El regreso de Andrew Cuomo: dejó la política humillado en 2002 y hoy es el gobernador más popular en Estados Unidos
Publicacion del Blog Educativo de Noticias del
Lic Enildo Rodriguez Nunez MBA PhDP
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A pesar de la tragedia de la pandemia en la ciudad y el estado de Nueva York, casi 9 de cada 10 de sus habitantes aprueba la gestión del descendiente de un clan demócrata y divorciado de una Kennedy. Sus conferencias de prensa diarias admiran hasta a los republicanos
Con casi de 250.000 casos de COVID-19 confirmados y más de 10.000 muertos, el estado de Nueva York es el más gravemente afectado por el nuevo coronavirus. Pero lejos de criticar a su gobernador, los habitantes aumentaron su aprobación de Andrew Cuomo al 71%, pocos días después de que la tragedia comenzara a ensombrecerlos, y al 87% al 16 de abril. Su popularidad ha crecido tanto que The New York Post lo llamó “Luv Guv”, el Gobernador Amor, y hasta avisó a las neoyorquinas que está soltero, tras su separación amistosa de su novia Sandra Lee, celebrity chef.
En una conferencia de prensa diaria su voz calma —podría grabar meditaciones guiadas— ha combinado malas noticias, necesidades urgentes, esperanza basada en ciencia, bálsamo sin pensamiento mágico y hasta anécdotas personales y de su familia, un famoso clan demócrata que incluye al periodista Chris Cuomo, quien hace su programa para CNN desde su casa porque se contagió de SARS-CoV-2. Esas conferencias de prensa han fungido de competencia tácita para las del presidente Donald Trump —después de todo, la campaña presidencial de los Estados Unidos sigue por otros medios, y Cuomo tempranamente manifestó su simpatía por Joe Biden— pero, sobre todo, han logrado romper la polarización política al merecer elogios tanto de sus copartidarios como de los republicanos.
Acaso las alabanzas unánimes se deban a que este papel era, simplemente, inimaginable para Cuomo: casi perdió su carrera política por sus dichos desconsiderados, ¿y en una crisis sin precedentes asoma como la voz de la seguridad y el consuelo?
Su padre, Mario Cuomo, tres veces gobernador de Nueva York, era un orador extraordinario, y acaso para diferenciarse él creció de pocas palabras, precisas y muchas veces letales. Los medios de Albany, la capital del estado de Nueva York, donde está la sede de la gobernación, se refieren a él como Darth Vader o como Príncipe de las Tinieblas. Cuando recuerdan a su padre, en cambio, evocan sus citas de Aristóteles o Marco Aurelio.
“Andrew siempre ha tenido estos dos costados“, dijo a Rolling Stone —que lleva al gobernador en su tapa de mayo— Michael Shnayerson, autor de The Contender (El aspirante), la biografía de Cuomo publicada en 2015. “Uno es encantador y surge en tiempos de crisis —fue brillante durante el huracán Sandy, cuando recorrió la ciudad aun a altas horas de la noche para verificar los puntos críticos, y se ganó la aclamación de la propios y ajenos— pero también es un gobernador conocido por ser brutal con los subordinados y despiadado con sus rivales“.
Aunque Cuomo ha repetido —incluso en el programa de su hermano, con quien hace un dúo viral cada tanto— que no aspira a la Casa Blanca, Shnayerson ve un cálculo político en su comportamiento ante la catástrofe del COVID-19: “Desde el primer instante vio que Trump es incapaz de empatía”, dijo a la revista. “E instintiva o deliberadamente —yo diría que deliberadamente— se dispuso a construir este espacio donde a diario mostraría lo incompetente y peligroso que es Trump. Y Trump no puede hacer nada al respecto. ¡No lo puede echar! Todo lo que puede hacer es quejarse de que Andrew no se siente lo suficientemente agradecido por lo que recibe”.
En efecto, cuando Cuomo advirtió que faltaban seis días para que los hospitales del estado se quedaran sin respiradores —un dispositivo de terapia intensiva imprescindible en casos críticos de COVID-19—, Trump tuiteó: “El gobierno federal entrega directamente a los estados cantidades masivas de suministros médicos, incluso hospitales y centros médicos. Algunos tienen apetitos insaciables y nunca están satisfechos”.
Cuomo consiguió respiradores de las más diversas fuentes —hasta Jack Ma, el creador de Alibaba— para cubrir las necesidades que proyectaban los epidemiólogos y convirtió el Centro Javits de Nueva York en un hospital temporario; insistió hasta que el buque hospital Comfort, que iba a recibir pacientes con otras patologías, se sumó al tratamiento de COVID-19; consiguió que a Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) aprobara un análisis de coronavirus de un laboratorio local, para usar además de los escasos del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). También puso a su madre en el centro de la campaña para mantener a la gente en sus hogares: Who are you staying home for (Por quién te quedas en casa): “Yo quiero proteger a mi madre, Matilda”.
