura nueva, luego de sacar al tirano haitiano Boyer y a sus sucesores, e incluso hasta perdieron la independencia para someterse nuevamente a España……lucharon otra vez, ahora contra España y el caudillo Santana, para entregarle el poder al otro caudillo rival, a Báez, que no más llegar a la presidencia comenzó negociaciones para anexar el país nuevamente e instauró por nueva vez la dictadura…….
Pero en lugar de nuestras palabras, oigamos las de Martí: “Un pueblo no se funda, general, como se manda un campamento……” Y antes: “es mi determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnado en él, y legitimado por el triunfo……..¿Qué somos, general?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él?” (J. Martí, Antología, Ed. Nacional, Madrid, pág. 306).
(Cuando leo estas páginas cargadas de razón, pienso en mi país, sometido por políticos y empresarios corruptos a coyuntura tal, que se coquetea con situaciones que nos pueden llevar por nueva vez a la violencia, y a lo que es peor, a la dictadura….como en 1930 son los profesionales e intelectuales los primeros en justificarla…..en nombre del orden y de una codicia que se encubre con palabras altisonantemente hipócritas……extrañamente, paradójicamente, son los primeros en someterse…..para luego, como Pilatos, alegar blanca inocencia. Balaguer colaboró – y en qué forma – con Trujillo. Al caer abatido el tirano, publicó un libro, “La palabra encadenada”, donde admitió “esa grave falta de conciencia cívica” y declarándose poeta tuvo la cachaza de admitir que, sin embargo, tenía algo de qué sentirse orgulloso: “nunca escribí un solo verso en honor de Trujillo.” Pero aparte de sus funciones burocráticas, en las que legalizó barbaridades como la matanza de haitianos, la enajenación de propiedades de las Mirabal a favor de sus asesinos, o el asesinato de los implicados en el ajusticiamiento de Trujillo, escribió discursos laudatorios que hoy no caben en el disco duro de ninguna computadora. Pregunto a estos intelectuales y profesionales que coquetean con posibles o reales dictadores: ¿pero es que no aprendemos? Porque tenemos más de un siglo en este círculo “…y vuelve y vuelve”, en nombre del orden y del bolsillo repleto del oro corruptor…..)
Mas, prosigamos con Martí y aquellos generales mambises. Obviamente, sobrevino la ruptura. Por un tiempo Martí se abstuvo de participar en el movimiento. Luego vino un acercamiento; cálido en el caso de Gómez, confirmado en Montecristy….más distante con Maceo, pues el problema de fondo subsistía. Por eso, cuando se encontraron nuevamente los tres en la finca llamada “La Mejorana”, ya en Cuba, mayo 5 del 1895, Maceo insulta a Martí, cosa que éste consigna en su diario: “…..me habla, cortándome las palabras….me hiere y me repugna….”
Dice el general que no se dejará mandar por ese ‘abogadito’. Sugiere al ‘abogadito’ que se vuelva a Nueva York. Martí, terco, se queda. Y dice: “Mantengo rudo: el ejército, libre-, y el país, como país y con toda su dignidad representado,” se lee en su diario. Avanzan los días; en el camino hacia la muerte Martí pronuncia discursos. Es aclamado como presidente por oyentes de corazones inflamados. Pero Máximo Gómez les reprocha: “No me le digan presidente a Martí, díganle general; él viene aquí como general. Martí no será presidente mientras yo esté vivo” (Carlos Ripoll, el Nuevo Herald, art. “El ‘morir callado’ del Apóstol”, pág. 23 A, 19 de mayo del 2004). Martí anota en su diario de campaña: “Escribo poco y mal porque estoy pensando en zozobra y amargura.”
Las cosas no eran tan fáciles para Martí como algunos proclaman. Cuando vivió no bastaba su nombre ni sus escritos para imponerse… otra cosa es su merecida fama luego de muerto. Es por eso que algunos alegan que su muerte no tuvo nada de casual. A su juicio, el apóstol la concibió como suicidio, y al hacerlo creó el mito que permitiría eventualmente la unidad, cubana y latinoamericana… A propósito: algunos lamentan que Juan Pablo Duarte – el fundador de la nacionalidad dominicana - no tuviera la capacidad de Martí como escritor e intelectual… vaya usted a ver. En un excelente documental sobre la vida y obra de Martí, dirigido por Joe Cardona, el historiador Luis Aguilar León relata que el gran biógrafo y escritor Emil Ludwig leyendo a Martí expresó que “Si Martí hubiese nacido en Munich, sería un clásico, pero se trata de Cuba….” La cita se explica por sí misma. [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002]
Commentary. Teodoro
Posted February 14, 2010 at 5:35 PM
Me encantó el relato de Padres de la patria: República o dictadura. Sobre todo porque estoy escribiendo sobre el mismo tema pero en mi país. Me gustaría saber donde puedo adquirir su novela La Mariposa Azul. Soy mexicano y estoy encantado con esta página.
Muchos cubanos prefirieron el exilio, cientos de éstos fueron a parar a República Dominicana, donde fundaron las primeras industrias capitalistas, los modernos ingenios de azúcar.
Por José Tobías Beato
En 1878 había terminado en Cuba la llamada “guerra de los diez años”. Los españoles – que recién inauguraban el régimen canovista de la Restauración: propiedad, monarquía, alternabilidad en el poder de conservadores y liberales, caciquismo como forma de evitar el sufragio universal – ofrecieron la paz, la “Paz de Zanjón” (Camagüey). Y aunque dicha paz, gestionada por el general Arsenio Martínez Campos, garantizaba la amnistía de los presos políticos y un limitado régimen de derechos, muchos cubanos prefirieron el exilio. Cientos de éstos fueron a parar a República Dominicana, donde fundaron las primeras industrias capitalistas, los modernos ingenios de azúcar; contribuyeron en forma notable al desarrollo de la ganadería y la agricultura dominicanas, favoreciendo con frecuencia la causa de los liberales (el partido azul, de Luperón y Meriño; aunque también de Lilís, el astuto dictador).
Otros retornaron a su patria, entre ellos Martí. Lo cierto y verdadero fue que al año de aquella paz, Maceo, Guillermo Moncal y Quintín Banderas se alzaron nuevamente en la que fue denominada “guerra chiquita”. Martí, casi al mes de estos acontecimientos, el 17 de septiembre de 1879, fue detenido y desterrado a España: “Todavía ando por Madrid, viendo de paso cómo se matan los albañiles…….” diría luego. También fue cierto y verdadero que de esa guerra, – Maceo, Quintín Banderas y Máximo Gómez – surgieron como militares salidos del mero pueblo, no de la élite. Pese a ello tenían reservas sobre el porvenir de lo que había sido la república en armas, en la que hubo presidente y asamblea que deliberó sobre todas las cosas. A juicio de Maceo y de Gómez, eso había sido un error, pues atentaba contra la unidad. En los hechos, eran partidarios de un gobierno militar. Son muchos los que hoy los justifican, por eso deberían quedarse callados sobre la hora presente de su patria.
Como en casi toda Hispanoamérica, bajo la excusa de la lucha por la independencia, un gobierno autoritario, una satrapía: un poder de hecho ilimitado, acaso una tiranía igual de injusta y cruel, en ambos casos con excesivo uso de la fuerza. No concebían una unidad popular voluntarizada tras el bienestar y la distribución justa de la riqueza, cristalizando en una república, que frenando la arbitrariedad latente que conlleva todo poder, mediante su división y alternativas organizativas múltiples y a todo nivel, fomentara el florecimiento de ciudadanos sujetos de derechos, pero también con deberes. Y eso es importante tomarlo en cuenta para explicarse el rompimiento que vendría más tarde.
En 1880, Martí llegó a Nueva York. Vivió en Estados Unidos casi hasta la hora de su muerte. Entre otras cosas, hizo traducciones para sobrevivir. Asimiló la cultura norteamericana: el concepto de una nueva literatura para un continente nuevo. Valoró grandemente a sus escritores. Gustó y difundió en sus artículos las ideas de Emerson y su grupo de trascendentalistas que incluía a Thoreau (“Walden”, “Desobediencia Civil”), y a Louise May Alcott (“Mujercitas”) por tan sólo citar dos nombres gloriosos: lucha contra la esclavitud, espíritu abierto opuesto a toda teología dogmática o ritualismo estrecho, promoción del examen de conciencia, creencia de que lo divino impregna todo cuanto existe; por consiguiente un sentimiento casi religioso hacia la naturaleza y la belleza. Confianza en un individuo nuevo tal que “nadie sino él sabe lo que puede hacer, ni lo sabe siquiera hasta que lo intenta”, como bien dijera el buen filósofo de Boston en su ensayo sobre la “Autoconfianza”.
