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El tiempo del deseo
El amor vuelve a rondar el epicentro de la literatura. Medio centenar de libros reivindica un género eterno. Varios escritores dan las claves del porqué de este regreso que coincide con la celebración de los 400 años de los Sonetos de Shakespeare.
Por WINSTON MANRIQUE SABOGAL © BABELIA
Y no puedo impedirme que yo el cómplice sea De ese dulce ladrón que tan cruel me saquea. Shakespeare (Sonetos)
Mientras la mimaba / Con sus arrumacos. / Seis días y siete noches, / Enkidu, excitado, / Hizo el amor con Lalegre". Es el primer atisbo de amor de la historia de la humanidad en la literatura. Ocurrió hace 35 siglos en las estepas de Uruk, en la baja Mesopotamia, como dan fe las tablillas de la epopeya de Gilgamesh que narra las aventuras y avatares del rey que no quería morir, y que constituye el primer texto literario del que se tiene noticia. Desde entonces, un rosario de epopeyas, cantares, novelas, cuentos, obras de teatro, poemas y ensayos ha encadenado el tiempo hasta este mismo instante y los siguientes, teniendo al amor muchas veces como protagonista o desencadenante del destino o como pretexto para contar la vida y sus alrededores. Aunque con vaivenes, de tal manera que en los últimos meses ha empezado a rondar el epicentro de la literatura, con personajes que aspiran a heredar un día las resonancias de aquellos que están al principio de estos 3.500 años de páginas literarias.. .
Enkidu y Lalegre, Paris y Helena, Ulises y Penélope, Fedro, Adán y Eva, Amada y Amado (Cantar de los cantares), Dafnis y Cloe...
Después de unos cuantos años de una relación más o menos distante con los escritores, el amor se ha tomado su revancha. Más de medio centenar de títulos este semestre en España, nacionales y extranjeros, con algunos convertidos en best sellers, prueba que este sentimiento vuelve a latir con fuerza entre los narradores. Y sin prejuicios ni vergüenzas. Pero ¿por qué esa coincidencia de volver a contar el mundo a través del amor?, ¿acaso una doble reivindicació n: por el propio sentimiento y por un género literario visto por algunos como de segunda categoría? Son interrogantes sobre los cuales reflexionan varios de los autores que recientemente han abordado el tema: desde Álvaro Pombo, Ángeles Mastretta, Andrés Trapiello y Lola Beccaría en la narrativa, hasta Jesús Ferrero y José Antonio Marina a través del ensayo, pasando por Paolo Giordano, el italiano revelación con La soledad de los números primos , y el poeta Juan Antonio González Iglesias, y un noveno invitado: William Shakespeare, cuyos Sonetos hablan por sí solos en la celebración de sus 400 años: "O ensáñate si quieres, tiempo anciano: / mi amor será en mis versos siempre joven".
Triste, incoherente y preocupante es la paradoja en la que coinciden los escritores. Porque justo ahora cuando el amor se ha desencorsetado de milenarios prejuicios sociales, religiosos, morales y económicos, de tabúes e incluso ganado batallas de represiones y emancipaciones, hasta alcanzar una libertad ideal, el ser humano está perplejo al sentirse emboscado por tantas opciones de bienestar que le despiertan la sensación de desamparo. Como si saber muy bien qué hacer, mientras contempla cómo sus decepciones adquieren el mismo tamaño de sus ilusiones. Como pigmaliones dispuestos sólo a enamorarse de sus propios sueños.
Asoma así la literatura como celestina del amor y las personas. "Es que la narrativa es particularmente sensible a la situación del mundo y el estado de las cosas. Es imitativa en esencia, y lo que hace ahora es mostrar las fluctuaciones de su tiempo", afirma Álvaro Pombo , quien suele basar sus obras en relaciones sentimentales, como Virginia o el interior del mundo (Planeta). Una de las fluctuaciones, a la que se refiere el escritor y académico, tiene que ver con que entendemos el mundo peor y vemos el amor como un buen refugio: "En vez de ir hacia fuera, el amor nos lleva dentro de nosotros mismos, ante la complejidad de la vida y la multilateralidad. Y lo que hace la literatura es reflejar todo eso". Da cuenta así de una geografía amorosa en perpetuo cambio según la época, como la de refundación y creación de mitos y leyes que vivió el amor entre la Edad Media y el Renacimiento cuya herencia llega hasta hoy con títulos inolvidables. ..
Tristán e Isolda, La Celestina, El libro del buen amor, Romeo y Julieta , Cyrano de Bergerac, Las amistades peligrosas ...
Cada época tiene su clase de amor. "Hoy los niños quieren magia cuando el mundo los desafía con la guerra; los adultos, historias de amor en épocas de crisis y guerra. El amor es el exorcismo de los adultos; el sexo, la magia, el abandono", sentencia la mexicana Ángeles Mastretta, autora de Mal de amores, Maridos y Arráncame la vida (Seix Barral), cuya versión cinematográfica clausura hoy el I Festival de Granada Cines del Sur. Sí, cada época tiene su clase de amor, y ésta es la de los amores en tránsito. Eso piensa Pombo para quien "la inestabilidad laboral es correlativa a la inestabilidad emocional". La gente no sabe de qué manera vivir ni enfrentarse a ese amor libre de hoy. En parte por "la sensación permanente de que nos perdemos algo, lo cual lleva a una vida sentimental de picoteo, aunque en el fondo se aspira a lo de siempre, a un amor eterno".
Como advirtiera la escritora Dominique Simonnet en la entrevista de La historia más bella del amor (Anagrama), "nuestra época se caracteriza por una exigencia extrema de los individuos en relación con su ideal: la felicidad a cualquier precio". Y pregunta si lo que se esconde es sólo el miedo a ser románticos. Recuerda que "hoy la unidad básica es el individuo, que ya no sacrifica su felicidad individual a la entidad familiar".
Así es como el rostro del amor en los albores del siglo XXI estaría esculpido por ideas y palabras como sobreoferta, mareo, vaivén, Yo, fragilidad, accidental, individualidad, fluctuante, inseguridad, líquido, miedo, disponibilidad, incertidumbre, cobardía, máscara, capricho, picoteo, inquietud, ansiedad, peregrinaje, dolor, intransigencia, volátil. Desencanto. O naufragio según los conceptos más usados por los escritores.
Mientras unos buscan la palabra adecuada para retratarlo y otros la mejor aliada para expresarlo, el amor sigue inasible y reviviendo en la literatura, ante lo cual Mastretta lanza una invitación alegre: "¡Sigamos tejiendo el mito". Por ahora tratando de explicar el porqué de esta coincidencia temática en las librerías, que podría resumirse en las siguientes ideas: cambio o reordenación de valores ante el desplazamiento de uno esencial como el amor, vuelta de la esperanza y del derecho a ser feliz después de un siglo XX catastrófico en guerras y culpas como el Holocausto, por la sentimentalizació n de la sexualidad y respuesta al imperio del individualismo y la soledad. Verdades a medias para Jesús Ferrero , ganador del Premio Anagrama de Ensayo por Las experiencias del deseo, que insiste en que "más que el amor, lo que arrastra al lector a los libros, por carecer de ella, es la búsqueda de la pasión en vista de que es la gran ausente de la historia de ahora". Como si la gente echara en falta aquellas magistrales y telúricas pasiones del siglo XIX y comienzos del XX, de seres en simbiosis con la felicidad y la desdicha creados por autores esenciales para el desarrollo de la novela...
Las hermanas Brontë, Jane Austen, Alejandro Dumas, Gustave Flaubert, León Tolstói, Jorge Isaacs, Eça de Queiroz, Henry James, Leopoldo Alas Clarín
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Sus libros dejan claro que el amor de hoy es un invento nuevo. Paolo Giordano , un fenómeno literario entre los jóvenes por La soledad de los números primos (Salamandra) , del que ha vendido más de un millón de ejemplares en Italia y cien mil esta primavera en España, reconoce no tener una perspectiva profunda sobre si el amor se ha mostrado explícitamente en la literatura de los últimos veinte o treinta años, pero de lo que sí está convencido es de que ahora es un hecho llamativo. Recuerda que "la literatura de amor siempre ha estado presente y ha sido EL TEMA de las historias. Aunque todavía hay cierta timidez en algunos a la hora de reconocer que lo tratan, o que se atrevan a decir: 'Mi novela es sobre el amor". Giordano advierte que hay una tendencia más comercial dirigida especialmente al público joven con visiones estereotipadas, y que probablemente no son de la mejor literatura.
