sábado, 22 de mayo de 2010

ALEMANIA, CULTURA Y EL ORIGEN HISTORICO DE ADOLFO HITLER

Alemania, cultura y el origen historico de Hitler
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José Tobías Beato | El Tratado de Versalles explica en gran parte el surgimiento de Hitler. Un ejemplo muy concreto de que el severo aislamiento de un país, no produce los efectos deseados, sino usualmente los contrarios.


Estudiando el surgimiento del nazismo y extendiendo obligatoriamente el radio hacia la historia de Alemania, en un renovado afán de comprender, no puede uno sino quedar admirado del pueblo alemán, creador de una cultura poderosa al tiempo que refinada. Su aporte es uno de los pilares de la civilización moderna. Enumero sucintamente algunas de sus contribuciones en los últimos siglos, a sabiendas de que dejo fuera miles de hechos y hombres dignos de estudio. Lo que presento no es más que un vistazo, con el propósito de buscar luego razones que expliquen algunos fenómenos aparentemente inesperados de esa sociedad extraordinaria. De modo que la intención no es, en ningún caso, hacer erudición como el lector de noticias que presenta montones de hechos sin que le preocupe encontrar el hilo conductor que los enlaza y explica.

El pensamiento de los últimos tres siglos está dominado por Kant y sus teorías sobre los límites de la razón y sus consideraciones acerca de las condiciones de la paz mundial. Por el emperador del pensamiento, Hegel, el cual nos ha enseñado a todos, con su dialéctica implacablemente racional, a ver los hechos cotidianos en su perspectiva histórica. Así, por ejemplo, mientras su contemporáneo Fichte preparaba sus “Discursos a la Nación Alemana”, que contribuyeron en forma notable a la formación de la conciencia nacional germana, luego de la derrota prusiana de 1806 por las tropas napoleónicas en Jena; Hegel, por el contrario, desde su cuarto de estudio columbraba la historia, y oteando en la distancia veía en Napoleón un fenómeno más universal: el espíritu de la libertad a caballo, el fin del feudalismo. Y en la existencia o no del Estado como cúspide de una sociedad determinada, establecía la diferencia entre la civilización y la barbarie.

También hizo sus aportes Karl Marx con su exigencia de que la teoría fuera no simplemente instrumento de análisis, sino promotora del cambio social revolucionario. Y en base a un análisis pormenorizado de la sociedad que le tocó vivir, concluyó en la necesidad de la eliminación de la propiedad privada, fundamento del antagonismo de las clases sociales y del Estado como organismo exclusivamente coercitivo. Objeto: crear una sociedad nueva en la que cada uno aportaría conforme a su capacidad y recibiría de acuerdo a sus necesidades. Y apareció la utopía con millones en pro, y otros tantos en contra. No tenemos que estar de acuerdo necesariamente con su diagnóstico ni con su terapia social. Pero lo cierto es que, conjuntamente con estas ideas hay una serie de planteamientos sobre la filosofía de la historia y de orden metodológico, que hacen de sus ideas piedra con la que hay que tropezar necesariamente en el camino. Ahora bien; frente a Marx, el sociólogo Max Weber, tal vez el más importante del siglo XX, y uno de los adversarios más fuertes que a nivel teórico tuvo el marxismo, mostrando que si bien hay ciertamente una relación causa-efecto en la historia, ésta no se limita al aspecto económico.

A seguidas topamos con Nietzsche y su demanda de renovación de los valores, de la cultura puesta al servicio de la vida, aunque con su nihilismo daría pie al surgimiento del nazismo, con su crítica del supuesto envilecimiento cristiano, su desprecio olímpico de las masas y la definición del nuevo hombre como superhombre, en el cual lo esencial sería la ‘voluntad de poder’. Por eso Hitler diría más tarde: “No es el Estado quien nos ordena, somos nosotros quienes ordenamos al Estado.” Finalmente, nos encontramos con el filósofo existencialista Heidegger, al principio pronazi, quien desarrolló, paralelamente a Karl Jaspers —éste fue aislado por los nazis, por ser judía su mujer— un sistema de pensamiento que buscaba armonizar mitos, religión y ciencia. Jaspers se ocupó de reflexionar metódicamente sobre la teoría de la culpa alemana en el caso del surgimiento y apoyo del nazismo.

En Matemáticas bastaría citar a Gauss y Riemann, que terminaron con el imperio de más de dos mil años de Euclides en la Geometría, y cuyos aportes son la base de la Física teórica de hoy. Ésta, a su vez, sin los trabajos de Planck, creador de la esencial teoría cuántica, Einstein con su Teoría de la Relatividad y Heisenberg con su principio de incertidumbre que tanta influencia ha tenido no solamente en Física, sino en la filosofía del siglo XX, estaríamos aún entre Newton y Laplace. No puede dejarse de mencionar a Hertz, cuyas teorías y experimentos electromagnéticos condujeron a la invención del telégrafo, la radio y eventualmente al de la televisión y el teléfono. Sin los trabajos de todos ellos, no conoceríamos los horrores de la bomba atómica, pero tampoco de la alternativa futura de los viajes espaciales, ni el prodigio del horno de microondas, ni supiéramos de las bondades de la tecnología láser.

De frente nos encontramos con la contribución germana en el arte musical. Ellos tienen entre los suyos a quienes sin duda son la cúspide en la historia del supremo componer: Bach con sus Conciertos de Brandeburgo, el Clave bien temperado o sus fugas. Beethoven con sus insuperables sinfonías, sus conciertos para piano y violín, y sus cuartetos, que siempre dan lugar a interpretaciones de corte filosófico. Brahms, el custodio de la llama clásica, uno de los grandes sinfonistas de todos los tiempos. Wagner, con sus óperas centradas en los mitos arios y su antisemitismo como ensayista, con las que contribuyó en forma notoria a preparar el ambiente que le permitiría al nazismo prosperar.



