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Cortesia del Blog Educativo y de Noticias
del Lic. Enildo E Rodriguez Nunez MBA PhDP
Ramón [nombre ficticio] es un jubilado casi octogenario con problemas de ansiedad. En el pasado, durante sus últimos años en activo, requirió la ayuda de un psicólogo para lidiar con una depresión, producida por las dificultades de adaptarse a las nuevas formas de trabajo impuestas por la revolución digital.
Desde aquella crisis y tras el ansiado retiro, Ramón vivía más o menos feliz gracias al respaldo de su amplia red social y familiar.
Pero entonces llegó la crisis del Covid-19 y nuestro protagonista se vio confinado al hogar, sin su paseo diario, sin su amigable tertulia, sin la comida del domingo con sus hijos y nietos.
La falta repentina de socialización, el exceso de información pesimista que llega de los medios (con cifras de muertos siempre crecientes) y el aspecto de las calles y sus escasos pobladores (más parecidos a astronautas que humanos) cada vez que se atrevía a salir para hacer la compra acrecentó su miedo, hasta que todo se volvió a derrumbar.
Sufrió los síntomas de lo que él creía un infarto en plena cola de la farmacia, y el episodio acabó requiriendo la asistencia de una ambulancia en plena calle.
Entre los profesionales que le atendieron de emergencia no había ningún psicólogo. ¿Resultado? Ramón acabó en su casa con una receta de ansiolíticos.
En otros tiempos, Ramón habría concertado una cita inmediata con su psicóloga de confianza, la misma que le ayudó a salir del pozo en los primeros años de este siglo, pero ahora el Covid-19 hace prácticamente imposible las citas presenciales.
¿Por qué no acudir a la seguridad social? Podrías preguntaros. En efecto los diferentes servicios de salud de cada comunidad autónoma cuentan con psicólogos clínicos en sus plantillas, pero la realidad es que existen tan pocos profesionales y la demanda de ellos es tan grande (pensad en todas las personas con problemas de drogodependencia, adicciones a otras sustancias o al juego, trastornos de la alimentación, depresiones, problemas de ansiedad, traumas, estrés, problemas de adaptación, etc.) que cuando uno acude a su médico de cabecera para que le derive con uno de estos especialistas, lo normal es que se enfrente a períodos de espera de hasta tres meses.
Con suerte, cuando todo ese tiempo pase, el psicólogo clínico de Salud Mental que te reciba te atenderá 30 o 40 minutos, y la espera hasta la siguiente cita volverá a requerir de un periodo igualmente largo.
¿Comprendes ahora por qué todo el mundo que pude permitírselo pide ayuda a un psicólogo privado? Bien, pero volvamos ahora con ellos.
Cuando quedó claro que el gobierno establecería el estado de alarma y que el confinamiento se generalizaría, la mayoría de los colegios de psicólogos de las comunidades autónomas enviaron instrucciones a sus colegiados en los que dejaban a su elección seguir practicando terapia presencialmente, emprender consultas por videoconferencia o incluso cerrar sus despachos.
En caso de optar por la primera opción, se les facilitaba una serie de instrucciones preventivas relacionadas con el equipamiento a emplear, medidas de higiene, distancias de seguridad interpersonal, etc.
¿Resultado? Imposible conocer las cifras oficiales, pero tras ponerme en contacto con 17 psicólogos a través de teléfono o redes sociales, el 100% renunció a las terapias presenciales por responsabilidad, con ellos mismos y sobre todo con sus pacientes.
En cuanto a pasar consulta por videoconferencia, el 80% de los consultados comentan que se lo han ofrecido a sus pacientes, pero que muchos lo rechazan por falta de intimidad o falta de medios técnicos.
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