El nombre de la mujer —hija de un magnate del negocio inmobiliario que murió pocos años después de haber recibido una misteriosa golpiza, de la que no logró reponerse, en una de sus propiedades— designa la ley estatal de protección para todos los ciudadanos de más de 70 años, particularmente vulnerables al coronavirus, que Cuomo promulgó hace poco.
The best way to stop the spread of #COVID19 is to stay home. It will save lives. I want to protect my mother, Matilda.Tell us who you’re staying home for and post with the hashtags #NewYorkTough & #IStayHomeFor and tag your friends.@JLo and @AROD who are you staying home for?
2,360 people are talking about this
Con todo, la epidemia se ensañó en la ciudad de mayor densidad de habitantes del país. Las plataformas digitales y telefónicas para procesar solicitudes de desempleo no dieron abasto hasta la fecha. Alexandria Ocasio-Cortez lo criticó porque promulgó una moratoria de tres meses para las hipotecas pero no para las rentas. Cuando sus adversarios le recordaron que durante su gobernación en el estado se cerraron 16 hospitales con capacidad para 20.000 camas insistió: “Esta situación va más allá de la política, va más allá del partidismo”.
Así Cuomo logró comunicar su mensaje de capitán de un barco sereno y operativo en la incertidumbre: “Nadie puede darte un mapa. No pueden decirte las profundidades del agua. No pueden decirte dónde están las rocas”, dijo a Rolling Stone, y comparó varias veces en sus conferencias de prensa. “Pero si has navegado durante años, desarrollas un instinto que te ayuda. Pero también hay que ser lo más simple posible. Decir la verdad. Darle hechos a la gente. Explicar lo que uno hace, por qué lo hace”.
Cuomo fue el segundo de los cinco hijos de Mario y Matilda y creció en Hollis, el barrio de Queens donde sus abuelos paternos, inmigrantes del sur de Italia, se instalaron al llegar a los Estados Unidos y fundaron el negocio familiar, una tienda de comestibles. Él no fue “un niño de mansión”, como dice de su hermano Chris, 13 años menor y criado como hijo de un político poderoso. Tras graduarse en la Universidad de Fordham y la Escuela de Derecho de Albany, se convirtió en abogado en 1982.
Entonces su padre comenzó la campaña que lo haría gobernador desde 1983 a 1994, y él dirigió ese esfuerzo con un salario de USD 1 por año. Luego fue parte del Comité de Transición de Mario y consejero de su gobierno, presumiblemente por salarios más reales que simbólicos.
Su carrera personal se inició en 1984, como asistente de fiscal de distrito, y dos años más tarde fundó Housing Enterprise for the Less Privileged (HELP), un emprendimiento de viviendas para personas de bajos recursos. En su Ford Bronco llevaba a los periodistas a las residencias transitorias para gente sin techo con las que HELP se amplió en Brooklyn y en el Bronx, y también a sus novias: así, dijo Kerry Kennedy, hija de Robert Kennedy, se enamoró de él. Tuvieron tres hijas, las mellizas Cara y Mariah, y luego Michaela, antes de su divorcio —que la prensa sensacionalista siguió con fruición, ya que involucró a un jugador de polo y una dura pelea por la custodia de las niñas— en 2005.
En 1993 se convirtió en subsecretario de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD) de los Estados Unidos, nombrado por Bill Clinton; se quedaría a cargo del departamento en 1997, hasta 2001. Allí reveló sus ambiciones por primera vez: “Emitía comunicados de prensa a un ritmo frenético y viajaba tanto que un senador republicano, Kit Bond, rastreó sus itinerarios”, recordó un perfil de 2010 en The New York Times. “Poco antes de dejar el cargo, en 2000, Cuomo ordenó la impresión de 30.000 copias de un folleto de 150 páginas en papel brillante que resumió sus logros en HUD; costó USD 688.000 y llevó por título Visión para el cambio”.
El departamento tenía mala fama cuando Cuomo se incorporó: era una suerte de socio generoso de los propietarios en los barrios más desfavorecidos y de los promotores inmobiliarios, y la Oficina de Contabilidad General la tenía en la lista de áreas que había que vigilar por su propensión al fraude. “Los leales a Cuomo le atribuyen el mérito de haber transformado el HUD en un modelo eficiente y responsable de buen gobierno”, según el Times; lo hizo al estilo de la gestión Clinton, que achicó el estado: “Redujo el 15% del personal del HUD y racionalizó sus operaciones”.