Para los fines de este resumen debemos incluir a los siguientes austríacos, por ser germanos de pura cepa: el ‘padre’ del cuarteto y la sinfonía, Haydn, un hombre que desarrolló lo mejor de su talento cuando era ya un viejo. Mozart, acaso el más grande de los músicos llamados “clásicos” con sus óperas Don Juan y la Flauta Mágica, sinfonías y conciertos para piano y orquesta, y más que todo, el Requiem, obra de belleza estremecedora, acaso porque sabía que la muerte le rondaba y a fin de cuentas lloraba por sí mismo (murió componiendo precisamente el Lacrimosa). Schubert, aunque conocido por sus lieders o canciones, fue un sinfonista de talla; dejó inconclusa una sinfonía y muchísimas obras más, porque fue brevísima su vida truncada por el tifus. Cerrando el ciclo, Mahler, música de las profundidades del alma, donde se originan las neurosis.

Lo mismo puede decirse de sus pintores —Kirchner, Franz Marc por sólo citar dos— y literatos que dejando fuera a Goethe, Schiller o Herder, incluyen alturas como Bertold Brecht, con su teatro dirigido a combatir la pasividad y a promover la reflexión crítica. Heinrich Boll —un católico que se atrevió a criticar a su iglesia, el consumismo de la nueva sociedad y el vacío espiritual de la postguerra—. Coincidiendo en la crítica, Günter Grass y su célebre Tambor de hojalata. Antes, Lou Andreas-Salomé, belleza femenina en cuya obra sobresale una mezcla de psiquiatría, religión y sexo; Thomas Mann, literatura construida sobre la base de ironizar sobre el conflicto intelectual. Pero si la patria de un escritor es la lengua que habla, deberíamos incluir a Franz Kafka con su Proceso y Metamorfosis, a Rilke y a los psiquiatras Freud y Jung, creadores de una nueva rama de la ciencia: el Psicoanálisis, que pone en evidencia la existencia de fuerzas ocultas amorales en el reino subterráneo de la mente, cuya represión puede originar neurosis.

Por otro lado, ni hablar de la importancia que la industria alemana tiene en el mundo de hoy. Desde la creación del fármaco más popular, la llamada “píldora de la juventud”, la aspirina, sintetizada por Félix Hoffman, y la sulfamida, potente quimioterápico, eliminador de gérmenes nocivos, descubierto por Gehard Domagk y otras contribuciones que los ponen al frente de una creativa y poderosa industria farmacéutica; pasando por los V-2 y el misil teledirigido, creación de Von Braun, el hombre clave del programa espacial americano. Su excelente industria automovilística es símbolo de prestigio: Mercedes Benz, Karl Benz puede considerarse el primero que unió carrocería y el motor de gasolina, el de su socio Daimler, que había inventado en las postrimerías del siglo XIX, el mejor de los motores. Ferdinand Porsche, iniciador de los famosos carros deportivos, fue también el primero en diseñar el coche con el motor trasero, que luego originaría, bajo el nazismo, el célebre escarabajo de la Volkswagen (“auto del pueblo”).

Pero aparte de todo eso está el renacer alemán tras dos guerras mundiales, pese a cruelísimas condiciones impuestas por los ganadores. Miles de kilómetros de carreteras construídos en breves años; puentes, rieles y trenes. Hospitales, museos e institutos de investigación o creatividad artística. Tras la primera guerra mundial la industria y agricultura alemanas se hicieron autosuficientes usando para ello el poder de la ciencia y de la tecnología. Asombrados, pues, de este pueblo culto que ha podido crear a lo largo de los siglos todas estas maravillas, preguntamos: ¿Cómo pudo surgir un Hitler truculento, convirtiéndose en pocos años en el árbitro absoluto de esa gran nación? El Tratado de Versalles explica en gran parte el surgimiento de Hitler.

Un ejemplo muy concreto de que el severo aislamiento de un país, sometido al ahogamiento económico por indemnizaciones muy por encima de sus reales condiciones de pago, mutilado su territorio, no produce los efectos deseados, sino usualmente los contrarios. Ese tratado le prohibió a Alemania el rearme, le quitó territorios, y desató una hiperinflación que para hacer cambio de moneda había que andar con una carretilla o con un vagón detrás. Y no es una imagen jocosa: un dólar llegó a valer varios billones de marcos.

Por otra parte, tras la derrota en la primera guerra mundial, mientras la población alemana sufría grandes trabajos, el emperador Guillermo II, uno de los responsables directos del conflicto, huyó a los Países Bajos donde vivió tranquilamente en el Castillo de Doom; enviudó, volvió a casarse y cuando murió más de dos décadas después de los trágicos hechos que contribuó a desatar, Hitler le tributó honores militares. El vacío de poder lo ocupó el Partido Socialdemócrata Alemán, con Friedrich Ebert a la cabeza. Era noviembre de 1918.

Este partido, con un programa relativamente conservador —en el momento abogaba por una monarquía de régimen parlamentario, había pedido inúltimente tiempo atrás el cese de la guerra y propuesto un plan de paz, de ahí parte de su popularidad— debía enfrentarse a dificultades gigantescas, inauguró la República de Weimar que concluyó justo con el ascenso al poder del Führer. Mientras, se dieron una constitución democrático liberal, uno de cuyos redactores fue Max Weber, y tuvo que oponerse a varias rebeliones.

La primera fue la de los ‘espartaquistas’, tan pronto como en enero de 1919 encabezados por Karl Liebknecht y, sobre todo, por Rosa Luxemburgo, destacada intelectual marxista, aunque discrepaba del régimen centralizado de los bolcheviques, proponiendo a su vez uno con mayor participación de las organizaciones populares. Con independencia de ello, ambos fueron fusilados. La ultra derecha, por su parte, intentó dos golpes (putsch): uno dirigido por Wolfgang Kapp en marzo de 1920, que tras un aparente triunfo, tuvo que huir sacudido por masivas huelgas obreras. Inspirado en éste, lo intentó Hitler en Munich el 8 de noviembre de 1923, pero fue apresado y enviado a la cárcel, donde se dedicó a escribir Meinf Kampf, la obra que sintetiza su ideario.

