Padres de la patria: República o dictadura
Muchos cubanos prefirieron el exilio, cientos de éstos fueron a parar a República Dominicana, donde fundaron las primeras industrias capitalistas, los modernos ingenios de azúcar.
Por José Tobías Beato
En 1878 había terminado en Cuba la llamada “guerra de los diez años”. Los españoles – que recién inauguraban el régimen canovista de la Restauración: propiedad, monarquía, alternabilidad en el poder de conservadores y liberales, caciquismo como forma de evitar el sufragio universal – ofrecieron la paz, la “Paz de Zanjón” (Camagüey). Y aunque dicha paz, gestionada por el general Arsenio Martínez Campos, garantizaba la amnistía de los presos políticos y un limitado régimen de derechos, muchos cubanos prefirieron el exilio. Cientos de éstos fueron a parar a República Dominicana, donde fundaron las primeras industrias capitalistas, los modernos ingenios de azúcar; contribuyeron en forma notable al desarrollo de la ganadería y la agricultura dominicanas, favoreciendo con frecuencia la causa de los liberales (el partido azul, de Luperón y Meriño; aunque también de Lilís, el astuto dictador).
Otros retornaron a su patria, entre ellos Martí. Lo cierto y verdadero fue que al año de aquella paz, Maceo, Guillermo Moncal y Quintín Banderas se alzaron nuevamente en la que fue denominada “guerra chiquita”. Martí, casi al mes de estos acontecimientos, el 17 de septiembre de 1879, fue detenido y desterrado a España: “Todavía ando por Madrid, viendo de paso cómo se matan los albañiles…….” diría luego. También fue cierto y verdadero que de esa guerra, – Maceo, Quintín Banderas y Máximo Gómez – surgieron como militares salidos del mero pueblo, no de la élite. Pese a ello tenían reservas sobre el porvenir de lo que había sido la república en armas, en la que hubo presidente y asamblea que deliberó sobre todas las cosas. A juicio de Maceo y de Gómez, eso había sido un error, pues atentaba contra la unidad. En los hechos, eran partidarios de un gobierno militar. Son muchos los que hoy los justifican, por eso deberían quedarse callados sobre la hora presente de su patria.
Como en casi toda Hispanoamérica, bajo la excusa de la lucha por la independencia, un gobierno autoritario, una satrapía: un poder de hecho ilimitado, acaso una tiranía igual de injusta y cruel, en ambos casos con excesivo uso de la fuerza. No concebían una unidad popular voluntarizada tras el bienestar y la distribución justa de la riqueza, cristalizando en una república, que frenando la arbitrariedad latente que conlleva todo poder, mediante su división y alternativas organizativas múltiples y a todo nivel, fomentara el florecimiento de ciudadanos sujetos de derechos, pero también con deberes. Y eso es importante tomarlo en cuenta para explicarse el rompimiento que vendría más tarde.
En 1880, Martí llegó a Nueva York. Vivió en Estados Unidos casi hasta la hora de su muerte. Entre otras cosas, hizo traducciones para sobrevivir. Asimiló la cultura norteamericana: el concepto de una nueva literatura para un continente nuevo. Valoró grandemente a sus escritores. Gustó y difundió en sus artículos las ideas de Emerson y su grupo de trascendentalistas que incluía a Thoreau (“Walden”, “Desobediencia Civil”), y a Louise May Alcott (“Mujercitas”) por tan sólo citar dos nombres gloriosos: lucha contra la esclavitud, espíritu abierto opuesto a toda teología dogmática o ritualismo estrecho, promoción del examen de conciencia, creencia de que lo divino impregna todo cuanto existe; por consiguiente un sentimiento casi religioso hacia la naturaleza y la belleza. Confianza en un individuo nuevo tal que “nadie sino él sabe lo que puede hacer, ni lo sabe siquiera hasta que lo intenta”, como bien dijera el buen filósofo de Boston en su ensayo sobre la “Autoconfianza”.
