domingo, 25 de enero de 2009

RESUMEN DE MEDIA ISLA, PUBLICACIONES GENERALES ,ARTE,CULTURA, POLIITCA, LITERATURA, ANALISIS, E IMAGENES DEL MUNDO


Elogio del cuento Los hijos de Poe La mujer en tres cuentos dominicanos Cuentos infinitos Lakoff se encarna en Obama Regreso a casa Nunca más Sampedro: Estamos destruyendo el sentido de la justicia Marx y el estado cataléptico La paradoja Bolaño Puertas y ventanas: El abate Aubin de Próspero Merimée La otra gaceta Poemas en añil N° 129 Imágenes del mundo

Elogio del cuento

Por Alberto Manguel © BABELIA

No sabemos en qué momento el cuentista supo que lo que contaba sería un género literario. Lo cierto es que en algún momento de nuestra historia el cuento se diferenció del poema, de la novela y del ensayo, y emergió como un género literario distinto para que los profesores universitarios tuvieran de qué ocuparse. Sin embargo, más allá de esas divisiones burocráticas, el lector intuye que el cuento no es novela, que una diferencia que puede medirse (pero no definirse) por el número de páginas, distingue uno del otro. Borges alguna vez dijo que escribía cuentos porque la novela le parecía una exageración. Detrás de la boutade se oculta una verdad literaria: la novela expande la narración, el cuento la concentra. Los mini-relatos de Augusto Monterroso no pueden ser leídos como mini-novelas; el equivalente de esa parodia es, para la novela, la casi interminable Comedia humana de Balzac. El cuento retiene en su nombre sus orígenes sin duda orales, calidad que preservan aún hoy los narradores orales de las plazas de mercado en Marruecos, Colombia, Gabón. La escritura, que todo formaliza (quizás porque nace como un instrumento contable, para sumar o restar cabezas de ganado), empieza desde temprano a dar al cuento artificios y estrategias. Refinándose en fábula, parábola, anécdota, historia humorística o moral, relato erótico, histórico, filosófico, de terror, el cuento adquiere, según su categoría, rasgos particulares que, si bien son reconocidos, los autores del género se empeñan en cambiar. Así las historias de fantasmas ("viejas como el miedo", decía Adolfo Bioy Casares) al principio, en Mesopotamia y Egipto, debieron su eficacia a la mera aparición de un muerto; luego a un muerto transformado en otra cosa, un esqueleto en Roma, una sombra en la Italia de Boccaccio, un zorro en China; finalmente, con los grandes autores del siglo diecinueve el fantasma se reduce a una ausencia, a algo horriblemente real y sin embargo invisible. Cambios similares pueden rastrearse en las otras categorías, nuevas maneras de contar a las cuales el lector rápidamente se acostumbra. Ya en el siglo dieciocho, los lectores de cuentos son tan diestros en el arte de seguir las maniobras del autor, que Diderot se ve obligado a destruir o renovar sus expectativas con un cuento que (imitando al futuro Magritte) titula Esto no es un cuento. El cuento es quizás el más conservador de todos los géneros. Cambia el estilo, el tono, el impacto del final o del comienzo, la posición del narrador, la voluntad fantástica o documentalista, pero no, en términos generales, su forma. Si bien pueden encontrarse ejemplos de cuentos que escapan cabalmente al modelo de narración tradicional (pienso en El joven intrépido en trapecio volante de William Saroyan y en alguno de Raymond Carver), la mayor parte de ellos sigue el consejo del Rey en Alicia en el País de las Maravillas, "Comienza en el comienzo y sigue hasta llegar al final; allí para". Casi no existen cuentos de estructura tan libre como el Tristram Shandy de Lawrence Sterne o Cobra de Severo Sarduy. Y autores como James Joyce y Julio Cortázar, que tan brutalmente renovaron la novela, escribieron cuentos exquisitamente clásicos cuya originalidad se halla en la voz y la temática, o en la aproximación a esa temática, no en la forma misma del cuento. Por absurdas razones comerciales, las editoriales han decretado que los cuentos no se venden. No se venden Poe, Kipling, O. Henry, Chéjov, Katherine Mansfield, Ernest Hemingway, John Cheever, Borges, Silvina Ocampo, Alice Munro, Mavis Gallant. Y sin embargo, más que nunca, los cuentos siguen escribiéndose y, no lo dudo, leyéndose. Tal vez porque, en su clásica, modesta precisión, nos permiten concebir la insoportable complejidad del mundo como una íntima y breve epifanía. - [fontanamoncada@ yahoo.es ]~

Los hijos de Poe

Sus relatos son artefactos lógicos, de precisión clínica, y en ellos cada acontecimiento y cada detalle se encaminan a producir un efecto único y traumático.

Por Fernando Savater © BABELIA

De pocos autores puede decirse que hayan dado origen a un nuevo género literario, pero a Edgar Allan Poe se le atribuye a justo título la paternidad de dos: el cuento fantástico moderno y la narración detectivesca. Dejemos en esta ocasión a un lado a Dupin y su progenie de sabuesos. Poe introduce en literatura el virus hasta hoy felizmente incurable de una nueva forma de lo macabro y lo espeluznante, elementos ancestrales de los relatos desde que los primeros humanos se sentaron a escucharlos en torno al fuego recién inventado, mientras en la negrura circundante acechaban los tigres de dientes de sable y barritaban los mamuts. Sin duda el autor norteamericano toma algunos ingredientes para su pócima -la comicidad grotesca, los personajes caricaturescos y las visiones opiáceas- del inevitable E. T. A. Hoffmann, pero su receta es absolutamente personal. Para empezar, descarta las concesiones a la superstición, a la leyenda milagrosa y a los demonios de sacristía. Su pánico no viene de fuera sino que nace en el interior descreído del hombre moderno. Como bien aclara en el prefacio de sus Cuentos de lo grotesco y arabesco con orgullo de precursor: "Si el terror ha sido el tema de buena parte de mis obras, este terror no proviene de Alemania sino de mi alma".

En sus narraciones lo sobrenatural siempre es la prolongación de lo natural por otros medios: lo que desafía a las leyes de la naturaleza es la subjetividad que las interpreta y quisiera transgredirlas hasta sacudirse su yugo fatal. En la mayor parte de los casos los cuentos están narrados en primera persona para que el lector tenga menos escapatoria cuando llegue lo irremediable. Sus protagonistas llevan dentro de sí una grieta precursora del inminente desastre, como la fachada de la casa Usher. Por esa grieta penetran -o salen- los espectros encarnados del pavor. Pero no hay en dichos relatos concesiones a la vaguedad ni la incoherencia de corte romántico: son artefactos lógicos, de precisión clínica, en los que cada acontecimiento y cada detalle ambiental se encaminan a producir un efecto único y traumático. Por eso resultan inolvidables y hasta quienes menos aprecian sus recursos truculentos no pueden ya librarse nunca de lo que les sucedió al encontrarse por vez primera con el corazón delator o cuando conocieron al señor Valdemar.

Es difícil comprimir en pocas líneas la nómina de seguidores que tiene Poe, tanto entre los escritores como primordialmente entre los lectores, aunque naturalmente sólo puedo referirme con nombres y apellidos a aquellos. Los primeros estuvieron, por supuesto, en su propio país, como su contemporáneo de origen irlandés Fitz James O'Brien (su impresionante cuento ¿Qué era aquello? prefigura El Horla de Maupassant y las pesadillas de Lovecraft, ambos también discípulos del bostoniano) o Ambrose Bierce, el mejor de todos por su humor macabro y el trato familiar con fantasmas, que sólo igualará M. R. James. Después Baudelaire lo importa a Europa y así impregna a los mejores de cada país: Villiers de l'Isle-Adam, Gustavo Adolfo Bécquer (algunas de sus Leyendas cuentan entre lo más exquisito del género), Sheridan Le Fanu o el mismísimo Charles Dickens. Quizá el mejor heredero de Poe sea R. L. Stevenson, no sólo en la obra maestra Jeckyll y Hyde sino también en Olalla o Markheim. Después, Arthur Machen, El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde y la lista inacabable de los contemporáneos: Borges, que sigue la línea lógica y cosmológica menos frecuentada, Robert E. Howard (Palomos del infierno, La sombra de la bestia), Ray Bradbury, Julio Cortázar, Richard Matheson (¡aquella negra maravilla de tres páginas con que se dio a conocer, Nacido de hombre y mujer!), Robert Bloch, Jean Ray, Stephen King o buenos autores españoles como José María Latorre o Pilar Pedraza... Porque ¿quién de los que ayer o incluso hoy mismo de verdad cuentan no sigue la traza de Poe, es decir, su poe-ética?