Nótese bien la diferencia de trato: los espartaquistas fueron inmediatamente fusilados sin contemplaciones, Kapp y Hitler simplemente detenidos. La razón es que los industriales alemanes y los terratenientes prusianos (junkers), y los partidos como el del católico Von Papen, en lugar de apuntalar el tímido régimen socialdemócrata que tenían y abocarse a reformas por lentas que fuesen, veían en la izquierda un diablo de muy largos colmillos y cachos afilados que los llenaban de espanto. Por eso terminaron entregándole el poder a Hitler, para que la contuviese drásticamente. Una vez estuvo Hitler en el poder, Von Papen viajó a Roma, para tranquilizar a su nuevo monstruo, donde firmó un concordato que armonizaba las relaciones de la Iglesia con los nazis.

De este lado del mundo, creo haber leído que el Senado de Estados Unidos se negó a ratificar el Tratado de Versalles. Habría que confirmar el dato. Lo seguro si fue que, pasados unos años, en 1924, el gobierno norteamericano formuló el “Plan Dawes” —por ser Charles Dawes quien lo encabezara, el mismo que años más tarde visitaría República Dominicana, en tiempos de Horacio Vásquez, y que criticó los manejos financieros de Trujillo al frente del ejército, crítica a la que el presidente Horacio lamentablemente no hizo caso, para terminar luego derribado por Trujillo en uno de los golpes de Estado más astutamente planificados de la historia—.

En fin, que el Plan Dawes le quitaba presión al gobierno alemán, haciendo los pagos de las amortizaciones de la deuda más reales, y sobre todo, facilitándole adquirir créditos en el extranjero, principalmente claro, en los propios Estados Unidos. Así las cosas, la economía alemana comenzaba progresivamente a mejorar, cuando en eso se presentó la depresión económica de 1929, cuyo epicentro fue Estados Unidos, pero que como un gigantesco huracán barrió con sus vientos terribles la economía mundial. Fue el gran momento de Hitler: “ Queréis saber quiénes son los culpables de vuestro desempleo, los culpables de esta crisis sin igual? Son los judíos y los comunistas que encabezan una conspiración mundial”.

Definitivamente, no todo queda explicado por el humillante Tratado de Versalles. Al parecer, en cualquier pueblo, sin importar sus tradiciones y grado de cultura, cuando aparece un demagogo brillante, disfrazado de salvador, asistido por publicistas e intelectuales de la misma camada, que mezclando simpatía y determinación, manipule para sus fines siniestros los temores, mitos y creencias del conglomerado que le oye o sigue, puede entonces adueñarse del poder, contra toda razón o justicia. ¡Ah, lo irracional, el mito y el miedo, que bajo determinadas condiciones pueden llegar a prevalecer sobre toda cordura, ciencia o razonamiento! [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002

NAPOLEON, TOUSSAINT Y LA REVOLUCION FRANCESA

Napoleón, Toussaint y la revolución francesa

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Toussaint nació esclavo en una plantación en Bréda, cerca de lo que hoy es Cabo Haitiano, probablemente en 1743. Su amo, admirado de su inteligencia, lo instruyó en francés y le permitió una autoeducación que le hizo admirar a Julio César y a Alejandro el Grande.

Por José Tobías Beato

“Toda persona, cualquiera que sea su color, será admitida a todos los empleos…..“No existe otra distinción que la de las virtudes y los talentos.” Tales declaraciones son parte del artículo cuarto de la primera constitución latinoamericana, la cual en su ordinal tres ya había proclamado que “la servidumbre queda abolida para siempre; todos sus habitantes nacen, viven y mueren libres y franceses”. Franceses porque tal constitución había sido redactada el 9 de mayo de 1801 en Puerto Príncipe, capital de la república que luego sería llamada Haití.

Redactada bajo la dirección del primero de los negros, Francois-Dominique Toussaint. Estuvo vigente por escaso tiempo, porque el primero de los blancos de esa época, Napoleón Bonaparte, se cruzó en el camino para impedir su aplicación.

Esa primera constitución latinoamericana nació bajo la influencia directa de la Revolución Francesa. Una revolución que intentó por vez primera cambiar las instituciones económicas y sociales y hasta la naturaleza humana, mediante la acción política. Una revolución largamente gestada en el tiempo por los abusos de las clases dirigentes que cargaban de impuestos al pueblo trabajador, mientras que ellas mismas se eximían de todo recargo y llevaban una vida de lujo y ostentación.

En su rivalidad con los ingleses, Francia había apoyado con armas, dinero y hombres a la naciente república estadounidense, lo que llevó el tesoro francés a la bancarrota, en un momento en el que éste no se había recuperado de la llamada guerra de los “siete años” con la misma Inglaterra, en la que había perdido enormes territorios como Canadá y casi todo su imperio en América del Norte; y aunque Francia había logrado quedarse con sus posesiones en la India, estaba militarmente restringida.

No debe olvidarse que gran parte del bienestar de que disfrutaban las clases dirigentes francesas, reposaba en el trabajo esclavo de sus colonias, particularmente del llamado ‘Santo Domingo’ francés de la Hispaniola.