Aunque estuvo cronológicamente lejos de las hipotecas subprime que iniciaron la crisis financiera de 2008, un ex jefe de crédito de Fannie Mae, Edward Pinto, dijo que “Cuomo presionaba a los banqueros hipotecarios para que crearan préstamos y en esencia decía que había que ofrecerle una hipoteca a todo el mundo‘”. El actual gobernador lo negó, y sólo se atribuyó a haber aconsejado a los prestamistas gubernamentales como Freddie Mac y Fannie Mae que compraran más créditos otorgados a propietarios pobres, a fin de combatir la discriminación de las minorías.
Así en 2002 se animó a soñar con ocupar la silla sobre la que que su padre se había sentado en Albany. Si ganaba la interna demócrata, competiría con el republicano George Pataki, quien buscaba su reelección. En aquella campaña fue imposible no hablar de los ataques a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 pero, acaso porque en las encuestas quedaba muy por detrás del favorito demócrata, Carl McCall, Cuomo cometió una gaffe que lo hundió.
Pataki, que había derrotado al padre de Cuomo en 1994, había secundado al entonces popular alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, en la respuesta a los atentados; el joven demócrata criticó su falta de liderazgo con pocas palabras: “Se quedó como espectador”. Su cálculo fue tan malo que no sólo Giuliani dio un apoyo decisivo a Pataki sino que su propio partido y su propio padre lo criticaron por haber cometido un error enorme. Cuomo se retiró de la competencia, humillado, y también de la escena pública: se dedicó durante varios años al negocio inmobiliario.
Todo el mundo, y él mismo, consideró que su carrera política había terminado con ese episodio. Pero en 2006 decidió darse una segunda oportunidad con una aspiración más modesta: compitió contra Jeanine Pirro y ganó la fiscalía general del estado. Se vengó entonces de la prensa que se había hecho un festín con su separación y observó una discreción tan extrema que el canal NY1 creó un “Reloj de Cuomo” para contar los días que llevaba negándose a ser entrevistado.
Sus promesas de campaña habían sido la lucha contra la corrupción y el cumplimiento de las leyes para la protección del medioambiente. Trabajó muy cerca del gobernador, Eliot Spizer, en casos de alto perfil, como la demanda contra el senador estatal Pedro Espada Jr. por el robo de USD 14 millones por medio de una clínica sin fines de lucro. Su investigación sobre los préstamos para estudios universitarios encontró redes nacionales de coimas y terminó por impulsar una reforma del modo en que se entregaban esos créditos.
Entonces en 2008, cuando Barack Obama competía contra Hillary Clinton en las primarias demócratas, hizo un comentario que podría haber tenido implicancia racista. Cuando Clinton se convirtió en secretaria de Estado, el gobernador de Nueva York, por entonces David Paterson, debió nombrar un reemplazante de la senadora. Cuomo, uno de los dos candidatos, logró viajar a Washington DC: Paterson eligió a Kirsten Gillibrand.
En 2010 Cuomo consiguió por fin su aspiración postergada de gobernar Nueva York. Y también llegó a la lista de los hombres vivos más atractivos que cada año hace People: apareció en el grupo de más de 50 años, junto con Sting, Liam Neeson y Michael Bolton. Desde entonces fue reelegido dos veces como gobernador, en 2014 y 2018; acaso aspire a un cuarto periodo para superar a su padre.
En 2011 cumplió, con grandes celebraciones, una de sus promesas de campaña: el matrimonio entre personas del mismo sexo. No tuvo la misma efectividad para cumplir con un punto de la Ley de Igualdad de las Mujeres, que salió en 2013: pasar la cuestión del aborto del código penal a las leyes de salud. Y luego de su reelección en 2014, dejó el tema a un lado hasta su nueva reelección: con el senado estatal en manos demócratas, en 2019 promulgó la Ley de Salud Reproductiva. Cuando los grupos católicos sugirieron que fuera excomulgado, respondió: “La iglesia no cree en el derecho de una mujer a elegir. Entiendo esa perspectiva religiosa, pero yo no estoy aquí para legislar la religión”.
Sus esfuerzos durante el huracán Sandy en 2012, y sus medidas posteriores como habilitar el voto de las personas que habían sido desplazadas por la catástrofe, compitieron en las noticias con su uso de USD 40 millones, de los USD 140 millones que había recibido en fondos federales de asistencia, para la campaña de publicidad “Nueva Nueva York” con la que quiso atraer inversiones.