El autor italiano es el penúltimo destello universal de esta tendencia literaria. Las vísperas de este viaje al centro de la narrativa empezaron a notarse en 2001. Fue con la adaptación al cine de El diario de Bridget Jones (Lumen), de Helen Fielding, que reforzaría el subgénero del chiclit . En paralelo crecía la novela romántica, con más fuerza en Internet, y aumentaba la literatura emocional, donde destacan nombres como la francesa Anna Gavalda. A mediados de la década, Haruki Murakami empezó a hacerse popular entre los jóvenes gracias a una historia de amor de 1987 y que se tradujo como Tokio Blues (Tusquets), convertido en long seller. A esto siguió un gran movimiento de jóvenes italianos con la novela de Federico Moccia Perdona si te llamo amor (Planeta), que ha hecho que las parejas imiten su literatura al ir hasta el puente romano de Milvio y colocar un candado en promesa de amor eterno. Casi simultáneamente, en Estados Unidos llegaba el adolescente amor vampírico de Stephenie Meyer y su Saga Crepúsculo (Alfaguara), cuyos libros figuran entre los más vendidos. Y ahora, La soledad de los números primos refuerza el interés por la temática. Amores audaces, rompedores, glamourosos, periféricos, indecisos, platónicos, mezquinos o libertinos, algunos irrealizables o frustrados o victoriosos después de muchos obstáculos y a la vez contemporáneos como los vividos por parejas de antes de la II Guerra Mundial...
Charles Swan y Odette de Crecy, los matrimonios Ashburnham y Dowell, Lady Chatterley y Mellors, Daisy y Gatsby, Aschenbach y Tadzio, Maurice y Clive y Alec...
Con amores así acaba una época. Con la II Guerra Mundial empieza otra. Y de allí procede parte del brillo que empieza a tener esta temática. Andrés Trapiello , autor de Los confines (Destino), reflexiona: "Siguiendo a Adorno: ¿quién se hubiera atrevido a hablar de amor después de Auschwitz? El genocidio y el Gulag supusieron el final de toda forma de idealismo, origen éste como es sabido de todos los totalitarismos. Acaso es ésta la razón de que la felicidad haya estado bajo sospecha en la segunda mitad del siglo XX: por reaccionaria o, peor, por cursi, sin contar con que algunas formas de la felicidad, como la conyugal, arrastraban desde el siglo XIX su propia y descarnada caricatura. Y sin embargo tampoco nos es posible vivir sin esperanza, y el amor, de origen incierto y oscuro, hace de nuestra vida algo luminoso, y según cómo es lo único que hace de nosotros criaturas semejantes a los dioses. El amor y la felicidad se oponen de modo radical a la idea de que esto es un valle de lágrimas. No parece posible ni recomendable un retorno al idealismo, pero nadie tiene derecho a condenarnos a vivir, y mucho menos por moda, en el nihilismo o en una realidad nauseabunda".
Palabras que recuerdan que la historia del amor es la historia de una tragedia. De un desencuentro entre los deseos y la realidad. Quizá porque, como escribiera Gabriel García Márquez, "la fuerza invencible que ha impulsado al mundo no son los amores felices, sino los contrariados". Mastretta afirma que con el pasar de los años se olvidó algo elemental: la magia y el mito. Y ahí es donde entran los escritores como grandes oteadores de la vida, porque, dice la novelista mexicana, "el amor es único, nos pasa por encima y luego desaparece, y a partir de ese instante o años construimos historias novelescas para atrapar el mito que a todos interesa". Lo cierto es que tras la II Guerra, y a mediados del siglo pasado, la literatura dio pocos amores legendarios, pero los surgidos fueron creados por autores casi más famosos por otros temas que dejaron en estas novelas una entrañable sombra de tristeza...
Graham Greene y El fin del romance , Julio Cortázar y Rayuela, Yasunari Kawabata y País de nieve, José Donoso y El lugar sin límites, Ernesto Sábato y El túnel, Mario Vargas Llosa y La tía Julia y el escribidor.. .
En la actualidad, el escritor va tomando el pulso de la realidad como un rastreador indio que pone el oído en la vía del tren, asegura Lola Beccaría , ganadora del Azorín con El arte de perder (Planeta). Y lo que los autores oyen, agrega la novelista, "es que la crisis ha dejado al descubierto que somos nada sin objetos materiales. Pero esa desnudez es buena porque nos refugiamos en los valores universales. Anhelamos el contacto humano tras el cansancio de una sobreoferta del bienestar. Hemos descubierto que el amor no tiene alternativa, porque no hay nada en la gastronomía del ser humano como el sentimiento amoroso".
Desencanto y banalización. Es la pareja de conceptos que preside las palabras de Juan Antonio González Iglesias, que prepara su poesía reunida en Del lado del amor y ganador del Premio Loewe 2007 por Eros es más. "Hay personas que concentran su vida en todo lo que no es el amor y en los últimos tiempos se han encontrado con un cierto desencanto por esos otros valores, incluida la sexualidad como tal. Hay una banalización del amor difícil de frenar porque los jóvenes ya están formados en ese vértigo que la narrativa y la poesía tratan de advertir". Para el poeta, ahora que el amor ha quedado desvinculado de ciertas cosas tiene que volver al primer plano. Para ello sugiere una reconstrucció n de una teoría independiente de la religión y de la moral tradicional: "Es el momento de una reeducación amorosa que debe ser poética y literaria".
Sobre las rutas que han desviado el tema del amor hacia el sexo y la sexualidad, el filósofo José Antonio Marina considera que ahora hay un camino de vuelta. Autor de Palabras de amor (Temas de Hoy), una antología de la correspondencia amorosa entre escritores, Marina dice que cuando escribió El rompecabezas de la sexualidad creyó detectar una nueva "sentimentalizació n de la sexualidad, tras un interés por la sexualidad a secas, producida a partir de los sesenta, como un fenómeno liberador". Añade que las grandes encuestas sobre valores que se hacen en Occidente recogen que la mayoría de la población, cercana al 95%, piensa que las relaciones amorosas son el camino más transitable hacia la felicidad. "Es posible, aunque lo digo con toda cautela, que estos dos aspectos hayan influido en el fenómeno y el renacer del amor en el epicentro de la literatura". Aunque justo antes de este presente, algunos de los libros que han entrado en la memoria colectiva hablan de épocas lejanas y cercanas recorriendo los laberintos del amor con preocupaciones actuales, ya sea con personajes reales o ficticios...
Bélver Yin y Nitya Yang de Bélver Yin, Florentino Ariza y Fermina Daza de El amor en los tiempos del cólera, el conde Laszlo Almasy y Katharine de El paciente inglés, Hervé Joncourt y Hélène y la joven japonesa de Seda, Joe y Violet y Dorcas de Jazz, Cecilia Tallis y Robbie Turner de Expiación , Ennis del Mar y Jack Twist de Brokeback Mountain ...
De amores censurados, de amores peligrosos, de amores sobrenaturales, de amores aventureros, de amores despechados y de muchos más trata la oferta de títulos recientes. Incluso exploran nuevos territorios y trazan coordenadas de su mundo en el ciberespacio. Un atajo donde se ve "la necesidad de hallar esa alma gemela en un catálogo de ofertas sentimentales que es en sí misma una paradoja", asegura Beccaría, que abordó estas relaciones en su novela. Para la autora gallega es como si se estuviera haciendo el camino de vuelta a casa: "Como Ulises, que encuentra los cantos de sirena y muchas cosas más que retrasan su regreso junto a Penélope. Pues ahora los escritores hemos cogido el barco rumbo a Ítaca, que es el amor, oyendo cantos de sirena y contándolo a los lectores junto con los otros desvíos, pero dejando claro el destino y el puerto de llegada". Una idea a reforzar por el alto grado de individualismo actual.
En ese Yo sobredimensionado anida parte de la realidad y de la literatura que es imitativa. José Antonio Marina cree que se vive un momento interesante de creación amorosa: "El individualismo actual, el énfasis en la autonomía y la realización personal, que ha triunfado por muy buenas razones, está dificultando mucho la 'vinculación amorosa'. No tenemos un sistema sentimental claro para mantener la relación afectiva entre dos personalidades autónomas e independientes, y por ello las relaciones se han fragilizado excesivamente".
Lo que sucede, según Álvaro Pombo, es que "el amor no acaba de salirnos del todo bien porque no terminamos de creer en él". El académico considera que se ha perdido la idea del concepto de persona íntegra: "Ahora somos menos sustanciales y más accidentales". Su imagen es la de que la gente naufraga y los escritores reflejan esas titilaciones y movimientos de rebrillo de los vaivenes de las relaciones contemporáneas.
Un ejercicio nada fácil, advierte Ángeles Mastretta. "Escribir novelas de amor es caminar por el borde de un acantilado debido a que es muy fácil volverse cursi y estereotipado. Hay que escribir llevando el control de las riendas, conteniéndose, y atento a los desvíos. Como en todos los temas, se han escrito malos libros y eso ha servido para considerar la literatura de amor un género superficial. Y eso es injusto, porque también se han escrito malos libros sobre asuntos como el Holocausto, pero a ellos se les perdona. No hay que olvidar que el amor es algo trascendental". Insiste en que no es una entelequia. Está convencida de que su regreso al corazón de la narrativa es una buena noticia: "Es volver a contar el mundo emocional hacia dentro y para fuera". Como varios de los escritores, recuerda que el amor es la mayor y más imprevisible aventura a que se puede enfrentar el ser humano, como se refleja en algunos de los personajes y parejas literarias recientes...