La Revolución Francesa, iniciada en 1789 se mantuvo hasta 1799 cuando Napoleón dio el golpe del 18 de Brumario según el nuevo calendario creado por la revolución para oponerse al cristianismo que hacía del nacimiento de Jesús el centro del tiempo; para los revolucionarios franceses, el tiempo comenzaba a contarse a partir de 1792 con el derrocamiento de la monarquía; ese era el año uno. Así, Brumario correspondía a noviembre, ya que los meses eran nombrados por las estaciones y las condiciones de la naturaleza. Julio era Termidor, abril, Floreal. Estos meses eran de tres semanas, y éstas tenían diez días, de modo que no hubiera domingos.

La sociedad francesa, de unos veintiséis millones de personas —Francia era al momento el país más extenso y poblado de Europa— estaba constituida por los llamados tres estados. El primero era el clero católico, el segundo la nobleza y el tercer estado todos los demás: campesinos, obreros, tenderos, intelectuales; una larga fila, en fin de estamentos, pero que eran efectivamente el noventa y siete por ciento de la población. Una población sin movilidad social, pues el nacimiento, la cuna, determinaba todo lo demás.

El que nació hijo de duque, sería duque por siempre y para él los privilegios y los derechos y todos sus actos serían moralmente nobles, sinónimo de buenos. El que nació hijo de zapatero, de hacer zapatos no pasaría y sobre él los deberes y las cargas impositivas y sus actos moralmente infames o cosa de villanos (pues de un habitante de villa no podía salir nada bueno).

Mientras tanto, un movimiento filosófico que promovía la ciencia, el conocimiento como senda de luz con infinitas posibilidades; que hacía énfasis en pensar por uno mismo, poniendo en tela de juicio las creencias recibidas, entre ellas el supuesto derecho divino de los reyes, las antiguas teorías provenientes de Aristóteles y hasta la Biblia misma. Un movimiento que sometía a crítica el estilo de vida de los nobles y de la Iglesia, entre otros espinosos asuntos: es la “Ilustración” de Voltaire y Rousseau, de Thomas Paine y David Hume, de Diderot y Kant; de Godwin, Benjamín Franklin, Thomas Jefferson; de los españoles, Jovellanos, Pedro Pablo Abarca —conde de Aranda—, Feijoo, y del argentino Mariano Moreno, entre otros.

No es un movimiento de ideas homogéneas; algunos ni siquiera son filósofos originales, sino divulgadores de ideas.

PADRES DE LA PATRIA., REPUBLICA O DICTADURA

Padres de la patria: República o dictadura

Muchos cubanos prefirieron el exilio, cientos de éstos fueron a parar a República Dominicana, donde fundaron las primeras industrias capitalistas, los modernos ingenios de azúcar.

Por José Tobías Beato

En 1878 había terminado en Cuba la llamada “guerra de los diez años”. Los españoles – que recién inauguraban el régimen canovista de la Restauración: propiedad, monarquía, alternabilidad en el poder de conservadores y liberales, caciquismo como forma de evitar el sufragio universal – ofrecieron la paz, la “Paz de Zanjón” (Camagüey). Y aunque dicha paz, gestionada por el general Arsenio Martínez Campos, garantizaba la amnistía de los presos políticos y un limitado régimen de derechos, muchos cubanos prefirieron el exilio. Cientos de éstos fueron a parar a República Dominicana, donde fundaron las primeras industrias capitalistas, los modernos ingenios de azúcar; contribuyeron en forma notable al desarrollo de la ganadería y la agricultura dominicanas, favoreciendo con frecuencia la causa de los liberales (el partido azul, de Luperón y Meriño; aunque también de Lilís, el astuto dictador).

Otros retornaron a su patria, entre ellos Martí. Lo cierto y verdadero fue que al año de aquella paz, Maceo, Guillermo Moncal y Quintín Banderas se alzaron nuevamente en la que fue denominada “guerra chiquita”. Martí, casi al mes de estos acontecimientos, el 17 de septiembre de 1879, fue detenido y desterrado a España: “Todavía ando por Madrid, viendo de paso cómo se matan los albañiles…….” diría luego. También fue cierto y verdadero que de esa guerra, – Maceo, Quintín Banderas y Máximo Gómez – surgieron como militares salidos del mero pueblo, no de la élite. Pese a ello tenían reservas sobre el porvenir de lo que había sido la república en armas, en la que hubo presidente y asamblea que deliberó sobre todas las cosas. A juicio de Maceo y de Gómez, eso había sido un error, pues atentaba contra la unidad. En los hechos, eran partidarios de un gobierno militar. Son muchos los que hoy los justifican, por eso deberían quedarse callados sobre la hora presente de su patria.

Como en casi toda Hispanoamérica, bajo la excusa de la lucha por la independencia, un gobierno autoritario, una satrapía: un poder de hecho ilimitado, acaso una tiranía igual de injusta y cruel, en ambos casos con excesivo uso de la fuerza. No concebían una unidad popular voluntarizada tras el bienestar y la distribución justa de la riqueza, cristalizando en una república, que frenando la arbitrariedad latente que conlleva todo poder, mediante su división y alternativas organizativas múltiples y a todo nivel, fomentara el florecimiento de ciudadanos sujetos de derechos, pero también con deberes. Y eso es importante tomarlo en cuenta para explicarse el rompimiento que vendría más tarde.

En 1880, Martí llegó a Nueva York. Vivió en Estados Unidos casi hasta la hora de su muerte. Entre otras cosas, hizo traducciones para sobrevivir. Asimiló la cultura norteamericana: el concepto de una nueva literatura para un continente nuevo. Valoró grandemente a sus escritores. Gustó y difundió en sus artículos las ideas de Emerson y su grupo de trascendentalistas que incluía a Thoreau (“Walden”, “Desobediencia Civil”), y a Louise May Alcott (“Mujercitas”) por tan sólo citar dos nombres gloriosos: lucha contra la esclavitud, espíritu abierto opuesto a toda teología dogmática o ritualismo estrecho, promoción del examen de conciencia, creencia de que lo divino impregna todo cuanto existe; por consiguiente un sentimiento casi religioso hacia la naturaleza y la belleza. Confianza en un individuo nuevo tal que “nadie sino él sabe lo que puede hacer, ni lo sabe siquiera hasta que lo intenta”, como bien dijera el buen filósofo de Boston en su ensayo sobre la “Autoconfianza”.

