jueves, 30 de abril de 2020

CORONAVIRUS: COVID-19 Y LOS 5 GRANDES DESAFIOS




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Si trabajamos en nuestro crecimiento, cuando todo termine podemos tener una certeza: seremos más fuertes emocionalmente. [Foto: Getty Creative]
El sufrimiento, en sí mismo, no nos enseña nada. No es una especie de epifanía. Pero la manera en que lidiemos con ese sufrimiento puede convertirnos en personas más resilientes, con más herramientas psicológicas y que confían más en sus capacidades para afrontar la adversidad. Por eso, cuando el dolor y los contratiempos toquen a nuestra puerta, será mejor que nos dispongamos a afrontarlos.
No siempre podemos evitar la adversidad, pero al menos podemos aprovecharla para crecer. Cuando la Gran Peste azotó Londres y la Universidad de Cambridge cerró, Isaac Newton regresó a la granja de su familia en Lincolnshire para pasar la cuarentena. Años más tarde confesó que aquel fue uno de los periodos más productivos intelectualmente de su vida: hizo los descubrimientos que sustentarían sus posteriores contribuciones a la Física.
La situación excepcional que estamos atravesando también nos presenta varios desafíos emocionales que, si gestionamos adecuadamente, nos permitirán fortalecernos. Como dijera Viktor Frankl, “nadie puede redimirnos de nuestro sufrimiento ni sufrir en nuestro lugar. Nuestra única oportunidad reside en la actitud que adoptemos al soportar esa carga […] El modo en que un hombre acepta su destino y todo el sufrimiento que este conlleva, la forma en que carga con su cruz, le da muchas oportunidades, incluso bajo las circunstancias más difíciles, para añadir a su vida un sentido más profundo”.

¿Cómo afrontar los cambios emocionales que está provocando esta crisis?

