jueves, 10 de junio de 2010

CREENCIAS Y HABITOS EN EL SURGIMIENTO DE LA ERA DE TRUJILLO EN LA REPUBLICA DOMINICANA

Creencias y hábitos en el surgimiento de la era de Trujillo
By mediaIslaPublished: June 5, 2010
Posted in: La senda

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JOSÉ TOBÍAS BEATO | Trujillo no se hizo solo, por fuertes que hayan sido su voluntad y ambición. Ni tampoco bajó del cielo como los rayos de Zeus caían sobre la Grecia mitológica para castigo de los mortales que lo habían ofendido.

Los amores ya referidos no fueron los únicos del “Jefe”, pues tuvo amantes por cientos, y en cada pueblo. No siempre forzadamente, pues el poder en todas partes seduce y encanta, amén de que Trujillo cultivaba con esmero el atractivo de su personalidad. Quiero decir con ello que la firmeza de su andar, la hidalguía de su porte, la severidad de su rostro, la autoridad que emanaba de su voz, la dureza de su mirada, —a ratos burlona o enigmática—; el perfume, el vestir atildado, no eran mera manía, sino inteligentes maneras que formaban parte de sus recursos para hechizar a las masas. Formas concretísimas de impactar y brillar, con las que con frecuencia dejaba boquiabiertos a detractores y amigos. Vale decir que eran resortes del poder.

Nada de extrañar que cautivara con su ademán de macho siempre en celo a muchísimas mujeres. También que, por idénticas razones, provocara la digna desestimación de otras; como ejemplo de ello, pongo el caso concreto de Minerva Mirabal, que fue su rechazo más célebre, hasta llegar a la tragedia.

En todo caso, sin duda alguna aventajó al legendario rey Salomón, quien tuvo trescientas concubinas; aunque no lo superó en esposas, pues el famoso rey sabio alcanzó el asombroso número de setecientas (1 Reyes 11.3). La comparación viene al caso porque Trujillo en éste y otros aspectos exhibió conductas típicas de los reyes y sátrapas orientales (sátrapa era el gobernador de una provincia entre los persas, con poderes de hecho ilimitados, como sin duda los tuvo Trujillo en media isla dependiente del Gran Imperio).

Por supuesto, que muchas mujeres se entregaron o fueron entregadas por sus familiares y hasta por los esposos, buscando privilegios y dádivas, ministerios y dinero. Hace un tiempo un reconocido intelectual y comentarista televiso relató que, siendo un niño, en pleno apogeo de la “Era”, caminaba con su padre por la calle El Conde, cuando éste se encontró con un compadre. Luego de los saludos y abrazos de lugar, el compadre le mostró muy orondo las medias que estaba usando ese día venturoso. A los pocos minutos se despidieron, y la pregunta del entonces niño no se hizo esperar, pues no había entendido nada del ritual relacionado con las medias. El padre le explicó: “Nada, mi compadre que es un sinvergüenza.

Lo que me enseñaba eran las iniciales que tenían las medias en su borde: RLTM, las iniciales del nombre del Jefe, lo que significa que anoche Trujillo durmió en su casa, con su mujer.” Y ni que decir que, donde se ejercía un poder tan absoluto, hubiera abusos y violaciones por montones, activadas principalmente por la cadena de chulos y adulones de la “corte”, dentro de los cuales sobresalían Manuel de Moya e Isabel Mayer, alcahuetes oficiales, junto a Porfirio Rubirosa, gigoló internacional con el dinero que Trujillo le aportaba a manos llenas.

Otro hecho a resaltar es que, con la firma del Concordato entre Trujillo y la Iglesia en el año 1954 —aún vigente—, quedaba legalmente prohibido el divorcio, a pesar de que él cargaba con dos sobre sus espaldas. Ahora bien; pese a los agresivos arranques de celo de doña María, Trujillo tuvo usualmente la osadía de legalizar hijos de otras mujeres. Esto es, que no los dejó en la sombra ni a la ventura por nacer fuera del matrimonio oficial: a Odette (hija de doña Bienvenida, la cual finalmente —aunque tarde— pudo dar a luz, cuando menos una hija); otras dos hijas fueron Bernadette y Elsa Julia, aparte de los que tuvo con su gran amor, Lina Lovatón.

Otra amante conocida fue Olga Rojas, proveniente de una aristocrática familia de Moca. Luego de que Olga concluyera sus estudios en el Colegio Inmaculada Concepción de La Vega, Trujillo se enamoró de ella. La jovencita lo aceptó gustosa, contrariando al parecer a su familia, y se fue a vivir a una suntuosa mansión en Santiago, en cuyos terrenos, tras el ajusticiamiento del Generalísimo, se edificó la urbanización Villa Olga (Dedé Mirabal, Vivas en su Jardín, pág. 51, Ed. Aguilar.) La última amante conocida de Trujillo fue Moni Sánchez. Lo expuesto aquí no quiere decir que era un comportamiento único de Trujillo, que podía cometer todas estas acciones ni de lejos loables, basándose en su poderío político-económico o militar.