Vivió el problema de la reconstrucción tras la guerra civil, el problema de los negros, el abuso contra los indios, los prejuicios contra los inmigrantes. Apreció la importancia de la reforestación, de la electricidad y otros inventos. Y, sobre todo, estimó en mucho la democracia. También se dio cuenta, naturalmente, del espasmo imperial americano. Le escribió a Gonzalo de Quesada el 14 de diciembre de 1889: “Sobre nuestras tierras, Gonzalo, hay otro plan más tenebroso que lo que hasta ahora conocemos, y es el inicuo de forzar a la isla, de precipitarla a la guerra, para tener pretexto de intervenir en ella y con el crédito de mediador y garantizador, quedarse con ella. Cosa más cobarde no hay en los anales de los pueblos libres, ni maldad más fría. ¿Morir para dar pie en que levantarse a estas gentes que nos empujan a la muerte para su beneficio?”
Así sucedió. España perdió a Cuba, también a Puerto Rico quedando bajo intervención y dominio americano. Muerto el apóstol, ocupó su puesto de delegado del Partido Revolucionario Cubano, Estrada Palma, que había sido reclutado por Martí en Estados Unidos. Su elección fue a todas luces un error. En eso coinciden los mejores historiadores de ambos bandos. Pero, este es otro tema, apasionante y esencial, digno de que se trate en otra ocasión aparte…..mientras, volvamos al Martí de 1884. En ese año, Flor Crombet, antiguo mambí, hizo contacto con Martí en Nueva York. Se ofreció como mensajero para contactar a Maceo y a Máximo Gómez que al momento vivían en Centroamérica. El apóstol, que estimaba a estos hombres como imprescindibles para coronar con éxito toda acción contra la España colonial, saltó de alegría. De inmediato le escribió una carta al generalísimo Gómez. En ella establecía que aunque el clima no era el más apropiado para una insurrección, era del todo necesario trazar planes para tal fin.
Y se reunieron en Nueva York; discutieron. Martí creía que no bastaba que dos generales llegaran a Cuba para que el pueblo se les uniera. Sostenía que había que trazar un plan y sobre todo, suministrar una visión que hiciera que los hombres fueran capaces de ofrendar sus vidas: algo por lo que morir valdría la pena. Y ese algo no podía ser otra cosa que la creación de una nación que permitiera la movilidad y la justicia social, el progreso, la distribución de la riqueza, la libertad; que garantizara derechos y deberes, con independencia de si se era rico o pobre, negro o blanco.
Pero tales cosas solamente pueden alcanzarse en una república basada en instituciones que garanticen la democracia participativa, en el terreno político, pero también en el económico y social. A fin de cuentas, la lucha por ser independientes debe ser ligada a la lucha por la mejoría general de la vida, pues de lo contrario la primera pierde su sentido. Pero los generales no hablaban en esos términos…
Gómez comenzó a asignar funciones y tareas. A Martí le ordenó pequeñeces. El apóstol le reclamó, pero el general se limitó a decirle que simplemente obedeciera. Martí se tomó dos días para pensar, pasados los cuales tomó la pluma y le dirigió una misiva al generalísimo Gómez. La carta lleva fecha de 20 de octubre de 1884. En ella establecía con claridad meridiana que la lucha contra una tiranía no valía la pena si se intuía que tras ella vendría tiranía nueva, con otros nombres y otros hombres. Es claro que Martí conocía muy bien el caso de Napoleón. De cómo este general tomó la lucha del pueblo francés por sus derechos sociales, políticos y económicos, para instaurar su dictadura personal y finalmente declararse emperador: mataron reyes y nobles para terminar instaurando nueva nobleza tirana. Conocía el caso dominicano; el destino de Duarte, y cómo la mayoría de sus seguidores trinitarios pactaron con caudillos que instauraron dictadura nueva, luego de sacar al tirano haitiano Boyer y a sus sucesores, e incluso hasta perdieron la independencia para someterse nuevamente a España……lucharon otra vez, ahora contra España y el caudillo Santana, para entregarle el poder al otro caudillo rival, a Báez, que no más llegar a la presidencia comenzó negociaciones para anexar el país nuevamente e instauró por nueva vez la dictadura…….
Pero en lugar de nuestras palabras, oigamos las de Martí: “Un pueblo no se funda, general, como se manda un campamento……” Y antes: “es mi determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnado en él, y legitimado por el triunfo……..¿Qué somos, general?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él?” (J. Martí, Antología, Ed. Nacional, Madrid, pág. 306).