Sentir que perdemos el control genera una sensación de indefensión con la cual es muy difícil lidiar. [Foto: Getty Creative]
1.       Sensación de impotencia y falta de control
Hasta hace poco, el coronavirus era una amenaza lejana que discurría en otro continente, pero antes de que nos diésemos cuenta ha cerrado un cerco a nuestro alrededor confinándonos en nuestras casas, rompiendo nuestras rutinas y poniendo de revés nuestro mundo. Nos ha demostrado que no somos invulnerables. Nos ha puesto frente a frente con el “horror de lo inmanejable”, como dijera Zygmunt Bauman.
Hay poco que podamos hacer. El hecho de que la defensa más eficaz sea quedarse en casa y que no podamos proteger como nos gustaría a las personas que queremos genera una sensación de impotencia que puede rayar en la indefensión. Nos cuesta aceptar que muchas cosas importantes han escapado de nuestro control. Y eso nos genera aún más angustia.
¿Cómo afrontarlo?
Cambiando el foco. Hay muchas cosas que seguirán estando fuera de nuestro control. Al menos durante un tiempo. Reconozcámoslo. Y enfoquémonos en aquello que sí podemos hacer. Podemos luchar quedándonos en casa. Podemos ayudar a las personas cercanas que lo necesiten. Podemos brindar apoyo emocional desde la distancia. Podemos aplaudir desde los balcones para fortalecer el sentimiento de comunidad. Podemos trabajar en nosotros para sacar a la luz nuestras fortalezas.
"La suposición de nuestra vulnerabilidad frente a los peligros no depende tanto del volumen o la naturaleza de las amenazas reales como de la ausencia de confianza en las defensas disponibles” - Zygmunt Bauman [Foto: Getty Creative]
2.       Miedo y vulnerabilidad
Una pandemia de estas proporciones activa nuestros miedos más ancestrales: el temor a enfermar y a la muerte. Tememos por nosotros y por nuestros seres queridos. Nos damos cuenta de que todo lo que habíamos dado por sentado no es tan sólido como pensábamos. Y eso también nos asusta.
Hemos descubierto nuestra vulnerabilidad. Hemos descubierto que no importa cuánto hayamos logrado, cuán lejos hayamos llegado o cuánto hayamos construido para intentar protegernos. Nuestros cimientos son vulnerables. Y no es un descubrimiento agradable.
¿Cómo afrontarlo?
Asumiéndolo. Todos somos vulnerables. Aferrarnos a la idea de la invulnerabilidad es aferrarse a una ilusión. Este es un buen momento para reflexionar sobre ello. La vulnerabilidad nos muestra nuestros límites y nos ayuda a comprender que necesitamos de los demás. No es algo negativo. Las personas que reconocen su vulnerabilidad suelen protegerse mejor y evitar las situaciones de riesgo, como han desvelado múltiples estudios. La vulnerabilidad también actúa como un pegamento social. Nos permite desarrollar una perspectiva más empática y nos acerca a los demás fortaleciendo nuestra red de apoyo social.
“Soledad no es estar solos, es estar vacíos” – Séneca [Foto: Getty Creative]
3.       Aislamiento social
Atrapados en nuestros hogares y lejos de muchas de las personas que queremos, el aislamiento social se ha convertido en una cruz difícil de cargar. Nos enfrentamos a un reto emocional complicado porque los abrazos que siempre han sanado heridas, ahora son fuentes de contagio.
Muchas personas se han quedado sin esas presencias consoladoras tan necesarias en los momentos difíciles. Y del aislamiento social a la sensación de abandono y la soledad no hay más que un paso. Y otro hacia la apatía, el desánimo y la depresión.
¿Cómo afrontarlo?
Abrazando esa soledad. Necesitamos recordar que, antes o después, todo esto pasará. Que estamos aislados, pero no estamos solos. Que la tecnología, aunque insuficiente, puede acercarnos a las personas que queremos y brindarnos momentos de compañía. Pero también necesitamos aprender a lidiar con la soledad. Convertir esa soledad en una oportunidad para reflexionar. Estar a solas con nuestros pensamientos. Repensarnos. Aprovechar este momento de introspección para salir con nuestras prioridades más claras.
“El conocimiento es poder, pero la información no” - David Lewis [Foto: Getty Creative]
4.       Sobrecarga informativa
Todos los días nos despertamos con nuevas malas noticias para consumir. A medida que la jornada avanza, el flujo de noticias es incesante. Las cifras marean. Las historias detrás de esas cifras duelen. En este escenario, es fácil obsesionarse y terminar abrumados con tanta información, encaminándonos inevitablemente al precipicio de la infoxicación.
Ese exceso de información, en la que no se separa lo real de lo falso y las certezas de lo incierto, provoca un enorme desgaste emocional. Puede hacer que perdamos la perspectiva, sobredimensionemos lo que está ocurriendo o nuestro nivel de riesgo y caigamos en el pánico total.
¿Cómo afrontarlo?
Dosificando las noticias. El psicólogo inglés David Lewis, quien acuñó el término infoxicación, dijo que “el conocimiento es poder, pero la información no”. Necesitamos estar informados, pero debemos asegurarnos de que la búsqueda de noticias no se convierta en una obsesión. Esa información debe convertirse en conocimiento que podamos usar para protegernos. Por tanto, es conveniente limitar el tiempo que dedicamos a las noticias y, sobre todo, elegir medios que no recurran al sensacionalismo o el alarmismo. La clave es: buscar información útil.
“La preocupación es como una mecedora, te da algo que hacer, pero nunca te lleva a ninguna parte” - Erma Bombeck [Foto: Getty Creative]
5.       Incertidumbre por el futuro
Uno de los mayores retos emocionales que nos está planteando esta crisis consiste en la necesidad de afrontar la incertidumbre. Hay muchas cosas que no sabemos. Quizá demasiadas. No sabemos si vamos a enfermar. Cuándo terminará el confinamiento. Si se producirá una segunda oleada. Y, sobre todo, no sabemos cómo será el mundo que nos espera fuera cuando todo acabe.
Ese cuadro de incertidumbre repentina genera angustia y ansiedad. Es normal que nos preocupemos por nuestro futuro, sobre todo cuando se presenta con tintes grises. Pero esa preocupación puede transmutar rápidamente en una depresión que nos haga tirar la toalla antes de tiempo.
¿Cómo afrontarlo?
Dando un paso a la vez.  La escritora Erma Bombeck dijo que “la preocupación es como una mecedora, te da algo que hacer, pero nunca te lleva a ninguna parte”. Necesitamos recordar que no debemos resolverlo todo inmediatamente, tan solo debemos resistir un poco más. Aprender a convivir con esos sentimientos, hasta que podamos salir y retomar el control. Necesitamos centrarnos en lo que podemos hacer aquí y ahora. Y planificar nuestros próximos pasos, en la medida de lo posible, en vez de quedarnos enredados en el ovillo de nuestras preocupaciones.
No será fácil. Esta situación nos ha planteado muchos desafíos psicológicos a la vez. Pero cuando salgamos de todo esto podremos tener una certeza: seremos más fuertes emocionalmente y estaremos mejor preparados para afrontar lo que vendrá - sea lo que sea.