Miles de hombres hacen lo mismo día por día, sin ser ni remotamente pichones de tiranos. Simplemente responden a una cultura que les exige ser padrotes, machos que como el gallo de nuestros campos —antes que llegaran las granjas avícolas— esperaba desde el alba, al pie del árbol a que se tiraran las gallinas de las ramas donde habían dormido, para “pisarlas” autoritariamente.

Cuando Robert Crassweller describe a la familia de Trujillo, especialmente a su padre José Trujillo Valdez, desliza una descripción que todavía es aplicable a buena parte del conglomerado dominicano: “Si bien no poseía muchos talentos naturales, tampoco tenía grandes defectos. Esto, sin embargo, debe insertarse en las pautas que regían su medio ambiente. En verdad, fue licencioso hasta un grado extremo….pero esto no era ni desusado ni una cuestión que amenguara la estima de sus vecinos, por más que su esposa se quejara de su extravíos. Acostumbraba a beber demasiado y a bailar por demás en las fiestas del lugar.

También era manifiesta su falta de escrúpulos en los negocios. Sin embargo, taimado y libidinoso como posiblemente era, no podía tachársele de malo en un sentido criminoso y su sincera amabilidad y alegre temperamento le granjearon la estima de muchos” (Trujillo: La trágica aventura del poder personal, pág. 43). En suma, que José Trujillo Valdez era otro “tíguere” más. Por lo demás, naturalmente, ¡ay de la mujer que asumía el mismo comportamiento alegando iguales derechos! Y dígase lo que se quiera ahora, cuando muerto el tirano, muchos de sus más fanáticos seguidores han pasado a ser ardientes anti-trujillistas: en aquella época a muy amplios círculos les agradaba hasta el entusiasmo ese comportamiento del Jefe, “porque ese si es un macho….”

Otra cosa: el escaso acceso a la cultura por parte de las mujeres. Aunque desde la colonia, ha habido mujeres excepcionales (Elvira de Mendoza y Leonor de Ovando poetisa y profesora), y con posterioridad a la Independencia algunas notabilidades (Rosa Duarte con sus Apuntes para la Historia y su sacrificio silencioso; la inmensísima Salomé Ureña, poeta de inspiración, profesora y patriota insigne; Virginia Elena Ortea, narradora sobresaliente, amén de poeta; Ercilia Pepín, educadora y patriota en tiempos de la primera invasión norteamericana y en los primeros años de la ‘Era’ en los que mostró una conducta vertical), lo usual era que la mujer no tuviera una gran cultura, que no asistiera a la universidad, ni participara en la vida política ni cultural.

Atendiendo a esas razones la madre de Minerva Mirabal, en la década de los cincuenta del pasado siglo XX, — “Doña Chea”—, al notar la pasión por los libros de su hija, y su afán por ir a la universidad le advirtió preocupada: “Las mujeres no pueden saber mucho, porque a los hombres no les gustan las mujeres que saben demasiado. ¡Ay, no! Tú has leído todos esos libros…..No, no, hazte de cuenta que no los has leído. Los hombres no se casan con mujeres que saben mucho” (Dedé Mirabal, obra citada, Pág. 69). Otra vez: no se trata de política inmediata, de estar en contra o a favor de Trujillo, sino de un patrón de conducta que data de siglos.

Por igual en la esfera política: en plena colonia hubieron mujeres que no se arredraron y la injusticia las llevó a la insubordinación: cuando todavía Santo Domingo era colonia de España, en agosto de 1812, surgió un movimiento antiesclavista e independentista que, basado sin duda en una interpretación benévola de la Constitución de Cádiz, llevó a un grupo de mulatos y negros a la rebelión. El movimiento se originó en Mendoza, en los alrededores de la Capital. Fueron apresados y la mayoría ejecutados (se les cortaba la cabeza, la cual se colgaba en los caminos como advertencia; a otros se les descuartizaba haciendo que un mulo tirara de sus extremidades, y luego éstas eran fritas en alquitrán). Por cierto, que entre los jueces que los juzgaron estaba Núñez de Cáceres, blanco que como buen funcionario al servicio de la Madre Patria, condenaba a los mulatos y negros que justamente se rebelaban contra su triste y opresiva condición social.

En esa primera rebelión participó una mujer, nombrada tan sólo como María de Jesús, la cual fue condenada a la pena de cincuenta azotes: en su casa habían cenado algunos sublevados y uno de ellos había dormido allí. Al parecer se le consideraba peligrosa, puesto que también se le exigía a su “dueño” que la sacara de la isla (José G. García, citado por Franklin Franco, Historia de las ideas políticas en la República Dominicana, Pág. 24, imp. Amigo Del Hogar).

