Napoleón, Toussaint y la revolución francesa
By mediaIslaPublished: February 6, 2010
Posted in: La senda
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Toussaint nació esclavo en una plantación en Bréda, cerca de lo que hoy es Cabo Haitiano, probablemente en 1743. Su amo, admirado de su inteligencia, lo instruyó en francés y le permitió una autoeducación que le hizo admirar a Julio César y a Alejandro el Grande.
Por José Tobías Beato
“Toda persona, cualquiera que sea su color, será admitida a todos los empleos…..“No existe otra distinción que la de las virtudes y los talentos.” Tales declaraciones son parte del artículo cuarto de la primera constitución latinoamericana, la cual en su ordinal tres ya había proclamado que “la servidumbre queda abolida para siempre; todos sus habitantes nacen, viven y mueren libres y franceses”. Franceses porque tal constitución había sido redactada el 9 de mayo de 1801 en Puerto Príncipe, capital de la república que luego sería llamada Haití. Redactada bajo la dirección del primero de los negros, Francois-Dominique Toussaint. Estuvo vigente por escaso tiempo, porque el primero de los blancos de esa época, Napoleón Bonaparte, se cruzó en el camino para impedir su aplicación.
Esa primera constitución latinoamericana nació bajo la influencia directa de la Revolución Francesa. Una revolución que intentó por vez primera cambiar las instituciones económicas y sociales y hasta la naturaleza humana, mediante la acción política. Una revolución largamente gestada en el tiempo por los abusos de las clases dirigentes que cargaban de impuestos al pueblo trabajador, mientras que ellas mismas se eximían de todo recargo y llevaban una vida de lujo y ostentación. En su rivalidad con los ingleses, Francia había apoyado con armas, dinero y hombres a la naciente república estadounidense, lo que llevó el tesoro francés a la bancarrota, en un momento en el que éste no se había recuperado de la llamada guerra de los “siete años” con la misma Inglaterra, en la que había perdido enormes territorios como Canadá y casi todo su imperio en América del Norte; y aunque Francia había logrado quedarse con sus posesiones en la India, estaba militarmente restringida. No debe olvidarse que gran parte del bienestar de que disfrutaban las clases dirigentes francesas, reposaba en el trabajo esclavo de sus colonias, particularmente del llamado ‘Santo Domingo’ francés de la Hispaniola.
La Revolución Francesa, iniciada en 1789 se mantuvo hasta 1799 cuando Napoleón dio el golpe del 18 de Brumario según el nuevo calendario creado por la revolución para oponerse al cristianismo que hacía del nacimiento de Jesús el centro del tiempo; para los revolucionarios franceses, el tiempo comenzaba a contarse a partir de 1792 con el derrocamiento de la monarquía; ese era el año uno. Así, Brumario correspondía a noviembre, ya que los meses eran nombrados por las estaciones y las condiciones de la naturaleza. Julio era Termidor, abril, Floreal. Estos meses eran de tres semanas, y éstas tenían diez días, de modo que no hubiera domingos.
La sociedad francesa, de unos veintiséis millones de personas —Francia era al momento el país más extenso y poblado de Europa— estaba constituida por los llamados tres estados. El primero era el clero católico, el segundo la nobleza y el tercer estado todos los demás: campesinos, obreros, tenderos, intelectuales; una larga fila, en fin de estamentos, pero que eran efectivamente el noventa y siete por ciento de la población. Una población sin movilidad social, pues el nacimiento, la cuna, determinaba todo lo demás. El que nació hijo de duque, sería duque por siempre y para él los privilegios y los derechos y todos sus actos serían moralmente nobles, sinónimo de buenos. El que nació hijo de zapatero, de hacer zapatos no pasaría y sobre él los deberes y las cargas impositivas y sus actos moralmente infames o cosa de villanos (pues de un habitante de villa no podía salir nada bueno).
Mientras tanto, un movimiento filosófico que promovía la ciencia, el conocimiento como senda de luz con infinitas posibilidades; que hacía énfasis en pensar por uno mismo, poniendo en tela de juicio las creencias recibidas, entre ellas el supuesto derecho divino de los reyes, las antiguas teorías provenientes de Aristóteles y hasta la Biblia misma. Un movimiento que sometía a crítica el estilo de vida de los nobles y de la Iglesia, entre otros espinosos asuntos: es la “Ilustración” de Voltaire y Rousseau, de Thomas Paine y David Hume, de Diderot y Kant; de Godwin, Benjamín Franklin, Thomas Jefferson; de los españoles, Jovellanos, Pedro Pablo Abarca —conde de Aranda—, Feijoo, y del argentino Mariano Moreno, entre otros. No es un movimiento de ideas homogéneas; algunos ni siquiera son filósofos originales, sino divulgadores de ideas.