ESTIGMA DURANTE CORONAVIRUS: LA VERGONZOSA EPIDEMIA QUE SE ESTA PROPAGANDO CON EL CORONAVIRUS AVECES ES PEOR QUE EL TRATAR LA ENFERMEDAD; UNA ACCION INACEPTABLE




Estigma: la vergonzosa epidemia que se está propagando con el coronavirus




FUENTES EXTERNAS
Una noticia de Yahoo

Cortesia del blog educativo de noticias del 
Lic. Enildo E Rodriguez Nunez MBA PhDP


Esta lucha es contra el virus, no contra las personas. [Foto: Getty Creative]
Esta lucha es contra el virus, no contra las personas. [Foto: Getty Creative]

Era un día normal, todo lo normal que puede ser un día en plena pandemia. Mina, una enfermera de Dourdan, en Francia, salía a trabajar cuando encontró una nota en el parabrisas de su coche. “¡Si se confirma un caso en el edificio, usted será responsable!” El mensaje estaba firmado por “el barrio”. Aquello la sobrepasó y se echó a llorar allí mismo, según Le Parisien.
En El Poblenou de Barcelona no anduvieron con tantos rodeos. Cuando Silvana, que es ginecóloga, salió para dirigirse a su trabajo encontró que le habían pintado con espray en el coche unas palabras tan ofensivas como inverosímiles: “rata contagiosa”. Así le dejaron saber que no era bienvenida en el edificio. Su reacción fue de estupor, rabia y desolación.

Así encontró su coche una doctora antes de salir a trabajar, en Barcelona. [Foto: Twitter/RistoMejide]
Así encontró su coche una doctora antes de salir a trabajar, en Barcelona. [Foto: Twitter/RistoMejide]

Paulina, una enfermera que trabaja en el Instituto Mexicano del Seguro Social, lo ha pasado peor. Estaba a punto de entrar a su coche cuando unos desconocidos se acercaron y le arrojaron un chorro de lejía que le cayó en los ojos, la boca, la nariz y la ropa causándole quemaduras leves.
Los ataques al personal sanitario y a los trabajadores esenciales se están produciendo en todo el mundo, propagándose a la par del coronavirus. En el Hospital Lariboisière, al norte de París, han tenido que contratar a guardaespaldas para escoltar el personal sanitario hasta sus coches o la entrada del metro. En México y la India los ataques están siendo cada vez más violentos.
En España y Argentina algunos propietarios han enviado cartas a los sanitarios para pedirles “amablemente” que abandonen el piso. 
En otros casos han sido los vecinos quienes les han dejado un cartel en el rellano o el ascensor para comunicarles que no quieren riesgos en el edificio. Así, mientras una parte de la sociedad los aplaude y convierte en héroes en los balcones, otra parte los estigmatiza.

Este cartel, en un bloque de vecinos en Cartagena, no ha sido el único. [Foto: Twitter/AboGuzmanCubero]
Este cartel, en un bloque de vecinos en Cartagena, no ha sido el único. [Foto: Twitter/AboGuzmanCubero]

Por supuesto, todos estos actos se consideran delitos de odio, y como tal pueden ser denunciados y castigados. Sin embargo, la afrenta enorme a las personas que nos cuidan y se encargan de que podamos satisfacer nuestras necesidades básicas no es algo que se pueda olvidar o borrar con una sanción. Porque esos actos provocan una profunda indignación y una tristeza mayúscula.