Al momento de la independencia nos encontramos con Concepción Bona y Hernández y María de Jesús Pina y Benítez, hermana del trinitario Pina, ambas parientes de la esposa del patricio Ramón Mella, María Josefa de Brea y Hernández, quienes confeccionaron la primera bandera dominicana (Vetilio Alfau Durán, 27 de Febrero de 1844, Pág. 114, Ed. Librería La Trinitaria). En las batallas por la independencia sobresalió Juana Saltitopa, llamada así por su ingente actividad. María Trinidad Sánchez, urdió un complot contra el tirano Pedro Santana, a consecuencia del cual murió fusilada exactamente al cumplirse el primer aniversario de la independencia. La primera bandera dominicana que ondeó en el Cibao fue la confeccionada por las señoritas Villa, en La Vega, tan temprano como el 4 de marzo de 1844, es decir, a los pocos días de proclamada la independencia (Vetilio Afau Durán, obra citada, Pág. 75).

Más adelante, y como caso digno de tomarse en cuenta, está la señora Silveria Valdez, una enérgica mulata que tenía una casa de huéspedes en San Cristóbal, desde la cual hacía política local y regional a favor de su político preferido, que lo era Ulises Heureaux —Lilís— el inteligentísimo dictador de finales del siglo XIX. Con uno de sus huéspedes, militar español llegado desde Cuba, tuvo unas relaciones que dejaron un hijo: José Trujillo Valdez, el padre del Generalísimo que años más tarde dividiría la historia dominicana en dos (Robert Crassweller, Trujillo: La trágica aventura del poder personal, pág. 42-3).

Pese a esas y otras pocas excepciones, las mujeres en general no participaban en política ni en la esfera cultural. Por supuesto, no votaban, ni podían ser candidatas. Pudieron hacerlo cuando Trujillo, en una jugada política inteligentísima, en el año 1942 proclamó tal derecho, consignado por la Constitución del 10 de enero de ese año (Hans Paúl Wiese Delgado, Trujillo amado por muchos, odiado por otros, temido por todos, Pág. 35, Tercera Edición, Ed. Letra Gráfica). Otros países nos habían precedido: Estados Unidos en 1920, Inglaterra en 1928, Ecuador un año más tarde, Chile en 1931, Brasil y Cuba en 1934. Otros lo hicieron mucho más tarde: Argentina, México y Venezuela en 1947. Costa Rica en 1949, Perú al año siguiente, Nicaragua en 1955, Colombia y Honduras en el año 1957.

A partir del año 1942 la participación de las mujeres comienza a organizarse y su participación a incrementarse: Isabel Mayer fue la primera senadora; Miladdy Félix de L’official la primera diputada. Minerva Bernardino fue firmante del acta de nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas, fundada en San Francisco, Estados Unidos. Se cae de la mata que tales movimientos le granjearon a Trujillo una sumatoria de voluntades, al tenor de una propaganda apabullante y sistemática. Naturalmente, como uno se divide en dos, también surgió la participación de las mujeres en vía contraria: Minerva Mirabal acabó fundando el movimiento 14 de Junio, acaso la fuente más importante de todo el movimiento político revolucionario dominicano a partir de 1960. Y hubo otras: Asela Morel, Enma Tavárez Justo, Fe Violeta Ortega, Sina Cabral, etc., quienes destacarían no solamente por su rebeldía, sino por sus cualificaciones profesionales.

Por otra parte, un ejemplo que transparenta muy bien el patrón cultural que dominaba a gran parte de nuestras masas, y que Trujillo supo utilizar con gran acierto por mucho tiempo, —hasta el punto de caer acribillado a balazos por practicarlo hasta la temeridad—, lo tenemos en una carta que en enero 24 del año 1934 le envió al teniente Teófilo Mercado como respuesta a unas denuncias que la hermana de éste le revelara acerca de actividades conspirativas en Cuba, donde al parecer residía aquella. Trujillo agradece las informaciones, pero establece que ya las conocía y que carecen de importancia y fundamento en el momento que escribe.

Y concluye: “Además, un Gobierno presidido por un Hombre Macho (las mayúsculas son de Trujillo, nota de JTB) y listo para satisfacer cualquier evento no puede pensarse en tumbarlo con papelitos ni con lengüetazos, y habría que venir a batirse reciamente aquí, cosa que jamás pensaron mis enemigos” (Bernardo Vega, La vida cotidiana dominicana a través del archivo particular del Generalísimo, Pág. 157, Ed. Fundación Cultural Dominicana).

Es decir y una vez más: Trujillo no se hizo solo, por fuertes que hayan sido su voluntad y ambición. Ni tampoco bajó del cielo como los rayos de Zeus caían sobre la Grecia mitológica para castigo de los mortales que lo habían ofendido. Más bien había una determinada organización social, un nivel de conciencia muy específico, una cultura y unas costumbres que reclamaban ese tipo de hombre y líder. Por eso pudo decir en un discurso, refiriéndose al golpe del 23 de febrero que le permitió elevarse al poder, “las miradas de todos los dominicanos se dirigieron hacia mí…”

Que luego muchos, más tarde, se arrepintieran de haberlo apoyado o acompañado y volvieran sobre sus pasos, unos pocos con grandísima dignidad, y los más con un oportunismo rayano en la desvergüenza, es otra historia, la mar de interesante… [Este ensayo forma parte del libro Trujillo: Los Resortes Del Poder, de próxima aparición. José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002.]

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