Lamentamos que su vida fuese breve, como si supiésemos cuánto debe durar la vida de cada cual para realizarse plenamente. Y le compadecemos porque fue desdichado, atendiendo superficialmente a su neurosis, a su pobreza, a la pérdida temprana de su amada Virginia, a su alcoholismo. .. Demasiada presunción por parte de nosotros, los felices. ¿Desdichado? Nada sabemos del gozo sombrío de inaugurar esa alameda rigurosa y siniestra por la cual aún transitamos, con la jauría infernal en los talones. Quizá él nos espera, sonriente y verdoso, al otro lado. [fontanamoncada@ yahoo.es]~

Visión de la mujer en tres cuentos de Juan Bosch, Miguel Alfonseca y René Rodríguez Soriano

El cuento, considerado como el género por excelencia de la literatura dominicana, es motivo de estudio en otras fronteras. He aquí la visión de la puertorriqueñ a Luana Dávila sobre los textos La mujer de Juan Bosch, Delicatessen de Miguel Alfonseca y Una muchacha llamada Josefina de René Rodríguez Soriano.

Por Luana Dávila © mediaIsla

Esta exposición literaria presentará las características de la mujer que son presentadas en tres cuentos realizados por distintos cuentistas dominicanos. De aquí podemos establecer coincidencias, divergencias y la presentación de temas como la violencia doméstica, la prostitución, la marginalidad, la cosificación, la pobreza, y el prejuicio que giran en torno al personaje femenino en sus diferentes espacios literarios.

En el cuento: "La mujer" de Juan Bosch, nos enfrentamos a una creación literaria realista, que ocurre en un espacio rural. El realismo como corriente literaria procura mostrar en las obras una reproducción fiel y exacta de la realidad. Rechaza el sentimentalismo, muestra al hombre objetivamente, pues da toques de una realidad cruda. Las obras muestran una relación mediata entre las personas y su entorno económico y social, del cual son exponentes; la historia muestra a los personajes como testimonio de una época, una clase social. El autor analiza, reproduce y denuncia los males que aquejan a su sociedad. Los sucesos narrados eran tan "reales" que se asemejaban mucho a las crónicas de la vida cotidiana.

El narrador es extradiegético y relata la manera en que una mujer fue asesinada a golpes por su esposo, Chepe. La naturaleza parece personificar la tragedia existencial de la mujer dominicana, considerada como posesión del hombre machista, que la reduce a la nada, la carretera muerta, lo gris, un punto negro, una piedra, una momia, harapienta.

"La carretera muerta, totalmente muerta, está ahí, desenterrada, gris. La mujer se veía, primero, como un punto negro, después, como una piedra que hubieran dejado sobre la momia larga. Estaba allí tirada sin que la brisa le moviera los harapos."

La razón por la cual este hombre, golpea a su mujer es porque la mujer no vendió la leche de cabra, como él se lo mandara; al volver de las lomas, cuatro días después, no halló el dinero. Ella le contó y prefirió no tener unas monedas y que la criatura no sufriera hambre por tanto tiempo. El hombre no entendió razones y cuando la arrastra a la carretera, Quico, se acerca y el hombre quiere continuar golpeando a la mujer, éste interviene, y mientras ambos hombres pelean, el niño grita agarrado a la falda de la madre. Cuando Quico ya está asfixiando a Chepe, la mujer sintió una energía, tomó una piedra y golpeó al hombre para que no matara a Chepe. Sin embargo, ella murió. El cuento tiene un cierre de serpiente que busca su cola, pues concluye tal y como inicia.

Este cuento es el cuadro de la visión machista cultural sobre el dominio del hombre sobre la mujer, para el cual ella es sólo un objeto. Toda una sociedad cómplice del asesinato de una mujer a manos de un hombre abusador y maltratante. En este cuento, la mujer, no tiene un nombre. Sabemos que este puede ser el caso de cualquier mujer. En el maltrato a la mujer, víctimas y victimarios se transmiten mutuamente formatos de socialización que repercuten en todos los ámbitos de su vida. La mujer antes de morir, salva a su victimario. La mujer es sumisa, sacrificada, el hombre es la autoridad de la casa y prácticamente merece ser golpeada y justifica al hombre, él la puede matar, pero él no puede morir.

Los rasgos principales del movimiento neorrealista en Hispanoamérica fueron: el espacio geográfico es la periferia, esto se refiere a que ya no se trata de un ámbito puramente natural, si no que lo urbano y la periferia social comienzan a cobrar importancia fundamental en la literatura como por ejemplo: barrios marginales, pensiones miserables, etc. Plantea temas sobre: la agresividad, angustia, soledad, y problemas sociales en una sociedad urbana.

Este marco neorrealista sirve de escenario al cuento: "Delicatessen" de Miguel Alfonseca. Este cuento es narrado a través de un narrador homodiegético femenino, cuya protagonista es nombrada Violeta. La misma narra cómo desde adolescente era atraída por el sexo opuesto y nos lo explica utilizando la prosopopeya del viento. Esa brisa que la acaricia, la toca, la posee y que ella refleja en el erotismo mismo de la pasión humana. Este cuento se desarrolla dentro del espacio urbano, influenciado por la intervención americana, donde Míster Feldstein ha instalado un letrero con el nombre: Delicatessen.

Violeta señala que cada vez hay mas tiendas con nombres en inglés. Esa era una tienda donde vendían variadas clases de quesos y carnes delicadas. El nombre quería decir: delicadezas. La joven adolescente resiente que muchas mujeres comentaban que ella terminaría mal, pues se manifiesta con un coqueteo felino, mayormente provocador. Con el tiempo, los padres de Violeta mueren y su hermano se fue a Nueva York, desde le enviaba una pensión. Ella se dedica a la prostitución y es rechazada socialmente. Hasta que un día llega a la ciudad un muchacho llamado Frank, con el cual formó una relación de pareja. Violeta era feliz, él la exhibía, no se avergonzaba de ella. Llegó a pensar que tal vez podría la relación formalizarse. Demasiado pronto, sufrió la decepción de saber que Frank, ahora era la pareja de la hija de la tienda Delicatessen. Sintió que él se había vendido por dinero, se casaría con la hija y la tienda, pero no por amor. Violeta decidió entrar a la tienda más coqueta que nunca y aunque Frank se pusiera nervioso y esquivo, ella iría y se sentaría entre sus piernas.

La visión de la mujer que nos presenta Alfonseca, es la de esa mujer que es estereotipada y marginada por ser prostituta. La misma prostitución producto de una sociedad enferma de seres que pretenden devorarse unos a otros. En este cuento no hay héroes, ni siquiera Frank, que sucumbió al poder de la ambición. Las mujeres que acusaban a Violeta, a las que ella nombraba las missis y no hacían nada por remediar la situación. El hombre que la cosifica para su placer y la abandona y ella que termina autoconceptuá ndose de la siguiente manera:

"Las muchachas me odiaban, sentía asco de mí, y ellos cuidaban las apariencias, porque tarde o temprano se casarían con ellas. Yo no era más que su entretenimiento. "

Observamos la concepción de la mujer social que debe reprimirse ante sus deseos, sin embargo, ese hombre que busca a la mujer para hacerla objeto de su placer, no sufre el rechazo o repudio que sufre ella. La mujer se margina por su vestimenta. Violeta usaba sus llamados shorts y la sociedad lo entendía como una desvergüenza, cosa que no se le critica al hombre. Delicatessen, es la paradoja de una sociedad que lejos de poseer delicadezas, sufre de los prejuicios y ambiciones más grotescas. La marginalidad de la mujer y la insolente codicia.

El escritor René Rodríguez Soriano pertenece a la época contemporánea. Posee una visión distinta a las presentadas anteriormente. Es el escritor moderno que pinta el cuadro de una mujer independiente, segura de sí misma, imponente, la que podemos apreciar en el cuento: "Una muchacha llamada Josefina". Aquí el laureado escritor nos realiza la descripción de una mujer tan enriquecida por sus grandes virtudes, que todos quisieran tocarla: niños, mujeres, hombres… Su presencia majestuosa no admite envidias, sino el deseo de la contemplación misma. Es talentosa, toca el piano, el violín, es bailarina. Entró en la oficina del narrador homodiegético y se llevó todos los bolígrafos, borradores, un cartabón, todo el papel cuadriculado, según le contó su secretaria, y hasta derramó una tinta. Y todos lo único que podían hablar era de su salvaje aroma. El narrador critica a los simples, a los conformistas que nunca extrañan nada, mientras que él ha podido ver la huella de su delicado pie al borde de una gota de agua. Nos comenta el narrador que todas las mujeres quisieran ser ella. La quisieran tener todos los banqueros, pintores, directores… en fin hombres de todos los oficios y de todas las estratas sociales. Sencillamente es una mujer deslumbrante, que es capaz de quitarle el sueño a todos. El narrador crea hipérboles alrededor de ella y nos dice:

"Esa muchacha alta (¡la de las piernas de Marlene!) Ha trastocado todo: el clima, La Vía Láctea, el tiempo y el espacio, las oficinas y las fábricas, las calles y los parques, las artes y las ciencias."