Pero es el partido de la “nueva humanidad”. Pensadores que comparten una misma actitud: con la debida educación la sociedad puede ser transformada. Pues, si la humanidad podía entender las leyes de la naturaleza —las leyes de Dios— y ponerlas a su servicio, la razón también podría transformar la sociedad, creando nuevamente el mundo para que reinara no el orgullo de reyes y príncipes, sino el orgullo del talento, del trabajo y la virtud. Todo se reducía al lema de Kant: “atrévete a conocer”, pues conocer al fin y al cabo es dominar, esto es, transformar.
Así surgió un amplio movimiento de masas tal que, cuando el 4 de agosto de 1789, el clero y la nobleza ‘aceptaron’ renunciar a sus privilegios, al diezmo obligatorio, entre otras cosas, ya era tarde. La Asamblea Nacional, procedió a redactar una constitución que normara a todos por igual, al frente de la cual pusieron la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”, sintetizados en el lema: “Libertad, igualdad, fraternidad”. Pronto aprenderían que tampoco necesitaban rey, pues la soberanía no reside en una determinada voluntad o en un pequeño círculo aunque sea eclesiástico o divino, sino que reside en la voluntad popular. Y esa voluntad popular, en tanto constituida por la unión de todos y cada uno, toma el nombre de República, sus miembros le llaman Estado, sus asociados toman en conjunto el nombre de pueblo, y en concreto el de ciudadanos. Era el triunfo definitivo de las ideas del “Contrato Social” de Rousseau. (Ojalá los latinoamericanos aprendiéramos un poco de esto, en particular los dominicanos, y sin caer en lazos totalitarios, que la ley sea igual para todos, se acabe el tráfico de influencias y las tarjetitas tras la pregunta: “¿sabe usted quién soy yo?”).
De modo que, aunque la revolución no cristalizó todos sus ideales, interrumpiéndose el proceso, más o menos con la llegada de Napoleón al poder, aquellos —pese a errores graves— han cruzado la oscura noche de los tiempos. Así, por ejemplo, esa revolución provocó la lucha por los derechos de la mujer, lucha que a más de doscientos años, aún dista mucho para considerarse concluida, pero que tuvo su punto de inicio con la “Gran Revolución”. Por ejemplo, la inglesa Mary Wollstonecraft —futura madre de la autora de la más divulgada obra de horror, Frankenstein— y gran entusiasta de la revolución francesa, en su obra “A vindication of the rights of women” abogó por la igualdad de oportunidades en el trabajo y en la educación, por el derecho a voto; así como para que el matrimonio se realizara sobre la base de la afinidad intelectual, no como un pacto de intereses políticos o económicos.
El también inglés Thomas Paine, tras publicar “The Common Sense”, libro en el cual se basó la Declaración de Independencia norteamericana, emigrado a lo que sería Estados Unidos, y desde la revista “Pennsylvania Magazine”, atacó la esclavitud y abogó por los derechos de la mujer. Más tarde, ya independizadas las colonias americanas, Abigail Adams, esposa del segundo presidente norteamericano, sería una vigorosa partidaria de la igualdad de derechos de la mujer y una firme oponente de la esclavitud.
La Revolución Francesa impulsó la independencia latinoamericana, pero mucho antes de eso, lo primero que hizo fue sublevar a los esclavos negros de la parte occidental de la Hispaniola, bajo dominio de Francia, al cruzar a esa parte de América los ideales de libertad e igualdad. A pesar de la crueldad con que eran tratados, a esos negros les había sido difícil unirse, ya que traídos desde distintas partes de África, no hablaban el mismo idioma, ni tenían la misma cultura, ni modos iguales. Pero, poco a poco, en ceremonias cada vez más extendidas que vinculaban el catolicismo de sus amos, con las creencias originarias de su madre patria —el vudú o vodun, “el espíritu”— las ideas libertarias se fueron transmitiendo de unos a otros.
Fue cuando surgió un hombre talentoso, un negro de superior inteligencia, líder natural: Francois-Dominique Toussaint, que al frente de una masa de guerrilleros, supo aprovechar sucesivamente las contradicciones de los diferentes grandes países que invadían su tierra: España, Francia, Inglaterra. Fue tanto su éxito militar que a poco de iniciado el movimiento contra la esclavitud (1793), anexó a su apellido el término L’ouverture, por su habilidad para encontrar ‘aperturas’, brechas, en las filas de los enemigos.
