Estigma: la vergonzosa epidemia que se está propagando con el coronavirus
Era un día normal, todo lo normal que puede ser un día en plena pandemia. Mina, una enfermera de Dourdan, en Francia, salía a trabajar cuando encontró una nota en el parabrisas de su coche. “¡Si se confirma un caso en el edificio, usted será responsable!” El mensaje estaba firmado por “el barrio”. Aquello la sobrepasó y se echó a llorar allí mismo, según Le Parisien.
En El Poblenou de Barcelona no anduvieron con tantos rodeos. Cuando Silvana, que es ginecóloga, salió para dirigirse a su trabajo encontró que le habían pintado con espray en el coche unas palabras tan ofensivas como inverosímiles: “rata contagiosa”. Así le dejaron saber que no era bienvenida en el edificio. Su reacción fue de estupor, rabia y desolación.
Paulina, una enfermera que trabaja en el Instituto Mexicano del Seguro Social, lo ha pasado peor. Estaba a punto de entrar a su coche cuando unos desconocidos se acercaron y le arrojaron un chorro de lejía que le cayó en los ojos, la boca, la nariz y la ropa causándole quemaduras leves.
Los ataques al personal sanitario y a los trabajadores esenciales se están produciendo en todo el mundo, propagándose a la par del coronavirus. En el Hospital Lariboisière, al norte de París, han tenido que contratar a guardaespaldas para escoltar el personal sanitario hasta sus coches o la entrada del metro. En México y la India los ataques están siendo cada vez más violentos.
En España y Argentina algunos propietarios han enviado cartas a los sanitarios para pedirles “amablemente” que abandonen el piso.
En otros casos han sido los vecinos quienes les han dejado un cartel en el rellano o el ascensor para comunicarles que no quieren riesgos en el edificio. Así, mientras una parte de la sociedad los aplaude y convierte en héroes en los balcones, otra parte los estigmatiza.
Por supuesto, todos estos actos se consideran delitos de odio, y como tal pueden ser denunciados y castigados. Sin embargo, la afrenta enorme a las personas que nos cuidan y se encargan de que podamos satisfacer nuestras necesidades básicas no es algo que se pueda olvidar o borrar con una sanción. Porque esos actos provocan una profunda indignación y una tristeza mayúscula.
Dime de qué enfermas y te diré el peso del estigma social que tendrás que cargar
Mucho antes de que el coronavirus comenzará a difundirse por el mundo, otro “virus” ya se estaba propagando: el estigma. Algunos negocios comenzaron a colgar carteles en sus puertas para avisar a los chinos que no eran bienvenidos y más tarde, cuando la locura colectiva se desató, no tardaron en llegar los ataques violentos.
Hace poco, cuando la provincia de Hubei, el foco original de la pandemia de Covid-19, comenzó a recuperar la normalidad y se dispuso a eliminar los puestos de control que bloqueaban los accesos, sus residentes encontraron una respuesta inesperada. Los residentes de Jiujiang, la provincia vecina, habían levantado barreras para impedirles el paso por miedo al contagio. La violencia se desató y la policía tuvo que intervenir.
Estos incidentes son tan solo la punta de un iceberg mucho más profundo y nos revelan que el estigma puede ser peor que el coronavirus – al menos desde el punto de vista psicológico - ya que se extiende como una “marca de la vergüenza” de la que nadie está salvo y deja a su paso una estela de vergüenza, rabia, angustia y desánimo.
Por desgracia, no se trata de un fenómeno nuevo. La lepra, por ejemplo, es una enfermedad que arrastra consigo casi cuatro milenios de estigma. Ni siquiera hay que mirar mucho atrás. En 1909 en España se decretó la “exclusión sistemática de los leprosos” para confinarlos en leproserías, una de las cuales aún permanece abierta.
Aunque uno de los rechazos sociales más intensos hacia una enfermedad que se ha producido en los últimos tiempos lo han vivido los enfermos de SIDA, según un estudio publicado en The Lancet. Muchas de estas personas resumen en una frase sus experiencias después del diagnóstico: “ha sido un infierno”.
Obviamente, las enfermedades nuevas suelen desatar una reacción social más virulenta porque generan mucho miedo a la transmisión y producen un gran desasosiego. De hecho, el reciente brote de SARS en Estados Unidos también provocó una respuesta de estigmatización y discriminación hacia las comunidades asiáticas.