El ingenioso escritor ha pintado el cuadro de una mujer que es la antítesis de la sumisión, de lo endeble y de aquello que se cosifica, esta mujer se yergue ante la vida, en plena confianza de sí misma, espontánea y natural, tanto es así que el cuento concluye cuando el narrador intrigado por esta enigmática mujer solicita que si alguien la ha visto, le avise enseguida, pues sólo sabe que se llama Josefina. [luany?2009@yahoo. com ]~

Cuentos infinitos

Hay casi tantos cuentistas como maneras de afrontar un cuento. Un buen relato queda en el lector hasta mucho después de terminar su lectura. El bicentenario de Edgar Allan Poe, pionero del cuento moderno, coincide con "un momento maravilloso" .

Por Cristina Fernández Cubas © BABELIA

Hace unos días, desayunando en el café de costumbre, me hice con el único periódico libre que quedaba en la barra. Eran ya casi las once y me sorprendió encontrarlo en buen estado. Empecé por el final, una entrevista. O, mejor, por una de las respuestas que un lector anónimo se había molestado en destacar envolviéndola en un trazo verde que recordaba a una nube. Hay gente que tiene la manía de garabatear en periódicos ajenos, y otra, entre la que me cuento, que no puede resistirse a mirar sus dibujos, subrayados o signos. El entrevistado era John Michael Bishop, rector de la Universidad de California, premio Nobel y autor de notables descubrimientos en el campo de la investigación médica. Me llamó la atención que, hablando de sus hallazgos, insistiera en la importancia de "seguir la nariz", algo que, en principio, no me pareció demasiado científico. Continué leyendo. "La nariz", en efecto, era una forma de nombrar la intuición, pero -como aclaraba enseguida- una intuición "que se alimenta de conocimientos racionales: de tantas cosas que no sabes que sabes. Y de repente... ¡conexión! ¡Los conectas! Te puede pasar en la ducha, en la carretera, o en el laboratorio, o en sueños...". El lector anónimo había subrayado en sueños. Miré alrededor. Dos oficinistas, el peluquero del barrio y un grupo de estudiantes extranjeros. Cualquiera de ellos, además de un bolígrafo verde, podía haber tenido un sueño revelador aquella noche. Y volví a la nube. A la respuesta de J. M. Bishop, la frase que, entonces me di cuenta, iba mucho más allá del campo de la investigación científica. Pensé en el cuento. Y pensé también que aquella frase me había gustado, mucho antes de saber que me había gustado.

En el territorio del cuento suelen concurrir un montón de factores a menudo absurdos; por lo menos, contradictorios. El cuento no goza de la misma aceptación en todos los países, cosa sabida, ni tampoco del mismo respeto. A veces, incluso, en casos extremos, cuentistas y lectores -el lector juega un papel importante en lo que estamos hablando- tienen la sensación de pertenecer a una secta, una singular hermandad de iniciados protegida por infatigables estudiosos que desenvainan la espada a la menor ocasión en defensa del género. Aunque ¿quién lo ataca? Nadie, que yo sepa. Por lo menos abiertamente. Se trata, a lo sumo, de un silencio, de un "pasar por alto", de situar el género-cuento en un lugar más que discreto de unas hipotéticas estanterías. Y sin embargo ¡cuántas veces se rompe este silencio! A los novelistas se les pregunta por sus novelas. A los cuentistas por el cuento. Algo misterioso debe de tener el género para que haya dado lugar a tantas y tantas páginas sobre sí mismo. Y en los intentos de aproximación, en las numerosas "poéticas" -que, otra curiosidad, además de a los poetas, únicamente se nos pide a los cuentistas- encontramos una serie de premisas en la que casi todos los autores estamos de acuerdo. Hablamos así de esfericidad, del valor de la mirada, de la importancia de "lo que no se dice", de concisión, de intensidad, de economía, de equilibrio, o de que, posiblemente y a la postre, un buen relato es el que va más allá de la palabra "Fin" y persigue al lector hasta mucho después de haberlo concluido. Pero ahí empieza y acaba la concordia. Porque hay más. Y en esas tentativas de aproximación -palabra que prefiero a "definición", por lo que esta última pueda tener de carcelaria- siempre asoma algo que, de repente, nos aleja. No sabemos lo que es. ¿Y para qué saberlo? Tal vez en eso estribe la esencia secreta de un buen cuento. Un soplo, una presencia ausente que felizmente se resiste a ser encasillada. Algo muy semejante a una chispa, un fogonazo, la "conexión" de la que hablaba Bishop, y que puede ocurrir en cualquier momento. "En la ducha, en la carretera, o en el laboratorio, o en sueños...".

Es posible que tampoco en este punto estemos todos completamente de acuerdo. Existen casi tantos cuentistas como maneras de afrontar un cuento, e, incluso, si un autor nos abre su trastienda, nos percataremos enseguida de que cada relato ha obedecido a un impulso diferente. Sería absurdo pretender encorsetarlos. Hay cuentos que se escriben de un tirón, con una facilidad pasmosa, como si estuvieran dormitando en un lugar recóndito del cerebro y el autor, en funciones de amanuense de sí mismo, no tuviera más misión que arrancarlos de su letargo y transcribirlos. Otros, en cambio, actúan como auténticos secuestradores. Surgen de pronto, se instalan en nuestra cabeza, en el papel, en nuestra vida, malogrando el menor intento de deserción, conminándonos a entregarnos en cuerpo y alma, y dejándonos prácticamente sin aliento. Sólo al final, al término del cautiverio, volvemos a ser lo que fuimos y respiramos liberados. Cortázar, que conocía de sobra estos arrebatos, los llamó "cuentos contra el reloj", apreciación únicamente aplicable al género, porque parece más que improbable que, en ese especial estado de posesión, se pueda empezar y acabar una novela sin que el autor perezca en el intento. Pero no siempre la creación resulta tan rápida o compulsiva. Muy a menudo -y apelo ahora sobre todo a mi experiencia- el proceso de escritura se asemeja a un largo pasillo en el que nos adentramos con cierta tranquilidad y paso firme. Tenemos un objetivo en la mente y un itinerario en la mano. Creemos -de ahí nuestra aparente decisión- saber adónde vamos. Pero no está tan claro que así sea. Porque aunque, como dijo Borges, resulta "un gran alivio conocer el final", eso no implica que, forzosamente, lleguemos a donde nos habíamos propuesto. En el largo pasillo, a derecha e izquierda, en el techo o bajo nuestras pisadas, se abren puertas, se adivinan ventanas, se dibujan altillos, o se presienten sótanos o pozos profundos. Y el autor, muy dueño de seguir implacable el trayecto previsto, puede, al contrario, ceder a la tentación de curiosear, traspasar puertas, asomarse a ventanas, o preguntarse qué es lo que se oculta bajo sus pies o se esconde en el interior de los altillos. Corre el riesgo de perder el rumbo, cierto. O de perderse, en todos los sentidos. Aunque también es posible que, después de sus pequeñas incursiones, vuelva al plan originario y termine arribando a puerto enriquecido. O quizás el puerto -el "alivio" de Borges- no sea, como creíamos, el destino final, sino tan sólo una escala que deje entrever otro puerto. O una sucesión de puertos. Cuando esto ocurre -así, de pronto, sin previo aviso- el autor se siente como un mago que acaba de sacar un animal vivo de la chistera. Una paloma o un conejo que no recordaba haber escondido en el forro de la levita o en sus enormes bolsillos de doble fondo. Y se asombra, claro está. No podría ser de otra manera.

Pero no estoy hablando de magia ni de milagros, sino de algo tan simple como la chispa, el fogonazo; la súbita conexión con esas "cosas que no sabemos que sabemos". Y, sin embargo, allí están. Como en los bolsillos del prestidigitador olvidadizo, o como en la vieja e inhóspita posada española, minuciosamente descrita por Richard Ford, entre otros viajeros de talento, y rescatada por Jünger en las últimas líneas de su Visita a Godenholm. Nuestra posada es un cruce de caminos, un intercambio de historias y vivencias. Pero también un lugar de desabastecidas alacenas en el que los huéspedes, en definitiva, no encuentran "más que lo que traen consigo en su equipaje". Palabras que en su día me impresionaron, y que, si alguien husmeara en mis estanterías, descubriría todavía hoy subrayadas en rojo. En un tímido, respetuoso y cada vez más desvaído trazo de lápiz rojo. - [fontanamoncada@ yahoo.es ]~

Y las teorías de Lakoff se encarnaron en Obama

POR JAVIER VALENZUELA © BABELIA

En el verano de 2004 subió a la tribuna de la Convención Demócrata de Boston un telonero que hablaba de grandes valores y no desgranaba las ofertas del programa electoral de su partido, que usaba metáforas comprensibles y huía de los eufemismos burocráticos, que transmitía empatía y no distanciamiento. Para George Lakoff fue una epifanía. Aleluya, se dijo, aquel joven político afroamericano hacía lo que los conservadores llevaban lustros practicando en Estados Unidos y Europa, y lo que, salvo excepciones, soslayaban sus rivales progresistas. Y así les iba de bien a los primeros, que desde la época de Reagan y Thatcher dominaban la agenda política e ideológica, y de mal a los segundos, que jugaban a la defensiva, siempre en terreno contrario. A partir de entonces, Lakoff, catedrático de Lingüística de la Universidad de Berkeley (California) , empezó a citar a Barack Obama como ejemplo viviente de lo que él proponía en sus libros y sus trabajos para el Rockridge Institute, uno de los pocos think tank progresistas de Estados Unidos. "No sé si Obama me ha leído o no, pero eso da igual", decía. "Lo relevante es que, tal vez de modo instintivo, sabe lo que hay que hacer".