(Cuando leo estas páginas cargadas de razón, pienso en mi país, sometido por políticos y empresarios corruptos a coyuntura tal, que se coquetea con situaciones que nos pueden llevar por nueva vez a la violencia, y a lo que es peor, a la dictadura….como en 1930 son los profesionales e intelectuales los primeros en justificarla…..en nombre del orden y de una codicia que se encubre con palabras altisonantemente hipócritas……extrañamente, paradójicamente, son los primeros en someterse…..para luego, como Pilatos, alegar blanca inocencia. Balaguer colaboró – y en qué forma – con Trujillo. Al caer abatido el tirano, publicó un libro, “La palabra encadenada”, donde admitió “esa grave falta de conciencia cívica” y declarándose poeta tuvo la cachaza de admitir que, sin embargo, tenía algo de qué sentirse orgulloso: “nunca escribí un solo verso en honor de Trujillo.” Pero aparte de sus funciones burocráticas, en las que legalizó barbaridades como la matanza de haitianos, la enajenación de propiedades de las Mirabal a favor de sus asesinos, o el asesinato de los implicados en el ajusticiamiento de Trujillo, escribió discursos laudatorios que hoy no caben en el disco duro de ninguna computadora. Pregunto a estos intelectuales y profesionales que coquetean con posibles o reales dictadores: ¿pero es que no aprendemos? Porque tenemos más de un siglo en este círculo “…y vuelve y vuelve”, en nombre del orden y del bolsillo repleto del oro corruptor…..)
Mas, prosigamos con Martí y aquellos generales mambises. Obviamente, sobrevino la ruptura. Por un tiempo Martí se abstuvo de participar en el movimiento. Luego vino un acercamiento; cálido en el caso de Gómez, confirmado en Montecristy….más distante con Maceo, pues el problema de fondo subsistía. Por eso, cuando se encontraron nuevamente los tres en la finca llamada “La Mejorana”, ya en Cuba, mayo 5 del 1895, Maceo insulta a Martí, cosa que éste consigna en su diario: “…..me habla, cortándome las palabras….me hiere y me repugna….”
Dice el general que no se dejará mandar por ese ‘abogadito’. Sugiere al ‘abogadito’ que se vuelva a Nueva York. Martí, terco, se queda. Y dice: “Mantengo rudo: el ejército, libre-, y el país, como país y con toda su dignidad representado,” se lee en su diario. Avanzan los días; en el camino hacia la muerte Martí pronuncia discursos. Es aclamado como presidente por oyentes de corazones inflamados. Pero Máximo Gómez les reprocha: “No me le digan presidente a Martí, díganle general; él viene aquí como general. Martí no será presidente mientras yo esté vivo” (Carlos Ripoll, el Nuevo Herald, art. “El ‘morir callado’ del Apóstol”, pág. 23 A, 19 de mayo del 2004). Martí anota en su diario de campaña: “Escribo poco y mal porque estoy pensando en zozobra y amargura.”
Las cosas no eran tan fáciles para Martí como algunos proclaman. Cuando vivió no bastaba su nombre ni sus escritos para imponerse… otra cosa es su merecida fama luego de muerto. Es por eso que algunos alegan que su muerte no tuvo nada de casual. A su juicio, el apóstol la concibió como suicidio, y al hacerlo creó el mito que permitiría eventualmente la unidad, cubana y latinoamericana… A propósito: algunos lamentan que Juan Pablo Duarte – el fundador de la nacionalidad dominicana - no tuviera la capacidad de Martí como escritor e intelectual… vaya usted a ver. En un excelente documental sobre la vida y obra de Martí, dirigido por Joe Cardona, el historiador Luis Aguilar León relata que el gran biógrafo y escritor Emil Ludwig leyendo a Martí expresó que “Si Martí hubiese nacido en Munich, sería un clásico, pero se trata de Cuba….” La cita se explica por sí misma. [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002]
Commentary. Teodoro
Posted February 14, 2010 at 5:35 PM
Me encantó el relato de Padres de la patria: República o dictadura. Sobre todo porque estoy escribiendo sobre el mismo tema pero en mi país. Me gustaría saber donde puedo adquirir su novela La Mariposa Azul. Soy mexicano y estoy encantado con esta página.
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