Virginia y Casimiro, de Álvaro Pombo; Alice y Mattia, de Paolo Giordano; Claudia y Álex, de Andrés Trapiello; Amélie y Rinri, de Amélie Nothomb; Hans y Sophie de Andrés Neuman; Félix y Luz, de Rubén Abella; Sara y Enzo, de Lola Beccaría; Ruth y Mo, de Daniel Vázquez Selles; Mario y Beatriz, de Marta Rivera de la Cruz; Carmela y Lucas, de Marcos Aguinis; Godwin y Lydia, de Roland Vernon; Giacomo y Michela, de Fabio Volo; Sebastián, de Ray Loriga; Naser y Fiore, de Sulaiman Addonia; Step y Babi, de Federico Moccia...
Aventuras que confirman que 35 siglos después siguen vigentes en la literatura las leyes de esa parcela de deseos atisbada en Enkidu y Lalegre del Gilgamesh y Tristán e Isolda, y que los libros se podrían dividir entre los que cuentan la vida a través de historias de personas que se aman y desean y los que no. Como sucede en La vida ante sí, de Romain Gary, pero donde el autor pone en boca de Momo, un niño huérfano, la pregunta que le hace a Hamil, un anciano musulmán, de si se puede vivir sin amor. El hombre guarda silencio, y el niño le reclama la respuesta, a lo que Hamil contesta:
-Eres muy joven, y cuando se es tan joven es mejor no saber ciertas cosas.
-Señor Hamil, ¿se puede vivir sin amor?
-Sí -dijo él, bajando la cabeza como si le diera vergüenza. [fontanamoncada]
Apunte a lápiz o lo bajito con que se grita lo trascendente
Por Jimmy Valdez © mediaIsla
Casi al oído, fino, elegante, de portada en verde y al carboncillo; un librito escaso en páginas, trabajado por orfebres, en lo referente a su edición; luchado a pulso e insuperable en todo lo que tengo de conocer de los poemas. René hace añicos el concepto que tenía sobre nuestra poesía de isla; en todo caso, pensada al respecto como inmensamente buena, dados los protagonismos y la densidad a metro cuadrado… pues su poesía, la que tengo conmigo, y único vestigio del género que tengo del autor, pertenece a una clase de atmósfera irrefutablemente universal, tan buena o mejor que aquellas ya declaradas clásicas y espectaculares por lo que son capaces de transmitir.
Rodríguez Soriano, quizás se intimide con esta manera que tengo de ver las cosas, soy todo lo honesto de un insensible colector de mariposas. Leí su novela [El mal del tiempo], la presenté a los amigos y hasta escribí de ella una cojera de patas de lo que más o menos descubrí que me decía; ahora le suelto otro elogio al poeto, al promotor y guía de muchos y otros, a los años y los días desde que se le metiera entre los sesos semejante afán de sufrimientos; en fin, al amigo que apenas dejó su cubil de sol y se nos vino de relámpago a entusiasmar la cazuela.
Apunte a lápiz tiene esa brevedad orgásmica, ese dejo a lo precioso, a lo natural, al regreso con los pies descalzos, al sí en el chapoteo, en lo lindo. Se me antoja decir que es la mejor poesía impresa que he leído en meses; tan buena, discúlpenme las comparaciones, a un librito que me regalara Antonio Cisneros, en una noche bohemia junto a William Kastillo en el Intercontinental, me refiero a Canto ceremonial contra un oso hormiguero, por cierto, un "Don nadie" siempre es presuntuoso con los amigos.
Qué más se puede decir si el poeto, además de ser grandullón, tiene esa vaina de ingenio. Léase el librito y verá qué coño e poesía es de la que hablo. [mediaIsla]
Sueño blanco, pesadilla negra
A lo largo de su historia moderna, África ha sido un territorio dominado y repartido entre las grandes potencias. Después de un complicado proceso de descolonizació n, junto a instrumentos de progreso, persisten conflictos que en su momento fueron estimulados.
Por Andrés Criscaut © Letra Ñ
"Exterminad a todos los salvajes" es lo que recomienda, en el relato de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas un personaje llamado Kurtz, quien abrió, a golpe de masacre y esclavismo, la cuenca superior del río Congo al progreso europeo de principios del siglo XX. Si bien ya han pasado más de cien años de esta historia, esa gran masa de territorio que se extiende al sur del Mediterráneo sigue siendo aún una terra incógnita, un pedazo de mapa incompleto. Pestes, conflictos, inestabilidades, hambrunas y barbarismos continúan siendo las claves de lectura de un continente que, si bien geográficamente se encuentra mucho más cerca de la Argentina que Europa o los Estados Unidos, en el imaginario occidental posee un lugar y una dimensión mucho más distante, vasta y amenazadora que la real. Como dijo el periodista y cronista polaco Ryszard Kapuscinski en su libro Ebano: "Este continente es demasiado grande para describirlo. Es todo un océano, un planeta aparte, todo un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria. Sólo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos 'África'. En la realidad, salvo por el nombre geográfico, África no existe". Sí existen dos regiones bien definidas, separadas por ese inmenso y refractario mar de arena que es el desierto del Sahara y el Sahel. El Africa que queda al norte es una estrecha franja que bordea el Mediterráneo y que histórica y culturalmente posee una homogeneidad muy marcada, ya que siempre estuvo orientada hacia el mundo árabe. Vista desde los grandes imperios musulmanes que dominaron desde Oriente Medio y Egipto, esta es una importante prolongación de su área de influencia, que en algún momento llegó incluso a poseer en sus confines a España, Sicilia, Córcega y Cerdeña. El uso del camello permitió sortear el desierto y, junto con las rutas comerciales árabes, entre el 600 y el 1500, el islam llegó a extenderse más hacia el sur y al oeste, marcando una segunda gran divisoria, esta vez religiosa y cultural, a lo largo del norte de la línea del Ecuador y de la costa del océano Indico. Varios conflictos actuales, como el de Sudán o Nigeria, tienen un importante componente que bordea esta línea de alta tensión entre un norte islámico y un sur evangelizado por el cristianismo. Hacia el sur, Africa subsahariana o "negra" presenta una complejidad geográfica y social, así como un desarrollo histórico, mucho más acentuado. Entre los siglos XVI y XVIII sus costas se vieron salpicadas de enclaves comerciales europeos que extrajeron, de una miríada de pequeños "estados" autónomos, 15 millones de esclavos y valiosos productos. Sin embargo, con el gran auge de la industria y la tecnología europea del siglo XIX, ese "gran interior" llegó a ser penetrado y pasó a ocupar un lugar de reservorio de materias primas del sistema imperial. La difusa figura del misionero, explorador y comerciante concentró la "carga del hombre blanco", que bajo toda una panoplia ideológica y política, devino en la del soldado. Entonces, la conquista dejaba de ser un emprendimiento "privado" y/o científico limitado, y se transformaba en parte de una política militar y a gran escala de los gobiernos de las metrópolis. Comenzaba una gran carrera imperial en la que Africa, más que cualquier otra parte del mundo, pasó a ser parcelada en colonias, protectorados y condominios, y donde grandes zonas y poblaciones eran piezas de un gran juego militar y diplomático. En 1884 las potencias se reunieron en el Congreso de Berlín para intentar poner orden al caos y a las tensiones entre ellas, repartiéndose casi todo el continente. Sin embargo, 1898 sería el año decisivo para una nueva "pax britannica" en el continente. Tanto Portugal como Francia ansiaban lograr una continuidad territorial de sus colonias, una línea este/oeste entre el Atlántico y el Indico: la primera uniendo Angola y Mozambique, en lo que se conoció como el "mapa cor-de-rosa", por el color que utilizaban en su cartografía; los franceses debían alcanzar su pequeño puerto de Djibouti (o Yibuti) sobre el Mar Rojo, con sus vastos territorios de Africa Occidental y Central, que se desparramaban desde Senegal hasta Sudán. El gran eje británico norte/sur, entre El Cairo y Ciudad del Cabo, precisamente interceptaba estos planes en seco. Una pequeña guerra fría se desató en ese momento, cuando los portugueses fueron fácilmente sacados del circuito cuando Inglaterra los intimó a abandonar sus pretensiones sobre lo que sería luego Rhodesia (hoy Zambia y Zimbabwe) y las fuerzas francesas tuvieron que retroceder al encontrarse cara a cara con los británicos en la ciudad de Fachoda (hoy Kodok, en el sur de Sudán). La evolución de la zona sur del continente mostró quizás uno de los pocos casos de una guerra colonial entre blancos. En su lucha contra Napoleón, Londres tomó nuevamente el enclave estratégico de El Cabo en 1806, desplazando hacia el interior a los colonos holandeses, asentados en la región desde el siglo XVII y, por entonces, aliados de los revolucionarios franceses (la palabra apartheid es, de hecho, de origen holandés). Los bóeres o afrikaners establecieron dos repúblicas en el interior, Orange y Transvaal, que entre 1899 y 1900 mantuvieron una feroz resistencia de guerrillas. Doblegarla le costó a Inglaterra casi 22.000 muertos, de un total de 70 mil muertos (28 mil civiles bóeres y 20 mil negros). Los ingleses no sólo vieron en riesgo su honor militar sino que tuvieron que desplegar las técnicas más modernas de combate y control social: fue la primera vez en la