El discurso del tigre sin rayas ante la dictadura
JOSÉ TOBÍAS BEATO |
El 3 de agosto de 1960, en una jugada política sorpresiva, Trujillo, tratando de evadir responsabilidades en el atentado contra Rómulo Betancourt, nombró presidente a Balaguer.
“Pero ahora quieren libertarnos de quien es precisamente el último de nuestros libertadores: de Trujillo… que nos ha conducido, al través de una serie de batallas ganadas a la pobreza y al intervencionismo extranjero, a nuestra condición actual, que no es la de un país que vive en el regalo y en la opulencia, pero sí la de un pueblo que dispone de recursos propios para acudir con orgullosa dignidad a sus citas presentes y a sus citas futuras con la historia”.
Así se expresaba el doctor Joaquín Balaguer, un mes antes del desembarco glorioso de los muchachos del 14 de Junio de 1959, quienes entrando por Constanza, Maimón y Estero Hondo sacrificaron sus vidas o sufrieron enormes torturas y humillaciones, a fin de que el pueblo dominicano cobrara conciencia de la necesidad de zafarse de las garras de una dictadura que sofocaba su desarrollo, que amenazaba su tranquilidad.
Eso decía quien ya para esas fechas podía soñar con cierta probabilidad de convertirse en el poder, y no ser un mero “muchacho de mandado” que obedeciera a Trujillo, verdadero poder tras el trono. Por eso, columbrando cercano el fin del tirano, que se anunciaba violento, proclamó en el mismo discurso, con voz simuladamente conmovida: “y si cae, sabrá caer como el árbol cuando lo abate el rayo para convertirlo en cenizas, y no como el árbol cuando lo corta el hacha para que sirva de leña ignominiosa. Los hombres como Trujillo, cuando caen, saben caer con las manos en alto, empuñando en ellas el asta en que la bandera nacional despliega orgullosamente a los vientos la augusta grandeza de sus colores inmortales”.
El discurso fue pronunciado en el Estadio Trujillo, luego “Quisqueya”, a raíz de celebrarse el 29 aniversario de la primera elección del General Trujillo como Presidente de la República Dominicana. Se titula “Al cabo de un cuarto de siglo” y puede leerse en La Palabra Encadenada. La cita que acabo de hacer está en la página 186, de la edición del año 1997. También, quien desee percibir el entusiasmo y al mismo tiempo la hipocresía trujillista del inefable doctor, puede verla y oírla en El poder del Jefe III del realizador cinematográfico René Fortunato.
Desde aquella época comenzó Balaguer a pensar en el panegírico fúnebre que pronunciaría supuestamente dolido ante el cadáver del dictador: “Querido Jefe: hasta luego. Tus hijos espirituales, veteranos de las campañas que libraste durante más de treinta años para engrandecer la República y estabilizar el Estado, miraremos hacia tu sepulcro como hacia un símbolo enhiesto y no omitiremos medios para impedir que se extinga la llama que tú encendiste en los altares de la República y en el alma de todos los dominicanos”. Así dijo dos años más tarde en el entierro del hombre fuerte dominicano, el 2 de junio de 1961, en la Iglesia Parroquial de San Cristóbal. Algunos aseguran que el doctor dictó de memoria la pieza oratoria, señal de que llevaba tiempo hilvanándola.
Claro, en 1959 para no ser tragado por las circunstancias, como le había sucedido hacía poco a su amigo Anselmo Paulino Álvarez, hombre sin duda alguna talentoso, cuyas habilidades Trujillo había aprovechado para la expansión de su ambicioso plan industrial, pero que no obstante ello fue a parar —aunque por breve tiempo— con todo su voluminoso cuerpo a las celdas de “La Victoria”, preso y multado de forma sorpresiva, por un Trujillo ya del todo paranoico. Balaguer tenía que extremar precauciones, pues Trujillo no vacilaba para exterminar físicamente a todo aquel que estimara un peligro o una posible competencia por el poder. Eso lo sabía Balaguer de sobra. Pero por si tenía alguna duda, vería dos meses después de su célebre discurso, el 17 de Julio de 1959, el cadáver carbonizado de su otro amigo de tertulias literarias e históricas, el del escritor Marrero Aristy y su chofer Juan Concepción, derrumbados desde las frías lomas de Constanza, en un accidente claramente simulado.