Lakoff empezó a ser conocido en España en 2007, tras la publicación de su No pienses en un elefante. En ese libro explicaba por qué la derecha -urbi et orbi- llevaba años consiguiendo que sus temas (libre mercado, reducción de impuestos, lucha contra el terrorismo, familia tradicional, religiosidad, nacionalismo. ..) dominaran las agendas informativas y electorales. Era, según Lakoff, porque había hecho un enorme trabajo para presentarlos en paquetes atractivos. La llamada revolución neoconservadora -en realidad, la contrarreforma de los avances liberadores de los años sesenta y setenta del siglo XX- dominaba el mensaje y el medio.

En Puntos de reflexión. Manual del progresista, Lakoff camina por la misma dirección. El lingüista californiano detalla ahí cómo Richard Wirthlin, asesor electoral de Reagan, hizo en 1980 un descubrimiento que cambió la política estadounidense y, en gran medida, la mundial. Las encuestas que manejaba le decían que mucha gente que no estaba de acuerdo con determinados aspectos del programa de Reagan pensaba, no obstante, votarle. Perplejo, Wirthlin estudió el fenómeno y descubrió que a esa gente lo que le gustaba de Reagan era que hablaba de valores. Y, además, de modo comprensible y transmitiendo una gran impresión de autenticidad, de pensar lo que decía.

Renació así la cosmovisión conservadora. Pero no sin que la derecha estadounidense se gastara millones de dólares en construir poderosos think tank como la Heritage Foundation, donde se acuñaron las viejas ideas en nuevos formatos y donde fueron entrenados para hablar en radio y televisión cientos de intelectuales y comunicadores neocon. Y es que, para Lakoff, uno de los elementos centrales de la contrarreforma conservadora ha sido su "uso magistral de la comunicación" , basado en "trabajos muy serios sobre psicología y lingüística".

La clave, según Lakoff, está en "saber enmarcar el debate". El lingüista suele citar dos muestras de cómo los neocon supieron establecer "los marcos del debate": llamaron "guerra contra el terror" a la invasión de Irak y "alivio fiscal" a su rebaja de impuestos a los ricos, de modo que quien se oponía a lo primero resultaba sospechoso de simpatizar con el terrorismo y quien protestaba por lo segundo aparecía como alguien deseoso de subirles a todos los impuestos.

Regordete, de piel sonrosada y cabello y barba canosos, con gafas redondeadas, Lakoff parece uno de esos sabios que Spielberg suele sacar en sus películas. En Puntos de reflexión insiste en que, mientras los conservadores tomaban la iniciativa, los progresistas dejaron de proponer sus principios y valores, abandonaron el terreno de lo moral, lo simbólico y lo emocional, y asumieron la agenda del contrario, aunque fuera para refutarla, convirtiéndose así en sus propagandistas inconscientes. Acomplejados política e ideológicamente, obsesionados por ser buenos gestores del corto plazo, hablaban como tecnócratas, ofrecían meras "listas de la compra" electorales, evitaban jugar por la izquierda y se presentaban como centristas. Lakoff se desesperaba. "Los progresistas" , decía, "tienen que comunicar progresismo, sea cual sea el tema que se saque a colación; deben hablar desde sus propios marcos conceptuales" .

Y entonces apareció Obama. Lakoff sólo tiene elogios para el presidente de EE UU. "Obama ha liderado la gran derrota electoral de una derecha extremista y autoritaria que ha pisoteado los valores estadounidenses. Éstos son progresistas y Obama ha sabido recordarlo: la empatía, la celebración de la diversidad, la solidaridad, la responsabilidad común. Ese juntos podemos conseguir más libertad, más igualdad, más prosperidad" . La campaña del afroamericano ya le parecía modélica mucho antes de que terminara siendo ganadora. "Obama", dice, "comprendió por qué Reagan ganó en 1980: la gente no vota tanto basándose en detalles programáticos como en algo más profundo como son tus valores. ¿Dices lo que piensas? ¿Podemos confiar en ti? ¿Sabes comunicarte con nosotros? ¿Nos identificamos contigo? Ésas son las grandes preguntas de los electores. Y Obama siempre caminó por esa senda. Además", añade Lakoff, "es un orador muy elegante y un gran narrador de historias, y la gente entiende mejor lo que dices cuando se lo cuentas como una historia".

Lakoff afirma que el objetivo de Puntos de reflexión es "ayudar a expresar con palabras lo que piensan y sienten los progresistas" . ¿Y qué piensan y sienten cuando no adoptan los marcos de los conservadores? "Básicamente" , responde, "que un mundo mejor, en el sentido de más libre y más justo, siempre es posible". [fontanamoncada@ yahoo.es]~

Regreso a casa

El relato vive una renovación y una revaloración en España. Autores, editoriales y lectores empiezan a recuperar la tradición de un género que tiene en esta época de celeridad y ciberespacio su mejor aliado

Por WINSTON MANRIQUE SABOGAL © BABELIA

Todo era felicidad, hasta que una tarde abrió la puerta, cruzó la acera y se autodesterró en secreto en la calle de al lado. Vivió entre sombras ajenas y paseos furtivos frente a su antigua casa. Su mujer y sus hijos lo esperaron. Y alcanzaron a atisbar que la espera eterna puede ser un atajo hacia el olvido. En su enigmático exilio, el hombre veía con desdén cómo la vida avanzaba veloz a su alrededor y más lenta en su hogar. Una noche, después de más de veinte años de soslayar la realidad, sale de su habitación prestada, cruza la calle, fisgonea su casa y, de repente, sus pasos lo encaminan hacia la puerta. Toc-toc...

Ocurrió en una calle de Londres en el siglo XIX. Si se ha de creer a Nathaniel Hawthorne en Wakefield. Una historia que podría ser el cuento del cuento en España. Un género literario que vuelve renovado tras quedar en la periferia, sin explicación clara, a pesar de tener unas raíces importantes en este país. Casi un centenar de libros recientes confirma ese progresivo romance cuentístico iniciado entre autores, editores y lectores desde principios de esta década.

Es su renacer y revaloración, en medio de la glorificación de la novela, tras años de ser soslayado mientras en el resto del mundo ganaba admiración y prestigio.

Y como al viejo Wakefield, que da nombre al relato de Hawthorne, al cuento se le ha abierto la puerta en España, pero no se sabe si le espera el mismo destino que a él.

Lo que es claro es que ha vuelto. Y la visibilidad de la recuperación de este romance es debida, según 16 escritores, editores y libreros, a la confluencia de factores químicos y físicos: los autores se han despojado de miedos y perdido el prejuicio a escribir historias breves y se enfrentan a él como a cualquier otro género; como reacción de algunos a las reglas impuestas por el mercado para dar una alternativa al imperio de la novela; por la apuesta de algunas editoriales, especialmente las nuevas; además de la bendición inesperada de las tecnologías emergentes como Internet y la blogosfera que parecen favorecer los formatos breves.

Perfecto ahijado y aliado de una época de prisas.

"La precisión, la intensidad y lo vertiginoso, que caracterizan al cuento de hoy, encajan con un lector apresurado porque la historia narrada es inmediata. Quizá esa precipitación del cuento refleje hoy el fraccionamiento y la rotura del ámbito psicológico del hombre actual", reflexiona Juan Eduardo Zúñiga, narrador de una premiada trilogía de cuentos sobre la Guerra Civil: Largo noviembre de Madrid, La tierra será un paraíso y Capital de la gloria.

Se refiere a un tiempo donde el renovado interés y la reputación del cuento coinciden con que vuelve a ser un gran campo de pruebas en el arte de narrar con calidad, asegura Hipólito G. Navarro, autor de El pez volador.

Historias con un punto final movedizo. O inencontrable o inexistente. Hoy más que nunca el lector continúa en su imaginación esas narraciones que viven más allá de la última palabra escrita.

Cobran vida las centenarias palabras de Henry James de que el cuento "es el punto exquisito donde acaba la poesía y empieza la realidad". Precisamente, uno de los cambios más significativos del relato actual es que suele tener un pie en la realidad, en el mundo conocido mirado de frente, pero que en el instante más inesperado despega hacia territorios surrealistas insuflados de verdad, explica José Luis Pereira, propietario en Madrid de una librería dedicada sólo al cuento: Tres rosas amarillas, en homenaje al relato de Raymond Carver en el cual recrea el último día de Antón Chéjov.