Vivió el problema de la reconstrucción tras la guerra civil, el problema de los negros, el abuso contra los indios, los prejuicios contra los inmigrantes. Apreció la importancia de la reforestación, de la electricidad y otros inventos. Y, sobre todo, estimó en mucho la democracia. También se dio cuenta, naturalmente, del espasmo imperial americano. Le escribió a Gonzalo de Quesada el 14 de diciembre de 1889: “Sobre nuestras tierras, Gonzalo, hay otro plan más tenebroso que lo que hasta ahora conocemos, y es el inicuo de forzar a la isla, de precipitarla a la guerra, para tener pretexto de intervenir en ella y con el crédito de mediador y garantizador, quedarse con ella. Cosa más cobarde no hay en los anales de los pueblos libres, ni maldad más fría. ¿Morir para dar pie en que levantarse a estas gentes que nos empujan a la muerte para su beneficio?”

Así sucedió. España perdió a Cuba, también a Puerto Rico quedando bajo intervención y dominio americano. Muerto el apóstol, ocupó su puesto de delegado del Partido Revolucionario Cubano, Estrada Palma, que había sido reclutado por Martí en Estados Unidos. Su elección fue a todas luces un error. En eso coinciden los mejores historiadores de ambos bandos. Pero, este es otro tema, apasionante y esencial, digno de que se trate en otra ocasión aparte…..mientras, volvamos al Martí de 1884. En ese año, Flor Crombet, antiguo mambí, hizo contacto con Martí en Nueva York. Se ofreció como mensajero para contactar a Maceo y a Máximo Gómez que al momento vivían en Centroamérica. El apóstol, que estimaba a estos hombres como imprescindibles para coronar con éxito toda acción contra la España colonial, saltó de alegría. De inmediato le escribió una carta al generalísimo Gómez. En ella establecía que aunque el clima no era el más apropiado para una insurrección, era del todo necesario trazar planes para tal fin.



Y se reunieron en Nueva York; discutieron. Martí creía que no bastaba que dos generales llegaran a Cuba para que el pueblo se les uniera. Sostenía que había que trazar un plan y sobre todo, suministrar una visión que hiciera que los hombres fueran capaces de ofrendar sus vidas: algo por lo que morir valdría la pena. Y ese algo no podía ser otra cosa que la creación de una nación que permitiera la movilidad y la justicia social, el progreso, la distribución de la riqueza, la libertad; que garantizara derechos y deberes, con independencia de si se era rico o pobre, negro o blanco.

Pero tales cosas solamente pueden alcanzarse en una república basada en instituciones que garanticen la democracia participativa, en el terreno político, pero también en el económico y social. A fin de cuentas, la lucha por ser independientes debe ser ligada a la lucha por la mejoría general de la vida, pues de lo contrario la primera pierde su sentido. Pero los generales no hablaban en esos términos…

Gómez comenzó a asignar funciones y tareas. A Martí le ordenó pequeñeces. El apóstol le reclamó, pero el general se limitó a decirle que simplemente obedeciera. Martí se tomó dos días para pensar, pasados los cuales tomó la pluma y le dirigió una misiva al generalísimo Gómez. La carta lleva fecha de 20 de octubre de 1884. En ella establecía con claridad meridiana que la lucha contra una tiranía no valía la pena si se intuía que tras ella vendría tiranía nueva, con otros nombres y otros hombres. Es claro que Martí conocía muy bien el caso de Napoleón. De cómo este general tomó la lucha del pueblo francés por sus derechos sociales, políticos y económicos, para instaurar su dictadura personal y finalmente declararse emperador: mataron reyes y nobles para terminar instaurando nueva nobleza tirana. Conocía el caso dominicano; el destino de Duarte, y cómo la mayoría de sus seguidores trinitarios pactaron con caudillos que instauraron dictadura nueva, luego de sacar al tirano haitiano Boyer y a sus sucesores, e incluso hasta perdieron la independencia para someterse nuevamente a España……lucharon otra vez, ahora contra España y el caudillo Santana, para entregarle el poder al otro caudillo rival, a Báez, que no más llegar a la presidencia comenzó negociaciones para anexar el país nuevamente e instauró por nueva vez la dictadura…….

Pero en lugar de nuestras palabras, oigamos las de Martí: “Un pueblo no se funda, general, como se manda un campamento……” Y antes: “es mi determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnado en él, y legitimado por el triunfo……..¿Qué somos, general?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él?” (J. Martí, Antología, Ed. Nacional, Madrid, pág. 306).

(Cuando leo estas páginas cargadas de razón, pienso en mi país, sometido por políticos y empresarios corruptos a coyuntura tal, que se coquetea con situaciones que nos pueden llevar por nueva vez a la violencia, y a lo que es peor, a la dictadura….como en 1930 son los profesionales e intelectuales los primeros en justificarla…..en nombre del orden y de una codicia que se encubre con palabras altisonantemente hipócritas……extrañamente, paradójicamente, son los primeros en someterse…..para luego, como Pilatos, alegar blanca inocencia. Balaguer colaboró – y en qué forma – con Trujillo. Al caer abatido el tirano, publicó un libro, “La palabra encadenada”, donde admitió “esa grave falta de conciencia cívica” y declarándose poeta tuvo la cachaza de admitir que, sin embargo, tenía algo de qué sentirse orgulloso: “nunca escribí un solo verso en honor de Trujillo.” Pero aparte de sus funciones burocráticas, en las que legalizó barbaridades como la matanza de haitianos, la enajenación de propiedades de las Mirabal a favor de sus asesinos, o el asesinato de los implicados en el ajusticiamiento de Trujillo, escribió discursos laudatorios que hoy no caben en el disco duro de ninguna computadora. Pregunto a estos intelectuales y profesionales que coquetean con posibles o reales dictadores: ¿pero es que no aprendemos? Porque tenemos más de un siglo en este círculo “…y vuelve y vuelve”, en nombre del orden y del bolsillo repleto del oro corruptor…..)