La caída de Paulino en desgracia le abrió el campo a sus rivales en la intriga, Paíno Pichardo y al astuto don Cucho Álvarez Pina. Este último, para cimentar su prestigio ante Trujillo le sugirió la creación de la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre, hermoso complejo de edificios que todavía el país —de pura chepa conserva sin que lo hayan derrumbado o convertido en vertedero. (Balaguer mismo ordenó la destrucción de la residencia de Trujillo y de la cárcel llamada “La Cuarenta” persiguiendo claros fines políticos) —. Otras residencias del Jefe, hoteles y hasta hospitales pasaron a convertirse en villorrios. Parte del complejo que otrora se llamó Palacio Radio Televisión Dominicana —levantado por Petán Trujillo— fue convertido en cine al aire libre, y fue conocido popular y muy apropiadamente como “el gallinero”. Hoy, creo que hay allí un parqueo. Nuestra actitud ante la historia y la cultura —que por crueles y duras que sean son eso, cosas que han de conservarse como ejemplo en mal o en bien, fuente de sabiduría, de belleza y hasta de recursos económicos— pero nuestra actitud, repito, no dista mucho de la de los talibanes afganos.
Pues bien. La construcción de la Feria dio paso al levantamiento del lujoso hotel “El Embajador”, luego vendido también por el Estado, en la fiesta de derroche que siguió tras la eliminación de la dictadura, de lo que tanto costó construir con dinero, con abundante sangre derramada y la pérdida de libertades. También estaba el teatro al aire libre “Agua y Luz”, cuyo destino actual en verdad ignoro, aunque supongo. Tal hicieron, pues, los sustitutos de Paulino —“Ojo de Vidrio” —en las preferencias del Jefe.
Por otro lado, la muerte de Marrero Aristy cimentó el poder de una figura siniestra, que perdería definitivamente a Trujillo: Johnny Abbes García, jefe del temido Servicio de Inteligencia Militar, enemigo acérrimo del doctor Balaguer. Todo el proceder de Balaguer en esos años peligrosos evidencia que el hombre era frío y calculador, y que tenía sin duda un plan para quedarse en el poder y con el poder. Sabía de la conspiración contra su jefe; por lo menos algunos de los complotados lo habían enterado, y eventualmente contaban con él. Parte de los dardos venenosos del discurso fúnebre fueron dirigidos contra Abbes García, el cual, sin hallar cómo justificar ante el hijo (Ramfis) y la esposa de Trujillo la muerte del Generalísimo, se encontró acorralado, irremisiblemente perdido.
Mientras tanto, a Balaguer le tocó hacer el papel del tonto —hacerse “el pendejo”, en el vocabulario corriente dominicano—, aunque al parecer nunca llegó al punto al que se vio precisado llegar el célebre monarca David, para salvar la vida antes de ser rey cuando huía precisamente de su propio rey israelita, de Saúl que le envidiaba. Tuvo que buscar refugio donde el rey Aquís, rey filisteo de Gat, enemigos naturales de los hebreos, ascendientes de los actuales palestinos. Ante aquél, para pasar por individuo no peligroso se hizo el loco y comenzó a escribir garabatos en las puertas, dejando que la saliva le corriera por la barba (1 Samuel 21.12-14). Pues bien, Balaguer, al hacerse el cándido, se hizo partidario de algo que Ortega y Gasset llamó “Compartimientos estancos”, concepto que utilizó para explicar el particularismo que impedía a España vertebrarse en una sola nación unida por un proyecto de vida futura mejor. En el Estado se crean tales compartimientos: un departamento ignora los demás; el jefe del Estado se hace como el que no ve lo que hacen sus subordinados. Se crean paredes virtuales de separación e ignorancia del entorno. Siguiendo el ejemplo del doctor Balaguer es que tenemos una República en crisis, minadas sus principales instituciones por el narcotráfico y la delincuencia común. Pero ese es otro asunto.
Mientras tanto, sigamos con los pasos de Balaguer. Éste, nadando en aguas peligrosas, saturadas de tiburones con dientes afilados urgidos de sangre, se dedicó a estimular los instintos de macho que sabía en Trujillo bien plantados, y con la astucia de la serpiente se propuso exponerlos a flor de piel. Por eso en el discurso comentado, en su parte media, sin que nadie lo esperara, repentinamente pronuncia unas frases que en las imágenes del documental citado, claramente se ve que sobresaltaron a doña María, la siempre alerta esposa de Trujillo: “Sean cuales sean las sorpresas que el porvenir nos reserve, podemos hallarnos seguros de que el mundo podrá ver a Trujillo muerto pero no prófugo como Batista, ni fugitivo como Pérez Jiménez, ni sentado ante las barras de un tribunal como Rojas Pinilla. El estadista dominicano es, afortunadamente……hombre de otra moral y de otra estirpe….” (Pág. 186 de la obra citada.)