historia que se establecieron campos de concentración y confinamiento para civiles. A partir de entonces y hasta ahora, el predominio blanco sudafricano ha influido en toda la zona: llegó a ser el baluarte anticomunista durante la Guerra Fría, intervino en las guerras civiles de Angola y Mozambique contra tropas cubanas, apoyó la independencia de facto de 250.000 rhodesianos blancos sobre cuatro millones de negros en 1965, invadió Namibia y estuvo presente con mercenarios y traficantes en casi todo conflicto. Ente 1885 y 1908, el Estado Libre del Congo, adjudicado al rey Leopoldo II de Bélgica en nombre del comercio libre, la evangelizació n y la filantropía de sus habitantes, resultó ser el mayor campo de trabajo forzado privado de la historia; y quizás la máxima premonición de un Estado presente sólo para generar ganancias. Peter Forbath en su libro El río Congo no dejas dudas: "El Congo no había pasado a ser una colonia de Bélgica (...). Se había decretado la aparición de un Estado flamante en medio del vasto territorio africano", y cita a un periodista estadounidense que dijo en aquel entonces que "Leopoldo II es el dueño del Congo al igual que Rockefeller es el dueño de la Standard Oil". Allí fueron esclavizados, mutilados y exterminados más de 10 millones africanos que trabajaban en la extracción de marfil y en la naciente industria del caucho. El famoso y lúgubre explorador Henry Morton Stanley fue la mano derecha del rey en esta empresa, y Conrad, Mark Twain y Arthur Conan Doyle, junto a varios misioneros protestantes, participaron de la primera gran campaña por los derechos humanos contra esta explotación. Los africanos fueron muy probablemente los primeros en conocer las ametralladoras a repetición, la guerra química, e incluso el bombardeo aéreo estratégico de poblaciones civiles, durante la conquista española de Marruecos. El sistema de "gobierno indirecto", como lo llamaban los británicos, no sólo aprovechó y ahondó diferencias existentes entre los colonizados, sino que en muchos casos inventó estas discrepancias. Muchos conflictos "étnicos" actuales, como el de los hutus y tutsis, deben ser analizados dentro de esta mecánica de "artificialidad". Ella fue heredada tras años de un sistema gestor de desequilibrios. Así, más que un continente de bárbaros o "brutos", Africa fue y sigue siendo una zona barbarizada y embrutecida hasta un nivel todavía desconocido, mucho mayor que lo ocurrido en Asia o en las Américas. Sin embargo, cierta "devolución" de este salvajismo colonial, comienza a verse, al menos en algunas interpretaciones de la Guerra Civil Española (Franco pertenecía al ejército colonial de Marruecos), de la Segunda Guerra Mundial, e incluso del genocidio nazi, como continuidad y como partes de un mismo contexto. Las aplicadas en aquellos casos fueron políticas semejantes a la aplicada en Africa, sólo que en estos casos se ejercía sobre la población autóctona europea, de manera aún más industrial. Si hasta 1950 sólo Egipto, Liberia y Etiopía lograron mantener cierta independencia, a partir de ese momento comenzaría una verdadera revolución descolonizadora. La Primera Guerra Mundial demostró a los batallones de africanos que lucharon contra los alemanes la vulnerabilidad del hombre blanco. Y el fin de la Segunda Guerra Mundial, que los imperios ya no podían sostener sus colonias. A su vez, las elites africanas aprendieron los conceptos de Estado e independencia en las mismas escuelas europeas. Así como también "que si no hubiera sido por Rusia, el movimiento africano de liberación hubiera sufrido la persecución más brutal", como dijo el ghanés Kwame Nkrumah, uno de los primeros líderes independentistas africanos. Aunque luego se sucedieron dictadores y cruentas guerras civiles, las condiciones de vida básica de los africanos mejoraron y produjeron un importante crecimiento poblacional. Kapuscinski mostraba en sus crónicas de Africa cómo la simple introducción del bidón de plástico permitió a los niños acarrear agua a sus poblados y mejorar así su bienestar. Sin embargo, el fracaso, la inoperancia de los gobiernos, el derrumbe del bloque socialista, y el capitalismo salvaje han invocado una nueva versión del colonialismo en suelo africano. Así como los limites de la administració n colonial se perpetuaron casi sin grandes modificaciones en las fronteras de los actuales países africanos (aún mucho más que en América, y sin duda alguna que en Europa o Asia), el espíritu del rey Leopoldo II sobrevuela el continente, ahora con otros ropajes. El niño de las minas de ese pedazo de Zaire arrebatado por Laurent Nkunda (líder militar tutsi y predicador mesiánico adventista de los Rebels for Christ, una de las casi 9.000 sectas que proliferan como hongos en el caldo de cultivo de la miseria africana) sólo sabe que la vida es corta; que su padre fue asesinado y que su madre fue violada. Nada sabe de que ese polvo que busca es coltan y que terminará dentro de algún celular en Calcuta. [giecoleon]
Noam Chomsky: El neoliberalismo es la raíz común de las crisis actuales
Insta a desmantelar el edificio de ilusiones que se vende como democracia de libre mercado. Deplora que casi todos se refieran a los problemas financieros y pocos a la hambruna mundial. ¿Por qué no ocupar una planta para producir transporte masivo?, cuestiona en referencia a GM.
Por David Brooks © La Jornada
Cuando se habla de la crisis, casi todos se refieren a la financiera, ya que afecta directamente a los ricos, pero la crisis de los mil millones de seres humanos que enfrentan hambruna –entre ellos unos 40 millones en Estados Unidos– no es la de mayor prioridad, porque todos los aquejados son pobres, afirmó Noam Chomsky.
Con voz tranquila, Chomsky cuidadosamente devastó los mitos del llamado libre mercado, y documentó de manera sintética las múltiples crisis –la financiera y económica, la del militarismo, la del medio ambiente y la alimentaria, entre otras– y sus hilos en común, construyendo una radiografía de un sistema que se enmascara como democracia, pero que al fin tiene el objetivo de socializar costos y privatizar ganancias y defender el privilegio de la cada vez más reducida minoría rica, con consecuencias cada vez más siniestras para las mayorías y el propio planeta.
Es necesario desmantelar el edificio de ilusiones que se vende como democracia de libre mercado para que el ser humano sobreviva, y para hacerlo se requiere un enfrentamiento con el modelo que busca proteger los intereses de la minoría de la opulencia contra las mayorías, aseveró.
El pueblo paga los costos
Chomsky habló el pasado viernes, ante unas mil 500 personas, desde el podio famoso de la iglesia Riverside –el mismo en que Martin Luther King Jr ofreció su histórico discurso de 1967 contra la guerra de Vietnam y el sistema imperial estadunidense, donde también se ha escuchado a Nelson Mandela, y más recientemente a Arundhati Roy–, en un acto organizado por el Brecht Forum, centro independiente de estudios de izquierda.
Las crisis de hoy están entretejidas de varias maneras, dijo, y algunas son de mayor prioridad que otras, por la simple razón expresada por Adam Smith de que los principales arquitectos de las políticas aseguran que sus propios intereses son los que imperan, sin importar los costos.
Y Chomsky, como siempre, ofreció ejemplo tras ejemplo, documentando la historia. Habló de la historia de Haití, desde los franceses y la invasión estadunidense de Woodrow Wilson, hasta el manejo que hizo Washimgton del desafío de Jean Bertrand Aristide, tanto por el republicano George Bush (padre) como por el demócrata Bill Clinton, imponiendo el modelo neoliberal, con el resultado inevitable de destruir la soberanía económica de ese país, el cual ahora está en las primeras filas de la crisis alimentaria.
Esa historia es muy parecida por todo el mundo, agregó, señalando a Bangladesh y decenas de ejemplos más.
La raíz común de las crisis de hoy en el Sur y el Norte es el giro hacia el neoliberalismo que se da en los años setenta, declaró. Eso marcó el fin del crecimiento sostenido de la era de posguerra, conocido como la edad de oro del capitalismo, con su estado de bienestar y sus incrementos en niveles de ingreso y derechos, lo que fue un capitalismo de Estado.
Hoy día, el libre flujo del capital crea un Senado virtual que realiza un referendo instantáneo que vota en contra de intentos de beneficiar a las mayorías a costa de sus intereses.
Ahora, con la crisis actual que afecta a los ricos, se adopta la misma estrategia de siempre: la población paga los costos y asume el riesgo, mientras las ganancias son privatizadas.
Desde el púlpito de la iglesia Riverside de Nueva York, Noam Chomsky dijo el fin de semana que ante las crisis existentes el sistema neoliberal protege a las minorías opulentas en detrimento de las mayorías Foto Elizabeth Coll
También se enfocó en el plano de la política exterior, indicando que Washington no desea abandonar tan rápidamente su presencia en Irak, y advirtió que el nuevo enfoque sobre Pakistán y Afganistán es un juego muy peligroso, ya que amenaza la paz mundial y la supervivencia humana, por las armas nucleares que están ahí.