Mas, prosigamos con Martí y aquellos generales mambises. Obviamente, sobrevino la ruptura. Por un tiempo Martí se abstuvo de participar en el movimiento. Luego vino un acercamiento; cálido en el caso de Gómez, confirmado en Montecristy….más distante con Maceo, pues el problema de fondo subsistía. Por eso, cuando se encontraron nuevamente los tres en la finca llamada “La Mejorana”, ya en Cuba, mayo 5 del 1895, Maceo insulta a Martí, cosa que éste consigna en su diario: “…..me habla, cortándome las palabras….me hiere y me repugna….”

Dice el general que no se dejará mandar por ese ‘abogadito’. Sugiere al ‘abogadito’ que se vuelva a Nueva York. Martí, terco, se queda. Y dice: “Mantengo rudo: el ejército, libre-, y el país, como país y con toda su dignidad representado,” se lee en su diario. Avanzan los días; en el camino hacia la muerte Martí pronuncia discursos. Es aclamado como presidente por oyentes de corazones inflamados. Pero Máximo Gómez les reprocha: “No me le digan presidente a Martí, díganle general; él viene aquí como general. Martí no será presidente mientras yo esté vivo” (Carlos Ripoll, el Nuevo Herald, art. “El ‘morir callado’ del Apóstol”, pág. 23 A, 19 de mayo del 2004). Martí anota en su diario de campaña: “Escribo poco y mal porque estoy pensando en zozobra y amargura.”

Las cosas no eran tan fáciles para Martí como algunos proclaman. Cuando vivió no bastaba su nombre ni sus escritos para imponerse… otra cosa es su merecida fama luego de muerto. Es por eso que algunos alegan que su muerte no tuvo nada de casual. A su juicio, el apóstol la concibió como suicidio, y al hacerlo creó el mito que permitiría eventualmente la unidad, cubana y latinoamericana… A propósito: algunos lamentan que Juan Pablo Duarte – el fundador de la nacionalidad dominicana - no tuviera la capacidad de Martí como escritor e intelectual… vaya usted a ver. En un excelente documental sobre la vida y obra de Martí, dirigido por Joe Cardona, el historiador Luis Aguilar León relata que el gran biógrafo y escritor Emil Ludwig leyendo a Martí expresó que “Si Martí hubiese nacido en Munich, sería un clásico, pero se trata de Cuba….” La cita se explica por sí misma. [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002]



Commentary. Teodoro

Posted February 14, 2010 at 5:35 PM
Me encantó el relato de Padres de la patria: República o dictadura. Sobre todo porque estoy escribiendo sobre el mismo tema pero en mi país. Me gustaría saber donde puedo adquirir su novela La Mariposa Azul. Soy mexicano y estoy encantado con esta página.

ALGUNAS CAUSAS DE LA GUERRA DE ABRIL DE 1965 EN REPUBLICA DOMINICANA

Algunas causas del abril de 1965
By mediaIslaPublished: April 24, 2010
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José Tobías Beato | Cuando Trujillo fue ajusticiado el 30 de mayo de 1961, el Doctor Balaguer era presidente títere. El poder real lo ejercía Trujillo tras bastidores. De modo que muerto el tirano, Balaguer se convirtió en presidente real.

Como es sabido, el primer gobierno dominicano elegido democráticamente, luego de los treinta y un años de la férrea dictadura de Rafael Trujillo, fue derrocado tras apenas siete meses de ejercicio. Juan Bosch pretendió gobernar con independencia política y de criterio, en una época en que los imperios eliminaban las gradaciones de colores, exigiendo que el mundo fuera blanco o negro y punto. Quiso comprar y venderle a todo el mundo, respetar la ideología de cada uno, hacer laica la enseñanza, gobernar con transparencia y honradez, por lo que fue declarado un peligro por los truhanes. La acusación, la de la época: comunista. Cometió algunos errores tácticos y de tacto, que evidenciaban que se estaba en presencia de un intelectual, más que de un estadista, que no es lo mismo, aunque estas actividades humanas tengan puntos tangenciales.

El 25 de septiembre de 1963, la naciente democracia dominicana se vistió de luto. Las esperanzas, pospuestas. John F. Kennedy se negó a reconocer el gobierno surgido como consecuencia del hecho, que fue un triunvirato. Pero el presidente norteamericano fue asesinado en Dallas en noviembre de ese mismo año. Asumió la dirección del estado, el vicepresidente Lyndon B. Johnson. Y éste, a los pocos días, decidió reestablecer plenas relaciones con el gobierno de facto dominicano. Envalentonados por ello, los golpistas apenas dos días antes de La Navidad, fusilaron cobardemente a Manuel Aurelio Tavárez Justo, ascendente líder de la clase media dominicana, que se había sublevado en Manaclas junto a quince guerrilleros más de su partido, el denominado 14 De Junio (bautizado así en honor de la invasión del 1959 contra Trujillo), como protesta contra el golpe de estado contra Bosch, y quien era, no obstante, su enemigo político. No es éste el momento apropiado para juzgar tal levantamiento. Pero lo que sucedió con él, contribuyó significativamente a elevar las pasiones.