Toussaint nació esclavo en una plantación en Bréda, cerca de lo que hoy es Cabo Haitiano, probablemente en 1743. Su amo, admirado de su inteligencia, lo instruyó en francés y le permitió una autoeducación que le hizo admirar a Julio César y a Alejandro el Grande. En 1777 fue legalmente libre, dedicándose con entusiasmo a tratar de liberar a otros. Cuando se produjo la rebelión de los negros, ayudó a su antiguo amo a escapar, al tiempo que formaba una guerrilla de unos seiscientos hombres. Cruzó a la zona este de la Hispaniola, bajo dominio de España, para combatir a los franceses. Cuando los ingleses invadieron Santo Domingo, temerosos de que el movimiento antiesclavista se extendiera a Jamaica y a otras posesiones inglesas, se unió a los franceses revolucionarios contra Inglaterra, y contando con la valiosa ayuda de mulatos como el general Rigaud, derrotó y expulsó a los ingleses en 1799. Luego tuvo que combatir a muchos de éstos mulatos que deseaban reimplantar la esclavitud.
También en el Santo Domingo español, entre los esclavos negros, mulatos y negros libres, entre los pequeños comerciantes y propietarios había ganado terreno el ideal revolucionario. Por eso, en octubre de 1796 fue detectada y sometida una insurrección en Boca-Nigua, a “cinco leguas” de Santo Domingo, en la hacienda de Juan de Oyarzabal. La intención era instalar un gobierno similar al de la parte francesa (Franklin Franco, pág. 11, Historia de las Ideas Políticas en la República Dominicana). Ahora bien; la parte española de la isla había sido cedida a Francia mediante el tratado de Basilea de 1795. Por eso Toussaint, para asegurar su posición y garantizar que la esclavitud no fuera restaurada nuevamente, cruzó la frontera trazada por el tratado de Aranjuez de 1777, y proclamó a nombre de Francia que “la isla es una e indivisible”. Inmediatamente declaró abolida la esclavitud en la parte este, por consiguiente, en toda la isla.
Por eso convocó a una “Comisión constitucional”, formada por diez miembros que el 9 de mayo de 1801 concluyó los trabajos que conformaron la primera constitución latinoamericana. “Primer texto constitucional en el mundo que se pronuncia por la igualdad racial y que incluye una solemne declaración antiesclavista” (F. Franco, obra cit., pág. 13). Según el prestigioso historiador, esa comisión estuvo integrada por las siguientes personalidades; del Santo Domingo español, lo que hoy es República Dominicana, estaban: Juan Mancebo, Francisco Morillas, Carlos Rodríguez y Andrés Muñoz. Ignoro si en alguna parte hay alguna tarja, calle o inscripción que eternice su memoria. Pero debería haberla, aunque sea en la Universidad Autónoma o en el Congreso. Del lado haitiano estaban: Etienne Viart, Julien Raymond, Lacourt, Gastón Nogéreé y Collet y Bernardo Borgella, quien la presidía.
Toussaint se basó en la constitución francesa de 1791 y en el decreto por el que la Convención Nacional de la República Francesa decretó abolida la esclavitud en todas las colonias, cosa que aquella hizo el 4 de febrero de 1794: “…….todos los hombres, sin distinción de color, domiciliados en las colonias, son ciudadanos franceses y gozan de todos los derechos garantizados por la constitución” (F. Franco, obra cit., pág. 12). El problema era que en 1801 quien gobernaba en Francia era Napoleón Bonaparte, que soñaba con restaurar el antiguo imperio francés en el mundo y aún ampliarlo en la mismísima Europa. Retomar la Hispaniola, como base para sus operaciones en el Nuevo Mundo, aparecía, pues, dentro de sus prioridades estratégicas. La esclavitud volvería a ser restaurada, después de todo, se trataba de negros y, como ya habían dicho algunos filósofos: “resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo una alma buena, en un cuerpo enteramente negro.” Para cumplir ese plan, envió tropas a Nueva Orleans, dificultó el comercio norteamericano al cerrarle puertas en Louisiana y, sobre todo, mandó una enorme flota a la Hispaniola al mando de su cuñado Charles Victor Enmanuel Leclerc, que hizo su aparición en las costas isleñas a principios de 1801, justamente.
Mientras tanto, Malta que debía ser entregada por los ingleses a la “Orden de los Caballeros de Malta”, junto a otras disposiciones del tratado de Amiens del 27 de marzo de 1802, fueron desconocidas por aquellos, por lo que las hostilidades fueron reanudadas. William Pitt (el joven), fomentaba la lucha contra Napoleón financiando la alianza de Prusia, Austria y Rusia contra Francia. Esta circunstancia, junto a la derrota de Leclerc por los haitianos, hizo que Napoleón vendiera Louisiana a los Estados Unidos, concentrando sus esfuerzos de guerra en Europa. Pero esto no evitó que Toussaint L’ouverture fuera apresado y llevado a Francia cautivo donde murió en una fría cárcel el 7 de abril de 1803. [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002]
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