Son dos autores clave en la evolución del cuento desde Edgar Allan Poe, uno de los padres del relato moderno, de quien se conmemoró el pasado día 19 el bicentenario de su nacimiento. Y junto a él varios autores en diferentes países, según el peruano Fernando Iwasaki, uno de los encargados de la edición, con Jorge Volpi, de Cuentos completos de Poe (en la traducción de Julio Cortázar editado por Páginas de Espuma). "Ese nacimiento casi simultáneo lo hicieron en el siglo XIX Poe en Estados Unidos, Baudelaire en Francia, Bécquer en España, Chéjov en Rusia y Machado de Assis y Ricardo Palma en América Latina".

Un big bang creativo cuya expansión muestra hoy un género que ha derivado en artefacto literario de precisión sin perder el alma. Reforzando el corazón.

A casi dos siglos de aquel estallido, resuena la idea de que en España no ha habido mucha tradición o valoración del cuento, sobre todo comparado con América Latina. "El mercado español ha apostado por novelas, pero parece que hay un descenso de interés en el mundillo literario, lo cual contribuye a una nueva valoración del cuento", afirma Javier Azpeitia, de 451 Editores, que promueve la escritura y la lectura de relatos a través de la publicación de libros en los que un grupo de narradores reescribe historias famosas o crea originales o hace antologías temáticas. Sin olvidar, agrega Azpeitia, que "ronda la idea orteguiana de que el género novelón no va a funcionar en el futuro".

La poca valoración del cuento en España puede deberse, paradójicamente, a su gran exigencia, asegura Navarro. "Puede estar en la pereza que da entrar en un mundo literario cada pocas páginas, mientras en la novela no. Un cuento requiere un esfuerzo continuo, estar más atento, ser cómplice e involucrarse más en la historia". Navarro se lamenta de que todos han estado un poco en contra de éste, y de que hay autores que se han preocupado por él sin que hayan sido atendidos por editoriales y crítica literaria.

"En España hay quienes se sorprenden de que el cuento tenga tan poca tradición siendo aquí donde se escribieron las Novelas ejemplares. Es un malentendido: los relatos de Cervantes son muy modernos, sí, pero pertenecen todavía a la familia del Decamerón", explica el colombiano Juan Gabriel Vásquez, creador de Los amantes de todos los santos. El cuento moderno, agrega, "el que nace con Poe, es otra cosa: un género nuevo. Y en este género a España le falta su Chéjov, su Borges. Es por eso quizás que ha tardado en encontrar lectores y practicantes. Pero los ha encontrado".

O recuperado. Como Wakefield, que tras extraviarse de sí y en sí mismo volvió a cruzar el umbral de su casa donde aún lo aguardaban. Había vuelto. Y quería recuperar el tiempo. ¿Con éxito?

Por lo pronto, el mundo en torno al cuento español sigue cambiando. "Aunque aún necesita cierto activismo, cierta beligerancia" , anima el bilbaíno Pedro Ugarte, autor de Los traficantes de palabras y La isla de Komodo. Su experiencia es parecida a la de muchos autores: "Publiqué mi primera novela después de haber dado a la imprenta cuatro libros de cuentos y sólo entonces se empezó a considerar que yo no bromeaba. Había publicado muchos cuentos pero eso, en sí mismo, no me libraba de una provisionalidad envenenada y venenosa".

Una diferencia con América Latina donde, según Iwasaki, los escritores se pueden construir un prestigio literario tan sólo escribiendo cuentos. Y cita a Borges, Arreola, Cortázar, Denevi, Monterroso, Ribeyro "y a tantos autores que no han tenido que acometer una novela para ser reconocidos como grandes escritores. De hecho, los primeros libros de Fuentes, Donoso, García Márquez, Vargas Llosa y Cabrera Infante fueron libros de cuentos". Además de Rulfo, Onetti o Quiroga, y ahora una nueva generación de latinoamericanos, por todo el mundo que se enfrenta al cuento y la novela con el mismo placer y exigencia.

En España el género ha vuelto a enlazar con aquel estallido moderno de fuerza y espíritu renovadores nutriéndose de todos los espacios y tiempos.

Para empezar, los creadores han cambiado de mentalidad. "Las últimas generaciones de cuentistas nos hemos acercado al género seducidos por su grandeza, después de leer a los maestros (Poe y Cortázar, pero también a los españoles de los siglos XIX y XX, de Galdós a Tizón, pasando por Aldecoa y Matute) y convencidos, además, de que no hablamos para las paredes", afirma la zaragozana Patricia Esteban Erlés, responsable de Manderley en venta.

Eso no evita que aún haya narradores para quienes el relato sigue siendo un ejercicio, "ensayos para medir sus fuerzas y probar lo que será su estilo", admite Berta Marsé. Para esta barcelonesa, que debutó con En jaque, ese ejercicio puede resultar útil y muchas veces los cuentos son buenos pero otras veces no, "y puede que eso -publicar, entre novela y novela, ejercicios de cuentos guardados en el cajón- no ayude mucho a la hora de mantener el prestigio del género en toda su dimensión. Pero, para quienes el género es más que un ejercicio, y cada cuento es un fin en sí mismo, el modo de enfrentarse a él no debe ser muy distinto del modo en que te enfrentas a una novela; y no creo que el verdadero cuentista tenga en cuenta el prestigio del género elegido, sino la historia que va a contar y cómo lo va a hacer, porque es lo único que le importa".

Parte de eso se ha invertido. La potencia y el aura de reto literario que lo acompaña son tal que hoy los escritores también empiezan a escribir novelas entre cuento y cuento, arriesga Pereira, de la librería Tres rosas amarillas.

Aliados clave de este renacer son las editoriales. Sobre todo las nuevas y pequeñas que han hallado un espacio poco inexplorado en vista de que los grandes sellos suelen ir a lo seguro.

"Aunque poco, algo ha mejorado la situación en estos últimos años. A las editoriales consagradas -Anagrama, Tusquets, Pre-Textos- han sucedido otras que han tomado el relevo en la defensa del cuento y el descubrimiento de voces, como son Páginas de Espuma, Menos Cuarto o Caballo de Troya", considera el madrileño Eloy Tizón, autor de Velocidad de los jardines. No olvida la labor importante de blogs o la "floración", reflejada en librerías especializadas.

"Asistimos literariamente a una situación muy buena, excelente me atrevo a calificarla" , afirma Juan Casamayor, de Páginas de Espuma, que cumple diez años apostando por el cuento. "La generación de pequeñas resistencias (escritores nacidos después de 1960 de la que la editorial ha publicado antologías) agrupa a un conjunto de grandes cuentistas, que han leído muy bien a los escritores latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX y han gozado de traducciones de obras indispensables en el género. Ello se refleja en importantes libros que han ido apareciendo en las últimas dos décadas".

Juan Cerezo, de Tusquets, cree en el cambio: "Hay indicios de cierta mejora: colecciones, editoriales, librerías, blogs, están insuflando nueva vida a un género que, al igual que la poesía, quizá no sea de ventas masivas, pero empieza a contar con lectores fieles, y entendidos".

Precisamente un pequeño volumen de cuentos ha protagonizado, en los últimos años, uno de los fenómenos más interesantes del boca en boca literario de un autor desconocido: Los girasoles ciegos, único libro del fallecido Alberto Méndez. Y entre las obras más destacadas de 2008, según los colaboradores de Babelia, figuran varios títulos de relatos y novelas breves en todas las lenguas.

¡Ilusiona! Ésa es la principal cualidad del cuento, según Miguel Ángel Muñoz, escritor almeriense y creador de uno de los blogs más activos sobre el género (elsindromechejov. com). "Hay autores que persisten en la escritura de buenos libros de relatos, y logran como género una atención creciente, pero al tiempo contradictoria. Aunque haya editoriales especializadas en el cuento, no creo que el mundo editorial apueste más por él, y mucho menos si son escritores no muertos o no anglosajones. Los suplementos más importantes no dan visibilidad real al género, y el cuento se debate entre el amor de los nuevos escritores hacia él y una cierta indiferencia de sus posibles lectores, que, por no conocer esos libros, aún no saben que son lectores de cuento".

Cristina Cerrada tiene una opinión parecida. La creadora de Noctámbulos no está segura de que haya una verdadera apuesta editorial. Cree que se publican más cuentos porque la Literatura, "influenciada por las nuevas formas de comunicación que imponen fenómenos como Internet, o la blogosfera, se ha vuelto más portátil, fragmentaria y urgente. La brevedad es una consigna. Junto a la proliferación de novelones (impulsada por las grandes editoriales) , está surgiendo un nuevo y creciente interés por el texto breve, nervioso y esquivo, refractario a las clasificaciones, no sé si hablar de cuento, porque es, en ocasiones, difícil de catalogar. En la era posmoderna, las novelas dejan de serlo para convertirse en yuxtaposición de fragmentos. En el caso de España, tenemos el fenómeno Nocilla, o editoriales minoritarias que apuestan por el relato como si de un género nuevo se tratase. Si esto continúa, puede que estemos asistiendo no sólo a un nuevo cambio del gusto, como sucedió en Europa durante el paso del Renacimiento al Barroco con la poesía y el teatro, sino a una pequeña pero necesaria revolución".