Añadió que es alarmante que un asesino miembro de las fuerzas especiales de ojos enloquecidos, el general Stanley McChrystal, haya sido nombrado comandante de las fuerzas estadunidenses en Afganistán.
Por otro lado, señaló que ahora es momento clave para definir la sobrevivencia humana ante la crisis climática.
Tenemos que enfrentar tal vez lo más importante: cómo revertir el modelo corporativo- estatal establecido durante la posguerra, promovido por las empresas automotrices, petroleras y llanteras, entre otras, que ha llevado a esta crisis ambiental y otras.
En su repaso de las crisis del mundo, expresó que para imponer políticas que no reflejan el interés de las mayorías en Estados Unidos y en otros países, se recurrió menos a la fuerza que al control de la opinión pública a través de la industria de relaciones públicas, con el fin de crear la manufactura del consenso.
Pero siempre impera, desde los inicios de esta república, la noción de proteger los intereses de la minoría opulenta contra todos los demás, con conceptos de que una minoría inteligente tiene que gobernar a una mayoría ignorante y metiche. Ahora eso es manejado por una elite tecnocrática, pero con la misma doctrina.
Resaltó la resistencia popular para enfrentar el proyecto de la elite, y subrayó que las rebeliones de los años sesenta tuvieron un efecto civilizador. Agregó que siempre se han lanzado ataques de la elite contra la democracia y que el modelo de libre mercado corporativo permanece como el obstáculo a la eficiencia y la toma racional de decisiones.
No hay razón para permanecer pasivos, comentó a su público de izquierda. ¿Por qué no ocupar una planta (en referencia a los recortes de General Motors) para convertirla en centro de producción de transporte masivo? No es un planteamiento exótico. Que los trabajadores controlen sus plantas es tan típicamente estadunidense como la tarta de manzana.
De hecho, abundó, parte del objetivo de los administradores del sistema actual es borrar toda memoria de las luchas sociales, pero advirtió que sospecha que estas tendencias siguen latentes en los de abajo y pueden ser despertadas. Éste es un momento propicio para hacerlo.
La tarea, añadió, es superar el déficit democrático y promover una sociedad democrática que funcione en realidad. Entre las claves para lograrlo identificó la renovación de los sindicatos, la lucha educativa y cultural y lo necesario para desmantelar el edificio de ilusiones por la minoría que gobierna en las llamadas democracias formales.
La crisis fundamental hoy día, resumió, es tal vez la del déficit democrático, esa brecha que existe entre los intereses de las grandes mayorías y las políticas de los gobernantes. [ibyqueen]
La impaciencia de Rimbaud
El poeta sintió siempre que el tiempo le faltaba y buscó la libertad a través de libros, idiomas o países de lo desconocido. Sus cartas son un canto a la vida errante lejos de cualquier sometimiento
Por LOLA MARTÍNEZ DE ALBORNOZ © BABELIA
Acabo de leer la correspondencia de Rimbaud y debo confesar que me ha desilusionado, ya que pensaba que trataría sobre temas más extensos. Rimbaud, a lo largo de su vida, tuvo un campo amplio"; así reaccionó Alfred Bardey al leer la primera edición del epistolario de su antiguo empleado en Adén y Harar. Si el valor de la información que brindan las cartas de un hombre de letras suele ser proporcional a su carácter revelador para el conocimiento de su obra, en el caso del poeta maldito Jean-Arthur Rimbaud la correspondencia es el único hilo más o menos firme para trazar el perfil de un hombre esquivo y hermético.
Bajo el título Prometo ser bueno: cartas completas, la editorial Barril & Barral ha iniciado su andadura con la publicación, por primera vez en castellano, de toda la correspondencia del poeta francés. Esta novedad coincide con la reciente aparición, en Francia, de una nueva edición de sus Obras completas en La Pléiade y de una monumental Correspondencia en las ediciones Fayard.
Más que en cualquier otro campo, en el epistolario es pertinente la distinción entre dos partes en la vida de Rimbaud: una literaria, entre los quince y los veinte años, y otra posliteraria. La correspondencia de la primera etapa es escasa -se conocen 21 cartas- pero de intenso valor poético: a los poemas que contienen se añade la poética formulada en sus dos "cartas del vidente" (mayo de 1871), imprescindibles para entender al Rimbaud que en cinco años pasa de las formas de poesía más antiguas, el hexámetro en latín, a los poemas en prosa libres de toda atadura formal de las Iluminaciones. Por lo que se refiere a la correspondencia posliteraria, que abarca un frenético periodo de viajes tras el abandono de la poesía, diez años de comerciante en las costas del mar Rojo y unos meses en Francia antes de morir, el epistolario es más abundante -194 cartas-, pero de escaso valor literario. Es inútil buscar aquello que Rimbaud daba por definitivamente zanjado: las cartas son las de un hijo a su madre y las que cabe esperar de un comerciante en una zona hostil. Sin embargo, es el mismo Rimbaud quien escribe todas estas cartas y el tono seco, patético, impaciente, mordaz y pragmático se percibe desde la primera misiva hasta la última.
Idéntico patetismo muestra el adolescente que expresa sus ansias de libertad al profesor y primer confidente Georges Izambard -"me muero, me consumo en la mediocridad, en la malevolencia, en la monotonía. Qué quiere usted que haga, me empecino espantosamente en adorar la libertad libre"- que el joven comerciante que, a 10.000 kilómetros de distancia, muestra a su familia su desconsuelo por el clima de Adén, las condiciones de vida mediocres, el trabajo extenuante, las ganancias escasas, el aburrimiento y la soledad -"me encuentro bien a pesar de todo y os deseo lo mejor. Estamos en nuestras estufas primaverales; las pieles chorrean, los estómagos se estropean, los cerebros se turban, los negocios son infectos, las noticias malas"-. La misma acritud que le reprochó su amigo el poeta Paul Verlaine, invocando su "perpetua indignación contra todas y cada una de las cosas", se transparenta en su epistolario africano: "La mala alimentación, el alojamiento malsano, las ropas demasiado ligeras, las preocupaciones de todo tipo, el aburrimiento, la rabia continua entre unos negros tan tontos como canallas, todo esto actúa muy profundamente en la moral y en la salud, en muy poco tiempo. Un año aquí equivale a cinco en otra parte. Se envejece muy deprisa, aquí, como en todo Sudán".
Se ha criticado que el dinero sea un tema recurrente en la correspondencia del antiguo poeta, que las cartas respondan a necesidades demasiado pragmáticas. El interés es en efecto uno de los principales móviles de Rimbaud, quien a los diez años afirmaba querer ser rentista, y si en sus primeras cartas pide libros y favores o busca interlocutores que le ayuden a abrirse camino como poeta, en su "segunda vida" las cuestiones pecuniarias abundarán tanto en las cartas comerciales como en las que dirige a su madre, buena administradora de su economía, con la que Arthur mantuvo una relación fría pero que fue su mayor interlocutora en su exilio. En la correspondencia habitan claramente sus dos naturalezas: la del hombre que busca la libertad pero sabe que el dinero la hará más accesible.
La impaciencia, la imposibilidad de una vida sedentaria y la incapacidad para someterse a normas y personas, auténticas constantes en la vida del "hombre de las suelas de viento", serán también las constantes de su epistolario. Como escribe el poeta Bernard Noël: "En su búsqueda de 'la verdadera vida' Rimbaud corre incansablemente y esa carrera se transforma en su obra. Ya durante los siete meses que pasa en París, cambia siete veces de domicilio, como si fueran la repetición a escala de los perpetuos desplazamientos que llevarán a Rimbaud de París a Bruselas, de Bruselas a Londres, de Londres a Charleville, de Charleville a Londres otra vez, luego de Alemania a Italia, de Austria a Holanda y de Holanda a Sumatra, Java, Chipre, Egipto, Adén, Harar... Se diría que algo escapa siempre en el momento de ser alcanzado de modo que la 'verdad' está aún más allá, en la siguiente ciudad o detrás del cercano horizonte. No hay renuncia, que es sólo literatura para literatos; no hay más que un movimiento que actúa en el interior a la manera de esa lengua nueva de la que Rimbaud dijo que sería 'pensamiento que engancha al pensamiento y tira de él". El fundamento de Rimbaud será por encima de todo el canto a la vida errante. Su vida fue, como predijo en Una temporada en el infierno, "demasiado inmensa para consagrarla a la fuerza y a la belleza" y se caracterizó por la búsqueda constante, a través de palabras, libros, idiomas o países, de lo desconocido, de la libertad. La buscó en la poesía, adelantándose a su época; una vez instalado en el cuerno de África, se dispuso a "traficar en lo desconocido". Intentó componer una obra sobre Harar y los países gallas para la Sociedad Geográfica, para lo que encargó decenas de libros técnicos, instrumentos de precisión y un aparato fotográfico gracias al cual conservamos las pocas pero sugerentes imágenes del Rimbaud abisinio. Algunos de sus escritos como explorador, no exentos de fuerza narrativa y analítica y salpicados de la más pura ironía rimbaldiana, merecieron en su momento la atención de medios como el periódico cairota Le Bosphore Egyptien o el Boletín de la Sociedad Geográfica de París.