Porque Tavárez Justo, conocido popularmente como Manolo, ingenuamente, se plegó a las supuestas garantías que el Triunvirato le ofreció de respetar su vida, en caso de rendirse. No hubo un solo militar herido, lo que confirma la versión de que hubo un acto de rendición y otro de fusilamiento. El señor Emilio de los Santos, quien presidía el Triunvirato, renunció como protesta ante el vil asesinato. Fue sustituido por un importante importador de vehículos que sacó amplios beneficios por el sacrificio (“Cuente los Austin,” rezaba el anuncio sobre los populares carros ingleses de su compañía).

El año 1964 abrió con el más alto presupuesto en la historia dominicana, hasta ese momento: RD$789, 170, 550.00; y como resultó deficitario, el gobierno de facto intentó la estabilización financiera con endeudamientos externos. Así, el 8 de agosto de ese año tomó 4 millones de dólares al AID; y millón y medio en diciembre. La cadena del endeudamiento externo continuó el 9 de febrero del 65 con un préstamo de diez millones; el 12 de abril, con otro de 5 millones. Al día siguiente, día 13, tomó otro de un millón doscientos mil dólares. El 22 de abril, cogió dos préstamos: uno de un millón trescientos mil, y otro por seis millones setecientos mil dólares.

Al tenor de sistemáticas crisis políticas y militares, el grupo inicial gobernante había renunciado, siendo sustituidos por antiguos ministros, a los que el pueblo seguía denominando como ‘el Triunvirato’, a pesar de no ser más que dos personas. Y éstos, buscando el apoyo de los jerarcas militares de entonces, concedieron a aquéllos privilegios increíbles. “El más escandaloso de dichos privilegios fue la autorización de establecer una cantina para vender de contrabando enormes cantidades de bienes de manufactura extranjera que llegaban al país en aviones de la Fuerza Aérea” (Moya Pons, Manual de Historia Dominicana, pág. 532, 11 ed., 1997).

Las protestas populares y las huelgas se sucedían las unas a las otras. Ahora bien, el 20 de abril del 64, sucede un hecho llamado a trascender años más tarde: la fundación del Partido Reformista. Cuando Trujillo fue ajusticiado el 30 de mayo de 1961, el Doctor Balaguer era presidente títere. El poder real lo ejercía Trujillo tras bastidores. De modo que muerto el tirano, Balaguer se convirtió en presidente real. Los meses que estuvo en el cargo, fueron aprovechados por éste para cimentar su prestigio político, conseguir adeptos dentro de los chóferes, campesinos, obreros y sectores profesionales. Para ello usó los cuantiosos fondos del otrora poderoso Partido Dominicano, el partido de Trujillo. En su discurso a la nación el día 17 de diciembre de ese año (1961) Balaguer se había atribuido “la tarea que no supo realizar la oposición: la de minar el régimen cuando aún no había desaparecido el poderío militar que sirvió de sostén a la dictadura, y de establecer las bases en que estamos hoy asentando el estado de derecho que ha de sustituir al régimen despótico que durante 31 años oprimió la conciencia dominicana…No hemos destruido un clan familiar para que la enorme fortuna que ese clan amasó con sangre del país vaya ahora a ser usufructuada por una oligarquía constituida por políticos ambiciosos y por familias pertenecientes a las clases acomodadas.”



Es decir que, luego de treinta años considerando a Trujillo “el Mesías de 1930” como le llamó en un discurso memorable; de estudios profundos sobre la historia dominicana en los que concluía que “gracias a Trujillo somos el pueblo más auténticamente igualitario que existe en el Continente americano”, para afirmar luego contundentemente: “La República Dominicana, en más de cuatro centurias de existencia, sólo ha contado con dos figuras excepcionales en la dirección de sus destinos supremos: Ovando en la era colonial, y Trujillo en la moderna” (J. Balaguer, La palabra encadenada, pág. 64 y 76, respectivamente), repentinamente este mismo cortesano, no sólo aparecía como contrario al régimen decapitado, sino que era el héroe que lo había minado y cogido al Minotauro trujillista por los cuernos. Algunos le creyeron eso años más tarde; otros muchos, sobornados, le hicieron coro a la comedia, que frecuentemente devino convertida en tragedia.

(Y esto es historia repetida: así se presentó, a sí mismo, Tomás Bobadilla y Briones en un discurso tan memorable como el de Balaguer, sólo que en el siglo XIX, como el hacedor de la patria, como el primero que dijo las sacrosantas palabras “Dios, patria y libertad”, el hombre que planeó y dirigió el 27 de febrero de 1844, que permitió la separación de los haitianos, tras precisamente haberle servido a éstos durante los años de su intervención dictatorial, desde muy encumbrados cargos. Repentinamente, él era patriota insigne, como quien dice, el padre de la patria. Y los que estaban allí, consintieron en ello con su silencio. Así Balaguer, quien incluso nunca usó mecanismos democráticos, a no ser que fuera forzado por las circunstancias, pues prefirió siempre gobernar “por dedo”. Sin embargo, ahora resulta que es justamente el padre de la democracia dominicana. Y todos callados, una vez más, por conveniencia transitoria).

Sin embargo, por ahora, forzado por la oligarquía antitrujillista y un sector de la pequeña burguesía que veía en Balaguer la continuación del trujillismo, tuvo que marchar al exilio, la noche del 7 de marzo de 1962. Pero el trabajo estaba hecho: en los primeros meses del año 1964 Balaguer recogió los primeros frutos: la creación del Partido Reformista que se uniría de inmediato, tangencialmente, al combate del régimen de facto que presidía el Triunvirato con el fin de derrocarlo. En poco tiempo Balaguer se convertiría —gracias a su indudable talento intelectual, parsimonia y al frío cálculo político cimentado en su conocimiento de los recovecos de la psicología de las masas y del hombre medio dominicano—, en la figura dominante de la política en la República Dominicana por el resto del siglo XX. Por otra parte, debe destacarse que bajo el régimen trujillista, el país era una auténtica isla: no se viajaba al extranjero salvo permiso especial. Las noticias internacionales eran filtradas y el mercado estaba orientado hacia el consumo de los productos que las fábricas o propiedades del tirano producían. Muerto Trujillo los dominicanos comenzaron a viajar, a estudiar en el extranjero otras carreras no tradicionales (medicina, ingeniería civil y arquitectura, derecho, contabilidad).