Vivió el problema de la reconstrucción tras la guerra civil, el problema de los negros, el abuso contra los indios, los prejuicios contra los inmigrantes. Apreció la importancia de la reforestación, de la electricidad y otros inventos. Y, sobre todo, estimó en mucho la democracia. También se dio cuenta, naturalmente, del espasmo imperial americano. Le escribió a Gonzalo de Quesada el 14 de diciembre de 1889: “Sobre nuestras tierras, Gonzalo, hay otro plan más tenebroso que lo que hasta ahora conocemos, y es el inicuo de forzar a la isla, de precipitarla a la guerra, para tener pretexto de intervenir en ella y con el crédito de mediador y garantizador, quedarse con ella. Cosa más cobarde no hay en los anales de los pueblos libres, ni maldad más fría. ¿Morir para dar pie en que levantarse a estas gentes que nos empujan a la muerte para su beneficio?”
Así sucedió. España perdió a Cuba, también a Puerto Rico quedando bajo intervención y dominio americano. Muerto el apóstol, ocupó su puesto de delegado del Partido Revolucionario Cubano, Estrada Palma, que había sido reclutado por Martí en Estados Unidos. Su elección fue a todas luces un error. En eso coinciden los mejores historiadores de ambos bandos. Pero, este es otro tema, apasionante y esencial, digno de que se trate en otra ocasión aparte…..mientras, volvamos al Martí de 1884. En ese año, Flor Crombet, antiguo mambí, hizo contacto con Martí en Nueva York. Se ofreció como mensajero para contactar a Maceo y a Máximo Gómez que al momento vivían en Centroamérica. El apóstol, que estimaba a estos hombres como imprescindibles para coronar con éxito toda acción contra la España colonial, saltó de alegría. De inmediato le escribió una carta al generalísimo Gómez. En ella establecía que aunque el clima no era el más apropiado para una insurrección, era del todo necesario trazar planes para tal fin.
Y se reunieron en Nueva York; discutieron. Martí creía que no bastaba que dos generales llegaran a Cuba para que el pueblo se les uniera. Sostenía que había que trazar un plan y sobre todo, suministrar una visión que hiciera que los hombres fueran capaces de ofrendar sus vidas: algo por lo que morir valdría la pena. Y ese algo no podía ser otra cosa que la creación de una nación que permitiera la movilidad y la justicia social, el progreso, la distribución de la riqueza, la libertad; que garantizara derechos y deberes, con independencia de si se era rico o pobre, negro o blanco.
Pero tales cosas solamente pueden alcanzarse en una república basada en instituciones que garanticen la democracia participativa, en el terreno político, pero también en el económico y social. A fin de cuentas, la lucha por ser independientes debe ser ligada a la lucha por la mejoría general de la vida, pues de lo contrario la primera pierde su sentido. Pero los generales no hablaban en esos términos…
Gómez comenzó a asignar funciones y tareas. A Martí le ordenó pequeñeces. El apóstol le reclamó, pero el general se limitó a decirle que simplemente obedeciera. Martí se tomó dos días para pensar, pasados los cuales tomó la pluma y le dirigió una misiva al generalísimo Gómez. La carta lleva fecha de 20 de octubre de 1884. En ella establecía con claridad meridiana que la lucha contra una tiranía no valía la pena si se intuía que tras ella vendría tiranía nueva, con otros nombres y otros hombres. Es claro que Martí conocía muy bien el caso de Napoleón. De cómo este general tomó la lucha del pueblo francés por sus derechos sociales, políticos y económicos, para instaurar su dictadura personal y finalmente declararse emperador: mataron reyes y nobles para terminar instaurando nueva nobleza tirana. Conocía el caso dominicano; el destino de Duarte, y cómo la mayoría de sus seguidores trinitarios pactaron con caudillos que instauraron dictadura nueva, luego de sacar al tirano haitiano Boyer y a sus sucesores, e incluso hasta perdieron la independencia para someterse nuevamente a España……lucharon otra vez, ahora contra España y el caudillo Santana, para entregarle el poder al otro caudillo rival, a Báez, que no más llegar a la presidencia comenzó negociaciones para anexar el país nuevamente e instauró por nueva vez la dictadura…….
Pero en lugar de nuestras palabras, oigamos las de Martí: “Un pueblo no se funda, general, como se manda un campamento……” Y antes: “es mi determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnado en él, y legitimado por el triunfo……..¿Qué somos, general?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él?” (J. Martí, Antología, Ed. Nacional, Madrid, pág. 306).
(Cuando leo estas páginas cargadas de razón, pienso en mi país, sometido por políticos y empresarios corruptos a coyuntura tal, que se coquetea con situaciones que nos pueden llevar por nueva vez a la violencia, y a lo que es peor, a la dictadura….como en 1930 son los profesionales e intelectuales los primeros en justificarla…..en nombre del orden y de una codicia que se encubre con palabras altisonantemente hipócritas……extrañamente, paradójicamente, son los primeros en someterse…..para luego, como Pilatos, alegar blanca inocencia. Balaguer colaboró – y en qué forma – con Trujillo. Al caer abatido el tirano, publicó un libro, “La palabra encadenada”, donde admitió “esa grave falta de conciencia cívica” y declarándose poeta tuvo la cachaza de admitir que, sin embargo, tenía algo de qué sentirse orgulloso: “nunca escribí un solo verso en honor de Trujillo.” Pero aparte de sus funciones burocráticas, en las que legalizó barbaridades como la matanza de haitianos, la enajenación de propiedades de las Mirabal a favor de sus asesinos, o el asesinato de los implicados en el ajusticiamiento de Trujillo, escribió discursos laudatorios que hoy no caben en el disco duro de ninguna computadora. Pregunto a estos intelectuales y profesionales que coquetean con posibles o reales dictadores: ¿pero es que no aprendemos? Porque tenemos más de un siglo en este círculo “…y vuelve y vuelve”, en nombre del orden y del bolsillo repleto del oro corruptor…..)
Mas, prosigamos con Martí y aquellos generales mambises. Obviamente, sobrevino la ruptura. Por un tiempo Martí se abstuvo de participar en el movimiento. Luego vino un acercamiento; cálido en el caso de Gómez, confirmado en Montecristy….más distante con Maceo, pues el problema de fondo subsistía. Por eso, cuando se encontraron nuevamente los tres en la finca llamada “La Mejorana”, ya en Cuba, mayo 5 del 1895, Maceo insulta a Martí, cosa que éste consigna en su diario: “…..me habla, cortándome las palabras….me hiere y me repugna….”
Dice el general que no se dejará mandar por ese ‘abogadito’. Sugiere al ‘abogadito’ que se vuelva a Nueva York. Martí, terco, se queda. Y dice: “Mantengo rudo: el ejército, libre-, y el país, como país y con toda su dignidad representado,” se lee en su diario. Avanzan los días; en el camino hacia la muerte Martí pronuncia discursos. Es aclamado como presidente por oyentes de corazones inflamados. Pero Máximo Gómez les reprocha: “No me le digan presidente a Martí, díganle general; él viene aquí como general. Martí no será presidente mientras yo esté vivo” (Carlos Ripoll, el Nuevo Herald, art. “El ‘morir callado’ del Apóstol”, pág. 23 A, 19 de mayo del 2004). Martí anota en su diario de campaña: “Escribo poco y mal porque estoy pensando en zozobra y amargura.”
Las cosas no eran tan fáciles para Martí como algunos proclaman. Cuando vivió no bastaba su nombre ni sus escritos para imponerse… otra cosa es su merecida fama luego de muerto. Es por eso que algunos alegan que su muerte no tuvo nada de casual. A su juicio, el apóstol la concibió como suicidio, y al hacerlo creó el mito que permitiría eventualmente la unidad, cubana y latinoamericana… A propósito: algunos lamentan que Juan Pablo Duarte – el fundador de la nacionalidad dominicana - no tuviera la capacidad de Martí como escritor e intelectual… vaya usted a ver. En un excelente documental sobre la vida y obra de Martí, dirigido por Joe Cardona, el historiador Luis Aguilar León relata que el gran biógrafo y escritor Emil Ludwig leyendo a Martí expresó que “Si Martí hubiese nacido en Munich, sería un clásico, pero se trata de Cuba….” La cita se explica por sí misma. [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002]
Commentary. Teodoro
Posted February 14, 2010 at 5:35 PM
Me encantó el relato de Padres de la patria: República o dictadura. Sobre todo porque estoy escribiendo sobre el mismo tema pero en mi país. Me gustaría saber donde puedo adquirir su novela La Mariposa Azul. Soy mexicano y estoy encantado con esta página.
ALGUNAS CAUSAS DE LA GUERRA DE ABRIL DE 1965 EN REPUBLICA DOMINICANA
Algunas causas del abril de 1965
By mediaIslaPublished: April 24, 2010
Posted in: La senda
José Tobías Beato | Cuando Trujillo fue ajusticiado el 30 de mayo de 1961, el Doctor Balaguer era presidente títere. El poder real lo ejercía Trujillo tras bastidores. De modo que muerto el tirano, Balaguer se convirtió en presidente real.