Por las cartas atraviesan sueños extravagantes (formar una tropa de cazadores de elefantes, crear una raza superior de mulos, instalar una fábrica de fusiles y municiones) y sus proyectos de viajar a India, Tonkin, Panamá, Siria, China, Japón y sobre todo Zanzíbar. En el momento de proyectar acuden a él recursos narrativos e imágenes vivas que es capaz de trasladar a las cartas con optimismo. Habla de las montañas de Abisinia, "que es la Suiza africana, sin inviernos ni veranos: ¡primavera y verdura perpetuas y la existencia gratuita y libre!", o de su alegría de "dejar este espantoso agujero de Adén donde tanto he sufrido" cuando se dispone a llevar una caravana de armas al rey de Choa, Menelik: "Voy a hacer un camino terrible: de Tadjura a Choa, hay cincuenta días de marcha a caballo por desiertos abrasadores. Pero en Abisinia el clima es delicioso, ni frío ni caliente, la población es cristiana y hospitalaria; se lleva una vida fácil, es un lugar de descanso muy agradable para quienes se han embrutecido durante algunos años en las riberas incandescentes del mar Rojo". Pero sus proyectos, concebidos con entusiasmo y las dotes imaginativas propias del poeta vidente, fracasan antes de ser emprendidos, como si se consumaran en su imaginación, y llega el desencanto: "Me aburro mucho, siempre; no he conocido a nadie que se aburra tanto como yo. Además, ¿no es ésta una miserable existencia, sin familia, sin ocupación intelectual, perdido entre negros cuya suerte quisiera uno mejorar mientras que ellos intentan explotarte y te ponen en la imposibilidad de liquidar los negocios en un breve plazo? ¡Estoy obligado a hablar sus jerigonzas, a comer sus comistrajos, a padecer mil engorros originados por su pereza, su traición, su estupidez!".
El hombre que en 'Vagabundos' se decía "apremiado por encontrar el lugar y la fórmula" sintió siempre que el tiempo le faltaba y esa sensación de impaciencia e impotencia invade sus cartas. En Arabia y en África los múltiples retrasos (encargos y cartas que se demoran; cuentas que tardan en saldarse; rutas de caravanas que se interrumpen paralizando sus negocios
...) le descorazonará n y le harán derivar hacia cierto determinismo: "Como los musulmanes, sé que lo que llega llega, y eso es todo"; "lo más probable es que uno vaya más bien a donde no quiere y que más bien se haga lo que no se quiere hacer, y que uno viva y muera de manera muy diferente a como jamás quiso, sin esperanza de ninguna especie de compensación". También hará uso de buenas dosis de sarcasmo, recordándonos al poeta cáustico que había sido, al comentar la inestable situación política de la zona, al describirse a sí mismo o al caricaturizar a sus coetáneos, lo que ofuscó a algunos y encandiló a otros, como el ingeniero Alfred Ilg, en quien Rimbaud encontró a su mejor corresponsal, el más inteligente y menos susceptible, y a un amigo en su soledad africana. "Al regreso de una breve excursión", le escribía el suizo en 1888, "me encuentro con su amable carta. Me reí mucho, se lo aseguro; observo con el mayor de los placeres que esa terrible máscara de hombre horriblemente severo oculta un buen humor que muchos tendrían razón en envidiarle".
Arthur Rimbaud nunca dejó de escribir, ni tras expediciones agotadoras ni siquiera tras la amputación de su pierna. Desde su lecho de muerte compuso epístolas desgarradoras, añorando la vida errante de sus últimos diez años: "¡Qué hastío, qué agotamiento, qué tristeza cuando pienso en todos los viajes que hice, lo activo que yo era hace apenas cinco meses! ¿Dónde están esas carreras por los montes, las galopadas a caballo, las excursiones, los desiertos, los ríos y los mares? ¡Y ahora mi vida de lisiado! ¡Y yo que precisamente había decidido volver a Francia este año para casarme! ¡Me despido del matrimonio, familia, futuro! Mi vida ha pasado y no soy más que un trozo de carne inmóvil". El 10 de noviembre de 1891 moría en Marsella. Desde entonces, su mito no ha dejado de crecer. [fontanamoncada]
Norberto James Rawlings, noble maestro
Por Néstor E. Rodríguez © Listín Diario
Toronto, Canadá.- Hay un poema de "Patria portátil" (2008), el libro más reciente de Norberto James Rawlings (San Pedro de Macorís, 1945), que condensa en sus poderosas imágenes toda una pedagogía del vivir exiliado. Me refiero al primer texto del conjunto, el bellísimo poema titulado "Lección": "Observa hijo cómo rasguña el mar las orillas de la playa/ cómo a dentelladas húmedas/ impone su reino salobre./ Cuando canta el mar/ se embriaga de sol la brisa/ se cuela su música amarga/ entre blancas cortinas de agua/ y construye la distancia/ con invisibles partículas/de transparencia diurna".
La voz del poeta, confundida aquí con la brega de ese mar inconmovible, arropa con su luminosidad la memoria de los días idos. Lo que queda de ese gesto afincado en la lejanía no puede ser menos que una ganancia. Este noble maestro nos exige una tarea, una lección sencilla de humanidad: saber escuchar esa "música amarga" de nuestro mar más próximo, el mismo que tres generaciones atrás impulsara a los James jamaicanos de Ocho Ríos hasta el polvo del Ingenio Consuelo y su miseria. A esa estirpe secreta de los cocolos macorisanos, ninguneados como muchos otros hijos del Caribe en la República Dominicana de ayer y hoy, le dedicó el joven Norberto, en 1969, acaso su más grande creación:
"Los inmigrantes"
Aún no se ha escrito/ la historia de su congoja./ Su viejo dolor unido al nuestro./ No tuvieron tiempo/ -de niños-/ para asir entre sus dedos/ los múltiples colores de las mariposas./ Atar en la mirada los paisajes del archipiélago. / Conocer el canto húmedo de los ríos.// No tuvieron tiempo de decir:/ -Esta tierra es nuestra./ Juntaremos colores.
Haremos bandera./ La defenderemos. // Hubo un tiempo/ -no lo conocí-/ en que la caña
los millones// y la provincia de nombre indígena// de salobre y húmedo apellido tenían música propia// y desde los más remotos lugares// llegaban los danzantes./ Por la caña.// Por la mar./ Por el raíl ondulante y frío/ muchos quedaron atrapados.// Tras la alegre fuga de otros/ quedó el simple sonido del apellido adulterado/ difícil de pronunciar./ La vetusta ciudad./ El polvoriento barrio/ cayéndose sin ruido./ La pereza lastimosa del caballo de coche./ El apaleado joven/ requiriendo/ la tibieza de su patria verdadera./ Los que quedan. Éstos.// Los de borrosa sonrisa./ Lengua perezosa/ para hilvanar los sonidos de nuestro idioma son/ la segunda raíz de mi estirpe./ Vieja roca/ donde crece y arde furioso
el odio antiguo a la corona./ A la mar.// A esta horrible oscuridad/ plagada de monstruos.// "yeme viejo Willy cochero/ fiel enamorado de la masonería./ "yeme tú George Jones/ ciclista infatigable. / John Thomas predicador./ Winston Brodie maestro./ Prudy Ferdinand trompetista. / Cyril Chalanger ferrocarrilero. / Aubrey James químico.
/ Violeta Stephen soprano./ Chico Conton pelotero.// Vengo con todos los viejos tambores/ arcos flechas espadas y hachas de madera/ pintadas a todo color ataviado// de la multicolor vestimenta de "Primo"/ el Guloya-Enfermero. // Vengo a escribir vuestros nombres/ junto al de los sencillos./ Ofrendaros// esta Patria mía y vuestra/ porque os la ganáis/ en la brega diaria/ por el pan y la paz./ Por la luz y el amor./ Porque cada día que pasa/ cada día que cae/ sobre vuestra fatigada sal de obreros/ construimos/ la luz que nos deseáis./ Aseguramos/ la posibilidad del canto/ para todos".
Hace unos días, mientras escuchaba a Norberto leer entre poetas marinos de Jamaica, Nigeria y Sierra Leona en la lluviosa Birmingham de Inglaterra, pensé en la magnanimidad de su legado literario y la poca atención que le prestan los entendidos que con tanta pasión consagran vates o demeritan prodigios en nuestro país. A ellos, y a todos nosotros, nos amenaza con dulzura desde una pequeña buhardilla en Boston, persistente y severa, la poesía de Norberto James Rawlings. [lilibrik]
Música y poder, una relación peligrosa
En la historia, muchos músicos han sido instrumento de gobernantes ambiciosos. La incursión de cantantes populares en la política y un libro que analiza la vinculación del Tercer Reich con una de las mejores orquestas del mundo vuelven a poner sobre el tapete este cruce delicado
Por Pablo Gianera © LA NACION
En el principio, podría haber dos frases. La primera es de Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda del régimen nazi, a propósito de lo que él entendía sería la "música del futuro": "El arte alemán del próximo siglo será heroico, aceradamente romántico será nacional y con pathos o no será". La segunda pertenece al pianista y compositor Ferruccio Busoni, que definió la música como "aire sonoro". Si es cierta esta idea de Busoni, que tanto le gusta citar a Daniel Barenboim, quedaría por saber cómo, por qué y por intermedio de quiénes la música se carga de otros atributos y sentidos. Quedaría por saber por qué el poder necesitó y necesita tanto de la música; saber, en el fondo, si la política llega a la música desde afuera, o bien el poder encuentra algo en ciertas músicas que puede proyectarse hacia fuera.
