Donald Trump, el coronavirus y el recuerdo inevitable del 'médico en jefe', Fidel Castro
POR JOAQUIM UTSET-. La reticencia de Donald Trump durante mucho tiempo a admitir la gravedad del brote de coronavirus en Estados Unidos, sus insólitas declaraciones, y su insistencia en reabrir el país pese a que va en contra de las recomendaciones de los expertos, han alimentado más la incertidumbre cuando de las autoridades se necesita, más que nunca, seguridad.
Debía ser por Charley en el 2004, pero pudiera haber ocurrido cualquier otra vez, que en Cuba un huracán asomaba la nariz por el horizonte.
En la televisión nacional, el comandante en jefe Fidel Castro aparecía sentado en una mesa con un experto que tenía una media sonrisa congelada mientras escuchaba las peroratas del gobernante y trataba de contestar a sus preguntas, que en realidad eran afirmaciones disfrazadas con un signo de interrogación porque, obviamente, quien las formulaba sabía la respuesta.
Faltaría más, el objetivo último de esa transmisión no era informar a la población del peligro en ciernes, sino demostrar una vez más que al omnipresente gobernante no se le escapaba nada.
Allí, en ese estudio, era el meteorólogo en jefe, como en otras ocasiones había sido el ganadero en jefe al hablar de producción lechera, el ingeniero agrónomo en jefe para la producción azucarera o el chef en jefe para enseñar a los cubanos a usar las ollitas de presión que iban a solucionar los irresolubles problemas domésticos de los cubanos.
Quien hubiera visto una de esas intervenciones del líder cubano le hubiera resultado familiar algunas cosas que dijo Trump en la insólita comparecencia ante la prensa durante la visita que hizo a inicios de marzo a la sede de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) en Atlanta, Georgia.
Ataviado con una gorra de béisbol roja con el lema de su campaña de reelección, la comparecencia con la que la administración quería demostrar que todo estaba bajo control se descarriló al final cuando el presidente no resistió el impulso de presumir de los conocimientos adquiridos durante su breve visita.
“La gente se sorprende de lo que entiendo. Todos los médicos se preguntaban cómo podía ser que supiera tanto. Tal vez tengo una habilidad natural, tal vez me debería haber dedicado a esto en lugar de postularme a presidente”, comentó Trump tras recordar una vez más que su tío John G. Trump era un “gran supergenio” que enseñó en MIT durante casi cuatro décadas. “Lo entiendo todo de este mundo, me encanta”.
Eso no obstante a que minutos antes había mostrado su estupefacción al descubrir que la gripe común mata anualmente a decenas de miles de estadounidenses, un dato sobradamente conocido. “Nunca había escuchado esas cifras”, admitió el presidente. “No sabía que se podía morir de la gripe”.
Por eso tal vez el director del CDC, Dr. Robert Redfield, también con una media sonrisa congelada en el rostro, no corrigió al presidente cuando aseguró que cualquiera que quisiera un test podía obtenerlo, cuando el país no estaba ni remotamente en condiciones de ofrecerlo.
Desde entonces, el presidente ha alimentado teorías conspirativas e incitado protestas contra el confinamiento, ha sugerido “sarcásticamente” que se inyecte desinfectante en el cuerpo humano para eliminar el virus, intentó disolver su “sala de crisis” contra la pandemia, y sigue presionando para reabrir el país cuando la COVID-19 sigue expandiéndose y el número de muertes aún podría duplicarse en los próximos meses.
Un genio para todo
Ya se sabe que al presidente de EEUU le encanta darse autobombo acerca de sus conocimientos. Según un recuento hecho por Axios, ha sacado pecho de saber más de ISIS que “los generales”; de saber más de tribunales que “cualquier ser humanos en la Tierra”; de que “nadie” sabe de deuda más que él; lo mismo que de infraestructura, impuestos, audiencias de televisión, energía renovable, política, comercio, tecnología, construcción, dinero y, curiosamente, drones.
Esas afirmaciones podrían hacer gracia si el presidente aún fuera una personalidad de televisión, una estrella de telerrealidad, pero en medio de la pandemia sus exageraciones dejan de ser risibles y han generado serios cuestionamientos.
La administración, con el presidente a la cabeza, se mostró renuente a admitir la gravedad de la situación desde el inicio. Trump acusó a sus propios subordinados de ser “alarmistas”, aseguró que no iba a pasar de 15 casos el impacto de la epidemia y señaló que el problema “milagrosamente” desaparecería con la llegada de las temperaturas cálidas.
Dos meses después, cuando EEUU se ha convertido en el epicentro mundial del coronavirus, admite que la pandemia ha sido peor que los atentados del 11 de septiembre o el de Pearl Harbor.
Es evidente que lo que le irrita profundamente a Trump de esta pandemia es que su impacto en la economía empaña sus “maravillosas” cifras macroeconómicas, sobre las que las que ha edificado su campaña de reelección.
Pero a la luz de lo que está sucediendo, sus declaraciones bombásticas erosionan la fe de que las autoridades están tomando decisiones solamente en base a conocimientos científicos y datos basados en la realidad.
De otra manera, se corre el riesgo de sembrar incertidumbre.
Decía el recientemente fallecido poeta nicaragüense Ernesto Cardenal en un artículo que escribió hace años para la BBC sobre Fidel Castro que su amigo habían sido un “genio” en medicina, agricultura, economía, electrónica, recursos energéticos y “muchas cosas más”.
Los cubanos, que siguen esperando por esa leche o ese suministro eléctrico fiable, con la experiencia de los años tal vez advertirían que con los genios hay que ir con cuidado.
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