Como es sabido, el primer gobierno dominicano elegido democráticamente, luego de los treinta y un años de la férrea dictadura de Rafael Trujillo, fue derrocado tras apenas siete meses de ejercicio. Juan Bosch pretendió gobernar con independencia política y de criterio, en una época en que los imperios eliminaban las gradaciones de colores, exigiendo que el mundo fuera blanco o negro y punto. Quiso comprar y venderle a todo el mundo, respetar la ideología de cada uno, hacer laica la enseñanza, gobernar con transparencia y honradez, por lo que fue declarado un peligro por los truhanes. La acusación, la de la época: comunista. Cometió algunos errores tácticos y de tacto, que evidenciaban que se estaba en presencia de un intelectual, más que de un estadista, que no es lo mismo, aunque estas actividades humanas tengan puntos tangenciales.
El 25 de septiembre de 1963, la naciente democracia dominicana se vistió de luto. Las esperanzas, pospuestas. John F. Kennedy se negó a reconocer el gobierno surgido como consecuencia del hecho, que fue un triunvirato. Pero el presidente norteamericano fue asesinado en Dallas en noviembre de ese mismo año. Asumió la dirección del estado, el vicepresidente Lyndon B. Johnson. Y éste, a los pocos días, decidió reestablecer plenas relaciones con el gobierno de facto dominicano. Envalentonados por ello, los golpistas apenas dos días antes de La Navidad, fusilaron cobardemente a Manuel Aurelio Tavárez Justo, ascendente líder de la clase media dominicana, que se había sublevado en Manaclas junto a quince guerrilleros más de su partido, el denominado 14 De Junio (bautizado así en honor de la invasión del 1959 contra Trujillo), como protesta contra el golpe de estado contra Bosch, y quien era, no obstante, su enemigo político. No es éste el momento apropiado para juzgar tal levantamiento. Pero lo que sucedió con él, contribuyó significativamente a elevar las pasiones.
Porque Tavárez Justo, conocido popularmente como Manolo, ingenuamente, se plegó a las supuestas garantías que el Triunvirato le ofreció de respetar su vida, en caso de rendirse. No hubo un solo militar herido, lo que confirma la versión de que hubo un acto de rendición y otro de fusilamiento. El señor Emilio de los Santos, quien presidía el Triunvirato, renunció como protesta ante el vil asesinato. Fue sustituido por un importante importador de vehículos que sacó amplios beneficios por el sacrificio (“Cuente los Austin,” rezaba el anuncio sobre los populares carros ingleses de su compañía).
El año 1964 abrió con el más alto presupuesto en la historia dominicana, hasta ese momento: RD$789, 170, 550.00; y como resultó deficitario, el gobierno de facto intentó la estabilización financiera con endeudamientos externos. Así, el 8 de agosto de ese año tomó 4 millones de dólares al AID; y millón y medio en diciembre. La cadena del endeudamiento externo continuó el 9 de febrero del 65 con un préstamo de diez millones; el 12 de abril, con otro de 5 millones. Al día siguiente, día 13, tomó otro de un millón doscientos mil dólares. El 22 de abril, cogió dos préstamos: uno de un millón trescientos mil, y otro por seis millones setecientos mil dólares.
Al tenor de sistemáticas crisis políticas y militares, el grupo inicial gobernante había renunciado, siendo sustituidos por antiguos ministros, a los que el pueblo seguía denominando como ‘el Triunvirato’, a pesar de no ser más que dos personas. Y éstos, buscando el apoyo de los jerarcas militares de entonces, concedieron a aquéllos privilegios increíbles. “El más escandaloso de dichos privilegios fue la autorización de establecer una cantina para vender de contrabando enormes cantidades de bienes de manufactura extranjera que llegaban al país en aviones de la Fuerza Aérea” (Moya Pons, Manual de Historia Dominicana, pág. 532, 11 ed., 1997).
Las protestas populares y las huelgas se sucedían las unas a las otras. Ahora bien, el 20 de abril del 64, sucede un hecho llamado a trascender años más tarde: la fundación del Partido Reformista. Cuando Trujillo fue ajusticiado el 30 de mayo de 1961, el Doctor Balaguer era presidente títere. El poder real lo ejercía Trujillo tras bastidores. De modo que muerto el tirano, Balaguer se convirtió en presidente real. Los meses que estuvo en el cargo, fueron aprovechados por éste para cimentar su prestigio político, conseguir adeptos dentro de los chóferes, campesinos, obreros y sectores profesionales. Para ello usó los cuantiosos fondos del otrora poderoso Partido Dominicano, el partido de Trujillo. En su discurso a la nación el día 17 de diciembre de ese año (1961) Balaguer se había atribuido “la tarea que no supo realizar la oposición: la de minar el régimen cuando aún no había desaparecido el poderío militar que sirvió de sostén a la dictadura, y de establecer las bases en que estamos hoy asentando el estado de derecho que ha de sustituir al régimen despótico que durante 31 años oprimió la conciencia dominicana…No hemos destruido un clan familiar para que la enorme fortuna que ese clan amasó con sangre del país vaya ahora a ser usufructuada por una oligarquía constituida por políticos ambiciosos y por familias pertenecientes a las clases acomodadas.”
Es decir que, luego de treinta años considerando a Trujillo “el Mesías de 1930” como le llamó en un discurso memorable; de estudios profundos sobre la historia dominicana en los que concluía que “gracias a Trujillo somos el pueblo más auténticamente igualitario que existe en el Continente americano”, para afirmar luego contundentemente: “La República Dominicana, en más de cuatro centurias de existencia, sólo ha contado con dos figuras excepcionales en la dirección de sus destinos supremos: Ovando en la era colonial, y Trujillo en la moderna” (J. Balaguer, La palabra encadenada, pág. 64 y 76, respectivamente), repentinamente este mismo cortesano, no sólo aparecía como contrario al régimen decapitado, sino que era el héroe que lo había minado y cogido al Minotauro trujillista por los cuernos. Algunos le creyeron eso años más tarde; otros muchos, sobornados, le hicieron coro a la comedia, que frecuentemente devino convertida en tragedia.
(Y esto es historia repetida: así se presentó, a sí mismo, Tomás Bobadilla y Briones en un discurso tan memorable como el de Balaguer, sólo que en el siglo XIX, como el hacedor de la patria, como el primero que dijo las sacrosantas palabras “Dios, patria y libertad”, el hombre que planeó y dirigió el 27 de febrero de 1844, que permitió la separación de los haitianos, tras precisamente haberle servido a éstos durante los años de su intervención dictatorial, desde muy encumbrados cargos. Repentinamente, él era patriota insigne, como quien dice, el padre de la patria. Y los que estaban allí, consintieron en ello con su silencio. Así Balaguer, quien incluso nunca usó mecanismos democráticos, a no ser que fuera forzado por las circunstancias, pues prefirió siempre gobernar “por dedo”. Sin embargo, ahora resulta que es justamente el padre de la democracia dominicana. Y todos callados, una vez más, por conveniencia transitoria).
Sin embargo, por ahora, forzado por la oligarquía antitrujillista y un sector de la pequeña burguesía que veía en Balaguer la continuación del trujillismo, tuvo que marchar al exilio, la noche del 7 de marzo de 1962. Pero el trabajo estaba hecho: en los primeros meses del año 1964 Balaguer recogió los primeros frutos: la creación del Partido Reformista que se uniría de inmediato, tangencialmente, al combate del régimen de facto que presidía el Triunvirato con el fin de derrocarlo. En poco tiempo Balaguer se convertiría —gracias a su indudable talento intelectual, parsimonia y al frío cálculo político cimentado en su conocimiento de los recovecos de la psicología de las masas y del hombre medio dominicano—, en la figura dominante de la política en la República Dominicana por el resto del siglo XX. Por otra parte, debe destacarse que bajo el régimen trujillista, el país era una auténtica isla: no se viajaba al extranjero salvo permiso especial. Las noticias internacionales eran filtradas y el mercado estaba orientado hacia el consumo de los productos que las fábricas o propiedades del tirano producían. Muerto Trujillo los dominicanos comenzaron a viajar, a estudiar en el extranjero otras carreras no tradicionales (medicina, ingeniería civil y arquitectura, derecho, contabilidad).
También viajaban las ideas. Llegaron al país filosofías existencialistas de todas las tendencias, especialmente las más radicales, las de Jean Paul Sartre y el novelista y ensayista Albert Camus. El neoescolasticismo de Jacques Maritain y su insistencia en la posibilidad de la cooperación cuando se persigue un bien común. Helder Cámera y su preocupación por los pobres a través de la Acción Católica. Simultáneamente penetraron las ideas renovadoras del Concilio Vaticano II que originaron múltiples tendencias. Por supuesto, se conoció el marxismo, en tres líneas principales: la cubana, pro-soviética y pro-china y en menor grado algunos pensadores independientes como Antonio Gramsci o Herbert Marcuse. La socialdemocracia, los neo-keynesianos, los pensadores argentinos como Romero, Ingenieros, Aníbal Ponce; los españoles, Ortega y Gasset, Unamuno, el autor teatral Alfonso Sastre, el anarquismo y el alemán Brecht. Los pensadores y políticos peruanos, Víctor Haya de la Torre, y “el amauta” José Carlos Mariátegui. El Psicoanálisis de Freud y Jung, la música de los Beatles y el jazz, el neorrealismo italiano y Benedetto Croce, la nueva literatura latinoamericana. En fin, que la República Dominicana se abrió al mundo. Aunque dentro de esa apertura se fugaron también jugosos capitales.