En cierto modo, esta ambigüedad es propia de la música en toda su historia. En su progreso a la autonomía, tributó siempre a una instancia externa: las iglesias, los monarcas, la naturaleza y, en medida no menor, al sujeto mismo en cuanto artista. Más que del poder de la música, asunto que merecería otro tipo de consideraciones, se trata aquí de la música del poder y de los modos en que el poder moldea la música. Es cierto que la música no porta significados referenciales, pero las razones por las que algunos poderes políticos se sirven de determinadas músicas son también musicales. La naturaleza escasamente conceptual de la música es su blindaje y su debilidad; blindaje, porque, en primera instancia, nada en ella impone un sentido unívoco; debilidad, porque la ausencia de concepto parece autorizar la adjudicación del que se quiera o del que convenga en determinadas circunstancias. Por su misma naturaleza (la microforma, que la torna portátil), la canción, y especialmente la canción popular (ver página 8) ha sido proclive a semejantes utilidades. Hay entonces legiones de cantantes que hacen campaña política, gobernadores más preocupados por exhibir sus trofeos en la vidriera de los recitales masivos que por políticas culturales a largo plazo, o presidentes que subvencionan con dinero público a aquellos artistas que serán los responsables de la banda de sonido de su gestión. Todo para conseguir el mayor reconocimiento (cercanía emocional) con sus posibles, afectivos y efectivos votantes.
Claro que la relación entre la música y el poder se torna crítica -como tantas otras relaciones- en los casos de autoritarismo. Sin embargo, concluir que cada poder tiene la música que merece nos pondría en una situación vergonzosa. Mucha de la música que odiamos procede de quienes ejercieron inmoderadamente el poder. Y también -he ahí el problema- mucha de la que amamos.
Absolutismo en la música absoluta
Tal vez no sea inoportuno volver a contar aquí la pequeña historia de Gott erhalte Franz der Kaiser , el himno que Franz Joseph Haydn compuso hacia 1797 para el Emperador del Sacro Imperio Romano Francisco II, con letra de Lorenz Leopold Haschka, uno de los vínculos más felices entre un monarca y un compositor. Se trataba, en pocas palabras, de componer una obra que compitiera simbólica y políticamente con La Marsellesa , y que tuviera alguna vaga alusión al God save the King inglés. Como hace notar el musicólogo argentino Esteban Buch en La novena de Beethoven , libro imprescindible para la comprensión de los vínculos entre música y política, "a diferencia de sus dos precedentes, el himno austríaco no surge del espacio público para ser luego incorporado a los rituales oficiales: es un alto funcionario quien toma la iniciativa de imponer un ritual de canto colectivo".
Esa música fue luego el himno del Imperio Austrohúngaro y, más adelante, también de Alemania, con el famoso texto "Deutschland, Deutschland über alles". Casi inmediatamente, Haydn la utilizó en el segundo movimiento del Cuarteto para cuerdas op. 76 nº 3 , significativamente llamado "Kaiserquartett". Es una melodía simple en Sol mayor, algo grave, cantabile , una de las más bellas del compositor. La música instrumental en general, y en particular los cuartetos de cuerda, carecen de objeto y de objetivo; no expresan más que el ser de la música. En un fascinante trompe-l´oreille , Haydn despliega allí una serie de variaciones que no se generalizan a la melodía. Todos los parámetros varían, menos la melodía. Consigue que todo parezca cambiar mientras que, en realidad, nada cambia. Haydn introdujo así el poder (y un homenaje musical a la permanencia del soberano) en el corazón mismo de la música absoluta, paradigma estético de la cultura musical alemana del siglo XIX, sin que esa música perdiera su autonomía. Cuando escuchamos ese segundo movimiento, no escuchamos su origen político. Según Buch, "[Haydn] no habrá visto, como podría suceder hoy, ninguna discontinuidad estética en ese paso de lo público a lo privado".
Tras la humillación que implicó el tratado de Versalles y la primavera inconclusa de la República de Weimar había que buscar algo que fuera singular, y completamente propio de la nación alemana, largamente acosada por un provincialismo secular. Ahí estaba esperando Beethoven. La música de Haydn podía ser un himno oficial, pero había otro himno, no oficial: la Novena Sinfonía, y, en especial, su movimiento coral con el poema de Friedrich Schiller. En verdad, había una relación entre ambas. "Esa pieza está tallada en la misma madera que aquella melodía sobre la alegría que el más grande discípulo de Haydn escribiría unas décadas después", observó el genial director Wilhelm Furtwängler en Ton und Wort (Sonido y palabra), libro que recopila sus inteligentísimos ensayos y artículos y que ilumina el pensamiento de un músico durante el nazismo (salvo un puñado de excepciones, la mayoría de los textos fueron escritos entre 1933 y 1944). Hitler vampirizó, para pervertirla, toda la gloria musical y poética del prerromaticismo y del romanticismo alemanes. Ajustó su infinitud y su trascendencia a la finitud crasa de sus criminales metas políticas. Incluso en el caso de Richard Wagner, no debería creerse que su asociación con el nazismo se debió únicamente al antisemitismo rampante de su opúsculo, ahora casi inhallable, Das Judentum in der Musik (El judaísmo en la música, panfleto inmundo que empieza con la frase "No necesitamos confirmar la judeización del arte moderno; salta a los ojos por sí misma"). Después de todo, y aunque por causas meramente cronológicas, Wagner no fue nazi, ignoramos si lo hubiera sido y por lo tanto tampoco fue el compositor oficial de ningún régimen. Hitler era asiduo visitante del templo de Bayreuth por otras razones: "Richard Wagner -decía- es más que un gran artista; en su persona y en su obra se realiza el anhelo alemán de una unidad infinita de la forma simbólica". Emerge aquí la profanación nazi de la herencia romántica.
Sin embargo, había en todo esto algo artísticamente enrarecido. "No debemos juzgar a los artistas por sus opiniones políticas", parece que le dijo Hitler al arquitecto Albert Speer en una ocasión. Desde luego, eso no impidió un cuidadoso sistema de exclusiones en el repertorio, donde, desde ya, Felix Mendelssohn, Giacomo Meyerbeer, Gustav Mahler y Arnold Schönberg fueron excluidos por judíos, y otros, como Ernst Krenek o Alban Berg, por cultivar una estética "degenerada". Con todo, no puede pasarse por alto que las músicas excluidas como "degeneradas" eran fuertemente disruptivas, ajenas tanto al colectivismo como al retorno a las formas feudales y precapitalistas que alentaba el Tercer Reich. Las tensiones sin reposo y la supresión de las relaciones de jerarquía entre los sonidos de la escala que definen el atonalismo libre, por ejemplo, difícilmente podían encontrar una correspondencia en un orden totalitario y jerárquico (será un breve período de aparente libertad; tiempo después, el dodecafonismo y sus prohibiciones introducirán una nueva legalidad). Y, más allá de la apropiación por parte del régimen nazi de las ideas de Wagner (y de los elementos internos de su música que alentaban esa apropiación), es claro que el nazismo no advirtió que el radicalismo de muchos de estos músicos era una consecuencia del cromatismo wagneriano. La paradoja es que la impugnación del atonalismo y del dodecafonismo se realizaba en nombre de un "humanismo tonal" (como si el humanismo fuera un valor que consideraran defendible) y como hará Furtwängler aun después, en un artículo de 1953, por razones "biológicas".
Pero una cosa era la tarea de selección casi racial que el nazismo realizó sobre la música del pasado y otra, muy distinta, las obras cuya escritura fue permitida; obras que apenas han sobrevivido y que se oyen como meras excrecencias del régimen. Entre 1933 y 1944, se estrenaron en Alemania alrededor de 174 óperas de compositores alemanes. Con la notable excepción de las últimas óperas de Richard Strauss, nadie las representa ahora y nada ha quedado de ellas. Nada salvo la cantata Carmina Burana , de Carl Orff, escrita para las Olimpíadas de 1936, alianza perfecta de los instrumentos más preciosos para el poder: la música y el deporte. El primitivismo rítmico y mitológico de Orff, no exento de una belleza amoral, tiene un signo muy distinto de la mitología wagneriana, que nunca fue artísticamente regresiva. La idea parece ser que todos puedan "cantar" el poder para que algunos lo ejerzan. En cierto modo, el kitsch es la introducción del mal en el sistema de valores del arte. "La esencia del kitsch consiste en la sustitución de la categoría ética con la categoría estética; impone al artista la obligación de realizar, no un "buen trabajo" sino un trabajo "agradable": lo que más importa es el efecto." Esto escribía Hermann Broch en su artículo " Kitsch y arte de tendencia" fechado, emblemáticamente, en 1933. Para el autor de La muerte de Virgilio , el que produce kitsch no es un mal artista; más bien, es un "ser éticamente abyecto, un malvado que desea el mal". En la medida en que espera la consecución de un cierto efecto (la persuasión casi hipnótica), el poder no puede mantener con el arte otra relación que no sea kitsch . El hecho de que Carmina Burana , cumbre de la sublimidad kitsch , sea seguramente la obra del siglo XX más ejecutada debería provocar, por lo menos, alguna consideración acerca del consumo de la música en nuestras democracias.