En 2013, cuando firmó la primera ley estatal de control de armas, poco después de la masacre en la escuela primaria de Sandy Hook, en Connecticut, fue duramente criticado; como también en 2014, cuando legalizó la marihuana con fines medicinales y convirtió a Nueva York en el segundo estado que prohibió la fracturación hidráulica, un proceso para aumentar la extracción de gas y petróleo de gran costo ambiental.
Ese mismo año desarmó la Comisión Moreland que investigaba la corrupción en la política. Dos años más tarde uno de sus colaboradores, Joseph Percoco, fue acusado —lo condenarían en 2018— por recibir sobornos de personas que querían favores estatales.
En 2018 bromeó que se cambiaría su nombre a Amazon Cuomo si la empresa —que puso a competir a los estados para ver quién le ofrecía mejores condiciones— instalaba su segunda sede en Nueva York. Aunque siempre se lo conoció como un favorecedor del capital privado, en el caso de Amazon enfrentó muchas críticas porque el costo para el estado podría ser mayor que el beneficio.
Por fin Jeff Bezos se decidió por dividir la segunda sede en dos: la ciudad de Nueva York —en manos del alcalde Bill de Blasio, con quien Cuomo sólo se ha entendido para las emergencias— y Arlington, Virginia. Una vez más, el gobernador sintió que un hombre poderoso al que le ofreció todo lo que pudo a cambio de su aprobación, se la negaba.
Porque, según el biógrafo del gobernador más popular del momento, esa es la clave —”shakespereana“, dijo Shnayerson— de esta historia.
“Mario confiaba en su hijo”, dijo a The New York Times Norman Adler, quien trabajó en la campaña por la gobernación de 1982. “Pero a la vez era muy duro con él, en ocasiones extremadamente duro. A Andrew se le exigía estar a la altura de unos estándares que creo que a nadie más se le pidió”. En una ocasión le sugirió:
—Tendrías que aflojar un poco la presión sobre tu hijo.
—¿A qué te refieres?
“Él no se daba cuenta”, siguió Adler. “Pero todos los demás sí lo veíamos”.
Había algo de sombra proyectada, porque a un gran padre en el fondo le duele que un hijo lo eclipse, y también de expectativa frustrada. “Mario, un lector voraz que escribe su diario casi todos los días”, lo pintó el Times, en 2010, cinco años antes de su muerte, “se muestra como profundo y capaz de empatía. Es alguien complejo —un intelectual inquisitivo a la vez que un hombre del pueblo— y tiene el aire de alguien que nunca esperó estar en una posición de poder, que es precisamente por lo que le confió ese poder”.
Andrew, en cambio, en lugar de volúmenes de Plutarco, Erasmo, Thomas Jefferson y Teilhard de Chardin tenía una Harley-Davidson y varios automóviles deportivos de finales de los ’60s, y se presentaba “como un hombre sencillo y seguro de sí mismo, no un hombre sabio sino un tipo inteligente”. Ni introspectivo ni filosófico: “Parece alguien que sigue sus instintos y se siente cómodo, tal vez demasiado cómodo, estando al mando”.
En dos ocasiones —1988 y 1992— Mario pareció el candidato evidente para la nominación presidencial demócrata, y en ambas se negó a competir. Cuando Pataki lo derrotó buscaba su cuarto periodo como gobernador de su estado y decidió que tal vez era hora de dejar la política. Se sumó a la firma de abogados Wilkie Farr & Gallagher.
Pero el sentimiento que Cuomo tenía por Andrew era amor, aunque un amor difícil, y lo apoyó en sus ambiciones cuando le pidió a Clinton que lo incluyera en su equipo. Así el actual gobernador comenzó a separarse de las ideas de su padre, un liberal de Franklyn D. Roosevelt, para actualizarse con el paisaje político posterior a Richard Nixon. De a poco el pragmatismo y el centro le resultaron atrayentes, y con el tiempo su estilo de gobierno se definió a partir de esos elementos: es un hombre “de micro gestión” e “implacable”, como describió Rolling Stone.
Hay un dicho muy famoso de Mario Cuomo: “Los políticos hacemos campaña en poesía y gobernamos en prosa”. En algún punto de su recorrido personal el hijo se liberó de ese mandato y encontró ese tono calmo, directo, conciso y llano, hecho en general de oraciones cortas, sin adornos. “Como un mecánico que saca la cabeza debajo del capó de un automóvil averiado y explica qué le pasa al motor y cómo lo va a arreglar”, lo pintó el perfil de 2010. Algo que, en tiempos de tragedia e incertidumbre como los que el COVID-19 llevó a la puerta de su despacho, parece ser precisamente lo que los neoyorquinos se sienten bien de escuchar hoy.https://www.infobae.com/
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