Al desaparecer la dictadura, el mercado interno —creado y ampliado al principio por las diversas industrias de Trujillo, pero mermado y cercado en los últimos años por éste mismo debido a su monopolio económico y a errores políticos graves, como el atentado contra el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt—, creció rápidamente, y los dominicanos empezaron a gustar de las bondades producidas por países más avanzados que el nuestro. Así, el hombre medio dominicano empezó a usar la leche en polvo, las ‘compotas’ para niños, las sopas enlatadas o en cubitos, jamones extranjeros, carnes y jugos enlatados; jabones, productos para la piel y el cabello, vinos y whiskeys, máquinas de escribir eléctricas, electrodomésticos, vehículos, etc.
Todo muy bueno; pero esos gustos, tenían y tienen un problema: ¡hay que pagarlos! Para hacer tal, se descansaba básicamente en tres pilares: en primer lugar, en una agricultura de subsistencia, con técnicas de producción anticuadas, o fundamentada en unos pocos productos: café, tabaco, cacao. En segundo lugar, el endeudamiento externo, como ya hemos visto más arriba someramente. El ahorro interno no se estimulaba ni en sueños. No se hacía una acera, si no era con un préstamo (cualquier semejanza con el presente siglo XXI es mera coincidencia). En tercer lugar, se descansaba esencialmente en la industria azucarera. Y producir azúcar, para decirlo con las palabras de quien fuera director del Listín Diario, el periódico más prestigioso de aquella época, don Rafael Herrera, “con su aire industrial, es fuente de atraso y dependencia económica para nuestro país”. Y cito a Herrera, porque nadie, a no ser un loco fanático, podrá acusarlo de radicalismo o de falta de rigor mental. Hacer del azúcar la columna vertebral de la economía fue una decisión trágica que aún tiene sus consecuencias negativas, hasta el punto de poner en riesgo la existencia misma de la nacionalidad dominicana. Pero es éste un tema tan complejo que vale la pena tratarlo en otra ocasión, amén de que nos alejaría profundamente del tema inicial.
Una vez más: los requerimientos de crecimiento en vías de comunicación, casas, edificios, industrias, obras de infraestructura en general no contaban con los debidos recursos, puesto que como país subdesarrollado nunca se apartó una porción de los mismos para dedicarlos al ahorro. Ni tampoco había un plan de desarrollo. Lo poco que podía ahorrarse, vamos a hablar claro, se lo robaba y roba un pequeño grupito, que desde esa época nadie señala. Esto es, que ese reducido número de personas que accedía a la cosa pública y observaba un comportamiento delincuencial, en lugar de ser estigmatizadas públicamente, tenían por lo contrario elevado reconocimiento social. Su prestigio era y es tal, que todos deseaban su amistad, y eventualmente, alguna borona de lo robado. Porque siempre se ha criticado no el que se robe, sino que se “coma solo”. Antes de la caída de la dictadura trujillista, Juan Bosch precisamente había profetizado dos cosas: que a la desaparición de Trujillo las masas se lanzarían sobre los bienes que el tirano había acumulado para sí y para sus familiares, cosa que sucedió como sabemos. Y lo segundo que, cuando fuera abatido dicho régimen, “los dominicanos debemos esperar en corto plazo la primera guerra social de nuestra historia” (J. Bosch, La Fortuna de Trujillo, pág. 51, cuarta edición 1997, Ed. Alfa y Omega).
Pues bien, si a todo lo dicho más arriba, unimos la represión política, la falta de libertad, la miseria de la gran mayoría de la población, la rigidez social, la vuelta a los usos de privilegios de casta por parte de una minoría que se creía muy superior, cerrándole el ascenso social a los más humildes, a los “hijos de machepa”, para usar el vocabulario de Bosch en aquella época, al tiempo que las clases sociales eran de por sí embrionarias, tenemos en La Revolución de Abril de 1965, y tras la máscara de la restauración de la constitucionalidad perdida que fue su divisa inicial (la reposición del gobierno de Bosch), hay que ver en ella el inicio de esa larga batalla social que tras casi cincuenta años aún perdura, sin que se vislumbre ni remotamente el acceso a una sociedad más justa, armoniosa y desarrollada. [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002]
By mediaIslaPublished: April 24, 2010
Posted in: La senda
José Tobías Beato | Cuando Trujillo fue ajusticiado el 30 de mayo de 1961, el Doctor Balaguer era presidente títere. El poder real lo ejercía Trujillo tras bastidores. De modo que muerto el tirano, Balaguer se convirtió en presidente real.
Como es sabido, el primer gobierno dominicano elegido democráticamente, luego de los treinta y un años de la férrea dictadura de Rafael Trujillo, fue derrocado tras apenas siete meses de ejercicio. Juan Bosch pretendió gobernar con independencia política y de criterio, en una época en que los imperios eliminaban las gradaciones de colores, exigiendo que el mundo fuera blanco o negro y punto. Quiso comprar y venderle a todo el mundo, respetar la ideología de cada uno, hacer laica la enseñanza, gobernar con transparencia y honradez, por lo que fue declarado un peligro por los truhanes. La acusación, la de la época: comunista. Cometió algunos errores tácticos y de tacto, que evidenciaban que se estaba en presencia de un intelectual, más que de un estadista, que no es lo mismo, aunque estas actividades humanas tengan puntos tangenciales.
El 25 de septiembre de 1963, la naciente democracia dominicana se vistió de luto. Las esperanzas, pospuestas. John F. Kennedy se negó a reconocer el gobierno surgido como consecuencia del hecho, que fue un triunvirato. Pero el presidente norteamericano fue asesinado en Dallas en noviembre de ese mismo año. Asumió la dirección del estado, el vicepresidente Lyndon B. Johnson. Y éste, a los pocos días, decidió reestablecer plenas relaciones con el gobierno de facto dominicano. Envalentonados por ello, los golpistas apenas dos días antes de La Navidad, fusilaron cobardemente a Manuel Aurelio Tavárez Justo, ascendente líder de la clase media dominicana, que se había sublevado en Manaclas junto a quince guerrilleros más de su partido, el denominado 14 De Junio (bautizado así en honor de la invasión del 1959 contra Trujillo), como protesta contra el golpe de estado contra Bosch, y quien era, no obstante, su enemigo político. No es éste el momento apropiado para juzgar tal levantamiento. Pero lo que sucedió con él, contribuyó significativamente a elevar las pasiones.
Porque Tavárez Justo, conocido popularmente como Manolo, ingenuamente, se plegó a las supuestas garantías que el Triunvirato le ofreció de respetar su vida, en caso de rendirse. No hubo un solo militar herido, lo que confirma la versión de que hubo un acto de rendición y otro de fusilamiento. El señor Emilio de los Santos, quien presidía el Triunvirato, renunció como protesta ante el vil asesinato. Fue sustituido por un importante importador de vehículos que sacó amplios beneficios por el sacrificio (“Cuente los Austin,” rezaba el anuncio sobre los populares carros ingleses de su compañía).
El año 1964 abrió con el más alto presupuesto en la historia dominicana, hasta ese momento: RD$789, 170, 550.00; y como resultó deficitario, el gobierno de facto intentó la estabilización financiera con endeudamientos externos. Así, el 8 de agosto de ese año tomó 4 millones de dólares al AID; y millón y medio en diciembre. La cadena del endeudamiento externo continuó el 9 de febrero del 65 con un préstamo de diez millones; el 12 de abril, con otro de 5 millones. Al día siguiente, día 13, tomó otro de un millón doscientos mil dólares. El 22 de abril, cogió dos préstamos: uno de un millón trescientos mil, y otro por seis millones setecientos mil dólares.
Al tenor de sistemáticas crisis políticas y militares, el grupo inicial gobernante había renunciado, siendo sustituidos por antiguos ministros, a los que el pueblo seguía denominando como ‘el Triunvirato’, a pesar de no ser más que dos personas. Y éstos, buscando el apoyo de los jerarcas militares de entonces, concedieron a aquéllos privilegios increíbles. “El más escandaloso de dichos privilegios fue la autorización de establecer una cantina para vender de contrabando enormes cantidades de bienes de manufactura extranjera que llegaban al país en aviones de la Fuerza Aérea” (Moya Pons, Manual de Historia Dominicana, pág. 532, 11 ed., 1997).