Y el ciberespacio confirma su revelación como un escenario decisivo en este impulso evolutivo d ela literatura.

Romance tempestuoso el de Internet y el cuento, reconoce Muñoz. "A través de bitácoras, revistas digitales y demás webs, el amante del cuento ha encontrado un club de encuentro libre de presiones y conveniencias literarias o comerciales. Un lugar para la sugerencia y el descubrimiento de nuevos nombres, que ha demostrado que había una necesidad de información sobre este género, "tan poco comercial" según las editoriales. Por sus características, ha beneficiado mayormente a la difusión del microrrelato. La historia entre Internet y el cuento es puro presente. En la red han cobrado vida literaria, hoy -que es lo que necesitan sus autores-, numerosos libros de cuentos muy valiosos que han sido completamente despreciados por los medios de comunicación convencionales. La influencia de las tecnologías en el futuro del relato es, hoy por hoy, eso: futuro".

Mientras se aclara el porvenir, escritores y editores advierten de que éste es un momento maravilloso y delicado ante el riesgo de publicación de obras de baja calidad. Aunque, sentencia Alejandro García Schnetzer, de Libros del Zorro Rojo, "mientras una novela mediocre puede ser exitosa, un libro de cuentos lo tiene más difícil, de él se espera que cada página depare alguna clase de felicidad, alguna mínima emoción".

Una fascinación que ha vuelto con entusiasmo a un país que es parte de la casa del cuento. Aquí vivió una primera gran transformació n al final de la Edad Media cuando empezó a dejar su tono más oral, moral y religioso para iniciar su centenaria andadura de estilo más literario, según dejaron constancia autores como Don Juan Manuel y Arcipreste de Hita; y dio un gran paso a principios del siglo XVII con Cervantes, después con Bécquer y más recientemente con los escritores de los años cincuenta y algunos de los ochenta.

"Que esta época revalorice el cuento es una buena noticia", afirma García Schnetzer, "acaso sea un síntoma de que la lectura vuelve a ser exigente". Y los lectores decidirán si la vuelta a casa del cuento tendrá el mismo destino que tuvo Wakefield que, tras su larga ausencia, se convirtió en un marido amante. [fontanamoncada@ yahoo.es]~

Nunca más

Por Adriano Corrales Arias © mediaIsla

El 19 de enero se cumplen doscientos años del nacimiento de Edgar Allan Poe, probablemente el escritor más leído y de mayor influencia en Estados Unidos. Ese día, de seguro, una multitud anónima dejará sobre su tumba tres rosas rojas y una copa de coñac, tres puños de sangre y una gota del veneno que lo mató. Esa es la tradición que se impuso desde el primer centenario de su cumpleaños allá en 1909.

Edgar Allan Poe nació en Boston, Massachusetts, el 19 de enero de 1809. Quedó huérfano a temprana edad siendo acogido por la pareja formada por John y Frances Allan, de Richmond, Virginia. Ellos le procuraron educación elevada llevándolo a Escocia y Londres, luego a la misma universidad de Virginia. Pero el joven Edgar prefería gastar los recursos de los Allan en vino y bebidas fuertes en tabernas, cantinas y plazas con sus amigos, antes que en libros y pago de matrículas. Por eso intentaron corregirlo en la Academia Militar de donde salió despavorido. Se casó más tarde con su prima Virginia, de 13 años e inició una carrera ardua para ser reconocido como escritor y así poder vivir dignamente de sus escritos. No lo logra. Su tía Clem y Virginia lo mantienen durante años con lo poco que ganan en sus labores de costura.

Todos lo sabemos. Trasegó miedo entre penurias, alcoholes, hachís, opio, visiones y hambrunas externas e internas. Pero nunca dio su brazo a torcer. Lo encontraron muerto en una callejuela de Baltimore, Maryland, vistiendo ropas ajenas. Nunca sabremos si murió de intoxicación alcohólica o de una sobredosis de otra droga, o sencillamente de rabia e impotencia. Nadié pagó su entierro. Nadie en la ruda y progresista "América" lo advirtió. Nadie en ese país supo que había muerto triste y abandonada la cumbre de su literatura. Sin embargo, su obra narrativa y poética alzó el vuelo de manos de otros poetas cono Charles Baudelaire en Francia y hoy ocupa el sitial que le corresponde. Y crece.

La crítica le considera el padre del relato de misterio, de la literatura de terror y el maestro de lo macabro y de la construción gótica. Y está en lo cierto. Igual se le estima como tenaz periodista y como agudo y erudito ensayista. Todo ello una proeza si estudiamos su lucha por la sobreviviencia mientras peleaba por la dignidad de su labor literaria. En esa perspectiva es también un precursor del respeto internacional a los derechos de autor. Todos quienes escribimos estamos en deuda con él.

Este 19 de enero por ello, y por mucho más, un brillante y hermoso cuervo se posará sobre su lápida para repetir con él y quienes ya no están Nevermore, nevermore. Nosotros desde este lado de la dimensión ampliada, queremos entonar un Nunca más al olvido, a la injusticia, a la guerra, a las masacres, a la corrupción, a la impunidad. Y un nunca más a la explotación e invisibilizació n de talentos por parte de las transnacionales literarias, de los trust periodísticos, de la mafia escritural. Que nunca más se repita la muerte de un poeta en media calle y que nunca más se le silencie en el anonimato y en la usura del burócrata editorial.

Nunca más veremos el brillo de sus ojos y la fiebre interna mientras escribía sus intensos y medidos relatos o sus resonantes versos. Mientras calculaba las altas modulaciones de las palabras imbricadas con imágenes rotundas y magistrales. Pero siempre las tendremos acá. Siempre podremos acudir al alto vuelo del genio incomprendido de Boston en sus narraciones extraordinarias. Su fantasma nos acompaña. Y siempre su palabra, nunca más la iniquidad.

¡Feliz cumpleaños Edgar! ¡Feliz inmortalidad! [adrianocorrales@ hotmail.com]~

José Luis Sampedro: Estamos destruyendo el sentido de la justicia

© REBELION

Su éxito novelístico, sobre todo el de La sonrisa etrusca, explica sólo en parte que la faceta de economista de José Luis Sampedro (Barcelona, 1 de febrero de 1917) haya quedado ensombrecida. El principal motivo, opina el propio Sampedro, es que el sistema oculta las teorías que pregonan la decadencia del capitalismo. Y Sampedro lleva más de 60 años proclamándolo desde la incómoda óptica del marxismo, desoyendo los cantos de sirena del "fin de la historia" anunciado por Fukuyama o anteriores apóstoles del libre mercado.

Su esposa, Olga Lucas, y el rector de la Universidad Complutense, Carlos Berzosa, han reunido en Economía humanista. Algo más que cifras (Debate) una muestra representativa de sus textos económicos, escritos sobre todo en los años sesenta y setenta. Sampedro presentó ayer el libro en Sevilla tras desplazarse desde la Costa del Sol, donde reside en invierno. "Antes estábamos en Canarias, pero los aeropuertos están imposibles. Eso de quitarse el cinturón le parecía humillante", cuenta Olga. El autor de El amante lesbiano se muestra tan lúcido (cada día se las ve con el sudoku de Público) como locuaz, pero la edad obliga a una entrevista breve. Sampedro, en el apresurado cierre de la charla, remite a los periodistas a un ensayo cuyo título resumiría casi todo su discurso: La decadencia de Occidente. "¡Cómo acertó Spengler!", exclama.

Ahora que ha releído sus textos de hace tres y cuatro décadas, ¿mantiene sus mismas posiciones?

En general sí, lo que no quiere decir que acertase. Aunque creo que en general acerté y de todas maneras no rectifico, porque era sincero. Yo he figurado más como escritor porque he tenido suerte escribiendo. Pero sobre todo por una razón: los que pensaban como yo teníamos menos prensa.

¿Y qué pensaba usted?

Hay unos economistas que se dedican a hacer más ricos a los ricos, y otros, a hacer menos pobres a los pobres. Yo he defendido siempre la necesidad de controlar el mercado. Claro, así no he tenido una plataforma, sobre todo tras el 68, cuando se asustó la derecha y llegaron Thatcher, Reagan...

Hay un ejemplo de economista con plataforma, el premio Nobel Milton Friedman, y otro sin ella, John Kenneth Galbraith...

Los dos murieron en 2006. Yo era de Galbraith y el que tenía la prensa era Friedman, y también el que orientó a Pinochet.

Friedman, un auténtico gurú para los neocon.

Para mí los neos, sean catecúmenos o liberales, no son nuevos. Cuando a una cosa hay que ponerle el prefijo neo es que no lo es. Cuando uno es nuevo no hay necesidad de decir: ¡oiga, que yo soy nuevo! Simplemente la gente dirá: a usted no le había visto nunca.

¿Sigue definiéndose como socialista ahora que...?

Sí, sí.

¿Como socialista marxista?

Es que hay que entender lo que es el socialismo. El socialismo defendía la propiedad pública de los medios de producción, y de esto que no hablen los que se llaman socialistas ahora. De estos yo no soy. No, no...