La incertidumbre sobre las vías de contagio y no contar con un tratamiento eficaz agravan el fenómeno, haciendo que la sociedad intente defenderse excluyendo a las personas afectadas, como los enfermos, o aquellas que corren un mayor riesgo de contagio, como el personal sanitario y esencial.
Como resultado, las personas estigmatizadas se convierten en la diana de comportamientos discriminatorios, insultos y ataques. La humillación y la hostilidad tienen como objetivo condenar al ostracismo a las personas consideradas peligrosas.
Obviamente, convertirse en un estigmatizado provoca un enorme estrés psicológico, que a menudo se suma a la ansiedad que ya vive esa persona, ya sea porque sufre la enfermedad o porque pertenece a un grupo de riesgo. La propia Organización Mundial de la Salud advirtió que “el estigma es una causa importante de discriminación y exclusión: afecta la autoestima de las personas, interrumpe sus relaciones familiares y limita su capacidad para socializar y acceder a una vivienda y un trabajo”.
Miedo, ignorancia y egoísmo, una mezcla altamente peligrosa
Las respuestas de quienes han sufrido discriminación por el coronavirus varían. Algunos han denunciado el episodio, ya sea ante la policía o en las redes sociales, para concienciar sobre lo que está ocurriendo. Otros, sin embargo, lo han ignorado asumiendo que se trata de una sospecha “sensata y justificada” durante un brote epidémico.
Sin embargo, no todo está permitido.
Es cierto que el miedo ha extendido sus alas sobre nosotros, pero el temor no es motivo suficiente ni excusa válida para atacar a quienes nos protegen - exponiendo muchas veces su propia vida -, o a quienes están en una situación de vulnerabilidad. El miedo no justifica la discriminación.
La estigmatización sienta sus raíces en la ignorancia y el egoísmo.
Una teoría sobre la estigmatización indica que se debe a la falta de habilidades sociales, en especial a una profunda incapacidad para experimentar empatía. Quienes rechazan y humillan a los demás, justo en el momento en que son más débiles y vulnerables, son incapaces de ponerse en su lugar, empatizar con sus miedos e inseguridades y comprender que son personas que necesitan apoyo.
En su lugar, estas personas culpan a las víctimas. Las convierten en su enemigo. O en su saco de boxeo personal, alguien en quien descargar sus propias frustraciones y miedos cuando pierden el control porque el mundo que conocían ha cambiado.
La estigmatización, por tanto, se alimenta del egoísmo. Quienes estigmatizan a los demás creen que son el ombligo del mundo y que todos deben amoldarse a sus deseos y necesidades. Y si eso significa que deben dejar sus hogares para que ellos puedan vivir más tranquilos al amparo de una falsa “seguridad”, consideran que es un “precio justo” que los demás deben pagar.
Esa incapacidad para ponerse en el lugar del otro va de la mano con la incapacidad para pensar. La estigmatización va de la mano de la ignorancia activa, que es el resultado de no querer saber más, no profundizar, no comprender, no informarse, no reflexionar.
Y ese tipo de ignorancia es terriblemente peligrosa porque suele conducir a posturas extremas en las que se asume que todo vale. Cuando nos cerramos al conocimiento y nos aferramos a una creencia, tenemos la tendencia a rechazar todo aquello que no coincida con nuestras ideas, como comprobó un estudio publicado en la Journal of Experimental Social Psychology. Y eso hace que el sentido común se convierta en el menos común de los sentidos.
Esta lucha es contra el virus, no contra las personas
El estigma es una carga que nadie debería cargar, menos aún los sanitarios, el personal esencial y los enfermos. Personas que ya están viviendo sus propias tragedias, como para tener que soportar además el miedo, la intolerancia y la discriminación de una parte de la sociedad.
Aunque las preocupaciones sobre el coronavirus son comprensibles, la exclusión y el estigma no lo son. Ni lo serán jamás. Todos corremos el riesgo de enfermar. La clave para protegerse no consiste en buscar enemigos a quienes atacar sino en seguir las medidas de higiene y distanciamiento social.
La clave para salir de esta pandemia es unirnos en vez de excluir y apoyarnos en vez de atacar. Todos estamos luchando en la misma batalla. Y esa lucha es contra el virus, no contra las personas.
Ahora toca apoyar de manera incondicional a quienes están en primera línea. A los afectados, no solo por el virus sino también por el estigma. Y eso se logra marginando el egoísmo, alimentando la empatía y arrojando luz sobre la ignorancia. Necesitamos comprender, de una vez y por todas, que unidos podemos vencer, pero divididos nos derrumbaremos.
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