Las protestas populares y las huelgas se sucedían las unas a las otras. Ahora bien, el 20 de abril del 64, sucede un hecho llamado a trascender años más tarde: la fundación del Partido Reformista. Cuando Trujillo fue ajusticiado el 30 de mayo de 1961, el Doctor Balaguer era presidente títere. El poder real lo ejercía Trujillo tras bastidores. De modo que muerto el tirano, Balaguer se convirtió en presidente real. Los meses que estuvo en el cargo, fueron aprovechados por éste para cimentar su prestigio político, conseguir adeptos dentro de los chóferes, campesinos, obreros y sectores profesionales. Para ello usó los cuantiosos fondos del otrora poderoso Partido Dominicano, el partido de Trujillo. En su discurso a la nación el día 17 de diciembre de ese año (1961) Balaguer se había atribuido “la tarea que no supo realizar la oposición: la de minar el régimen cuando aún no había desaparecido el poderío militar que sirvió de sostén a la dictadura, y de establecer las bases en que estamos hoy asentando el estado de derecho que ha de sustituir al régimen despótico que durante 31 años oprimió la conciencia dominicana…No hemos destruido un clan familiar para que la enorme fortuna que ese clan amasó con sangre del país vaya ahora a ser usufructuada por una oligarquía constituida por políticos ambiciosos y por familias pertenecientes a las clases acomodadas.”
Es decir que, luego de treinta años considerando a Trujillo “el Mesías de 1930” como le llamó en un discurso memorable; de estudios profundos sobre la historia dominicana en los que concluía que “gracias a Trujillo somos el pueblo más auténticamente igualitario que existe en el Continente americano”, para afirmar luego contundentemente: “La República Dominicana, en más de cuatro centurias de existencia, sólo ha contado con dos figuras excepcionales en la dirección de sus destinos supremos: Ovando en la era colonial, y Trujillo en la moderna” (J. Balaguer, La palabra encadenada, pág. 64 y 76, respectivamente), repentinamente este mismo cortesano, no sólo aparecía como contrario al régimen decapitado, sino que era el héroe que lo había minado y cogido al Minotauro trujillista por los cuernos. Algunos le creyeron eso años más tarde; otros muchos, sobornados, le hicieron coro a la comedia, que frecuentemente devino convertida en tragedia.
(Y esto es historia repetida: así se presentó, a sí mismo, Tomás Bobadilla y Briones en un discurso tan memorable como el de Balaguer, sólo que en el siglo XIX, como el hacedor de la patria, como el primero que dijo las sacrosantas palabras “Dios, patria y libertad”, el hombre que planeó y dirigió el 27 de febrero de 1844, que permitió la separación de los haitianos, tras precisamente haberle servido a éstos durante los años de su intervención dictatorial, desde muy encumbrados cargos. Repentinamente, él era patriota insigne, como quien dice, el padre de la patria. Y los que estaban allí, consintieron en ello con su silencio. Así Balaguer, quien incluso nunca usó mecanismos democráticos, a no ser que fuera forzado por las circunstancias, pues prefirió siempre gobernar “por dedo”. Sin embargo, ahora resulta que es justamente el padre de la democracia dominicana. Y todos callados, una vez más, por conveniencia transitoria).
Sin embargo, por ahora, forzado por la oligarquía antitrujillista y un sector de la pequeña burguesía que veía en Balaguer la continuación del trujillismo, tuvo que marchar al exilio, la noche del 7 de marzo de 1962. Pero el trabajo estaba hecho: en los primeros meses del año 1964 Balaguer recogió los primeros frutos: la creación del Partido Reformista que se uniría de inmediato, tangencialmente, al combate del régimen de facto que presidía el Triunvirato con el fin de derrocarlo. En poco tiempo Balaguer se convertiría —gracias a su indudable talento intelectual, parsimonia y al frío cálculo político cimentado en su conocimiento de los recovecos de la psicología de las masas y del hombre medio dominicano—, en la figura dominante de la política en la República Dominicana por el resto del siglo XX. Por otra parte, debe destacarse que bajo el régimen trujillista, el país era una auténtica isla: no se viajaba al extranjero salvo permiso especial. Las noticias internacionales eran filtradas y el mercado estaba orientado hacia el consumo de los productos que las fábricas o propiedades del tirano producían. Muerto Trujillo los dominicanos comenzaron a viajar, a estudiar en el extranjero otras carreras no tradicionales (medicina, ingeniería civil y arquitectura, derecho, contabilidad).
También viajaban las ideas. Llegaron al país filosofías existencialistas de todas las tendencias, especialmente las más radicales, las de Jean Paul Sartre y el novelista y ensayista Albert Camus. El neoescolasticismo de Jacques Maritain y su insistencia en la posibilidad de la cooperación cuando se persigue un bien común. Helder Cámera y su preocupación por los pobres a través de la Acción Católica. Simultáneamente penetraron las ideas renovadoras del Concilio Vaticano II que originaron múltiples tendencias. Por supuesto, se conoció el marxismo, en tres líneas principales: la cubana, pro-soviética y pro-china y en menor grado algunos pensadores independientes como Antonio Gramsci o Herbert Marcuse. La socialdemocracia, los neo-keynesianos, los pensadores argentinos como Romero, Ingenieros, Aníbal Ponce; los españoles, Ortega y Gasset, Unamuno, el autor teatral Alfonso Sastre, el anarquismo y el alemán Brecht. Los pensadores y políticos peruanos, Víctor Haya de la Torre, y “el amauta” José Carlos Mariátegui. El Psicoanálisis de Freud y Jung, la música de los Beatles y el jazz, el neorrealismo italiano y Benedetto Croce, la nueva literatura latinoamericana. En fin, que la República Dominicana se abrió al mundo. Aunque dentro de esa apertura se fugaron también jugosos capitales.
Al desaparecer la dictadura, el mercado interno —creado y ampliado al principio por las diversas industrias de Trujillo, pero mermado y cercado en los últimos años por éste mismo debido a su monopolio económico y a errores políticos graves, como el atentado contra el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt—, creció rápidamente, y los dominicanos empezaron a gustar de las bondades producidas por países más avanzados que el nuestro. Así, el hombre medio dominicano empezó a usar la leche en polvo, las ‘compotas’ para niños, las sopas enlatadas o en cubitos, jamones extranjeros, carnes y jugos enlatados; jabones, productos para la piel y el cabello, vinos y whiskeys, máquinas de escribir eléctricas, electrodomésticos, vehículos, etc.
Todo muy bueno; pero esos gustos, tenían y tienen un problema: ¡hay que pagarlos! Para hacer tal, se descansaba básicamente en tres pilares: en primer lugar, en una agricultura de subsistencia, con técnicas de producción anticuadas, o fundamentada en unos pocos productos: café, tabaco, cacao. En segundo lugar, el endeudamiento externo, como ya hemos visto más arriba someramente. El ahorro interno no se estimulaba ni en sueños. No se hacía una acera, si no era con un préstamo (cualquier semejanza con el presente siglo XXI es mera coincidencia). En tercer lugar, se descansaba esencialmente en la industria azucarera. Y producir azúcar, para decirlo con las palabras de quien fuera director del Listín Diario, el periódico más prestigioso de aquella época, don Rafael Herrera, “con su aire industrial, es fuente de atraso y dependencia económica para nuestro país”. Y cito a Herrera, porque nadie, a no ser un loco fanático, podrá acusarlo de radicalismo o de falta de rigor mental. Hacer del azúcar la columna vertebral de la economía fue una decisión trágica que aún tiene sus consecuencias negativas, hasta el punto de poner en riesgo la existencia misma de la nacionalidad dominicana. Pero es éste un tema tan complejo que vale la pena tratarlo en otra ocasión, amén de que nos alejaría profundamente del tema inicial.
Una vez más: los requerimientos de crecimiento en vías de comunicación, casas, edificios, industrias, obras de infraestructura en general no contaban con los debidos recursos, puesto que como país subdesarrollado nunca se apartó una porción de los mismos para dedicarlos al ahorro. Ni tampoco había un plan de desarrollo. Lo poco que podía ahorrarse, vamos a hablar claro, se lo robaba y roba un pequeño grupito, que desde esa época nadie señala. Esto es, que ese reducido número de personas que accedía a la cosa pública y observaba un comportamiento delincuencial, en lugar de ser estigmatizadas públicamente, tenían por lo contrario elevado reconocimiento social. Su prestigio era y es tal, que todos deseaban su amistad, y eventualmente, alguna borona de lo robado. Porque siempre se ha criticado no el que se robe, sino que se “coma solo”. Antes de la caída de la dictadura trujillista, Juan Bosch precisamente había profetizado dos cosas: que a la desaparición de Trujillo las masas se lanzarían sobre los bienes que el tirano había acumulado para sí y para sus familiares, cosa que sucedió como sabemos. Y lo segundo que, cuando fuera abatido dicho régimen, “los dominicanos debemos esperar en corto plazo la primera guerra social de nuestra historia” (J. Bosch, La Fortuna de Trujillo, pág. 51, cuarta edición 1997, Ed. Alfa y Omega).