¿Sigue siendo socialista clásico pese a lo que pasóen el bloque soviético?

Es que tampoco era eso. En el fondo era capitalismo de Estado. Si por socialismo se entiende la propiedad pública y la dirección pública, auténticamente pública, que es la verdadera democracia, entonces soy socialista. Claro que el socialismo de verdad, que yo sepa, no se ha aplicado nunca.

¿Y considera que tiene posibilidades de abrirse camino ahora?

Sí, creo que sí. Lo que pasa es que estamos primitivamente educados. Es muy rudimentaria la situación de la humanidad... Nos movemos por la racionalidad en cuanto a los modos de operar, pero en los fundamentos es todo visceral.

¿Por ejemplo?

Cuando se reelige a Bush, o cuando se vota a Berlusconi.

¿Y qué opina de Obama?

Pues yo estoy encantado, sí, pero tampoco me hago excesivas ilusiones. Para nada. Y fíjese usted, lo tratan como si hubiese descendido el Mesías.

¿Cree que ahora el boom demográfico, sumado a la degradación del medio ambiente y la progresiva escasez de recursos, puede llevar a la revolución?

El desarrollo sostenible del que hablan es insostenible. La población mundial se ha triplicado desde 1900 hasta hoy y, desde luego, la capacidad de regeneración del planeta no se ha triplicado. Eso no se puede mantener. Imposible.

O sea, que cree que habrá una revolución.

Claro. Una cosa que cito yo mucho de Marx es aquello de que el capitalismo convierte todo en mercancía, esa es la verdad del asunto. No sé cuánto tiempo durará el sistema, pero creo que está agotado.

¿En qué consiste la decadencia que ustedle atribuye al sistema?

El primer artículo de este libro lo publiqué en 1947 en Inglaterra. Yo era un pipiolo que acababa de terminar la carrera, pero haciendo un estudio sobre las consecuencias de la crisis mundial en las áreas retrasadas en los años 30, vi que el Estado financiaba, ayudaba y subvencionaba a los obreros en paro. Les buscaba trabajo y escuelas para sus hijos. Había posibilidades de redistribució n de la gente. ¡Pero la gente se resistía a moverse! En cambio, cuando empezó la Revolución Industrial los obreros iban de los campos a las fábricas de las ciudades. Tenían un espíritu de aventura que un siglo después sus nietos no tenían. Es lo que pasa con el capitalismo.

¿En qué sentido?

Ahora hay miedo. En el siglo XVI, Europa era un volcán de iniciativas. Misioneros, guerreros y labradores se embarcaban a lo desconocido. Y en el terreno intelectual empezaba el humanismo, la imprenta. Ahora, en el país más importante del mundo, el más fuerte y poderoso, Estados Unidos, la gente tiene miedo. Auténtico miedo.

¿Porque tienen propiedad?

Y también porque han perdido por completo el espíritu de aventura.

Hemos cedido libertad a cambio de seguridad...

¡Pero es una seguridad ilusoria que, además, no satisface! Continuamente buscamos mecanismos para vigilar, desnudando a la gente que va en el avión y cosas así. ¿Para qué? Ahora dicen que Obama... Ojalá haga algo, pero no sé yo...

¿Confía en las medidas para salir de la crisis?

En el mejor de los casos, volverán a dejar las cosas como estaban en lo monetario pero con una degradación de la economía real, del medio ambiente y de la producción.

¿El sistema en su conjunto quedará desacreditado?

Hay una cosa que me preocupa: hasta qué punto se están destruyendo valores básicos. No hablo ya de derechos humanos, sino de la justicia, la dignidad, la libertad, que son constitutivas de la civilización. La barbarie es atacar los valores de la civilización.

¿Vivimos ahora en una época de barbarie?

Para mí es una época paralela al derrumbamiento del Imperio romano. Se acabó el Imperio y empezó la barbarie. Lo de Gaza es barbarie, los campos de Hitler y Stalin fueron barbarie, el ataque a Irak es barbarie. Estamos destruyendo el sentido de la justicia. Creo que entramos en una etapa de barbarie que obliga a reconstruir el sistema. Porque el capitalismo no es que sea malo, es que está agotado ya. En el siglo XV era impulsor, constructivo. Ahora está agotado. ¿Cuáles son los planes? Más de lo mismo. Decir que dentro de 15 años acabará la pobreza y repetirlo 15 años después.

¿Y qué esperanza ve?

Creo que la ciencia. Ahora el capitalismo se desmorona, porque la muerte es el precio de la vida. Las sociedades son seres vivos, se descomponen. Las diferentes subestructuras básicas no funcionan a la vez. Hay anacronismos, distonías. Salvo en la ciencia.

¿Qué anacronismos?

La Iglesia está plantada en el siglo XVI. La economía actual se basa en el axioma de que el mercado, con su famosa mano invisible, consigue que la suma de los egoísmos lleve al bien común. ¡Mentira! Pero todo se monta sobre esos supuestos básicos del siglo XVIII. La política, tras montar la representació n parlamentaria a raíz de la Revolución Francesa, está viciada. Mandan unas oligarquías que controlan la creación de opinión. Lo único que avanza es la ciencia, que sigue aportando conocimientos del espacio, materiales y recursos de comunicación, de informática, de genética, de nanotecnia. Cuando pienso en la diferencia entre el mundo en que yo nací y este, imagino lo que vivirán los jóvenes y...

¿La barbarie que pronostica puede adoptar la forma de nuevos autoritarismos?

Sí, pero también puede ser una sociedad de insectos, con clases. Piense en la brecha digital que se está abriendo. Podría gobernar una élite que crease una situación de simulación de libertad, ofreciendo determinados atractivos. Pero la libertad es como una cometa. Vuela porque está atada y la cuerda es la responsabilidad.

Señor Sampedro, ¿qué diría a quien piense que es usted uno de esos intelectuales que, ya veteranos, terminan diciendo que todo va ahora peor que antes?

Yo no digo que lo pasado sea lo mejor. Digo que el capitalismo en su momento fue naciente, pero ahora es insostenible. La mejor definición de su decadencia la dio Bush. Dijo: "He suspendido las reglas del mercado para salvar al mercado". Es decir, el mercado es incompatible con sus propias reglas. [ibyqueen@yahoo. com ]~

Mizaria

Por Joan Mateu @ mediaIsla

Vergüenza mortal

Resucitó al darse cuenta del ridículo que había hecho al morirse en medio de un velatorio, para poder volver a morirse de vergüenza. [joan@cimat.es ]~

Marx y el estado cataléptico

El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, de la cabeza hasta los pies. K. Marx El Capital,

Por PABLO NACACH © BABELIA

Oculto tras una desaliñada barba de casi 150 años prolijamente acicalada, sonriendo a diestra y siniestra a los fans, qué digo fans, a las masas populares enardecidas que aplauden a rabiar la presencia del ídolo, desciende, de una limusina negra como el futuro, el personaje más deseado del momento. Sin despegarse de su lado, alguien que ha sido su sombra desde aquellos lejanos días de vino y rosas pasados en el tormentoso apartamento del Soho londinense en el que juntos comenzaban a dar forma a la obra, qué digo a la obra, al revolucionario suceso que les daría fama y prestigio internacional, le susurra al oído la apretada agenda del día: desayuno y apretón de manos con un taxista y el presidente del Gobierno; almuerzo y entrevista exclusiva con Ana Rosa Quintana televisiva; siesta obligada, que los siglos no vienen solos, y sesión de firma de camisetas en El Corte Inglés...

¡Toma ya! Pero si son los buenos de Karl Marx y Friedrich Engels enfilando el triunfal camino de regreso, volviendo por sus fueros después de que la Feria de Francfort constatara que El Capital ha visto incrementadas sus ventas un 300%, de que saltara la noticia de que el personal de las agencias turísticas de Tréveris no da abasto para recibir a los más de cuarenta mil curiosos que, en 2008, se acercaron a fisgonear en la casa natal del "gran pensador" -como alguna vez lo llamó Max Weber-, y sobre todo tras la alegría que a Karl le ha dado haber sido incluido en el ranking en el que The Times da crédito a "los diez Houdinis de la contracción crediticia que han conseguido escapar de la crisis financiera".