Dime de qué enfermas y te diré el peso del estigma social que tendrás que cargar

Mucho antes de que el coronavirus comenzará a difundirse por el mundo, otro “virus” ya se estaba propagando: el estigma. Algunos negocios comenzaron a colgar carteles en sus puertas para avisar a los chinos que no eran bienvenidos y más tarde, cuando la locura colectiva se desató, no tardaron en llegar los ataques violentos.

Cartel discriminatorio en un bar cerca de la Fontana di Trevi en el que se prohíbe el acceso a personas de China. [Foto: Twitter/VirginiaRaggi]
Cartel discriminatorio en un bar cerca de la Fontana di Trevi en el que se prohíbe el acceso a personas de China. [Foto: Twitter/VirginiaRaggi]

Hace poco, cuando la provincia de Hubei, el foco original de la pandemia de Covid-19, comenzó a recuperar la normalidad y se dispuso a eliminar los puestos de control que bloqueaban los accesos, sus residentes encontraron una respuesta inesperada. Los residentes de Jiujiang, la provincia vecina, habían levantado barreras para impedirles el paso por miedo al contagio. La violencia se desató y la policía tuvo que intervenir.
Estos incidentes son tan solo la punta de un iceberg mucho más profundo y nos revelan que el estigma puede ser peor que el coronavirus – al menos desde el punto de vista psicológico - ya que se extiende como una “marca de la vergüenza” de la que nadie está salvo y deja a su paso una estela de vergüenza, rabia, angustia y desánimo.
Por desgracia, no se trata de un fenómeno nuevo. La lepra, por ejemplo, es una enfermedad que arrastra consigo casi cuatro milenios de estigma. Ni siquiera hay que mirar mucho atrás. En 1909 en España se decretó la “exclusión sistemática de los leprosos” para confinarlos en leproserías, una de las cuales aún permanece abierta.
Aunque uno de los rechazos sociales más intensos hacia una enfermedad que se ha producido en los últimos tiempos lo han vivido los enfermos de SIDA, según un estudio publicado en The Lancet. Muchas de estas personas resumen en una frase sus experiencias después del diagnóstico: “ha sido un infierno”.
Obviamente, las enfermedades nuevas suelen desatar una reacción social más virulenta porque generan mucho miedo a la transmisión y producen un gran desasosiego. De hecho, el reciente brote de SARS en Estados Unidos también provocó una respuesta de estigmatización y discriminación hacia las comunidades asiáticas.
La incertidumbre sobre las vías de contagio y no contar con un tratamiento eficaz agravan el fenómeno, haciendo que la sociedad intente defenderse excluyendo a las personas afectadas, como los enfermos, o aquellas que corren un mayor riesgo de contagio, como el personal sanitario y esencial.
Como resultado, las personas estigmatizadas se convierten en la diana de comportamientos discriminatorios, insultos y ataques. La humillación y la hostilidad tienen como objetivo condenar al ostracismo a las personas consideradas peligrosas.
Obviamente, convertirse en un estigmatizado provoca un enorme estrés psicológico, que a menudo se suma a la ansiedad que ya vive esa persona, ya sea porque sufre la enfermedad o porque pertenece a un grupo de riesgo. La propia Organización Mundial de la Salud advirtió que “el estigma es una causa importante de discriminación y exclusión: afecta la autoestima de las personas, interrumpe sus relaciones familiares y limita su capacidad para socializar y acceder a una vivienda y un trabajo”.

Miedo, ignorancia y egoísmo, una mezcla altamente peligrosa


“La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimiento, sino la negativa a adquirirlo” - Karl Popper [Foto: Getty Creative]
“La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimiento, sino la negativa a adquirirlo” - Karl Popper [Foto: Getty Creative]