Pues bien, si a todo lo dicho más arriba, unimos la represión política, la falta de libertad, la miseria de la gran mayoría de la población, la rigidez social, la vuelta a los usos de privilegios de casta por parte de una minoría que se creía muy superior, cerrándole el ascenso social a los más humildes, a los “hijos de machepa”, para usar el vocabulario de Bosch en aquella época, al tiempo que las clases sociales eran de por sí embrionarias, tenemos en La Revolución de Abril de 1965, y tras la máscara de la restauración de la constitucionalidad perdida que fue su divisa inicial (la reposición del gobierno de Bosch), hay que ver en ella el inicio de esa larga batalla social que tras casi cincuenta años aún perdura, sin que se vislumbre ni remotamente el acceso a una sociedad más justa, armoniosa y desarrollada. [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002]
lunes, 17 de mayo de 2010
SITUACION MUNDIAL DE LA IGLESIA CUANDO LLEGA TRUJILLO AL PODER
Situación mundial de la iglesia cuando Trujillo llegó al poder
By mediaIslaPublished: May 15, 2010
Posted in: La senda
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José Tobías Beato | A principios de la década del treinta, la Iglesia ensayaba caminos que le permitieran ejercer la universalidad de su doctrina. Tuvo aciertos, también errores, y a fe que iba a costar mucho deslindar viejas alianzas y corregir antiguas manías.
El cristianismo es esencialmente internacionalista. Predica la fraternidad humana, exige la ayuda mutua universal y no acepta el particularismo de las naciones sino en la medida en que sirve al bien general de la humanidad. Jacques Leclerc
Para 1930 la Iglesia pasaba en el mundo, particularmente en Europa, tiempos gravísimos. Era como un náufrago que con desesperación trataba de salir de las aguas profundas, y sin embargo, al asomar a la superficie, no se aferraba a cualquier tabla que lo sostuviera: antes por el contrario, era bien selectivo.
En esos tiempos era Papa Pío XI (1922-1939). Este Papa había convenido con el rey Víctor Manuel III la firma del Pacto de Letrán (1929), por el cual la Iglesia perdía legalmente los llamados Estados Pontificios, que desde 1870 estaban de hecho en manos del gobierno italiano y que la Iglesia había controlado por más de mil años. Logró compensaciones económicas por ello, naturalmente, al tiempo que el Papa perdía su condición de ‘prisionero’ en Roma. La Iglesia se comprometía a la neutralidad en cualquier conflicto internacional, y se creaba el estado independiente de La Ciudad del Vaticano, del cual el Papa sería en lo adelante plenamente el soberano.
También debe añadirse que décadas antes, y en lucha contra diferentes frentes, el Papa Pío IX había proclamado la infalibilidad papal y que en la Alemania de Bismarck había surgido un grupo llamado “Cultura y Lucha” (Kulturkampf) que obligó al matrimonio civil, deslindó los campos entre el gobierno y la Iglesia, quedó expulsada la orden más combativa de ella, la Compañía de Jesús —los temidos jesuitas— e incluso envió a la cárcel a buen número de obispos y sacerdotes. La libertad de la Iglesia era bien relativa. Parte de esa problemática fue resuelta por el Concordato de 1933 entre Hitler y Pío XI. Pero la segunda guerra mundial estaba a las puertas: los violentos estaban al mando, y ya nadie quería oír razones que no fueran las de la pólvora y la sangre, y solamente el dolor que ésta provocaría los haría volver parcialmente al terreno de la cordura. A su vez, de esta cordura nacería una nueva especie de arrogantes: los que poseían poder atómico.
En Francia, el caso del oficial francés de origen judío, Alfred Dreyfus, originó en el curso de unos cuantos años un gran escándalo que terminó con graves consecuencias para las fuerzas político-sociales que lo condenaron. Acusado en 1893 de espionaje a favor de Alemania, fue condenado a prisión de por vida en “La Isla del Diablo” de la Guayana Francesa. El proceso tuvo que ser reabierto al descubrirse que el ejército había falsificado las pruebas y que el verdadero culpable era un tal Charles Esterházy, acusado por el teniente coronel Picquart. Unidos por el antisemitismo y algo más, el juicio enfrentó a la derecha, al ejército y la Iglesia de un lado, contra los sectores republicanos liberales e intelectuales como el ensayista Charles Péguy, el novelista y gran humanista Anatole France, y sobre todo Zola con su célebre artículo periodístico Y’accuse, “yo acuso”. Dreyfus fue absuelto de todos los cargos. La derecha y el ejército terminaron desprestigiados y la Iglesia vio consumada la separación oficial del Estado francés, al que había estado unido desde siglos atrás, pese a cortos períodos de desgajamiento.
La revolución bolchevique en Rusia había convertido al nuevo estado soviético no solamente en socialista, sino en oficialmente ateo. El marxismo se hacía sentir fuertemente en todo el continente europeo, y tenía simpatías en medio mundo a través de la Segunda Internacional, y luego a partir de la Tercera, más agresiva y de corte leninista.
By mediaIslaPublished: May 15, 2010
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José Tobías Beato | A principios de la década del treinta, la Iglesia ensayaba caminos que le permitieran ejercer la universalidad de su doctrina. Tuvo aciertos, también errores, y a fe que iba a costar mucho deslindar viejas alianzas y corregir antiguas manías.
El cristianismo es esencialmente internacionalista. Predica la fraternidad humana, exige la ayuda mutua universal y no acepta el particularismo de las naciones sino en la medida en que sirve al bien general de la humanidad. Jacques Leclerc
Para 1930 la Iglesia pasaba en el mundo, particularmente en Europa, tiempos gravísimos. Era como un náufrago que con desesperación trataba de salir de las aguas profundas, y sin embargo, al asomar a la superficie, no se aferraba a cualquier tabla que lo sostuviera: antes por el contrario, era bien selectivo.
En esos tiempos era Papa Pío XI (1922-1939). Este Papa había convenido con el rey Víctor Manuel III la firma del Pacto de Letrán (1929), por el cual la Iglesia perdía legalmente los llamados Estados Pontificios, que desde 1870 estaban de hecho en manos del gobierno italiano y que la Iglesia había controlado por más de mil años. Logró compensaciones económicas por ello, naturalmente, al tiempo que el Papa perdía su condición de ‘prisionero’ en Roma. La Iglesia se comprometía a la neutralidad en cualquier conflicto internacional, y se creaba el estado independiente de La Ciudad del Vaticano, del cual el Papa sería en lo adelante plenamente el soberano.
También debe añadirse que décadas antes, y en lucha contra diferentes frentes, el Papa Pío IX había proclamado la infalibilidad papal y que en la Alemania de Bismarck había surgido un grupo llamado “Cultura y Lucha” (Kulturkampf) que obligó al matrimonio civil, deslindó los campos entre el gobierno y la Iglesia, quedó expulsada la orden más combativa de ella, la Compañía de Jesús —los temidos jesuitas— e incluso envió a la cárcel a buen número de obispos y sacerdotes. La libertad de la Iglesia era bien relativa. Parte de esa problemática fue resuelta por el Concordato de 1933 entre Hitler y Pío XI. Pero la segunda guerra mundial estaba a las puertas: los violentos estaban al mando, y ya nadie quería oír razones que no fueran las de la pólvora y la sangre, y solamente el dolor que ésta provocaría los haría volver parcialmente al terreno de la cordura. A su vez, de esta cordura nacería una nueva especie de arrogantes: los que poseían poder atómico.
En Francia, el caso del oficial francés de origen judío, Alfred Dreyfus, originó en el curso de unos cuantos años un gran escándalo que terminó con graves consecuencias para las fuerzas político-sociales que lo condenaron. Acusado en 1893 de espionaje a favor de Alemania, fue condenado a prisión de por vida en “La Isla del Diablo” de la Guayana Francesa. El proceso tuvo que ser reabierto al descubrirse que el ejército había falsificado las pruebas y que el verdadero culpable era un tal Charles Esterházy, acusado por el teniente coronel Picquart. Unidos por el antisemitismo y algo más, el juicio enfrentó a la derecha, al ejército y la Iglesia de un lado, contra los sectores republicanos liberales e intelectuales como el ensayista Charles Péguy, el novelista y gran humanista Anatole France, y sobre todo Zola con su célebre artículo periodístico Y’accuse, “yo acuso”. Dreyfus fue absuelto de todos los cargos. La derecha y el ejército terminaron desprestigiados y la Iglesia vio consumada la separación oficial del Estado francés, al que había estado unido desde siglos atrás, pese a cortos períodos de desgajamiento.
La revolución bolchevique en Rusia había convertido al nuevo estado soviético no solamente en socialista, sino en oficialmente ateo. El marxismo se hacía sentir fuertemente en todo el continente europeo, y tenía simpatías en medio mundo a través de la Segunda Internacional, y luego a partir de la Tercera, más agresiva y de corte leninista.
sábado, 1 de mayo de 2010
Haití, reconstrucción o refundación
Haití, reconstrucción o refundación
María Elena Núñez - 5/1/2010
Ya vimos en entregas anteriores –Listín Diario 3/2010– que el nimbo trágico que parece sobrevolar incansable por el desarrollo histórico de Haití desde su surgimiento, no ha sido en función de un mandato de supremacías airadas, para castigar a un pueblo que desafi ó la ira divina, adorando otros dioses en altares extraños a los de la cosmogonía cristiana. Por el contrario, en los trabajos citados, nosotros demostramos que el reto de Haití, no fue contra entidades intangibles, sino dirigidas hacia otras muy concretas, como las viejas y nuevas fuerzas que entraron en contradicción por el predominio del nuevo mundo surgido de la gesta descubridora de 1492.