¿Resucita Marx cual ave fénix de sus cenizas o nunca se había muerto del todo? En cualquier caso, analizar con él, gracias a él, la vida de las sociedades presentes resulta un saludable ejercicio para comprender, sin ir más lejos, cómo las crisis periódicas y la tendencia al monopolio inherentes al funcionamiento del sistema capitalista, procesos tan finamente delineados en El Capital, mantienen línea directa con la privatización de un Estado que hoy financia con dinero público-es decir, con el nuestro: ¡contribuyentes del mundo, uníos!- el rescate de una banca especuladora que ninguna intención tiene de abandonar el botín del atraco y dejar de hacer caja a punta pala. O entender cómo la lucha de clases ha "desaparecido" del mapa por aplastamiento de las gotas, mientras la clase vencedora agita orgullosa su cola de pavo real, indiferente ante la miseria y el hambre, impasible ante la muerte que fabrica. O tal vez puede que Marx sirva de post-it que nos recuerde que la violencia es la partera de la historia -con minúscula, a ver si todavía despierta de su letargo-, por ejemplo cuando en sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 señalaba la alienación del obrero como consecuencia de un proceso de trabajo que acababa, que empezaba, que continúa convirtiéndolo en "criatura de sus creaciones". Y claro, por pedir que no quede, ya nos gustaría encontrar en algún mass media el análisis de un comunicador con la inteligencia y la honestidad de ese animal político y filosófico, de esa bestia poética y literaria que fue Marx para que nos contara por favor, con el rigor absolutamente necesario, la irrupción de Obama en el escenario internacional como él hizo con la figura de Napoleón III en El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, evitando caer en el tópico del cesarismo y rescatando la complejidad del inconsciente social asumiendo que "el valor no lleva escrito en la frente lo que es". Qué placer añadido supondría que dicha reflexión abriera su alocución diciendo: "Hegel comenta en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra como farsa

...".

La crisis -con mayúscula, a ver si todavía se enfada-, ese estado cataléptico en el que parece suspenderse toda actividad hasta nuevo aviso, esa sensación de muerte aparente que requiere que el Capital pase un tiempo prudencial en la UVI para que pueda despejar la equis de la ecuación -que no es otra que hacer el recuento de las bajas que ha provocado en aquellos a quienes devora para alimentar su insaciable sed de plusvalor- y para prometerle a su ombligo que por supuesto sigue y seguirá vivito y coleando, ha vuelto a poner de moda, al menos comercialmente, la obra de Karl Marx. Aprovechemos pues el tirón, que la fama es puro cuento y dura lo que dos peces de hielo en un whisky on the rocks, para leerlo no como ansiolítico que calme la angustia de la incertidumbre, ni como recetario en el que puedan hallarse los ingredientes que den en la tecla de la reencarnación, sino como arma a la hora de agitar conciencias propias y ajenas y, sobre todo, para recordar una vez más que existe una dermis en la que los dueños del Capital y sus cipayos jamás podrán posar sus garras manchadas de lodo y de sangre: la lucidez para pensar libremente y actuar en consecuencia y en la realidad.

Que tampoco falta tanto para que descongelen a Walt Disney... [fontanamoncada@ yahoo.es]~

La paradoja Bolaño

Quería ser leído sin perder su aura rebelde. Había vivido como vendedor de bufandas y vigilante nocturno de un camping, y no aspiraba al trato de autor distinguido.

© El Mercurio

La fama es un malentendido que simplifica a sus favoritos. Roberto Bolaño, escritor y amigo imprescindible, se ha vuelto leyenda.

Cuando murió en 2003, a los 50 años, sus allegados sabíamos que sus libros iban a perdurar, pero ignorábamos que recibiría algo que nunca cortejó: la aceptación masiva. Roberto admiraba los relatos de quienes resisten en las calles traseras, las autopistas rumbo a la nada, las casas vacías, las trincheras bajo la lluvia, las plazas sin nadie en la alta madrugada.

Cada vez que caía en pecado de popularidad, escribía un texto ditirámbico contra un escritor de fuste para preservar su condición de outsider. Era su forma, algo ingenua y muchas veces cruel, de señalar su diferencia. Argumentaba poco sus predilecciones. Entre paréntesis reúne los textos súbitos donde sus amigos somos exaltados con la misma apasionada falta de méritos con que sus enemigos son fustigados. Esas salidas de tono eran un sistema de alarma contra la aceptación parda y rutinaria. Bolaño quería ser leído sin perder su aura rebelde. Había vivido como vendedor de bufandas y vigilante nocturno de un camping, y no aspiraba al trato de autor distinguido. La paradoja es que la posteridad lo transformó en mito. El mundo suele encandilarse con lo que se le resiste: el asocial Kafka está en todas las boutiques de Praga, y Bolaño es el superestrella que vivió para no serlo.

"Ah, que no me hubiera traicionado el triunfo con besarme", escribió Malcolm Lowry (en versión de José Emilio Pacheco). Bolaño no ejerció la ruptura radical de quien renuncia a publicar (en este sentido, fue menos atrevido que sus personajes), pero evitó todo protagonismo.

Rehuía las fanfarrias mediáticas, pero no cultivaba el fracaso ni sus tentaciones. Cuando uno de sus amigos dejaba de escribir, lo regañaba en el tono de un manager de boxeo. Creía en el trabajo duro; en rendir contra la adversidad; en la afrentosa afirmación de quien hace algo "porque sí".

Aunque sus héroes son poetas sin obra o sin otra obra que su existencia, celebrar esa divina gandulería era labor pesada. ¡Cuantas fatigas asumía para escribir de los que no dan golpe! No le pedía lo mismo a sus amigos, pero mantenía un ojo vigilante para saber si alargaban la siesta. El cumplimiento del oficio representaba para él una moral.

Esto no implicaba ser apreciado. No he conocido a nadie más seguro de su talento y menos necesitado de elogios. Roberto jamás se ufanaba de una frase suya ni caía en la vulgaridad de citarse a sí mismo. Hablaba de sus novelas con la tranquila seguridad del alguacil que ha aceitado su revólver. Le gustaban los solitarios intrépidos; se imaginaba como un investigador de homicidios, un marine, un cazador de cabelleras. Varias veces comentamos un hecho curioso: la única prueba confiable del talento es sentir que el texto ha sido escrito por otro. Esta autonomía de la voz revela que la obra vive por su cuenta. ¿Es posible enorgullecerse de un registro que ya es ajeno? En modo alguno.

A los amigos que amenazaban con convertirse en vagos de buhardilla, los instaba a trabajar; a los que parecían a punto de "triunfar", les hacía bromas que juzgaba terapéuticas y servían para ejercer una de sus habilidades más desarrolladas y divertidas: dar lata.

El reparto de prestigios literarios le parecía un tema social intrascendente y una pasión personal irrenunciable. Era fanático de las listas, que solía llevar con criterio de combate. Tenía sus autores favoritos de artillería, marina, infantería y fuerza aérea. En todo momento podía decir cuáles eran los tres nuevos escritores catalanes que más le interesaban, los cinco trovadores medievales que nadie podía perderse o los diez mejores paracaidistas literarios de su generación. Esta maniática ponderación contrastaba con su desinterés por la bolsa de valores promovida por las ferias, los premios y la prensa.

Bolaño descreía de los juicios unánimes. Le gustaba atacar a los consagrados y defenderlos si tú los atacabas. El silencio era su castigo, la discrepancia era su afecto.

Leerlo con lealtad significa discutirlo, discernir entre sus obras impecables (Estrella distante), descomunales (2666), interesantes (Monsieur Pain) y malas (Una novelita lumpen).

Su inmensa fama reciente ha provocado toda clase de reacciones. Conocí en Nueva York a un brillante joven escritor que pagó 50 dólares por una copia de las pruebas de imprenta de 2666 y las despachó en dos días inacabables. El Bolaño leído con fervor coexiste con el clásico exprés recomendado por la revista de la reina televisiva Oprah Winfrey.

En la mixtificación que lo ve como el Jim Morrison de la escritura, el mayor equívoco es pensar que sacrificó su vida por la escritura. No quiso ser un mártir. Fue un sobreviviente.

La celebridad es una confusión. Bolaño, autor reacio al reconocimiento, ocupa hoy un sitio fashion y es visto como un Paul Auster con cafeína. Tal vez el excesivo porvenir nos depare todas las adaptaciones que puede tener una obra de éxito hasta llegar a Los detectives salvajes sobre hielo.

De estar entre nosotros, Roberto Bolaño miraría intrigado su peculiar destino, se alzaría de hombros y seguiría imperturbable su camino. [zoiladulceuva@ yahoo.co. ar]~

Puertas y ventanas

El abate Aubin de Próspero Merimée

Incluimos el cuento clásico de la semana, seleccionado por Luis López Nieves: El abate Aubin, por el autor francés Próspero Merimée [1803-1870]. Pulse sobre el título para leer el cuento en CiudadSeva.com.

La otra gaceta

Ya está circulando el número de La otra gaceta http://www.laotrare vista.com/ category/ la-otra-gaceta/

Poemas en añil N° 129

Desde Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires, para todos y cada uno, llega POEMAS EN AÑIL, edición de enero 2009. Porque soplen vientos de paz en Medio Oriente y bajen las armas los genocidas. Por los niños que pierden la infancia entre bombas y masacres. Gracias por la permanencia, por la recepción, por estar en cada número con presencia de maravillosas letras. Será entonces, hasta el mes de marzo, casi cuando el otoño comience su danza ocre. www.entonceslapoesi a.blogspot. com http://poemasenanil .zoomblog. com

Imágenes del mundo

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más que un grupo o comunidad cerrada, constituye hoy por hoy una modesta sala de lectura donde convergen una serie de personas interesadas en la construcción de un puente de doble vía, a través de la reflexión y el ameno intercambio de información interesante.

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René Rodríguez Soriano

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