Las respuestas de quienes han sufrido discriminación por el coronavirus varían. Algunos han denunciado el episodio, ya sea ante la policía o en las redes sociales, para concienciar sobre lo que está ocurriendo. Otros, sin embargo, lo han ignorado asumiendo que se trata de una sospecha “sensata y justificada” durante un brote epidémico.
Sin embargo, no todo está permitido.
Es cierto que el miedo ha extendido sus alas sobre nosotros, pero el temor no es motivo suficiente ni excusa válida para atacar a quienes nos protegen - exponiendo muchas veces su propia vida -, o a quienes están en una situación de vulnerabilidad. El miedo no justifica la discriminación.
La estigmatización sienta sus raíces en la ignorancia y el egoísmo.
Una teoría sobre la estigmatización indica que se debe a la falta de habilidades sociales, en especial a una profunda incapacidad para experimentar empatía. Quienes rechazan y humillan a los demás, justo en el momento en que son más débiles y vulnerables, son incapaces de ponerse en su lugar, empatizar con sus miedos e inseguridades y comprender que son personas que necesitan apoyo.
En su lugar, estas personas culpan a las víctimas. Las convierten en su enemigo. O en su saco de boxeo personal, alguien en quien descargar sus propias frustraciones y miedos cuando pierden el control porque el mundo que conocían ha cambiado.
La estigmatización, por tanto, se alimenta del egoísmo. Quienes estigmatizan a los demás creen que son el ombligo del mundo y que todos deben amoldarse a sus deseos y necesidades. Y si eso significa que deben dejar sus hogares para que ellos puedan vivir más tranquilos al amparo de una falsa “seguridad”, consideran que es un “precio justo” que los demás deben pagar.
Esa incapacidad para ponerse en el lugar del otro va de la mano con la incapacidad para pensar. La estigmatización va de la mano de la ignorancia activa, que es el resultado de no querer saber más, no profundizar, no comprender, no informarse, no reflexionar.
Y ese tipo de ignorancia es terriblemente peligrosa porque suele conducir a posturas extremas en las que se asume que todo vale. Cuando nos cerramos al conocimiento y nos aferramos a una creencia, tenemos la tendencia a rechazar todo aquello que no coincida con nuestras ideas, como comprobó un estudio publicado en la Journal of Experimental Social Psychology. Y eso hace que el sentido común se convierta en el menos común de los sentidos.

Esta lucha es contra el virus, no contra las personas


“Nos salvamos juntos o nos hundimos separados” - Juan Rulfo [Foto: Getty Creative]
“Nos salvamos juntos o nos hundimos separados” - Juan Rulfo [Foto: Getty Creative]

El estigma es una carga que nadie debería cargar, menos aún los sanitarios, el personal esencial y los enfermos. Personas que ya están viviendo sus propias tragedias, como para tener que soportar además el miedo, la intolerancia y la discriminación de una parte de la sociedad.
Aunque las preocupaciones sobre el coronavirus son comprensibles, la exclusión y el estigma no lo son. Ni lo serán jamás. Todos corremos el riesgo de enfermar. La clave para protegerse no consiste en buscar enemigos a quienes atacar sino en seguir las medidas de higiene y distanciamiento social.
La clave para salir de esta pandemia es unirnos en vez de excluir y apoyarnos en vez de atacar. Todos estamos luchando en la misma batalla. Y esa lucha es contra el virus, no contra las personas.
Ahora toca apoyar de manera incondicional a quienes están en primera línea. A los afectados, no solo por el virus sino también por el estigma. Y eso se logra marginando el egoísmo, alimentando la empatía y arrojando luz sobre la ignorancia. Necesitamos comprender, de una vez y por todas, que unidos podemos vencer, pero divididos nos derrumbaremos.

CAMARAS TRAS EL CORONAVIRUS: CAMARAS Y MAS VIVIGANCIA GUBERNAMENTAL: TRAS EL CORONAVIRUS LOS CHINOS SE ENFRENTAN A TENER MENOS PRIVACIDAD


Cámaras y más vigilancia gubernamental: tras el coronavirus los chinos se enfrentan a tener menos privacidad



Yahoo Noticias

Cortesia del blog educativo de Noticias del Lic.

LIC. ENILDO E RODRIGUEZ NUNEZ MBA PhDP




FUENTES EXTERNAS

Mientras que la mayoría de países del planeta están empezando a aplicar medidas paulatinas de desescalada, en China se vive una realidad muy diferente después de que a principios del mes de abril se volviera a la normalidad en todas las provincias, incluyendo Wuhan, el gran epicentro de la pandemia.

El gigante asiático ha dejado atrás el pico de contagios de coronavirus y actualmente apenas se producen unos pocos casos. Un escenario en el que sus habitantes están constatando que las autoridades han aprovechado la incidencia del brote para aumentar las medidas de vigilancia social.