La canción de cuna del "Padrecito"
Pocas cosas habrían complacido más a Sergéi Prokófiev que recibir la noticia de la muerte de Josef Stalin. Lamentablemente, no tuvo tiempo. Los dos murieron el mismo día, el 5 de marzo de 1953. Hubo una gran confusión nacional que conspiró contra el funeral del músico, sofocado por las regias exequias del "padrecito de los pueblos". Pocos músicos lo habrán llorado. Incluso, alguien encontró llorando a la hermana del pianista Emil Gilels y trató de consolarla. "Ya tendremos otros líderes", le dijo. Pero la mujer respondió: "Me importa un bledo Stalin; lloro por la muerte de Prokófiev".
Prokofiev fue posiblemente el primer compositor ruso del siglo XX que sufrió el asedio de las autoridades soviéticas. Pero, en el martirologio del régimen, nada se compara con el destino de Dmitri Shostakovich, alternativamente usado y humillado durante el estalinismo, y aun después. El itinerario estético de Shostakovich, que formó parte de la primera generación de músicos realmente soviéticos, fue el resultado de exigencias externas. Con su énfasis maquinista, Stalin creía que los artistas eran "ingenieros del alma", lo que derivó en que él mismo se convirtiera en un ingeniero de artistas. Una sinfonía como la nº 7, "Leningrado" , tiene ahora un sentido casi arqueológico. La música que Shostakovich compuso impelido por las exigencias del estalinismo muestra la forma torturada de una mascarilla distorsionada por el horror. Las cosas empezaron a andar mal cuando Stalin se retiró indignado de una representació n de Lady Macbeth de Mtsenk , de 1934. Evidentemente, la muerte del tirano en escena le sentó mal al tirano en el poder. La obra fue acusada de "formalista", como si existiera otra cosa que la forma, o como si lo social no fuera también, en el arte, pura forma. "Caos en lugar de música" tituló Pravda , el periódico del Partido Comunista. La consigna general era que para guiar al pueblo hay que hablar el lenguaje del pueblo. La babel musical de algunas de sus obras (como el Concierto para piano, op. 35 ) se fue escindiendo. En lugar de forzar su estética para complacer al pueblo tal como quería su "padrecito", Shostakovich empezó a componer con dos públicos en mente: de un lado quedaron las obras de compromiso; del otro, las especulativas, como los 24 Preludios y fugas op. 87 .
Después de la radical ironía de la Sinfonía n° 4 , la Sinfonía nº 5 , llevó el título "oficial" de "Respuesta de un artista soviético a unas críticas justificadas". En verdad, la "respuesta del artista soviético" estuvo en otros lugares, un poco más secretos, inaudible para el idiotismo musical de los jerarcas. Por ejemplo, en la proliferación de la passacaglia (esa danza típica de las suites con un bajo ostinato que se repite sin variación con una voz superior libre) desde Lady Macbeth hasta el final de su última sinfonía, la n°15 . La opción por la passacaglia es en sí misma alegórica: allí está la pugna entre lo que no varía y lo que puede variar. Es la imagen del terror y la presunción de que la muerte podría ser preferible a ese terror. Shostakovich era un hombre espiritualmente débil. Y los poderosos no quieren la compañía de los débiles.
No se ha salido de eso. La coerción consiste, desde hace tiempo, en la exigencia de inmediatez: arte para aquí y para ahora. También en este caso, la música, desde su mera forma, nos dice algo acerca de quienes ejercen el poder. En un artículo dedicado al compositor renacentista Carlo Gesualdo ("Gesualdo: Variations On A Musical Theme"), Aldous Huxley se asombraba de quiénes eran en esa época los destinatarios de los encargos. El juicio, emitido en el siglo que pasó, se proyecta de manera aciaga sobre el que corre: "Uno queda sorprendido por el buen gusto de los soberanos de Europa. Papas y emperadores, reyes, príncipes y cardenales: nunca cometían un error. Invariablemente, infaliblemente, elegían como maestros de capilla o compositores de la corte a hombres cuya reputación había resistido el paso del tiempo y a quienes reconocemos ahora como los más talentosos. ¿Qué músicos elegirían patrocinar nuestros monarcas y presidentes del siglo XX? Da escalofríos al pensarlo". [giecoleon]
La ficción del éxito
Por Basilio Baltasar © Boomeran(g)
Lluïsa Forrellad recibió el Premio Nadal en 1953. La autora de Siempre en capilla tenía 26 años y, según confiesa hoy en La Vanguardia, no supo llevar a cuestas el peso de su éxito. La autora, que regresa al mercado editorial, recuerda aquella angustiosa sensación de agobio y denuncia haber padecido una auténtica "persecución": ser el centro de las miradas, que te atosiguen... tenía que atenderlos a todos...
Como si hiciera el inventario de las penalidades más espantosas que pueden tocarle en suerte a un ser humano, Forrellad lamenta haber sido víctima de lo que al principio parecía un logro. Pero en lugar de preguntarse si la efímera gloria de un premio justifica 50 años de silencio literario, la autora no se resiste a dedicarnos un suave reproche. Como si hubiéramos formado parte de aquéllas hordas de lectores entusiastas.
Obviamente, estas experiencias dependen de la peculiar sensibilidad de cada uno y es digna de admirar la rabia de esta mujer indignada por igual con los anónimos amenazantes y los cronistas de sociedad que en aquél tiempo vigilaban los detalles de su vestuario. Inmersos en el actual espectáculo mediático -en donde todos se pirran por existir a través de la imagen pública- nos parece entrañable la resistencia de aquella joven al jolgorio de la fama.
Pero detrás de tan elogiable delicadeza percibimos una desmesura igualmente reseñable: la noción de éxito que preside nuestras relaciones sociales. ¿De qué triunfo se trata? ¿Qué éxito se celebra? La verdadera perturbación no la producen los vítores ni la aclamación sino descubrir que el logro nos deja solos frente al vacío de la verdad personal. La pregunta entonces, al borde del abismo interior, será: ¿para qué sirve todo esto? Los premios literarios forman parte de un juego de notoriedad y prestigio cuyas bazas se deben manejar con una ironía elegante. De lo contrario cualquier premiado se arriesga a sufrir un mutismo existencial que irá más allá de la esterilidad literaria. [lilibrik]
Literatura
Por Jack Farfán Cedrón © Diario
En toda esta fauna no me queda más que ser honesto. Y de hecho, no engañarme. Para quién escribo, una pregunta que nadie se debería esforzar en responderse. Hay muchas cosas en el mundo que las hacemos por algo. Pero la literatura es casi regalarlo todo para ir tras el Señor, o, más o menos, ser el esclavo de esa musa que es la vida, informe, con altibajos, alegrías y sufrimientos, pero nuestra. Una pérdida material, pero la ganancia de una comarca sin precedente: Literatura.
Hacer algo sin interés alguno puede resumirse en una de las tres cosas que un sabio principio oriental sentencia para ser una persona realizada: un hijo, un árbol y un libro. Pero la literatura se ríe y serpea su cola dorada bañando al valle que despierta. Pero la literatura es la maraña de un nudo `concha' que nos lleva y nos enreda, nos peina y nos despeina, para por fin ceder y entregarnos nuestro florilegio, el texto; bien que mal, el texto; bien que mal, pero algo satisfechos, cuando no casi siempre desbordantes de felicidad por haber llegado a una especie de orgasmo, la catarsis literaria, sucedida en un breve lapso, que, será el magma que tal vez te mantenga entretenido durante mucho tiempo o aun, toda la vida. Esculpiendo y esculpiendo, puliendo y puliendo la gema, hasta ver el producto final, el libro; pero este señor de lomo y hojas no debe preocuparnos mucho; más bien lo preocupante es que haya muchos y apresurados libros, y más bien lo correcto sería ver aparecer un libro paciente, que al final deslumbrará a los lectores por su edad eterna salida desde el centro mismo de las montañas de sabiduría, experimentado, pulido, sabio al nacer como un árbol que aparece de improviso.
Los seres dotados de más o de menos talento lanzan sus plegarias al vacío que los llena de una satisfacción espiritual insondable, y ése vacío es el equilibrio perfecto con uno mismo.
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