Trujillo, que solía inspeccionar el país solo, acompañado únicamente por su chofer, en los últimos meses de vida exageró tal comportamiento. Así, en abril del 1961 —es decir, pocas semanas antes de su muerte a tiros—, en la ciudad de Puerto Plata donde estaba advertido de que mucha gente le adversaba y esperaba no con ánimos de bienvenida, luego de un baile en el Club del Comercio, se retiró a las cinco de la mañana a realizar su habitual caminata de ejercicios. Le dio cinco vueltas al parque de la ciudad, acompañado por Virgilio Álvarez Pina, don Payo Ginebra, Danilo Brugal y otros. Previamente le había ordenado al entonces coronel Marco Jorge Moreno que retirara la escolta del ambiente. Y a puro pecho se internó en el corazón de Puerto Plata (Víctor Gómez Bergés, Balaguer y Yo: La Historia, tomo I, pág. 142).
A Johnny Abbes Trujillo le ordenó casi a gritos que retirara toda escolta en su camino hacia San Cristóbal. Las comunicaciones en la época eran mantenidas por los organismos de seguridad del Estado y las Fuerzas Armadas mediante un sistema de comunicaciones “denominado red de alto nivel en la banda FM de dos metros (144.0-146.0 MHZ con frecuencia abierta, donde se oía y reportaba la presencia de Rafael Leónidas Trujillo Molina en sus desplazamientos por las calles y avenidas” (José Miguel Soto Jiménez, Malfiní: Radiografía de un Magnicidio, pág. 52). La noche del complot —30 de mayo de 1961—, el chofer de Trujillo no “reportó el incidente ni pidió apoyo durante la acción, ya que Rafael L. Trujillo mandaba a apagar el radio de comunicaciones desde que abordaba el vehículo”, añade el ex general Soto Jiménez en la misma obra y página.
Eso sí, en lo que llegaba el desenlace esperado, Balaguer se impuso el deber de obedecer lealmente, sin importarle para nada de qué lado estaba la justicia o la razón, que lo suyo era simplemente hacerse con el poder y luego sostenerlo con la misma tenacidad que aprendió al lado de Trujillo.
El 3 de agosto de 1960, en una jugada política sorpresiva, Trujillo, tratando de evadir responsabilidades en el atentado contra el presidente de Venezuela Rómulo Betancourt y desligar a su familia del poder, nombró presidente a Balaguer. Sin embargo, no engañó a nadie con ello. Entraba por la puerta principal del Palacio de gobierno y visitaba de manera protocolar al presidente títere, en presencia de la prensa y de diplomáticos. Se marchaba tan pomposamente como había llegado, y luego entraba por la puerta de atrás nuevamente, para ocupar su oficina de siempre, desde la que controlaba al país y a sus gentes.
Bajo la presidencia de Balaguer, en noviembre 25, ocurrió el crimen de las hermanas Mirabal y de su chofer Rufino de la Cruz. Como en el futuro haría tantas veces, Balaguer se hizo el que no sabía nada. Ni protestó y mucho menos renunció.
No solamente eso, sino que autorizó a que parte del patrimonio de esa familia pasara a las manos de uno de sus matadores, el jefe del Servicio de Inteligencia Militar de Santiago, el teniente Alicinio Peña Rivera, con el concurso del director de Rentas Internas y Bienes Nacionales, señor José A. Quezada (Francisco Rodríguez de León, Balaguer y Trujillo, Págs. 315-6, 1996).
Pese a las advertencias de que Ramfis Trujillo mataría a los sobrevivientes de la gesta del 30 de Mayo, no hizo nada para evitarlo. De ese modo se libraba de posibles competidores, o de algunos que podían serle muy, pero que muy incómodos por su decisión y arrojo, como Pedro Livio Cedeño, Huáscar Tejeda, y particularmente, el experimentado político Modesto Díaz.
Despidió al asesino en su huída hacia Europa con un cortés “Tenga un buen viaje y que descanse, General” (Francisco Rodríguez, obra cit., Pág. 444), y al país le montó un teatro de consternación. De modo que Balaguer, junto a su amigo y conspirador de oficio, Rafael Vidal, estuvo con Trujillo en el golpe contra Horacio Vásquez. Treinta años después estuvo en el complot contra Trujillo, nuevamente junto a Vidal, protegido por las sombras. En los dos momentos, luego de beneficiarse, se volvió contra sus antiguos camaradas. En ambos casos, simplemente dejando hacer a los criminales. Pero él, residente eterno de los compartimientos estancos no sabía nada……… ¡Ay, ay! ¡Pobre hombre, tan inocente!
José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002.