Cámaras de vigilancia en China. (Photo by Zhou Changguo/VCG via Getty Images)
Cámaras de vigilancia en China. (Photo by Zhou Changguo/VCG via Getty Images)
Tanto en las redes sociales como en los medios internacionales los residentes se han quejado de la instalación de cámaras que apuntan directamente a las puertas de entrada de los edificios. En declaraciones a CNN

los ciudadanos se han quejado de que esta iniciativa se lleva produciendo desde febrero, reforzando un sistema de control que ya era de los más férreos del mundo.


Conviene recordar que en 2018 China ya tenía más de 200 millones de cámaras de circuito cerrado de televisión, según New York Times, y que las investigaciones han revelado que existe una por cada dos habitantes, lo que supone una cifra muy elevada respecto a los demás países.

Según Comparitech, ocho ciudades chinas están entre las 10 más vigiladas del mundo. El municipio de Chongqing, que ocupa el primer puesto, tiene 2,6 millones de cámaras para sus 30,6 millones de habitantes.

El sistema de vigilancia se ha consolidado durante décadas, pero ahora con la crisis del coronavirus es más invasivo con la privacidad y la intimidad. La instalación de los dispositivos en las puertas de los domicilios estrecha el cerco en la libertad de movimientos.

Tal y como señala Ian Lahiffe, un expatriado irlandés viviendo en China, “es una increíble erosión de la privacidad”. Un pensamiento que también comparte Lina Ali, de origen escandinavo, que señala que la instalación de una cámara en la entrada de su domicilio “me hizo sentir una prisionera en mi propia casa”.

Más extremo es el caso de uno de los entrevistados, que denuncia que el dispositivo ha sido instalado en el interior de su propia vivienda. William Zhou señala que la cámara se encuentra dentro de un armario y que supone una “invasión a su privacidad”.

Por el momento, las autoridades no han confirmado un aumento en las medidas de vigilancia y se limitan a asegurar que el uso de cámaras es para hacer cumplir la cuarentena domiciliaria de los residentes.


Código QR que permite la libertad de movimientos (Xinhua/Feng Kaihua via Getty Images)
Código QR que permite la libertad de movimientos (Xinhua/Feng Kaihua via Getty Images)


Este sistema de vigilancia de las cámaras se completa con la utilización de la tecnología para el control de la población. Tal y como cuenta Zigor Aldama en la Revista 5W, el Gobierno utiliza códigos QR que rastrean todos los movimientos de los ciudadanos y que actúan como miniprogramas en las aplicaciones de Alipay o WeChat.

Esta especie de tarjeta virtual requiere el uso del documento de identidad, tiene reconocimiento facial y es necesaria para poder acceder tanto a todos los servicios públicos como a muchos de los privados.

Las autoridades chinas ahora han puesto este Gran Hermano al servicio de la salud para tener el control de toda la población. Así, con toda la información guardada del usuario (movimientos, uso de transporte público, expediente sanitario…) y su posicionamiento ofrece tres códigos QR distintos a modo de semáforo.

Si es verde, el ciudadano puede moverse libremente; el amarillo restringe el acceso a servicios no esenciales; y el rojo obliga a los ciudadanos a permanecer en cuarentena. Aquel que se la salte puede recibir un castigo penal. Es decir, aquellos que no obtengan el verde se ven limitados a entrar en un restaurante, coger el metro o incluso salir del propio domicilio.

Tal y como revela la CNN, este sistema se ha utilizado para controlar el avance de la pandemia, pero a día de hoy estos códigos siguen funcionando y decidiendo la vida de las personas. Y es posible que se mantengan en el futuro.

Las autoridades también lanzaron una aplicación en febrero que rastrea al usuario y le alerta en caso de haber estado en contacto cercano con algún infectado.

Aunque el Gobierno no ha dado instrucciones precisas sobre lo que considera un contacto cercano, la BBC sí que puso como ejemplo que en un avión serían las personas situadas a tres filas de distancia del infectado.

 El uso de este tipo de aplicaciones en Europa ha suscitado muchas dudas por su intromisión en la privacidad de los usuarios.