También viajaban las ideas. Llegaron al país filosofías existencialistas de todas las tendencias, especialmente las más radicales, las de Jean Paul Sartre y el novelista y ensayista Albert Camus. El neoescolasticismo de Jacques Maritain y su insistencia en la posibilidad de la cooperación cuando se persigue un bien común. Helder Cámera y su preocupación por los pobres a través de la Acción Católica. Simultáneamente penetraron las ideas renovadoras del Concilio Vaticano II que originaron múltiples tendencias. Por supuesto, se conoció el marxismo, en tres líneas principales: la cubana, pro-soviética y pro-china y en menor grado algunos pensadores independientes como Antonio Gramsci o Herbert Marcuse. La socialdemocracia, los neo-keynesianos, los pensadores argentinos como Romero, Ingenieros, Aníbal Ponce; los españoles, Ortega y Gasset, Unamuno, el autor teatral Alfonso Sastre, el anarquismo y el alemán Brecht. Los pensadores y políticos peruanos, Víctor Haya de la Torre, y “el amauta” José Carlos Mariátegui. El Psicoanálisis de Freud y Jung, la música de los Beatles y el jazz, el neorrealismo italiano y Benedetto Croce, la nueva literatura latinoamericana. En fin, que la República Dominicana se abrió al mundo. Aunque dentro de esa apertura se fugaron también jugosos capitales.

Al desaparecer la dictadura, el mercado interno —creado y ampliado al principio por las diversas industrias de Trujillo, pero mermado y cercado en los últimos años por éste mismo debido a su monopolio económico y a errores políticos graves, como el atentado contra el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt—, creció rápidamente, y los dominicanos empezaron a gustar de las bondades producidas por países más avanzados que el nuestro. Así, el hombre medio dominicano empezó a usar la leche en polvo, las ‘compotas’ para niños, las sopas enlatadas o en cubitos, jamones extranjeros, carnes y jugos enlatados; jabones, productos para la piel y el cabello, vinos y whiskeys, máquinas de escribir eléctricas, electrodomésticos, vehículos, etc.

Todo muy bueno; pero esos gustos, tenían y tienen un problema: ¡hay que pagarlos! Para hacer tal, se descansaba básicamente en tres pilares: en primer lugar, en una agricultura de subsistencia, con técnicas de producción anticuadas, o fundamentada en unos pocos productos: café, tabaco, cacao. En segundo lugar, el endeudamiento externo, como ya hemos visto más arriba someramente. El ahorro interno no se estimulaba ni en sueños. No se hacía una acera, si no era con un préstamo (cualquier semejanza con el presente siglo XXI es mera coincidencia). En tercer lugar, se descansaba esencialmente en la industria azucarera. Y producir azúcar, para decirlo con las palabras de quien fuera director del Listín Diario, el periódico más prestigioso de aquella época, don Rafael Herrera, “con su aire industrial, es fuente de atraso y dependencia económica para nuestro país”. Y cito a Herrera, porque nadie, a no ser un loco fanático, podrá acusarlo de radicalismo o de falta de rigor mental. Hacer del azúcar la columna vertebral de la economía fue una decisión trágica que aún tiene sus consecuencias negativas, hasta el punto de poner en riesgo la existencia misma de la nacionalidad dominicana. Pero es éste un tema tan complejo que vale la pena tratarlo en otra ocasión, amén de que nos alejaría profundamente del tema inicial.

Una vez más: los requerimientos de crecimiento en vías de comunicación, casas, edificios, industrias, obras de infraestructura en general no contaban con los debidos recursos, puesto que como país subdesarrollado nunca se apartó una porción de los mismos para dedicarlos al ahorro. Ni tampoco había un plan de desarrollo. Lo poco que podía ahorrarse, vamos a hablar claro, se lo robaba y roba un pequeño grupito, que desde esa época nadie señala. Esto es, que ese reducido número de personas que accedía a la cosa pública y observaba un comportamiento delincuencial, en lugar de ser estigmatizadas públicamente, tenían por lo contrario elevado reconocimiento social. Su prestigio era y es tal, que todos deseaban su amistad, y eventualmente, alguna borona de lo robado. Porque siempre se ha criticado no el que se robe, sino que se “coma solo”. Antes de la caída de la dictadura trujillista, Juan Bosch precisamente había profetizado dos cosas: que a la desaparición de Trujillo las masas se lanzarían sobre los bienes que el tirano había acumulado para sí y para sus familiares, cosa que sucedió como sabemos. Y lo segundo que, cuando fuera abatido dicho régimen, “los dominicanos debemos esperar en corto plazo la primera guerra social de nuestra historia” (J. Bosch, La Fortuna de Trujillo, pág. 51, cuarta edición 1997, Ed. Alfa y Omega).

Pues bien, si a todo lo dicho más arriba, unimos la represión política, la falta de libertad, la miseria de la gran mayoría de la población, la rigidez social, la vuelta a los usos de privilegios de casta por parte de una minoría que se creía muy superior, cerrándole el ascenso social a los más humildes, a los “hijos de machepa”, para usar el vocabulario de Bosch en aquella época, al tiempo que las clases sociales eran de por sí embrionarias, tenemos en La Revolución de Abril de 1965, y tras la máscara de la restauración de la constitucionalidad perdida que fue su divisa inicial (la reposición del gobierno de Bosch), hay que ver en ella el inicio de esa larga batalla social que tras casi cincuenta años aún perdura, sin que se vislumbre ni remotamente el acceso a una sociedad más justa, armoniosa y desarrollada. [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002]