Lo primero fue, que si bien el país vecino surgió de una gran catástrofe como fue la devastación ordenada por Osorio en los inicios del siglo XVII, que luego de un proceso mediato creó el marco jurídico político para el establecimiento de la primera colonia francesa en América; también fue verdad, que de eso que parecía un revés sin perspectivas de redención, Haití en un duelo con la historia que lo circunscribía al ritual secular de las cadenas, se casó con la gloria dos veces. En primer lugar, cuando de un pueblo convertido en esclavo, trashumante y diversifi cado en lo cultural, por el nuevo orden colonial, con lenguas, religiones y costumbres diferentes; conformó una nación cohesionada y libre, de la cual hizo brotar más tarde, un Estado independiente.
Pero fue ahí, justo en ese punto donde se revirtió la historia. Esas epopeyas eran muy peligrosas para el sistema de explotación colonial, por tanto había que trastocarlas en derrotas, estampándoles un signo trágico, que apagara la pródiga intensidad de los fuegos libertarios, previsibles en los pueblos sometidos del continente. Fue así como lo expresamos en las entregas citadas, que Haití, aparte de que tuvo que pagarle a Francia centenar y medio de francos por el reconocimiento de su independencia, más 60 millomes por daños de guerra; suma que a la conversión de la tasa actual equivalen a 5 veces el presupuesto actual de esa nació. De ahí, es que se afi rma que con semejante carga encima, el fl amante Estado emergió natimuerto.
Porque de ese compromiso nació la impagable deuda externa, matriz de la dependencia, de esa que lo invalidó al primer respiro de vida, obligándolo a caminar con muletas, dando tumbos por los caminos de la inestabilidad política, que junto al atraso económico en que le dejó sumergido la sobreexplotación colonial, generaron la crisis social permanente que sin piedad agudizó el potente sismo del pasado 12 de enero.
Sin embargo, cual extraña paradoja, pareciera que esa catástrofe natural podría enderezarle la pata que las calamidades históricas le torcieron a Haití; causa, como lo vimos antes, de su cojera secular. Porque el sismo ha vuelto a poner al país en el mapa, algo que no sucedía desde los tiempos de las señaladas hazañas épicas de inicios del siglo XIX. Se dirá que de forma negativa, pero preferimos seguir la refl exión que trae el refrán aquel “también dentro de lo malo puede fl orecer algo bueno¨. Al parecer eso ha sucedido con el vecino del oeste porque la postergada solidaridad internacional se ha volcado teóricamente sobre él, actitud que de plasmarse podríamos apostar a un reciclaje del mito recurrente del Ave Fénix, tal como lo auguramos en los trabajos anteriores.
Porque no sólo vemos esto desde la perspectiva de un renacer basado en el concepto de la reconstrucción o sea de un emerger desde las cenizas, que como un recuerdo, dejó la cremación telúrica de partes vitales del cuerpo material de ese país. Lo que proponemos aquí es una refundición del Estado en sí mismo, comenzando por su reintegro a las entrañas que lo catapultaron a la historia, para que vuelva a nacer; pero tras un parto natural, no forzado con los bíceps exógenos, que quebraron su capacidad de transitar con paso fi rme por el trayecto inicial de las rutas emancipadoras.
Porque no se trata de levantar de nuevo las edifi caciones, los palacios, las entidades públicas, los hospitales, las escuelas, etc. O sea la reconstrucción del habitat de la federación de servicios, que acoge y legitima la existencia física del Estado, pulverizada por el desastre; eso indudablemente hay que hacerlo y urgentemente, por las razones de sobrevivencia de la población afectada por el sismo. De acuerdo, pero esto no signifi ca que hay que dejar de lado la reformulación del marco jurídico-político que es el Estado en que esa reconstrucción debe darse, ya que como vimos surgió en un contexto opresivo de imposición, que castró las posibilidades normales de su evolución histórica. Por tanto, la propuesta concreta es que ambas estrategias pueden implementarse de manera simultánea, ya que como lo veremos luego, ambas no se excluyen mutuamente.
En este contexto, dentro de los ofrecimientos de asistencia, ayuda y/o cooperación que han notifi cado importantes sectores de la comunidad internacional, los que nos parecen más consecuentes con nuestra propuesta son lo que han hecho determinados países, así como algunos organismos fi nancieros, que no sólo han anunciado la condonación de la deuda externa haitiana, sino también de otros compromisos. Nos referimos a las iniciativas tomadas en ese sentido por el BID y a Venezuela. En el primer caso el BID prometió cancelar la mitad de la deuda externa haitiana que asciende a US479MM de un total de US828MM, más US70 MM, para la capitalización del citado país, a lo que se agregan US2000 MM, para las tareas reconstructivas. En cuanto a la nación suramericana, esta colaboró con US2,430MM, suma en la cual incluyó la derogación de la deuda que Haití tenía con ella, así como la de los ingresos de la venta de petróleo y otros derivados, en razón del acuerdo Petrocaribe.
De materializase esta absolución de un débito con raíces tan antiguas pero que colocado en esa perspectiva-retrospectiva puede ir creando no sólo las bases del mencionado equilibrio institucional de que fue privado Haití, permitiría al mismo tiempo la creación de un espacio para las rectifi caciones y compensaciones históricas postergadas.
De esas que reivindica el Derecho de Gentes en función del Principio de la Responsabilidad Internacional; como las que tienen pendientes con Haití algunas potencias involucradas con su pasado colonial y neocolonial.
Porque se sabe que siendo la estabilidad económica la base de la política, al carecer Haití, de ese primer elemento desde su aparición en el ámbito republicano, la anarquía se instaló señera en los doscientos y tantos años de su vida independiente, como si se quisiera demostrar que ese país no estaba capacitado para disfrutar del privilegio de la libertad, que tan bizarra y heroicamente conquistara. Pretexto, que por cierto se usó muchas veces en el proceso de descolonización de Latinoamérica, esgrimido incluso por los sectores antinacionales del liderazgo político interno de algunos de esos países, incluyendo el nuestro; que movidos por conveniencias clasistas y en estrecha alianza con el interés extranjero, no vacilaron en hacer abortar exitosos movimientos independentistas; como sucedió por ejemplo aquí en RD, con la Anexión de la fl amante República a España, en 1861.
Llegamos aquí a un punto culminante de nuestro trabajo, que nos obliga a retomar el tema central para poder restablecer la concatenación de los hechos: porque si la condonación de la deuda externa haitiana contribuye al establecimiento de la estabilidad económica, premisa de la política, la que lleva a la instauración de la democracia en Haití, esta última que es considerada a su vez, por la comunidad internacional, como la medida previa, para el rezagado desarrollo económico y social de dicho país; todo apunta a que la primera, o sea la concretización de la amnistía fi nanciera sería el primer y mas grande de los logros, porque con él puede comenzar el proceso de refundición del Estado, que como lo señalamos arriba, puede implementarse con la idea de la reconstrucción a la que aspiran amplios sectores de la comunidad internacional, como se desprende de lo resultados de la Conferencia de Donantes celebrada en la ONU el 31 de marzo, en la cual se magnifi caron las expectativas que se plantearon en la reunión previa a la misma que tuvo lugar en nuestro país.
Porque mientras en la citada reunión en RD, se determinó el monto de US 3, 800MM para la etapa inicial de 18 meses, suma que había solicitado Haití para las actividades en ese período, de un total de US$10,000 MM, que según la CEPAL se necesitará para las divulgadas tareas de recuperación del vecino país; en la ONU, se acordó la misma cantidad que apuntara el citado organismo regional, para ir en rescate del vecino país, pero para ser usadas en un plazo mas largo que el acordado aquí en la reunión en RD. No obstante, resulta altamente reconfortante que entre la comunidad internacional regional y mundial exista la articulación necesaria, para hacer mas rápido y efectivo los planes de resurrección material y política de Haití unidos al hecho de que en el seno de la comunidad internacional, como lo vimos aquí, coexistan las iniciativas de refundación y reconstrucción.
Enfoque que puede hacer viable nuestra propuesta sobre un país de pié sobre las cenizas, como lo plasmaron los libertadores de sus epopeyas gemelas, allá en los albores del siglo XIX: ejemplo a seguir por los líderes de hoy en ese vecino país, sin cuya contribución- como lo veremos en otra entrega- resulta difícil poner en práctica, eso que Ban Ki Moon, el secretario general de la ONU, llamo la “solidaridad en acción”.
María Elena Núñez - 5/1/2010
Ya vimos en entregas anteriores –Listín Diario 3/2010– que el nimbo trágico que parece sobrevolar incansable por el desarrollo histórico de Haití desde su surgimiento, no ha sido en función de un mandato de supremacías airadas, para castigar a un pueblo que desafi ó la ira divina, adorando otros dioses en altares extraños a los de la cosmogonía cristiana. Por el contrario, en los trabajos citados, nosotros demostramos que el reto de Haití, no fue contra entidades intangibles, sino dirigidas hacia otras muy concretas, como las viejas y nuevas fuerzas que entraron en contradicción por el predominio del nuevo mundo surgido de la gesta descubridora de 1492.
Lo primero fue, que si bien el país vecino surgió de una gran catástrofe como fue la devastación ordenada por Osorio en los inicios del siglo XVII, que luego de un proceso mediato creó el marco jurídico político para el establecimiento de la primera colonia francesa en América; también fue verdad, que de eso que parecía un revés sin perspectivas de redención, Haití en un duelo con la historia que lo circunscribía al ritual secular de las cadenas, se casó con la gloria dos veces. En primer lugar, cuando de un pueblo convertido en esclavo, trashumante y diversifi cado en lo cultural, por el nuevo orden colonial, con lenguas, religiones y costumbres diferentes; conformó una nación cohesionada y libre, de la cual hizo brotar más tarde, un Estado independiente.
Pero fue ahí, justo en ese punto donde se revirtió la historia. Esas epopeyas eran muy peligrosas para el sistema de explotación colonial, por tanto había que trastocarlas en derrotas, estampándoles un signo trágico, que apagara la pródiga intensidad de los fuegos libertarios, previsibles en los pueblos sometidos del continente. Fue así como lo expresamos en las entregas citadas, que Haití, aparte de que tuvo que pagarle a Francia centenar y medio de francos por el reconocimiento de su independencia, más 60 millomes por daños de guerra; suma que a la conversión de la tasa actual equivalen a 5 veces el presupuesto actual de esa nació. De ahí, es que se afi rma que con semejante carga encima, el fl amante Estado emergió natimuerto.
Porque de ese compromiso nació la impagable deuda externa, matriz de la dependencia, de esa que lo invalidó al primer respiro de vida, obligándolo a caminar con muletas, dando tumbos por los caminos de la inestabilidad política, que junto al atraso económico en que le dejó sumergido la sobreexplotación colonial, generaron la crisis social permanente que sin piedad agudizó el potente sismo del pasado 12 de enero.
Sin embargo, cual extraña paradoja, pareciera que esa catástrofe natural podría enderezarle la pata que las calamidades históricas le torcieron a Haití; causa, como lo vimos antes, de su cojera secular. Porque el sismo ha vuelto a poner al país en el mapa, algo que no sucedía desde los tiempos de las señaladas hazañas épicas de inicios del siglo XIX. Se dirá que de forma negativa, pero preferimos seguir la refl exión que trae el refrán aquel “también dentro de lo malo puede fl orecer algo bueno¨. Al parecer eso ha sucedido con el vecino del oeste porque la postergada solidaridad internacional se ha volcado teóricamente sobre él, actitud que de plasmarse podríamos apostar a un reciclaje del mito recurrente del Ave Fénix, tal como lo auguramos en los trabajos anteriores.
Porque no sólo vemos esto desde la perspectiva de un renacer basado en el concepto de la reconstrucción o sea de un emerger desde las cenizas, que como un recuerdo, dejó la cremación telúrica de partes vitales del cuerpo material de ese país. Lo que proponemos aquí es una refundición del Estado en sí mismo, comenzando por su reintegro a las entrañas que lo catapultaron a la historia, para que vuelva a nacer; pero tras un parto natural, no forzado con los bíceps exógenos, que quebraron su capacidad de transitar con paso fi rme por el trayecto inicial de las rutas emancipadoras.
Porque no se trata de levantar de nuevo las edifi caciones, los palacios, las entidades públicas, los hospitales, las escuelas, etc. O sea la reconstrucción del habitat de la federación de servicios, que acoge y legitima la existencia física del Estado, pulverizada por el desastre; eso indudablemente hay que hacerlo y urgentemente, por las razones de sobrevivencia de la población afectada por el sismo. De acuerdo, pero esto no signifi ca que hay que dejar de lado la reformulación del marco jurídico-político que es el Estado en que esa reconstrucción debe darse, ya que como vimos surgió en un contexto opresivo de imposición, que castró las posibilidades normales de su evolución histórica. Por tanto, la propuesta concreta es que ambas estrategias pueden implementarse de manera simultánea, ya que como lo veremos luego, ambas no se excluyen mutuamente.
En este contexto, dentro de los ofrecimientos de asistencia, ayuda y/o cooperación que han notifi cado importantes sectores de la comunidad internacional, los que nos parecen más consecuentes con nuestra propuesta son lo que han hecho determinados países, así como algunos organismos fi nancieros, que no sólo han anunciado la condonación de la deuda externa haitiana, sino también de otros compromisos. Nos referimos a las iniciativas tomadas en ese sentido por el BID y a Venezuela. En el primer caso el BID prometió cancelar la mitad de la deuda externa haitiana que asciende a US479MM de un total de US828MM, más US70 MM, para la capitalización del citado país, a lo que se agregan US2000 MM, para las tareas reconstructivas. En cuanto a la nación suramericana, esta colaboró con US2,430MM, suma en la cual incluyó la derogación de la deuda que Haití tenía con ella, así como la de los ingresos de la venta de petróleo y otros derivados, en razón del acuerdo Petrocaribe.
De materializase esta absolución de un débito con raíces tan antiguas pero que colocado en esa perspectiva-retrospectiva puede ir creando no sólo las bases del mencionado equilibrio institucional de que fue privado Haití, permitiría al mismo tiempo la creación de un espacio para las rectifi caciones y compensaciones históricas postergadas.
De esas que reivindica el Derecho de Gentes en función del Principio de la Responsabilidad Internacional; como las que tienen pendientes con Haití algunas potencias involucradas con su pasado colonial y neocolonial.
Porque se sabe que siendo la estabilidad económica la base de la política, al carecer Haití, de ese primer elemento desde su aparición en el ámbito republicano, la anarquía se instaló señera en los doscientos y tantos años de su vida independiente, como si se quisiera demostrar que ese país no estaba capacitado para disfrutar del privilegio de la libertad, que tan bizarra y heroicamente conquistara. Pretexto, que por cierto se usó muchas veces en el proceso de descolonización de Latinoamérica, esgrimido incluso por los sectores antinacionales del liderazgo político interno de algunos de esos países, incluyendo el nuestro; que movidos por conveniencias clasistas y en estrecha alianza con el interés extranjero, no vacilaron en hacer abortar exitosos movimientos independentistas; como sucedió por ejemplo aquí en RD, con la Anexión de la fl amante República a España, en 1861.
Llegamos aquí a un punto culminante de nuestro trabajo, que nos obliga a retomar el tema central para poder restablecer la concatenación de los hechos: porque si la condonación de la deuda externa haitiana contribuye al establecimiento de la estabilidad económica, premisa de la política, la que lleva a la instauración de la democracia en Haití, esta última que es considerada a su vez, por la comunidad internacional, como la medida previa, para el rezagado desarrollo económico y social de dicho país; todo apunta a que la primera, o sea la concretización de la amnistía fi nanciera sería el primer y mas grande de los logros, porque con él puede comenzar el proceso de refundición del Estado, que como lo señalamos arriba, puede implementarse con la idea de la reconstrucción a la que aspiran amplios sectores de la comunidad internacional, como se desprende de lo resultados de la Conferencia de Donantes celebrada en la ONU el 31 de marzo, en la cual se magnifi caron las expectativas que se plantearon en la reunión previa a la misma que tuvo lugar en nuestro país.
Porque mientras en la citada reunión en RD, se determinó el monto de US 3, 800MM para la etapa inicial de 18 meses, suma que había solicitado Haití para las actividades en ese período, de un total de US$10,000 MM, que según la CEPAL se necesitará para las divulgadas tareas de recuperación del vecino país; en la ONU, se acordó la misma cantidad que apuntara el citado organismo regional, para ir en rescate del vecino país, pero para ser usadas en un plazo mas largo que el acordado aquí en la reunión en RD. No obstante, resulta altamente reconfortante que entre la comunidad internacional regional y mundial exista la articulación necesaria, para hacer mas rápido y efectivo los planes de resurrección material y política de Haití unidos al hecho de que en el seno de la comunidad internacional, como lo vimos aquí, coexistan las iniciativas de refundación y reconstrucción.
Enfoque que puede hacer viable nuestra propuesta sobre un país de pié sobre las cenizas, como lo plasmaron los libertadores de sus epopeyas gemelas, allá en los albores del siglo XIX: ejemplo a seguir por los líderes de hoy en ese vecino país, sin cuya contribución- como lo veremos en otra entrega- resulta difícil poner en práctica, eso que Ban Ki Moon, el secretario general de la ONU, llamo la “solidaridad en acción”.
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